Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Un clásico del marxismo hispánico en la colección Pensamiento Crítico

Salvador López Arnal

Un clásico del marxismo hispánico en la colección Pensamiento Crítico.

 

Salvador López Arnal

 

Manuel Sacristán Luzón falleció en agosto de 1985. Unos dos años más tarde, su amigo y discípulo Juan-Ramón Capella editaba Pacifismo, ecologismo y política alternativa (PEYPA) en Icaria, la misma editorial que había publicado entre 1983 y 1985 los cuatro primeros volúmenes de “Panfletos y Materiales”, nombre elegido por el propio Sacristán: Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía, Intervenciones políticas y Lecturas.

El editor abría el volumen con una nota fechada en diciembre de 1986 en la que apuntaba:

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El legado de un maestro. Homenaje a Manuel Sacristán

José Luis Moreno Pestaña

Reseña de Salvador López Arnal e Iñaki Vázquez (eds.), El legado de un maestro. Homenaje a Manuel Sacristán, Barcelona, FIM-Ediciones de intervención cultural, 2007. (Publicada en El Viejo Topo, marzo 2009, pp. 91-94). Manuel Sacristán fue un personaje de nuestra vida cultural, un nombre con relieve en la historia política del siglo XX español y un pensador que dejó una impronta fundamental en nuestra filosofía: por la calidad y cantidad de sus discípulos, por la variedad de terrenos (de la literatura a la lógica) en los que tuvo algo que decir, por los debates que despertó y despierta. Personaje literario, versado en decirle a alguien ?culibaja? sonando a Adorno o Lukács ?en el retrato acidísimo que dejó de él Manuel Vázquez Montalbán en Asesinato en el comité central?, se le ha dedicado un importante documental, ha sido criticado por dogmático, filosóficamente anodino y maestro desquiciador de discípulos, pese a que esos calificativos se compadecen mal con otros testimonios y, los que se refieren a su pobreza intelectual, no cuadran, sobre todo, con la lectura de sus textos. Como pedía Marc Bloch a propósito de Robespierre, al lector le dan ganas de reclamar: sacristanistas, antisacristanistas, decidnos, por favor, solamente, quien fue Manuel Sacristán. Este libro, que recoge las jornadas de homenaje que se celebraron en el 2005 en Barcelona, escrito desde el afecto y la admiración, ayuda bastante a saber de él y deja otras preguntas abiertas. Biográficamente, como otros miembros de la inteligencia crítica española (Carlos París, Jesús Ibáñez, José María Valverde, Alfonso Ortí, José Luis López Aranguren, Ángel de Lucas) surgió del falangismo, al que se encontraba ligado por lazos familiares, tal y como explica Juan-Ramón Capella en su contribución. Su trayectoria, en ese sentido, no tiene nada de particular: el paso del falangismo juvenil a la izquierda en los años 50 fue una propiedad colectiva. Parece, de acuerdo con una anécdota que narra Capella, que ya de joven Sacristán era un hombre con mucho coraje, virtud ésta que supongo que ni el peor de sus críticos le negará, y que no siempre sobra entre los intelectuales y que quizá ayude a comprender alguno de los rasgos trágicos de su biografía. Queda preguntarse qué conecta, en dicha coyuntura, esas tres propiedades: Falange, izquierda e intelectuales y las similitudes y diferencias entre cada una de las concreciones empíricas de ese conjunto de propiedades. Su proceso de formación transcurre entre una pandilla de niños bien (Sacristán era hijo de un hombre de negocios franquista que tenía una imprenta, explicó Juan Carlos García Borrón en sus memorias), descritos por María Dolores Albiac, impresionados por Ortega y dados a las emulaciones intelectuales. Quizá podría ahondarse más en las variaciones sociales dentro de ese grupo y en los efectos posibles en las filias y fobias de cada uno por el resto. Jordi Gracia apunta agudamente en su contribución cuánto debe a Ortega el pensamiento maduro de Sacristán en temas tan importantes como la concepción de la universidad y la relación de la filosofía con otros saberes. Sacristán adquiere una gran formación lógica y combina, a finales de los años 50, tres rasgos muy raros en el panorama cultural y político español: militante comunista, especialista en Heidegger y en la fenomenología (tempranamente adquirida, señala las siempre estimulantes contribuciones de Laureano Bonet, en contacto con los textos literarios de Ortega) e impulsor de la lógica formal en España. Su manual de lógica fue central en el estudio de la materia en España y su filosofía de la lógica una aportación notable, según explica Luis Vega Reñón. Queda por explicar mejor su relación universitaria con Joaquín Carreras Artau, cuyo padre también tenía una imprenta, procedente del menendezpelayismo, medievalista reconocido, parece que liberal y gran profesor, pero un manifiesto incompetente a la hora de facilitar la vida universitaria a algunos de sus discípulos. Y eso que tuvo algunos muy buenos a los que no procuró una vida universitaria tranquila: García Borrón y Sacristán. La explicación política no basta para explicar qué hacía Sacristán en el relativo destierro de la Facultad de económicas y por qué nunca tuvo un lugar en la Facultad de filosofía de Barcelona. Con posiciones muy extremistas, otros navegaron muy bien en la Universidad y cualquiera sabe que, en este medio, incluso bajo una dictadura, los factores políticos se pliegan fácilmente ante el poder de otro tipo de relaciones. Como explicó José María Valverde en Acerca de Manuel Sacristán, a nuestro pensador no lo querían en la Facultad de filosofía. Como marxólogo, Sacristán cuando lee al clásico en los años 70, hizo contribuciones