Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Perspectiva actual de Labriola, Gramsci y Togliatti

José María Laso Prieto

Sistema. Revista de Ciencias Sociales, nº 27; noviembre de 1978, Madrid. Texto preparado para la edición digital por Uriel Bonilla

En un artículo publicado recientemente en la revista Argumentos [1]sosteníamos que para los españoles tiene particular relevancia el modelo italiano. Pero no exclusivamente como modelo de desarrollo económico, ya que este tipo de paradigmas implica siempre el riesgo de una aplicación mecanicista fuera del contexto que lo hizo operativo. Se trata, por el contrario, de referencias mucho más matizadas que tienen por base la previsibilidad de que en los próximos años vamos a alcanzar en España niveles de desarrollo económico, político y social muy similares a los logrados por el pueblo italiano. Con ello será posible que los españoles podamos utilizar un fecundo acervo de experiencias político-sociales y elaboraciones científicas del que la dictadura franquista nos mantenía artificialmente alejados, a pesar de los fuertes lazos históricos existentes entre ambos pueblos.

Precisamente, uno de los rasgos específicos que singularizan a la cultura italiana contemporánea estriba en el fuerte influjo que sobre ella ha ejercido el pensamiento marxista. Sin embargo, en este caso no se trata –como ha sucedido en otros países– de un pensamiento trivializado por las impregnaciones positivistas y sumido en la inercia propia de la divulgación populista. Por el contrario, nos referimos a un pensamiento marxista muy elaborado que ha logrado depurarse de la ganga positivista-mecanicista, reforzando simultáneamente los intensos nexos orgánicos que le unen a la clase obrera.

Con la perspectiva histórica que proporcionan los años transcurridos, desde su inicial etapa heroica, estamos en mejores condiciones de apreciar la trascendencia que para el movimiento obrero internacional ha supuesto la aportación italiana. Aportación que conjunta en síntesis fecunda movimientos de masas como los consejos de Turín, los «arditi del popolo» y la resistencia antifascista, con las elaboraciones teóricas de tres pensadores marxistas de la magnitud de Labriola, Gramsci y Togliatti. Salvadas las naturales distancias históricas, el fenómeno recuerda la fecundidad del Renacimiento italiano, que, en feliz síntesis expresiva de Engels, «… fue una época que requería titanes y que engendró titanes por la fuerza del pensamiento, por la pasión y el carácter, por la universalidad y la erudición».

En su génesis histórica constituía también tarea propia de tales titanes insertar operativamente en el contexto cultural italiano una fundamentación rigurosa del marxismo. Después del predominio de las corrientes idealistas como Il Risorgimento, se había producido una fuerte reacción positivista que anegaba todas las facetas de su cultura. No fue a ello inmune el marxismo italiano y el fenómeno se acentuó gradualmente hasta caer en las trivializaciones que personifican las concepciones de Achille Loria y Enrico Ferri. De ahí la importancia del trabajo de Antonio Labriola, destinado a elaborar una concepción de la filosofía de la praxis que proporcionase al marxismo su necesaria autonomía filosófica. Así lo valora Togliatti en su ensayo Gramsci y el leninismo al precisar que «… en Antonio Labriola se observa bien, se descubre, sin duda, la más válida concepción que ha sido elaborada en nuestro país de la filosofía de la praxis como una visión autónoma de la realidad y del mundo …» [2].

En realidad, tanto las valiosas aportaciones de Labriola como sus propias limitaciones, están ligadas al incipiente grado de desarrollo que durante su actividad intelectual había alcanzado el proceso de concienciación marxista del proletariado italiano. Como primer pensador marxista de su país, Antonio Labriola se esforzó en las últimas décadas del siglo XIX y hasta su fallecimiento en 1904 en combatir el economicismo imperante en el movimiento obrero italiano. Previamente, durante su etapa estudiantil en el Nápoles natal y más tarde como profesor de filosofía de la historia en la Universidad de Roma, Labriola supera en un arduo esfuerzo su idealismo hegeliano inicial y el democratismo burgués original para situarse firmemente en una perspectiva marxista. Así, en 1895 Labriola subraya ya que, con la aparición del materialismo histórico, el comunismo había dejado de ser una «suposición problemática» para presentarse como culminación de la lucha de clases. Para Labriola la publicación del Manifiesto comunista constituía una revolución de las ciencias sociales que situaba en la debida perspectiva la relación estructura-superestructura de la sociedad. Coherentemente, a la vez que señalaba el carácter derivado de la superestructura, rechazaba el determinismo económico al considerar que el elemento económico sólo en última instancia determina la orientación del pensamiento.

