Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Generación Uno Punto Cinco (1)

Carles Feixa

La relación entre jóvenes y procesos migratorios se ha configurado históricamente a partir del concepto de “segunda generación”. Dicha noción presupone que hay una “primera generación” –normalmente adulta y masculina–, nacida en el lugar de origen, que es quien protagoniza el proyecto migratorio y atrae la mirada de los investigadores. La “segunda generación”, formada por aquellos que nacen o se socializan en el lugar de destino, arrastra los estigmas del origen y los traumas de la migración, pero al mismo tiempo forman parte por cultura y destino de la sociedad de acogida. Sin embargo, la experiencia de los menores inmigrantes es más diversa e implica diversos ritos y rutas de paso, tanto a la vida adulta como al país de destino (Suárez 2006). Sin embargo, la noción de “segunda generación” encubre varias categorías de jóvenes: los hijos de los migrantes nacidos en el lugar de destino (la segunda generación propiamente dicha); los nacidos en la sociedad de origen pero socializados en la sociedad de acogida (la llamada generación 1.5), ya sea porque llegaron durante su infancia, después de la socialización primaria (la llamada generación 1.75) o bien porque llegaron durante la adolescencia y por tanto después de la socialización secundaria (la llamada generación 1.25). Por no hablar de los que llegaron a partir de un proyecto migratorio propio, ya sean menores no acompañados (como los pequeños harraga marroquíes) o mayores de edad (como jóvenes adultos independizados de su familia de origen), que son migrantes de primera generación (pero de edad escasa). Por ello algunos autores (Giménez 2003) plantean remplazar esta noción confusa por el concepto de “menores o jóvenes en la migración”, que da mayor protagonismo a estos actores transnacionales. La ponencia desarrollará estos argumentos a partir de un estudio de caso sobre los jóvenes de origen latinoamericano en Barcelona, presentando sus ritos y rutas de paso en cinco momentos: orígenes (allí), destinos (aquí desde allí), tránsitos (de allí para aquí), acogidas (aquí), asentamientos (allí desde aquí). A continuación se prestará atención a la temática de las llamadas “bandas latinas”, reflexionado sobre las consecuencias de su transformación en “asociaciones juveniles”.

Introducción

La relación entre jóvenes y procesos migratorios se ha configurado históricamente a partir del concepto de “segunda generación”. Dicha noción presupone que hay una “primera generación” –normalmente adulta y masculina–, nacida en el lugar de origen, que es quien protagoniza el proyecto migratorio y atrae la mirada de los investigadores. La “segunda generación”, formada por aquellos que nacen o se socializan en el lugar de destino, arrastra los estigmas del origen y los traumas de la migración, pero al mismo tiempo forman parte por cultura y destino de la sociedad de acogida. Liliana Suárez cuestiona el concepto en los siguientes términos: “El concepto de ‘segunda generación’… les marca como privados de historia, pioneros de un proyecto vital inaugurado sólo por sus padres. Despojados de sus ancestros y su herencia, los menores son simbólicamente situados en una posición social violentamente abocada a un futuro en el país de destino. Quieran o no, su identidad se identifica con una trayectoria unilineal heredera de los presupuestos más claramente asimilacionistas” (Suárez 2006: 20). Sin embargo, la experiencia de los menores inmigrantes es más diversa e implica diversas rutas y ritos de paso (tanto a la vida adulta como al país de destino). Por otro lado, la noción de “segunda generación” encubre varias categorías de jóvenes: los hijos de los migrantes nacidos en el lugar de destino (la segunda generación propiamente dicha); los nacidos en la sociedad de origen pero socializados en la sociedad de acogida (la llamada generación 1.5), ya sea porque llegaron durante su infancia, después de la socialización primaria (la llamada generación 1.75) o bien porque llegaron durante la adolescencia y por tanto después de la socialización secundaria (la llamada generación 1.25). Por no hablar de los que llegaron a partir de un proyecto migratorio propio, ya sean menores no acompañados (como los pequeños harraga marroquíes) o mayores de edad (como jóvenes adultos independizados de su familia de origen), que son migrantes de primera generación (pero de edad escasa). La noción se ha llegado a aplicar a los nietos de los migrantes (la llamada tercera generación), como sucedió en Francia en noviembre de 2005 con los disturbios de la banlieue, e incluso a aquellas minorías étnicas que pese a vivir entre nosotros desde hace mucho tiempo siguen siendo categorizados como migrantes (como suele suceder con los gitanos). La clasificación puede también variar según sea la modalidad de su proceso migratorio (menores solos, menores acompañados, menores reagrupados, etc.), o el estatus legal en la sociedad de acogida (menores extranjeros, apátridas, sin papeles, etc.). Sin embargo, la mayor parte de estas categorizaciones se basan en la perspectiva de los padres (sobre todo de las madres) y de las instituciones de acogida (sobre todo de los educadores y de los profesionales de los servicios sociales) y tiene poco en cuenta la visión de los propios jóvenes –sobre todo de las jóvenes. Por ello algunos autores (Giménez 2003) plantean remplazar esta noción confusa por el concepto de “menores o jóvenes en la migración”, que da mayor protagonismo a estos actores transnacionales.