fundamentales para comprender la relación entre metafísica hegeliana y trabajo científico en Marx. Dicho análisis sobre los homenajes que rinden los vicios metafísicos a la virtud científica, contienen enseñanzas importantes para la sociología de las ciencias sociales y de la creatividad intelectual. Francisco José Martínez lo destaca en su contribución. Como teórico marxista, Sacristán tuvo una original concepción del trabajo dialéctico. Ésta describe muy bien el proceso científico de reconstrucción de cualquier realidad no aislada artificialmente, es decir, cualquier totalidad compleja, ?síntesis de múltiples determinaciones?. Por tanto, la visión del trabajo dialéctico que tenía Sacristán está en condiciones de sobrevivir al marco intelectual marxista. Como filosofo de las ciencias sociales, los textos de Sacristán se leen con mucho provecho, se estime o no al marxismo como programa de investigación o como el mejor programa de investigación. Las contribuciones de Francisco Fernández Buey y Miguel Candel permiten comprender la entidad filosófica del trabajo que Sacristán realizó dentro del marxismo, que no es lo mismo que trabajar encerrado en el marxismo. Porque el propio Sacristán, con una reflexión de aroma hegeliano, decía que el proyecto del marxismo era como el de la filosofía de Leibniz: prometía más de lo que era capaz de desarrollar, tenía más de promesa que de concreciones específicas. Pero todo el mundo trabaja desde algún sitio; sus resultados pueden elevarse por encima de dicho lugar y desarrollar lo que, quedándose en éste, se vería agobiado por la estrechez. Es el caso, creo, de los potentes desarrollos epistemológicos sobre las ciencias sociales de Manuel Sacristán. En su faceta de teórico de la filosofía (de ?filósofo de la filosofía?), el libro contiene una importante carencia: la no consideración del debate que Sacristán motivó con Gustavo Bueno, uno de los filósofos españoles con obra más rica y extensa, y durante tiempo, una variante muy consistente del pensamiento marxista en España. Ese debate tuvo un impacto importante e ignorarlo no ayuda a comprenderlo y a pensarlo. Como tal, este debate aún está esperando una reconstrucción precisa (algunas de importante valor ya existen) y, no vendría mal, una nueva evaluación del mismo. En una ocasión se refiere Sacristán a Ortega cuando éste ?en Misión de la Universidad? decía que si los obreros dominasen, estos debían estar a la altura de su tiempo. Sacristán consagró una importante vida militante al PSUC y lo hizo procurando que la ideología comunista estuviera engarzada con lo mejor del pensamiento racional. Carlos Piera explica cuán moderadas parecían en la época las propuestas de Sacristán en medio de la fantasía revolucionaria reinante. Salvador López Arnal y Joan Benach analizan el cuidado con el que Sacristán, dentro de su racionalismo, intentó comprender las críticas románticas a la ciencia y a la civilización occidental y capturar su núcleo de verdad. Tampoco en este punto, Sacristán es un pensador evidente: su pensamiento contiene muchas fuentes. Algo que matizaba su paladar filosófico y le impedía entregarse a la descalificación grosera de las tradiciones filosóficas y políticas que le eran más o menos ajenas. En tales gestos, que evitan la condena ignorante y la polémica avinagrada, su ejemplo necesita ser promovido con decisión. Sacristán permaneció fiel al marxismo aunque después de la Primavera de Praga dejó de creer en el potencial liberador del socialismo real. Permaneció como marxista por continuar en una tradición ?lo explica Carlos Piera reproduciendo un interesante debate con su mujer Giulia Adinolfi?, en la que, él lo sabía bien, estaban lo mejor y lo peor. Sacristán, utilizando un concepto complejo de religión al que se refiere en su intervención José María Ripalda, terminó por considerar al marxismo una religión obrera, la culminación de una cultura proletaria que incorpora saber científico de su época con un mensaje colectivo de salvación. Y a esa tradición que combinaba verdades de hecho, una sensibilidad colectiva y fines político-morales, no quiso renunciar Sacristán. En esa tradición surgieron pensadores cercanos a él: entre otros, el importantísimo Otto Neurath ?¿para cuando una versión castellana, como es debido, de sus textos?? y el último Nikolai Bujarin, preocupado en su celda de la Lubianka, por fundamentar ecológicamente el materialismo. Enric Tello lo advierte en su interesante aportación. Este libro muestra algo: el Sacristán intelectual tiene muchos prismas posibles de entrada en su pensamiento y líneas de continuación para pensar, como con todos los autores significativos más allá de su tiempo y de sus próximos, con él y contra él; la figura histórica exige despejar ciertos interrogantes, y sigue siendo interesante por inusual; el militante político resiste bastante bien la evaluación histórica ?y eso, en el siglo pasado, no puede decirse de todo el mundo?. Hay, pues, como reza el título, un legado de Manuel Sacristán, que ?lo comparto con los editores de este libro bien elaborado? es la herencia de un auténtico maestro. La accesibilidad del conjunto de su obra, que reclama Albert Domingo, debería permitir que las nuevas generaciones se acerquen a él. Porque toda herencia, como indicaba Jacques Derrida cuando se refería a la de Marx, es siempre una tarea. Necesita ser recogida y cultivada. Tanto mejor si es en direcciones insospechadas. José Luis Moreno Pestaña Reseña realizada dentro del proyecto de I+D: «Intelectuales y calidad democrática en la España contemporánea. Un estudio sobre el campo filosófico» (HUM 2006-04051/FISO).

