Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El “qué hacer” de Joaquín Miras

Salvador López Arnal

No necesita presentación. Joaquín Miras es, además de profesor, filósofo, activista, escritor, historiador, una de las almas esenciales de Espai Marx y maestro admirado de muchos de nosotros. Acaba de ser entrevistado por Miguel Ángel Doménech para “La Cabaña de Babeuf”: “ROJOS PENSANTES: Siete preguntas a JOAQUIN MIRAS” [1]. No se pierdan la conversación, es imprescindible. En serio, sin retórica vacía, con la verdad que gustaba a Gramsci, sin ciega pasión de admirador acrítico.

Un breve ejemplo para probar que no hablo por hablar ni a calzón bajado ni por romper un prudente silencio.

Para Joaquín Miras ‘volver a recuperar la práctica política desde la izquierda exige recoger como guía esa triada de elementos […]: filosofía, actividad política, vida cotidiana, que casi parece un resumen de algún texto de Gramsci”. El del cuaderno X sobre la filosofía de Benedetto Croce, tan inspiradamente hegeliano, señala.

Necesitamos aprovechar la situación, prosigue, “para comenzar a crear una nueva cultura de vida”. ¿Nueva cultura de vida? “Un nuevo ethos, una nueva hegemonía cultural o un nuevo estado, desde ya, desde los intersticios de lo que hay”.

La política, para el activista de Espai Marx, “debe interpelar a la experiencia de cada persona”, a la experiencia que surge de su vida cotidiana, que debe ser interpelarla a la acción, esto es, “a incorporarse a la lucha organizada, y debe ser capaz de proponer tareas, que deben ser asumidas directamente por cada persona”, tareas que exijan la creatividad de cada uno de nosotros, que no debe obedecer “las directrices en una nueva versión de fordismo político, de cadena de producción política cuyo puesto de mando está fuera de sus operarios”.

Crear una nueva cultura, insiste Miras, es el elemento fundamental y “luchar contra las agresiones feroces de la clase capitalista es el asunto inmediato”.

La política es aquí “el nombre que recibe la filosofía, una filosofía que sabe que la historia es el resultado no previsible”, en tanto que proceso real en el que constantemente surgen “nuevas y no pronosticables capacidades subjetivas y situaciones objetivas como consecuencia de la propia actividad organizada”, de la praxis humana. El nombre de esta praxis que se plantea la transformación del ethos histórico es “política”. La filosofía que por antonomasia “pugna por cambiar el modo de vivir es el filosofar praxeológico [2] que se denomina política”.

Para Miras, una filosofía sólo es tal, “sólo permanece en la humanidad, aunque en lo inmediato o aparente desaparezca como cuerpo de ideas”, en la medida en que “pasa a objetivarse en el mundo e imprime su huella en él y lo transforma”. La política, en el sentido más noble del concepto, es “la praxis que ejecuta esa tarea y modifica la sociedad y al ser humano, y hace que la ‘historia cambie”.

Una filosofía así, una filosofía que tiene como finalidad “crear un nuevo vivir, y que en la medida en que inspira a que cada individuo hace que este se incorpore a la praxis creativa”, ya está generando, ya ayuda a generar de hecho ese nuevo vivir, genera “nueva antropología”, posibilita un ser humano con finalidades alternativas y con formas humanizadas, justas y razonables de ubicarse en el mundo. Por lo demás, “una política filosófica, en tanto que no es un proyecto creado por un estado mayor, no es un programa para ser ejecutado desde las instituciones político administrativas’. El nudo crítico de este último apunte respecto a cualquier versión de la política de vértice o de la política reducida a su arista institucional es evidente.

Hasta aquí sólo el aperitivo. Mucho, mucho más en el menú completo, que, me permito la insistencia, es imprescindible para cualquier lector/a de izquierdas (e incluso para un lector de derecha inteligente y documentado).

Notas:

[1] http://republicadelosiguales.blogspot.com.es/2012/04/rojos-pensantes-siete-preguntas-joaquin.html

[2] Joaquín Miras es uno de los discípulos de Sacristán que mejor ha iluminado su noción de praxeología.

En “¿A qué género literario pertenece El Capital de Marx?”, mientras tanto 66, pp. 35-36 (ahora en Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, Trotta, Madrid, 2007, edición de Albert Domingo Curto), señalaba Sacristán:

“El “género literario” del Marx maduro no es la teoría en el sentido fuerte o formal que hoy tiene esa palabra. Pero tampoco es -como quería Croce- el género literario de Ricardo. Y ello porque Ricardo no se ha propuesto lo que esencialmente se propone Marx: fundamentar y formular racionalmente un proyecto de transformación de la sociedad. Esta especial ocupación -que acaso pudiera llamarse “praxeología, de fundamentación científica de una práctica- es el “género literario” bajo el cual caen todas las obras de madurez de Marx, y hasta una gran parte de su epistolario. Por ello es inútil leer las obras de Marx como teoría pura en el sentido formal de la sistemática universitaria, y es inútil leerlas como si fueran puros programas de acción política. Ni tampoco son las dos cosas “a la vez”, sumadas, por así decirlo: sino que son un discurso continuo, no cortado, que va constantemente del programa a la fundamentación científica, y viceversa”.

Es obvio, proseguía el traductor de El Capital, “desconocerlo sería confundir la “praxeología” marxiana con un pragmatismo”, que la ocupación intelectual obligó a Marx “a dominar y esclarecer científicamente la mayor cantidad de material posible y, por lo tanto, que siempre será una operación admisible y con sentido la crítica meramente científica de los elementos meramente teóricos de la obra de Marx…” Pero, advertía Sacristán, lo único realmente estéril era hacer de la obra de Marx algo que por fuerza tuviera que encasillarse en la sistemática intelectual académica: “forzar su discurso en el de la pura teoría, como hizo la interpretación socialdemócrata y hacen hoy [1967] los althusserianos, o forzarlo en la pura filosofía, en la mera postulación de ideales, como hacen hoy numerosos intelectuales católicos tan bien intencionados como unilaterales en su lectura de Marx”.

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