Migrantes transnacionales en Barcelona (2)

España ha sido tradicionalmente un país de emigrantes, que en los últimos 15 años –coincidiendo básicamente con la integración en la Unión Europea– ha invertido la tendencia, convirtiéndose en un país de inmigración. Mientras en 1991 únicamente el 1% de la población española era extranjera, en 2002 llegaba al 8% (Checa & Checa 2006: 84). Dicha migración se ha concentrado en el litoral mediterráneo y en Madrid. Centrándonos en Cataluña, a lo largo del siglo XX se han sucedido diversos procesos inmigratorios, protagonizados por personas originarias de zonas rurales del sur peninsular (tiende a olvidarse, por cierto, que la oleada migratoria de los años 60, proveniente masivamente de Andalucía, originó imágenes culturales semejantes a las que se aplican ahora a los migrantes extracomunitarios). La novedad de las últimas décadas ha sido la diversidad de orígenes y la dimensión transnacional de estas migraciones. Según datos de IDESCAT (Institut d’Estadística de Catalunya) el número de residentes extranjeros en Cataluña era de 383.938 personas en junio del 2003, que representaba el 23% del conjunto de residentes extranjeros del estado español. (3) Esto nos situaría en una cifra aproximada de 600.000 personas extranjeras, más del 40% en situación irregular (según las estimaciones del sindicato CCOO del último año). Por continentes, África continúa siendo el primer lugar de origen de la población extranjera inmigrada, seguida de América, la UE-15, Asia y los países del bloque de la antigua Europa del Este. En el conjunto del estado español, el primer continente de origen de la población extranjera es el americano y en Cataluña también se ha intensificado la llegada de personas de todos los países latinoamericanos con un espectacular crecimiento de los nacionales de Ecuador, que ya son la segunda nacionalidad extranjera más importante de Cataluña, después de la marroquí, a pesar de que el numéricamente aun haya una distancia importante. De hecho, algunas fuentes disponibles –Padrón de 1996 y la lectura del padrón de Barcelona– no permitían detectar con claridad esta tendencia en la ciudad. En enero del 2006, según el Informe sobre la població estrangera a Barcelona elaborado por el Departament d’Estadística de l’Ajuntament, habían 260.058 personas de nacionalidad extranjera en la ciudad, que representaban el 16% de la población. Como veremos, en Barcelona desde 1996 se ha incrementado de forma muy importante el número de habitantes de nacionalidad extranjera. Si en Marzo de 1996 vivían en Barcelona 29.354 personas de nacionalidad extranjera, este número se ha incrementado hasta las 260.058 personas de nacionalidad extranjera en el año 2006, que representan el 15,9% de la población total.

Esto a su vez ha representado un incremento del 78 5 % respecto a marzo de 1996, cuando solamente representaba el 1,9%. La mayoría de la población extranjera lleva en la ciudad entre 1 y 5 años y la media de edad sigue siendo bastante joven: en todas las áreas de origen las medianas se sitúan entre los 30 y los 34 años, es decir en plena edad productiva y reproductiva. La proporción de hombres y mujeres es en términos globales de 52,6% de hombres y de un 47,4% de mujeres, pero se mantienen fuertes diferencias según las áreas de origen: América central, Sur-este asiático y América del sur continúan teniendo una proporción bastante más alta de mujeres, mientras que Asia central, África Subsahariana y el Magreb se mantienen con proporciones notablemente más bajas de mujeres. Estas desproporciones nos indican situaciones de fragmentación familiar diversas así como la persistencia de cadenas migratorias iniciadas por hombres y mujeres solos, pero la imposibilidad de actualizar el indicador de la relación con la persona principal del hogar a partir del censo del 2001 nos impide inferir el impacto sobre las estructuras familiares en las que viven los niños y jóvenes extranjeros en la ciudad. Por otro lado, los datos nos permiten constatar que para la ciudad de Barcelona, el colectivo de personas procedentes de los países de América del Sur es el colectivo más numeroso entre todos aquellos que viven en la ciudad condal (Gráfico 1).

Gráfico 1: Población extranjera en Barcelona. 2006.

Como podemos ver en este gráfico, las personas migrantes que provienen de América conforman el colectivo que a lo largo de estos años más se ha incrementado. No sólo en términos de su relación con los demás lugares de origen, sino también en términos de su evolución, es la que más ha aumentado en los últimos nueve años, el gráfico siguiente nos lo muestra claramente. En el caso de las personas procedentes de países de América Central y del Sur, el resultado es el mismo: si en marzo de 2006 había 9.389 personas de estas áreas, en enero de 2006 el número ascendía a 127.498 personas (Gráfico 2).