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Barcelona: Diagonal, 527

Salvador López Arnal

10 de diciembre de 2008, 11 horas, homenaje a Manuel Sacristán

     Barcelona, enero de 1984. Estaba matriculado en un curso de doctorado que impartía Daniel Quesada sobre “Semántica lógica”. Manuel García-Carpintero, uno de los más grandes filósofos analíticos que ha dado este país, también participaba en él. Junto con Ramon Cirera y Fina Pizarro entre otros. Acabamos la sesión algo tarde aquel día, hacia las 14:30. Fui al buscar el autobús, el 7, a la Diagonal. Me dejaba cerca de casa después de un recorrido de unos 50 minutos. Al subir vi a Manuel Sacristán, acompañado de su segunda esposa, Mª Ángeles Lizón. No me atreví a saludarlo, no quería importunarle. Él me reconoció. Trabajé durante 12 años en un banco y, lo confieso con rubor, usé algunas veces horas sindicales en mis últimos años para ir a sus clases, a las que asistí sin matricularme durante tres o cuatro cursos. Fue, pues, Sacristán quien se levantó, me saludó amablemente y me preguntó cómo me iban las cosas. Balbuceé alguna respuesta incomprensible, le hablé del curso de Quesada, le comenté que había seguido otro curso con él hacía dos años sobre La estructura de las revoluciones científicas, el mismo año en que él había impartido un seminario, al que también asistí, sobre Kuhn y su clásico de historia y epistemología de la ciencia. Le comenté que también seguía otro curso con Mosterín sobre metrización de conceptos sociales. Se interesó por él. Poco pude decirle, su parada se acercaba. Me dio la mano y ambos se bajaron poco después. Su casa, en Diagonal 527, no les quedaba lejos.

     Nos había hablado en una ocasión de ella en sus clases de Metodología de las ciencias del curso 1981-1982, a propósito de Roszak, de la deshumanización de las ciudades y de la racionalidad (o no) de ciertas aproximaciones críticas a la tecnociencia contemporánea y a la misma civilización capitalista  contemporánea. Tomando pie en apuntes (que Sacristán aconsejaba no tomar) y en trascripciones de las clases de ese curso, la cosa fue del siguiente modo.

