Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Poemas de Mahmud Darwish

Mahmud Darwish

Poemas de Mahmud Darwish

Sobre esta tierra

Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:

la indecisión de abril,

el olor del pan al alba,

las opiniones de una mujer sobre los hombres,

los escritos de Esquilo,

las primicias del amor,

la hierba sobre las piedras,

las madres erguidas sobre un hilo de flauta

y el miedo que los recuerdos inspiran a los invasores.

Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:

el fin de septiembre,

una dama que entra, con toda su lozanía, en la cuarentena,

la hora del sol en la cárcel,

una nube que imita un grupo de seres,

las aclamaciones de un pueblo a quienes ascienden a la muerte sonriendo

y el miedo que las canciones inspiran a los tiranos.

Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:

sobre esta tierra está la señora de la tierra,

la madre de los comienzos,

la madre de los finales.

Se llamaba Palestina.

Se sigue llamando Palestina.

Señora: yo merezco, porque tú eres mi dama,

yo merezco vivir.

Pasajeros entre palabras fugaces

Pasajeros entre palabras fugaces:

Cargad con vuestros nombres y marchaos,

Quitad vuestras horas de nuestro tiempo y marchaos,

Tomad lo que queráis del azul del mar

Y de la arena del recuerdo,

Tomad todas las fotos que queráis para saber

Lo que nunca sabréis:

Cómo las piedras de nuestra tierra

Construyen el techo del cielo.

Pasajeros entre palabras fugaces:

Vosotros tenéis espadas, nosotros sangre,

Vosotros tenéis acero y fuego, nosotros carne,

Vosotros tenéis otro tanque, nosotros piedras,

Vosotros tenéis gases lacrimógenos, nosotros lluvia,

Pero el cielo y el aire

Son los mismos para todos.

Tomad una porción de nuestra sangre y marchaos,

Entrad a la fiesta, cenad y bailad…

Luego marchaos

Para que nosotros cuidemos las rosas de los mártires

Y vivamos como queramos.

Pasajeros entre palabras fugaces:

Como polvo amargo, pasad por donde queráis, pero

No paséis entre nosotros cual insectos voladores

Porque hemos recogido la cosecha de nuestra tierra.

Tenemos trigo que sembramos y regamos con el rocío de nuestros cuerpos

Y tenemos, aquí, lo que no os gusta:

Piedras y pudor.

Llevad el pasado, si queréis, al mercado de antigüedades

Y devolved el esqueleto a la abubilla

En un plato de porcelana.

Tenemos lo que no os gusta: el futuro

Y lo que sembramos en nuestra tierra.

Pasajeros entre palabras fugaces:

Amontonad vuestras fantasías en una fosa abandonada y marchaos,

Devolved las manecillas del tiempo a la ley del becerro de oro

O al horario musical del revólver

Porque aquí tenemos lo que no os gusta. Marchaos.

Y tenemos lo que no os pertenece:

Una patria y un pueblo desangrándose,

Un país útil para el olvido y para el recuerdo.

Pasajeros entre palabras fugaces:

Es hora de que os marchéis.

Asentaos donde queráis, pero no entre nosotros.

Es hora de que os marchéis

A morir donde queráis, pero no entre nosotros

Porque tenemos trabajo en nuestra tierra

Y aquí tenemos el pasado,

La voz inicial de la vida,

Y tenemos el presente y el futuro,

Aquí tenemos esta vida y la otra.

Marchaos de nuestra tierra,

De nuestro suelo, de nuestro mar,

De nuestro trigo, de nuestra sal, de nuestras heridas,

De todo… marchaos

De los recuerdos de la memoria,

Pasajeros entre palabras fugaces.

Mi madre

Añoro el pan de mi madre,

El café de mi madre,

Las caricias de mi madre…

Día a día,

La infancia crece en mí

Y deseo vivir porque

Si muero, sentiré

Vergüenza de las lágrimas de mi madre.

Si algún día regreso, tórname en

Adorno de tus pestañas,

Cubre mis huesos con hierba

Purificada con el agua bendita de tus tobillos

Y átame con un mechón de tu cabello

O con un hilo del borde de tu vestido…

Tal vez me convierta en un dios,

Sí, en un dios,

Si logro tocar el fondo de tu corazón.

Si regreso. Tórname en

Leña de tu fuego encendido

O en cuerda de tender en la azotea de tu casa

Porque no puedo sostenerme

Sin tu oración cotidiana.

He envejecido. Devuélveme las estrellas de la infancia

Para que pueda emprender

Con los pájaros pequeños

El camino de regreso

Al nido donde tú aguardas.