Gráfico 2: Evolución de las personas extranjeras. Barcelona. 1996-2006.

El ranking de nacionalidades sitúa a Ecuador, Perú Marruecos, Colombia, Italia, Pakistán, Argentina, China, Bolivia, Francia y República Dominicana en las primeras 10 posiciones, que muestran la diversificación de la inmigración extranjera en Barcelona como una de las características más importantes, que se da en menor medida en el conjunto de Cataluña. La mitad de estas primeras 10 nacionalidades corresponden a países latinoamericanos, mientras que la otra mitad se reparten entre Europa, Asia y África. Las nacionalidades que más han aumentado en números absolutos, son Bolivia, Italia, Pakistán, China y Brasil; las que más han aumentado en número relativos son Paraguay, Suecia, Islandia, Bolivia y Georgia. Así, vemos que se producen crecimientos y variaciones anuales tanto de países con rentas altas como de países con rentas bajas. Ahora bien, los efectos de las coyunturas económicas negativas latinoamericanas se dejan sentir claramente –crecimiento de Ecuador, Colombia y Perú, que duplican o triplican sus efectivos– y si se agrega el caso de Argentina, que parece perder peso progresivamente, pero que multiplicó por cinco sus efectivos en la ciudad en la últimos 4 años. El proceso migratorio de las personas de América Latina hacia nuestro país empieza en la segunda mitad de la década de los 80, pero es especialmente importante a finales de los 90 y primeros del 2000. Las causas que explican este proceso migratorio son muchas, el principal motivo para iniciar este proceso es la búsqueda de un trabajo y el intento de generar un proyecto de vida que permita mejorar las condiciones socioeconómicas de partida. Las causas son varias, en primer lugar, se trata de países en que las diferencias por razón de clase social y la estructura de clases está muy polarizada, lo que implica que hay grandes bolsas de pobreza conviviendo con sectores muy reducidos de grandes riquezas. Junto a estas diferencias hay que tener en cuenta que normalmente se trata de países con sistemas democráticos débiles y muy dependientes de los países considerados del primer mundo.

Por otro lado, las sociedades latinoamericanas han sido un blanco perfecto para poner en práctica medidas liberalizadoras y privatizadoras. Debemos recordar que América Latina es un mercado importantísimo para las multinacionales españolas: bancos, empresas hoteleras, de telecomunicaciones, etc. En el caso de América Latina vemos como aproximadamente el 50% de la población inmigrante son mujeres puesto que sabe que aquí no le será difícil trabajar en el servicio doméstico y en el cuidado y atención a las personas, trabajos tradicionalmente reservados a las mujeres. Las personas migrantes que provienen de América conforman el colectivo que a lo largo de estos años más se ha incrementado. No sólo en términos de su relación con los demás lugares de origen, sino también en términos de su evolución, es la que más ha aumentado en los últimos nueve años. En el caso de las personas procedentes de países de América Central y del Sur, el resultado se puede comprobar lo dicho hasta ahora si en marzo de 2006 había 9.389 personas de estas áreas, en enero de 2006 el número ascendía a 127.498 personas. Sin embargo, este colectivo dista de ser homogéneo, pues incluye tanto a mujeres y varones jóvenes con proyectos individuales, como a niños, niñas y adolescentes reagrupados por sus madres y padres. La heterogeneidad de los flujos migratorios latinoamericanos está dada por familias procedentes de ciudades y sectores socioeconómicos medios en origen, en las primeras etapas de cada uno de los desplazamientos por países, y, en una segunda etapa por la llegada de familias de sectores socioeconómicos medios bajos, incluso desde áreas rurales en origen. En este sentido, la “juventud latinoamericana” presente en Barcelona comprende a jóvenes que han venido voluntariamente a estudiar y menores reagrupados/as, muchachos y muchachas, estudiantes de secundaria o de módulos formativos, trabajadores/as legales o sumergidos/as y desocupados/as, con itinerarios migratorios e identitarios que los vincula a diferentes adscripciones nacionales (ecuatorianos, colombianos, dominicanos, peruanos) regionales (serranos y costeños) culturales y estéticas (cumbiacheros, hiphoperos, etc). A pesar de estas marcadas diferencias socioeconómicas y de las diversas trayectorias vitales y socioespaciales, estos colectivos tienen en común su condición de jóvenes de origen migrante, condición que se ha transformado en una imagen estigmatizante en los lugares de destino. En los últimos años se ha afrontado la problemática de la inmigración y la escuela, las “segundas generaciones” y los hijos de familias inmigrantes como un fenómeno casi siempre asociado con la vinculación de los/as niños/as en ámbitos socioeducativos dentro del Estado español. No obstante, de qué manera los/as jóvenes de familias migrantes construyen sus procesos identitarios, cuáles son sus expectativas más allá de su etapa de estudiante, cuál es su inserción social, jurídica y laboral y cuáles son las relaciones sociales que han propiciado desde su reagrupación en destino, es una preocupación reciente. Estos/as jóvenes quedan invisibilizados/as, generalmente, dentro del proyecto migratorio familiar, hecho que dificulta la posibilidad de acercarnos a las formas en que ellos/as están construyendo sus múltiples identidades en un contexto migratorio internacional, donde su inserción socioeconómica en la sociedad de destino se presenta difícil y conflictiva. La juventud latinoamericana residente en Cataluña presenta una alta heterogeneidad que deriva de una diversidad de proyectos migratorios familiares y de las condiciones residenciales, laborales y jurídicas del grupo doméstico involucrado en este proceso junto a los diferentes momentos en los cuales se originaron y consolidaron los distintos flujos migratorios procedentes de América Latina.