    

Esa casa, en la que yo nunca estuve, lo sé por amigos,  discípulos, familiares y compañeros de Sacristán, esa casa en la que vivían Giulia Adinolfi, Vera Sacristán y Manuel Sacristán, fue un activo y muy visitado polo político-cultural en la Barcelona en los años setenta y ochenta.

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Presentación El legado de un maestro : las razones de un homenaje

Salvador López Arnal

La verdad es que en la Facultad de Económicas [de la UB] siempre me han apoyado, salvo en la etapa posterior a 1965 y anterior a 1972. El decanato de Económicas me respaldó en todo momento. No guardo resentimiento porque me expulsaran en 1965 o porque hace poco me rechazaran como catedrático; creo que fueron actos políticos y, como dirían los mafiosos de El padrino, no personales. Lo que ocurre es que esas vicisitudes me han desorganizado la vida durante muchos años. No es fácil cambiar repentinamente, como me ha sucedido en el pasado, de trabajar para una editorial a la Universidad, y viceversa.

Manuel Sacristán (1983)

Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) estudió Filosofía y Derecho en la Universidad de Barcelona y realizó cursos de postgrado durante cuatro semestres, entre 1954 y 1956, en el Instituto de Lógica Matemática y Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster, en Westfalia. En 1959 se doctoró en Filosofía con una tesis sobre Las ideas gnoseológicas de Heidegger y en 1964 publicó Introducción a la lógica y al análisis formal, uno de los volúmenes que más contribuyeron a la introducción y consolidación de los estudios de lógica en nuestro país.

Fue además Sacristán uno de los trabajadores intelectuales más comprometidos con su tiempo, con la sociedad en la que le tocó vivir, con los grupos sociales más desfavorecidos. Militó durante más de veinte años en las filas del PSUC-PCE e intervino activamente en numerosas acciones de la resistencia antifranquista no silenciosa: en la protesta contra el asesinato de Julián Grimau, en la constitución del SDEUB, en el encierro-protesta de Montserrat contra los Consejos de Guerra de Burgos,… Su tenacidad, junto con la de Giulia Adinolfi y otros amigos y compañeros, fue decisiva en la fundación de la Federación de Enseñanza de CC.OO. Fue miembro del consejo de redacción, y director en algún caso, de revistas tan esenciales para la cultura barcelonesa, catalana y española como Qvadrante, Laye, Horitzons, Nous Horitzons, Nuestra Bandera, Materiales y mientras tanto. Sus aportaciones y activismo en los ámbitos del ecosocialismo, del pacifismo antiotánico, de la lucha antinuclear y, en general, de los entonces llamados “nuevos movimientos sociales”, fueron decisivos en la historia reciente de nuestro país y han dejado profunda huella en muy diversos colectivos.

Durante el curso 1982-1983 impartió dos seminarios de postgrado en la UNAM mexicana sobre “Inducción y dialéctica” y “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, y se casó en segundas nupcias con Mª Ángeles Lizón. Dos años más tarde, Sacristán fallecía en Barcelona el 27 de agosto de 1985, a los 59 años de edad

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Una conferencia inédita de Manuel Sacristán sobre Giordano Bruno y Galileo Galilei

Manuel Sacristán Luzón

        Hace algo más de cuarenta años, el 13 de febrero de 1967, Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) impartió una conferencia en la Residencia (o Escuela) San Antón con el título “Bruno y Galileo: creer y saber”. Existen dos esquemas muy similares de su intervención depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona. Se incorporan aquí los textos seleccionados por el propio Sacristán para acompañar su intervención.

Sacristán participó con un breve escrito, fechado el 3 de diciembre de 1967, en una revista de los estudiantes de Filosofía de Barcelona. Su texto llevaba por título: “Un problema para tesina en filosofía”. Ha sido reimpreso en Papeles de filosofía. Icaria, Barcelona, 1984, pp. 351-355. El lector hará bien en repasarlo como complemento de esta conferencia.

No era la primera que Sacristán se aproximaba a la figura de Galileo. Una de sus conferencias más recordadas, dictada en la facultad de Medicina de Barcelona en 1964, llevó por título: “Detrás de una medición de Galileo” (el esquema de su intervención se conserva igualmente en Reserva de la Biblioteca Central de la UB,  Fondo Sacristán). De hecho, Sacristán hizo diversas y documentadas referencias a Galileo en sus clases de “Fundamentos de Filosofía” tras su vuelta de la Universidad de Münster, y en sus apuntes editados de 1956-57 y 1957-58 hay diversas referencias a la obra y al método galileanos.