Cuatro direcciones personales

1. Un metro cuadrado en la cárcel

Ésta es la puerta, y detrás el paraíso del corazón. Nuestras cosas, todo lo que nos pertenece se esfuma. La puerta es la puerta, puerta de la metáfora, puerta del cuento, puerta que purifica a septiembre, puerta que lleva los campos a la génesis del trigo. La puerta no tiene puerta, pero yo puedo acceder a mi salida, enamorado de lo que veo y no veo. ¿Tanta gracia y belleza en la tierra y la puerta no tiene puerta? Mi celda no ilumina más que mi interior. Que la paz sea conmigo, y paz al muro de la voz. Para alabar mi libertad he compuesto diez poemas, aquí y allí. Amo las migajas de cielo que se infiltran por el tragaluz de la cárcel, un metro de luz donde nadan los caballos y las pequeñas cosas de mi madre, el perfume del café en su ropa cuando abre la puerta del día a sus gallinas. Amo la naturaleza entre otoño e invierno, a los hijos de nuestro carcelero y las revistas esparcidas por las aceras lejanas. He compuesto veinte canciones satíricas del lugar donde no hay espacio para nosotros. Mi libertad: ser lo contrario de lo que quieren que sea. Mi libertad: ampliar mi celda, continuar la canción de la puerta. Puerta es la puerta. La puerta no tiene puerta pero yo puedo acceder a mi interior…

2. Asiento en un tren

Pañuelos que no son para nosotros. Amantes del último minuto. Luces de la estación. Rosas que pierden un corazón en busca de un abrigo para la ternura. Lágrimas que traicionan a las aceras. Mitos que no son para nosotros. Desde aquí, ellos han partido. ¿Tenemos a alguien allí para que se alegre a la llegada? Lirios que no son para nosotros porque besaríamos los raíles. Viajamos en busca del vacío pero no nos gustan los trenes cuando sus estaciones son nuevos exilios. Lámparas que no son para nosotros porque veríamos a nuestro amor de pie, esperando el humo. Tren rápido que corta los lagos. Y en cada bolsillo, las llaves de una casa y la foto de una familia. Los pasajeros del tren regresan con su gente, pero nosotros no regresamos a ninguna casa. Nosotros viajamos en busca del vacío para encontrar la rectitud de las mariposas. Ventanas que no son para nosotros y saludos en todas las lenguas. ¿La tierra era más clara cuando cabalgábamos en los caballos antiguos? ¿Dónde están los caballos, las vírgenes de los cantos y los himnos de la naturaleza que estaban en nosotros? Yo estoy lejos de mi lejanía. ¡Qué lejano está el amor! Las chicas nos capturan, rápidas como ladrones de mercancías. Olvidamos las direcciones en las ventanillas de los trenes. Nosotros, que amamos diez minutos, no podemos regresar a ninguna casa familiar, no podemos atravesar el eco dos veces.

3. La sala de cuidados intensivos

El viento me lleva hasta que la tierra me resulta estrecha. Tengo que volar y embridar el viento, pero no soy más que un hombre. He sentido un millón de flautas desgarrándome el pecho, he sudado hielo y he visto mi tumba en mi mano, he dado vueltas en la cama, he vomitado y me he desvanecido un momento. Estoy muerto. Antes de la muerte breve he gritado: te quiero. ¿Entraré a la muerte sobre tus pies? Estoy muerto, completamente muerto. La muerte es tranquila, no llores. La muerte es tranquila, si no fuera por tus manos golpeando mi pecho para que regrese de mi muerte. Te quiero antes y después de la muerte, pero en el intervalo, sólo he visto el rostro de mi madre.

Es el corazón, que se ha perdido un momento antes de regresar. Le pregunto a mi amada: ¿En qué corazón he dado? Ella se inclina sobre mi corazón y cubre mi pregunta con sus lágrimas. ¡Ay, corazón, cómo me has mentido derribándome de mi relincho!

Nos queda mucho tiempo, corazón. Ve al encuentro de la abubilla llegada de la tierra de Balquís.

Hemos enviado las misivas, atravesado treinta mares, sesenta riberas y nos queda vida suficiente para ser dispersados.

¡Ay, corazón, cómo has mentido a un caballo que no se cansa de los vientos! Ve despacio para que completemos este último abrazo y nos prosternemos.

Ve despacio… despacio, para que sepa si eres mi corazón o su voz cuando ella grita: tómame.

4. Habitación de hotel

Que la paz sea con el amor el día que venga, el día que muera y el día que cambie de amantes en los hoteles. ¿Qué tiene el amor que perder? Nosotros tomaremos café en la tarde del jardín. En la cena, contaremos las historias de nuestro exilio, luego nos iremos a una habitación para continuar la búsqueda, como dos extranjeros, de una noche de ternura…

Dejaremos restos de palabras en dos sillas, dejaremos nuestros cigarrillos y otros vendrán para prolongar nuestra velada y el humo. Dejaremos un poco de sueño en la almohada y otros vendrán y se dormirán en nuestro sueño… ¿Cómo creer a nuestros cuerpos en los hoteles? ¿Cómo creer a nuestros secretos? Otros vendrán y prolongarán nuestro grito en la penumbra de dos cuerpos entrelazados… Nosotros no somos más que dos números tendidos en una cama común y decimos lo que han dicho hace poco dos que han pasado por el amor. Llegan las despedidas rápidas. ¿Ha sido un encuentro breve para que olvidemos a quienes nos han amado en otros hoteles? ¿No has dicho alguna vez estas palabras desenfrenadas a otro? ¿No he dicho yo alguna vez estas palabras desenfrenadas a otra, en otro hotel o aquí, en esta cama? Daremos los mismos pasos para que vengan otros y den estos pasos…

Estado de sitio (fragmento)

Aquí, en la falda de las colinas, ante el ocaso

y las fauces del tiempo,

junto a huertos de sombras arrancadas,

hacemos lo que hacen los prisioneros,

lo que hacen los desempleados:

alimentamos la esperanza.