Jóvenes ‘latinos’ en Barcelona

Los relatos biográficos que hemos recogido de adolescentes y jóvenes latinoamericanos que han vivido la experiencia de la migración parecen estar cortados por un mismo patrón: una fuerte añoranza del lugar de origen simbolizada en los paisajes de la memoria; una adolescencia vivida en familias transnacionales, al cuidado de abuelas y familiares; un sentimiento de destierro por una decisión de venir que ellos y ellas no han tomado; una acogida emocionante y al mismo tiempo traumática en una nueva ciudad y con unos padres y madres prácticamente desconocidos; una añoranza persistente combinada con un firme deseo de asentamiento. Aunque existen variantes en función del país de origen, del momento y la edad de la migración, el relato integra una triple crisis: la propia de la adolescencia, la de una familia transcontinental, y el vacío de la emigración. Las condiciones de superación o no superación de estas crisis condicionan el proceso de acogida y asentamiento de estos jóvenes. Evocaremos este proceso a través de las voces de los propios jóvenes, en cinco momentos clave de su historia migratoria: allí (los recuerdos de la infancia en el lugar de origen), aquí desde allí (la migración de las madres y padres y las imágenes que iban recibiendo del lugar de destino), de allí hacia aquí (la decisión de emigrar, el viaje y la llegada), aquí (la acogida y el asentamiento en el lugar de destino), allí desde aquí (los contactos con el lugar de origen y los proyectos de futuro). En estos cinco momentos se produce una comparación explícita o implícita entre “allí” y “aquí”, tanto en términos de factores materiales y nivel de vida como en términos de valoración simbólica y satisfacción personal: aunque estén separados por un océano, ambos territorios morales están fuertemente unidos en la memoria personal y colectiva. Los jóvenes que emigran a Cataluña no pueden hacer tabla rasa de su pasado: vienen con unas identidades personales y sociales condicionadas por la socialización primaria en sus lugares de origen, por las imágenes más o menos idealizadas del lugar de destino, y por la experiencia más o menos traumática de la aventura migratoria.

Orígenes

¡Los mejores años de mi vida!

(Lucía, R. Dominicana, 15)

 

Allí era diferente, diferente en todos los sentidos.

(Toño, Perú, 17)

Los recuerdos del lugar de origen se remontan a poco tiempo –entre unos años y pocos meses– pero suelen estar tamizados de un cierto romanticismo. La evocación del país abandonado se solapa con la nostalgia de la infancia perdida. De entrada, destaca un paisaje natural y cultural radicalmente distinto: tanto si se trata de un medio rural (predominante entre dominicanos) como si es un medio urbano (predominante entre ecuatorianos y colombianos), la naturaleza –el bosque, el río, el mar– están mucho más cerca y a disposición de los niños y adolescentes para sus juegos y correrías (ello puede explicar la obsesión por acudir a los parques una vez en Barcelona). La urbanización es mucho menor: las calles son más abiertas y de tierra, y las viviendas son amplias casas, no minúsculos apartamentos, con jardines y espacios de mediación comunitaria. Lo fundamental, sin embargo, es la evocación de la comunidad perdida: la importancia de las redes de parentesco, vecindario y amistad en la vida cotidiana del barrio se traducen en la sensación de “ser una persona”, que contrasta con el anonimato e incluso el rechazo que se vive aquí. Otro elemento de contraste es la vida escolar: por una parte, los ritmos horarios son muy distintos y sólo cubren una parte de la jornada (a penas 3 horas en el caso de la República Dominicana, unas 5 horas por la mañana o por la tarde en el caso de Ecuador); por otra parte, la autoridad del maestro es muy superior, aunque la disciplina suela incluir el castigo físico. Ello puede explicar las dificultades de adaptación al sistema escolar de la sociedad de acogida. Por último, la evocación de una fiesta más intensa y cotidiana; el volumen de la música es un tema reiterado: mientras allí el sonido de la cumbia, el reaggeton y la bachata forma parte de la vida diaria, al llegar aquí la primera decepción es la discusión con el vecino por poner la música demasiado alta, lo que de nuevo refuerza el papel de los espacios públicos como refugios de esta vida comunitaria perdida.