          Tiene interés recordar algunas aproximaciones de Sacristán a la obra de Galileo Galilei: 

          Un apunte de Sacristán de las clases de Metodología de las ciencias sociales 1983-1984 (pp. 10-12) en torno al papel de la experiencia (o de los experimentos) en la contrastación de las teorías científicas que, obviamente, no intenta  defender la creencia de que todo trabajo teórico elaborado y artificioso es bueno per se, independiente de toda empiria, pero sí hacer plausible la tesis de que el rechazo de una construcción teórica por su carácter rebuscado, artificioso o sofisticado puede tener efectos paralizadores. El ejemplo dado por Sacristán toma el caso de Galileo como ilustración:

Varios físicos de la universidad del París del siglo XIV, y belgas, habían llegado prácticamente a nociones que serían poco tiempo después características de la nueva física. Por ejemplo, la noción de inercia (que no llamaban inercia, la llamaban “impetus”, pero la noción es muy análoga). Era la idea -completamente nueva, revolucionaria entonces, y contrapuesta a la física antigua y medieval- de que el estado de movimiento era una cosa tan natural como el estado de reposo, de que un cuerpo en movimiento puede seguir indefinidamente en ese estado -que es la base de la idea de la inercia, que el cuerpo permanezca en su estado sea cualquiera ese estado del principio y dejando aparte cuestiones de roce, etc.      Esos físicos del XIV (Nicolás de Oresme, Buridán) llegaron a esa idea simplemente por crítica de la teoría del movimiento antiguo, de la teoría del movimiento mecánico aristotélico y escolástico. Por ese camino llegaron a deducciones ya galileanas. Por ejemplo, muy cerca de la ley de caída libre de los graves, que es quizá el punto angular del nacimiento de la ciencia moderna, la tesis de Galileo según la cual en el vacío todos los cuerpos, cualesquiera que sea su densidad, caen a la misma velocidad.

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Hasta la derrota final

José María Ripalda

En una entrevista publicada en 1978, Sacristán cuenta cómo a mediados de los sesenta entró en una crisis muy profunda cuando se dio cuenta de que los partidos comunistas eran un desastre, que Gramsci había sido arrastrado en su lucha por la revolución hacia su propia destrucción psicológica y que, en definitiva, había algo que no funcionaba en el marxismo. Es entonces cuando inicia su gran apertura hacia el movimiento ecológico y antibélico, su acercamiento al anarquismo y al feminismo. La crisis le sume en una depresión profunda, tras la cual lo primero que escribe es un texto a propósito de Gerónimo, la biografía escrita por Stephen Barret con ocasión del quinto centenario del nacimiento de Fray Bartolomé de las Casas, en 1974. A Sacristán le interesaba la vida salvaje como modelo de cohesión. Los apaches eran un grupo pequeño, característicamente aficionado al alcohol y poco señalado por sus logros culturales, marginal incluso en comparación con los navajos. Sin embargo era el único grupo que conservaba su lengua en un entorno de tribus más grandes, razonables y cultas. Sacristán intenta averiguar dónde reside el secreto de la supervivencia de un pueblo tan pequeño y tan derrotado y escribe: «Su ejemplo indica que tal vez no sea siempre verdad eso que de viejo afirmaba el mismísimo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se saben perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una conciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrastrado, hace ya casi un siglo, el calvario de diez años de derrotas admirables».

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Sacristán sobre Heinrich Heine. Antología

Manuel Sacristán Luzón

Mi querido amigo:

Aprovecho el paso del portador de estas líneas, el señor Annenkow, un ruso sumamente amable y culto, para hacerle llegar mis mejores saludos.

Hace algunos días cayó casualmente en mis manos un pequeño libelo difamatorio contra usted: cartas póstumas de Börne. Jamás le hubiese considerado tan insulso, mezquino y absurdo como cuanto puede leerse allí en letras de molde ¡Y qué míseros disparates hay en el apéndice de Gutzskow, etcétera! Escribiré en alguna revista alemana una crítica detallada de su libro relativo a Börne. Difícilmente pueda hallarse en ningún período de la literatura un tratamiento más torpe que el que ha experimentado este libro en manos de los asnos cristiano-germánicos, aunque no hay ningún período alemán que esté exacto de torpeza.