Un país preparado para el alba.

Nuestra obsesión por la victoria

nos ha entontecido:

no hay noche en nuestra noche que con la artillería refulge;

el enemigo vela,

el enemigo nos alumbra

en el sótano oscuro.

Aquí, tras los versos de Job, a nadie esperamos.

Aquí no hay yo,

aquí Adán recuerda su arcilla…

Este sitio durará hasta que enseñemos al enemigo

algún poema de la yahiliya.*

El cielo es gris plomizo a media mañana,

anaranjado por las noches. Los corazones

son neutros, como las rosas en el seto.

Bajo sitio, la vida se torna tiempo:

memoria del principio,

olvido del final.

La vida.

La vida plena,

la vida a medias,

acoge una estrella cercana

atemporal,

y una nube emigrada

aespacial.

Y la vida aquí

se pregunta:

¿Cómo resucitar a la vida?

Él dice al borde de la muerte:

No me queda un rincón que perder,

libre soy a un palmo de mi libertad,

el mañana al alcance de mi mano…

Pronto, me adentraré en mi vida,

naceré libre, sin padres,

y tomaré por nombre letras de lapislázuli…

Aquí, en los altos del humo, en la escalera de casa,

no hay tiempo para el tiempo,

hacemos lo que hace quien se eleva hacia Dios:

olvidamos el dolor.

El dolor:

que la señora de la casa no tienda la colada

por la mañana, que se conforme con lavar esta bandera.

Nada de ecos homéricos aquí.

Los mitos llaman a la puerta cuando los necesitamos.

Nada de ecos homéricos…

Aquí un general excava un Estado dormido

bajo las ruinas de una Troya inminente.

Los soldados calculan la distancia entre el ser

y la nada

con la mirilla del tanque.

Calculamos la distancia entre el propio cuerpo

y las bombas… con un sexto sentido.

Vosotros, los apostados en el umbral, pasad,

tomaos con nosotros un café árabe

—acaso os sintáis seres humanos como nosotros—.

Vosotros, los apostados en el umbral de las casas,

largaos de nuestras mañanas,

necesitamos creernos

seres humanos como vosotros.

(Tomado de Mahmud Darwix, Estado de sitio, traducción de Luz Gómez García, Madrid, Cátedra, 2002)

Muhammad (1)

Muhammad,

quiere volver a casa, no tiene

bicicleta, tampoco una camisa nueva.

Quiere irse a hacer los deberes

del cuaderno de conjugación y gramática: llévame

a casa, papá, que quiero preparar la lección

y cumplir años uno a uno…

en la playa, bajo la palmera…

Que no se aleje todo, que no se aleje…

Muhammad,

se enfrenta a un ejército, sin piedras ni

metralla, no escribe en el muro: ‘Mi libertad

no morirá’ -aún no tiene libertad

que defender, ni un horizonte para la paloma

de Picasso. Nace eternamente el niño

con su nombre maldito.

¿Cuántas veces renacerá, criatura

sin país… sin tiempo para ser niño?

¿Dónde soñará si se queda dormido…

si la tierra es llaga… y templo?

Muhammad,

ve su muerte viniendo ineluctable, pero

se acuerda de una pantera que vio en la tele,

una gran pantera con una cría de gacela acorralada; mas al

oler de cerca la leche

no se abalanza,

como si la leche domara a la fiera de la estepa.

‘Entonces -dice el chico- me voy a salvar’.

Y se echa a llorar: ‘mi vida es un escondite

en la alacena de mi madre, me voy a salvar… yo daré fe’.

Muhammad,

ángel pobre a escasa distancia del

fusil de un cazador de sangre fría. Uno

a uno la cámara acecha los movimientos del niño,

que se funde con su imagen:

su rostro, como la mañana, está claro,

claro su corazón como una manzana,

claros sus diez dedos como cirios,

claro el rocío en sus pantalones.

Su cazador debería habérselo pensado

dos veces: le voy a dejar hasta que sepa deletrear

esa Palestina suya sin equivocarse…

me lo guardo en prenda

y ya le mataré mañana, ¡cuando se revuelva!

Muhammad,

un jesusito duerme y sueña en

el corazón de un icono

fabricado de cobre,

de madera de olivo,

y del espíritu de un pueblo renovado.

Muhammad,

hay más sangre de la que precisan los noticiarios

y a ellos les gusta: súbete ya

al séptimo cielo,

Muhammad.

(Traducción de Luz Gómez García)

1.-Este poema se publicó originalmente en el periódico al-Quds el 21/22 de octubre de 2000; recrea las conocidas imágenes del asesinato, el 30 de septiembre de 2000, del niño Muhammad ad-Durra, acribillado por el ejército israelí en brazos de su padre.

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