Destinos

Barcelona me l’imaginava grandiosa.

(Vanessa, Ecuador, 13)

 

Yo me quedé con mi Dios y mis abuelos.

(Ismael, Ecuador, 15)

Esta arcadia perdida empieza a resquebrajarse cuando uno de los padres –normalmente la madre– toma la decisión de emigrar. Pese a algunos precedentes a principios de los años 90 –sobre todo de madres dominicanas– en la mayoría de los casos la decisión de emigrar se produce a finales de los 90, incrementándose gracias a los cambios en la política migratoria después del 2000. El patrón es muy común: primero emigra la madre dejando a los hijos –normalmente pequeños– al cuidado del padre, de las abuelas o de otros parientes; en un segundo momento emigra el padre y finalmente –cuando los papeles lo permiten o la añoranza es demasiado grande– los hijos. La reacción inicial por parte de los hijos es traumática: se quedan huérfanos y les salen “canas”. La ruptura la compensan las abuelas, que se convierten en el centro de la nueva familia transoceánica, y una mejora del nivel de vida gracias a los recursos económicos que su mamá les envía. Ello se traduce en un aumento de su libertad en la vida cotidiana, porque las abuelas o familiares no pueden ejercer el control autoritario de los padres, e incluso tratan a estos jóvenes como una especie de seguro para su bienestar material. La abuela se convierte en una figura central, que se convertirá en el principal resquemor cuando deban tomar la decisión definitiva de emigrar. Mientras tanto, van recibiendo noticias sesgadas de la sociedad de acogida, que les conducen a la creencia de que esto es un paraíso donde ellos vivirán “como reyes” o “como princesas”. El referente suelen ser los Estados Unidos; en muchos casos ni siquiera saben exactamente donde está España (y todavía menos Cataluña). Sólo saben que es el lugar donde viven sus madres y desde donde les envían “plata” (a la que denominan “dólares” o “yankies”). El dinero que llega desde España se utiliza para mejorar la vivienda y la alimentación, en permitir estudiar en centros privados o incluso en la universidad, aunque lo que acaba de convencer a los jóvenes es el dinero de bolsillo para la diversión y el consumo: estas “vanidades” las empezarán a perder cuando lleguen, lo que explica en parte el shock inicial. Finalmente, las madres les ponen frente al dilema de emigrar. Aunque el motivo inmediato suele ser accidental –la llegada de los papeles, la muerte de un familiar, la entrada del joven en una pandilla– la razón de fondo es la convicción por parte de las madres de que el tiempo para la reagrupación se agota: sus hijos han pasado de la infancia a la adolescencia alejados de ellas, y si traspasan la juventud será imposible refundar la familia. Por ello la decisión es traumática, pero casi nunca tiene vuelta atrás.

Tránsitos

Se siente una tristeza muy grande.

(Christian, Ecuador, 16)

 

Cuando se acercaba el viaje ya no quería venirme para acá.

(Nanda, Ecuador, 19)

La decisión de emigrar remplaza en los relatos los dilemas de la crisis de la adolescencia. Lo fundamental es que, en general, no se trata de una decisión libremente tomada por los jóvenes: el proyecto migratorio es de sus progenitores y puede ser vivido por los hijos como un “destierro” forzoso. A la cantinela del “yo no decidí venir” le corresponde el recuerdo de una cierta resistencia: “me daban pena” (dejar a los amigos, los parientes y sobre todo a la abuela). Una vez tomada la decisión, los trámites corresponden a los padres: deben conseguir los papeles y el dinero para el boleto. El viaje suele ser el primero que hacen en avión (a la impresión de volar se une la angustia por dejar el propio país sin saber cuando podrán regresar). El pequeño equipaje con el que llegan –algo de ropa, alguna carta, alimentos– representa el cordón umbilical que los mantendrá unidos espiritualmente con el lugar de origen (por cuando el equipaje se extravía, como le pasa a uno de nuestros testimonios, el dolor es mayor). Esta pena queda súbitamente aparcada cuando se reencuentran con los familiares que les reciben al llegar: a muchos de ellos no los veían hace tiempo. La madre con la que se reencuentran es una persona distinta a la que habían conocido y lo mismo sucede con los hijos para las madres. El trauma del reencuentro puede llegar a las manos: varios jóvenes evocan castigos físicos o peleas con sus padres y madres en las primeras semanas después de llegar. Por una parte los progenitores se ven impotentes para controlar a los hijos que han crecido con gran libertad y que temen perderla de golpe. Por otra parte, la distancia ha socavado la autoridad de los padres, por lo que el recurso a utilizar el poder físico es una tentación fácil. Sus condiciones de vida material y laboral son peores de las esperadas por los hijos, y sus horarios les impiden pasar con ellos el tiempo necesario. Sin embargo, con el tiempo muchos jóvenes empiezan a valorar el sacrificio de sus padres y madres y se esfuerzan en compensarles. Cabe decir que este proceso es algo distinto para aquellos que emigran tras la mayoría de edad, ya jóvenes maduros: al formar parte de un proyecto autónomo –motivado por el deseo de estudiar, progresar o formarse en las artes del circo– la decisión es menos traumática, pero al llegar no encuentran las redes de apoyo familiar de sus más jóvenes compañeros (y en algunos casos padecen el shock de las policías aduaneras). Los relatos de los primeros días en el lugar de destino recuerdan la liminariedad de los ritos de paso: una sensación de soledad y vacío, de asilamiento (muchos de ellos pasan los primeros días sin salir de casa), que solo superarán cuando al cabo de poco tiempo empiecen a ir a la nueva escuela.