Si usted tiene aún algo de “especial” que comunicarme acerca de su trabajo, hágalo rápidamente.

Su,

K. Marx

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Sobre la obra lógica de Ramon Llull. Una antología de textos de Manuel Sacristán

Manuel Sacristán, Salvador López Arnal (editor)

En una entrevista de Andreu Manresa a Anthony Bonner (“Quadern”, El País, 26 de abril de 2007), el gran lulista neoyorquino, editor de Selected Works of Ramon Llull y coautor, junto con Lola Badia, de Ramon Llull, vida, pensament i obra literaria, recordaba algunos nombres de lulistas catalanes:

“Giorgano Bruno, Descartes, Newton, Leiminz (sic!), Carl Jung, ahora Umberto Eco, hacen referencia a él [Llull]. Grandes expertos científicos lulistas son extranjeros como usted.

Son muchos y en todas partes –respondía Bonner-. En Catalunya estuvieron los hermanos Carreras i Artau, Jordi Rubió -figura muy importante-, Bohigas, y hoy en día Lola Badia, Albert Soler y Josep Perarnau, y también Jordi Gayà… Muchos.”

El propósito de esta antología es apuntar, sugerir meramente, que la lista de Bonner debería incrementarse, como es natural, con alguna entrada más. Manuel Sacristán no sólo fue discípulo de Joaquín Carreras i Artau y admiró la grandeza cívica de Jordi Rubió, sino que estudió a Ramon Llull durante su estancia en la Universidad de Münster entre 1954 y 1956, incluso antes probablemente, y en sus reflexiones lógicas, en sus manuales lógicos de introducción y en sus trabajos para la oposición a la cátedra de lógica de 1962 la presencia del autor mallorquín es manifiesta. Una de las voces que incluyó en un calendario de 1985 estaba dedicada a Ramon Llull y de su obra habló en más de una ocasión en sus clases de metodología de las ciencias sociales, dictadas en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona tras la muerte del dictador Franco. También en los apuntes editados de “Fundamentos de filosofía” de 1957 y 1958, escritos tras su vuelta de Alemania, pueden verse diversas referencias a Llull.

Entre los textos aquí seleccionados, se presentan fragmentos de la conferencia sobre el Ars Magna de Llull, hasta ahora inédita, que Sacristán impartió en Instituto de Lógica y Fundamentos de la Ciencia de Münster en 1955. La traducción ha sido realizada por Marisol Sacristán Luzón y revisada por Luis Vega Reñón. Gracias a ambos.

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Nuevos escritos filosóficos de Manuel Sacristán

Salvador López Arnal

         Albert Domingo Curto ha editado recientemente en Trotta Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, un conjunto de textos, en su mayoría inéditos, de Manuel Sacristán Luzón.

         Componen Lecturas dieciséis escritos y dos textos más recogidos en  apéndice. Siete de ellos, totalmente inéditos; los restantes, de difícil localización y no incorporados ni a Panfletos y Materiales ni al volumen que con el título Pacifismo, ecologismo y política alternativa fue editado por Juan-Ramón Capella en 1987.

         “Libertad”, “Simone Weil”, “Personalismo”, “Pensamiento político de José Antonio Primo de Rivera” y “Kant”, los cinco primeros textos del volumen, son entradas, inéditas las dos últimas,  que Sacristán escribió a inicios de los años cincuenta, antes de su marcha al Instituto de Lógica Matemática y Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster en Westfalia, para la Enciclopedia Política Argos, una enciclopedia dirigida por Esteban Pinilla de las Heras que no llegó a editarse.

         “El concepto kantiano de historia”, el sexto escrito recogido, se publicó en 1953, en el número 22 de Laye. Se reeditó en un volumen colectivo sobre temas historiográficos en los años ochenta

         “Sobre la doctrina trascendental del juicio en la crítica de la Razón pura de Kant” fue probablemente un trabajo que Sacristán redactó para algún curso de doctorado a inicios de los cincuenta. Junto con los dos anteriores, es muestra del magnífico conocimiento que Sacristán tenía de la obra del filósofo crítico.

         “Karl Marx” es una voz de 1967 escrita para la Enciclopedia Planeta-Larousse. Algunas de las tesis que Sacristán formulará con más desarrollo en uno de los mejores trabajos de marxología escrito en nuestro país –“El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”- quedan aquí ya apuntadas.

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