Acogidas

Pensaba que todo era bonito, vine muy ilusionado y después llegas…

(La Cruz, Ecuador, 17)

 

Como que cambia todo con lo que dejaste atrás.

(Carolina, Bolivia, 16)

La primera impresión al llegar es el contraste entre las expectativas y la realidad: los padres no viven tan bien como esperaban, la vida no será tan fácil como pensaban, el paraíso imaginado se convierte por momentos en un pequeño infierno. El primer choque se da con la nueva vivienda y el entorno residencial. Pasan de una casa amplia rodeada de naturaleza o espacios semiurbanizados a un piso de apartamentos en un medio urbanizado. Deben compartir este espacio con unos padres recuperados, con otros parientes y en algunas ocasiones con otros paisanos. No sólo no disponen de habitación propia, sino que deben acostumbrarse a unas normas de convivencia distintas a las de su país de origen. Cuando salen a la calle, el cemento y el asfalto lo dominan todo: frente a un vecindario donde todo el mundo les conocía, se encuentran con un barrio anónimo, con escasos espacios verdes, y con algunos vecinos que les empiezan a mirar con malos ojos. Al cabo de pocos días acuden al lugar que a partir de ahora ocupará la mayor parte de su tiempo: la escuela. Primera sorpresa es el papel de la lengua catalana, que desconocían o consideraban marginal. Frente a las políticas oficiales de cohesión lingüística –las aulas de acogida apenas aparecen– lo relevante es el contraste con la cultura escolar de origen en dos aspectos que ya vimos con anterioridad: los horarios y la autoridad. Si encuentran el apoyo de los compañeros o de algún profesor, el impasse puede superarse. Pero si se topan con reacciones racistas –reales o percibidas– se empieza a alimentar un cierto resentimiento. El momento clave en el proceso de asentamiento es el tránsito de la escuela secundaria al trabajo. Aunque algunos testimonios valoran positivamente experiencias como los programas de garantía social, la mayoría lamenta la situación jurídica a la que se ven abocados entre el final de la escolaridad obligatoria –a los 16 años– y la mayoría de edad –a los 18. Frente a una acogida residencial, escolar y laboral problemática, el éxito del asentamiento se juzga en el tiempo libre y la sociabilidad. La posibilidad de consumir se vive como una equiparación simbólica con los jóvenes de la sociedad mayoritaria.

Asentamientos

Todos los jóvenes tenemos un propósito, tenemos un sueño.

(Gisela, Bolivia, 20)

 

Yo daría todo por estar en mi país.

 (Yankee, Ecuador, 16)

 

Tras un periodo de acogida que dura unos meses, y un periodo de asentamiento que puede durar unos años, llega el momento de tomar una decisión que se considera definitiva: regresar o quedarse. A diferencia de la decisión de venir, que fue tomada por los padres, los jóvenes son conscientes de que ahora esta decisión les corresponde a ellos. Los argumentos para tomarla se verbalizan como un balance de costos y beneficios: ¿he ganado o he salido perdiendo al emigrar? El balance aparentemente es negativo: las condiciones de vida material –representadas por la capacidad adquisitiva– han mejorado desde la llegada, pero pueden ser peores de las que se disfrutaban en el lugar de origen: el dinero aquí cunde mucho menos. En cuanto a las condiciones de vida social, la añoranza de los amigos y parientes no se atenúa con el tiempo y se revive cada vez que se tiene algún conflicto en la escuela o el trabajo. Todo ello se ve agravado por la situación de liminariedad jurídica que nunca se acaba de solventar: con el final de la adolescencia, la preocupación por “los papeles” –de empadronamiento, residencia o trabajo– se traspasa de los padres a los hijos. El contacto con el lugar de origen se va haciendo más esporádico, pero es igualmente intenso: se envía dinero a padres o abuelos, se habla semanalmente o mensualmente con los familiares, y se chatea cotidianamente con los amigos. El messenger –y en menor medida la videoconferencia– se han convertido en un instrumento barato y muy efectivo para mantener abierta la posibilidad de retorno. Se trata de un instrumento con el que los adolescentes tienen gran familiaridad: gracias a él ayudan a sus padres a recuperar el contacto con sus familias de origen. Este contacto se revitaliza cuando es posible el regreso temporal, gracias a unas merecidas vacaciones tras la regularización. Para los jóvenes, en cambio, esta visita revive los fantasmas de la primera migración e incluso hace replantear la decisión de quedarse: volver a encontrar a los abuelos y a los amigos tras algunos años de separación, recuperar los olores y sabores de la infancia, les llena de nostalgia. En la mayoría de los casos, sin embargo, el regreso definitivo no es posible: no sólo supone el reconocimiento de un fracaso sino que son conscientes que su futuro está aquí: la familia se ha ido trasladando, las redes de amistad se han ido recomponiendo, y las posibilidades educativas y laborales son mayores.

De bandas latinas a asociaciones juveniles (4)

Tenían que aparecer los Latin Kings para que nos diésemos cuenta de que estos jóvenes tienen problemas… (Técnico municipal)

 

En noviembre de 2005 se presentó públicamente el resultado de la investigación en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, en el Seminario “Jóvenes latinos: espacio público y cultura urbana” (Ayuntamiento de Barcelona – Consorcio de Infancia y Mundo Urbano), que tuvo lugar a lo largo de tres jornadas de un gran impacto. Tanto Latin Kings como Ñetas estaban invitados al seminario, pues entendíamos que no podíamos hablar de ellos sin ellos. En las semanas que siguieron al Seminario, Kings y Ñetas empezaron a debatir la propuesta de legalizarse como asociaciones juveniles, con nuestra mediación y el apoyo de algunas instituciones catalanas (como el Municipio, el Consejo de la Juventud y el Instituto de Derechos Humanos). Las implicaciones de esta legalización, todavía inconclusa, pueden ser diversas, y el proceso no está exento de tensiones, tanto en el seno de los grupos como en la sociedad catalana. Actualmente, la conjunción de todos los factores mencionados en relación con la dinámica de las propias organizaciones y los planteamientos de algunos agentes sociales, permite empezar repensar las “bandas” como organizaciones juveniles vinculadas a la cultura latina. En el discurso y en las acciones de los Latin Kings (Almighty Latin King and Queen Nation) y Ñetas (Asociación Ñeta) barceloneses pueden observarse muestras de ello: “La integración del joven latino en España ha sido y será una lucha difícil mientras haya discriminación por parte de la sociedad española y medios de comunicación, y por la falta de colaboración de muchos jóvenes que se aíslan y se cierran a un cambio con ayuda y colaboración de todos en general. Nosotros los jóvenes latinos queremos y necesitamos que valoricen nuestras culturas y nos ayuden a integrarnos a la sociedad, teniendo confianza y no tachando al joven latino como parte de una pandilla o banda delictiva.” (5) Esta declaración se complementa con los propósitos expresados por la organización en relación al acceso a la educación, a la profesionalización de los jóvenes y a unas condiciones de vida dignas, y con las actividades que desarrollan en este sentido: actividades deportivas y de ocio, enseñanzas internas, contacto con diferentes interlocutores de la comunidad de acogida… Tampoco puede obviarse el peso que tiene en este proceso el descenso de peleas y actos delictivos vinculados a las organizaciones, lo cual implica un descenso de las noticias sensacionalistas y facilita la implicación de los interlocutores sociales.

La prensa y la televisión, que hasta el Seminario se referían a los grupos en términos estigmatizadores, empiezan a dedicar espacio a este proceso insólito. Pese a las opiniones críticas de otros cuerpos policiales y de profesionales de Bienestar Social y del derecho penal, desde el Ministerio del Interior se está impulsando una reforma de la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, que por primera vez penaliza la pertenencia a bandas juveniles (aunque la ley no lo explicite, porque sería inconstitucional, queda claro que se piensa sólo en las “bandas latinas” –como si los jóvenes de otros sectores sociales no se agruparan ni cometieran delitos). Si la reforma sale adelante tal como está planteada, es probable que tenga efectos contrarios a los perseguidos. Como ya ha sucedido con anterioridad en los Estados Unidos, El Salvador, México y Ecuador, la criminalización de las pandillas no sólo no acaba con ellas sino que las convierte en algo endémico y refuerza a las auténticas bandas (a menudo lideradas por adultos y con oscuras conexiones con el poder). Al mismo tiempo, las declaraciones de otros agentes sociales que han presenciado este proceso muestran las resistencias que provoca la posibilidad de un cambio de perspectiva. En una sesión de trabajo con profesionales realizada en el marco del citado Seminario, diversos técnicos expresaban su profunda preocupación ante el convencimiento de que “es peligroso legitimar a estos grupos”. Esta afirmación encierra los miedos que ha suscitado la aparición de las organizaciones desde el principio, pero además muestra cuan profundamente arraigada está la opción “criminal – patológica” en los principios que rigen la intervención social de los agentes públicos. Y es que, efectivamente, es peligroso legitimar a estos grupos, porque no legitimarlos y mantenerlos fuera de los márgenes de lo socialmente aceptable ofrece una serie de ventajas a la sociedad receptora. En primer lugar permite mantener la ficción del “otro” joven, emigrante, portador de una serie de estigmas y carencias ajenos a los de “nuestro” joven autóctono. El calificativo que a menudo se añade a las “bandas latinas” es el de “importadas”, de modo que las deficiencias de las políticas sociales y educativas (barrios con graves problemas de marginalización, precarización de la inserción laboral de la población joven, dificultades en los procesos de emancipación y de acceso a la vivienda, etc.) se desdibujan cuando esas mismas deficiencias se atribuyen a un colectivo concreto y ajeno. Esta misma ficción se mantiene en lo referente a los modelos de participación, asumiendo que existe una juventud “respetable” que acepta lógicas participativas adultas, y en este caso autóctonas, en contraposición a la “otra” juventud que demanda un replanteamiento de las reglas de participación. Por otra parte, la posibilidad de legitimar a estos grupos implica visibilizar sus denuncias relativas a la posición que la sociedad receptora ofrece a los jóvenes inmigrados: condiciones laborales marcadas por el trabajo precario, estatus de “ilegales” en lo referente al acceso a la ciudadanía, entre otras prácticas de exclusión. El proceso de legalización iniciado, con todas sus implicaciones, tampoco está exento de tensiones en el seno de las propias organizaciones juveniles. La preferencia por la invisibilidad, o las ventajas que ésta supone en un entorno incomprensivo, la desconfianza hacia los agentes sociales, o los propios conflictos entre sus diferentes tendencias, comportan debates internos en los que de nuevo aparece la idea de miedo. Quizás a los jóvenes latinos también les parezca “peligroso” legitimar a la sociedad receptora…

(1) Este artículo se basa en una investigación desarrollada a lo largo de 2005, por encargo del Ayuntamiento de Barcelona (Feixa et al. 2006). En la actualidad el proyecto recibe financiación del Plan Nacional I-D+i: ¿Reyes y reinas latinos? Identidades culturales de los jóvenes de origen latinoamericano en España. [SEJ2005-09333-C0202/SOCI]. Juventud y diálogo entre civilizaciones 115

(2) Este apartado se basa en Recio & Costa (2006).

(3) A principios del 2004 se calculaba que vivían en el Estado Español unos 2.700.000 de personas de nacionalidad extranjera en diferentes situaciones jurídicas, según la Secretaría de Estado para la Inmigración, Boletín Estadístico de Inmigración y Extranjería nº 2 del Observatorio de la Inmigración, MTAS (Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales).

(4) Este apartado recupera extractos de Feixa & Canelles (2006).

(5) Extraído de la ponencia “Culturas, jóvenes latinos y sus problemas” de una portavoz de la “Almighty Latin King and Queen Nation” presentada en el Seminario “Jóvenes latinos: espacio público y cultura urbana” (Ayuntamiento de Barcelona – CIIMU). Barcelona, 21 noviembre 2005.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

– Checa, J.C.; Checa, F. 2006. “Los menores y jóvenes migrados en España. Apuntes sociodemográficos”, Checa, F. et al (eds), Menores trans la frontera, Barcelona, Icària: 83-112.

– Feixa, C.; Canelles, N. 2006. “De bandas latinas a organizaciones juveniles: la experiencia de Barcelona”, JOVENes, Revista de Estudios sobre Juventud, México DF, 24 (enero-junio): 40-55.

– Feixa, C. (dir); Porzio, L.; Recio, C. (coords). 2006. Jóvenes latinos en Barcelona. Espacio público y cultura urbana, Barcelona, Anthropos-Ajuntament de Barcelona.

– Giménez, C. 2003. ¿Qué es la inmigración?, Barcelona, RBA.

– Recio, C.; Costa, M.C. 2006. “La comunidad latina en Barcelona”, en Feixa, C. (dir); Porzio, L.; Recio, C. (coords). Jóvenes latinos en Barcelona, Barcelona, Anthropos-Ajuntament de Barcelona.

– Suárez, L. 2006. “Un nuevo actor migratorio: Jóvenes, rutas y ritos juveniles transnacionales”, Checa,

F. et al (eds), Menores trans la frontera, Barcelona, Icària: 17-50.

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