Tratando de justificar la persistente utilidad de leer a Labriola, Manuel Sacristán señala –después de criticar la garrulería académica en la que se insertaba el filósofo italiano– que lo notable es que en la nueva fase del marxismo, originada por la crisis de la II Internacional y la genial aportación leninista, autores que junto con Lenin y Lukács han recibido inspiración de Labriola (Gramsci) o han encontrado en sus escritos ya formuladas orientaciones que ellos mismos iban consiguiendo laboriosamente (Korsch) constituyen en ese sentido testimonios de gran autoridad. Esto le sugiere a Sacristán la opinión de que en la obra y actuación de Labriola hay algo suficientemente valioso para que su enunciado compense de mucha palabra conceptualmente infantil y de la misma falta de realización del concepto.

En definitiva, para Sacristán, «… la intención intelectual de Labriola era precisamente luchar contra esos vicios de época y ambiente, era una intención de criticismo, rigor y cautela intelectual. En su correspondencia con Sorel, Labriola expresa claramente su ambición de un pensamiento crítico, conscientemente experimental y cautamente antiverbalista. Además, sus campañas por una buena lectura de Marx y su conocimiento amplio y directo del maestro documentan la seriedad que Labriola puso en su esfuerzo. Las condiciones de su vida son probablemente la causa principal de que las intenciones intelectuales quedaran en sus escritos casi meramente enunciadas como tales intenciones sin llegar a realizarse suficientemente en la concreta resolución o elaboración de sus problemas» [3].

A partir de 1890 Labriola sostiene correspondencia con Engels, y dos años más tarde es uno de los fundadores del Partido Socialista. En 1895 publica su comentario al Manifiesto comunista y Benedetto Croce, por entonces aún ex-alumno entusiasta de Labriola, promueve activamente la edición del texto. En él, además del ya señalado antieconomicismo, Labriola destaca la tesis de la independencia filosófica del marxismo. Con ello se distingue de otros pensadores marxistas de la época y es el componente de sus ideas que más subrayan Gramsci y Korsch cuando hablan con elogio de su obra. Esta concepción se enfrenta a las tendencias positivistas o formalistas que pretenden completar el marxismo con los elementos que puedan faltarle desde el punto de vista académico-escolástico de la división de la cultura. De ahí que Labriola esclareciese con más precisión que cualquier otro autor marxista contemporáneo la originalidad e independencia del marxismo como totalidad concreta, el hecho de que, como pensamiento, no pertenece a ninguna «especialidad», a ningún género preexistente.

Rechazando todo escolasticismo, Labriola recupera plenamente la concepción marxista de práctica que había sido diluida por el empirismo estrecho de la socialdemocracia en su doble tendencia al positivismo y a la especulación filosófica tradicional. Así, en su correspondencia con Sorel, Labriola define con todo rigor la concepción marxista de praxis: «La naturaleza, o sea, la evolución histórica del hombre se encuentra en el proceso de la praxis; y al decir praxis, desde este punto de vista de la totalidad, se pretende eliminar la oposición vulgar entre teoría y práctica; porque, dicho de otro modo, la historia es la historia del trabajo, y así como, por una parte, en el trabajo íntegramente entendido de ese modo va implícito el desarrollo implícitamente proporcionado y proporcional de las actitudes mentales y de las actividades operativas, así también, por otra, en el concepto de historia del trabajo va implícita la forma siempre social del trabajo mismo y el variar de esa forma; el hombre histórico es siempre el hombre social».

Según Sacristán, esta noción totalizadora de práctica explica la manera de decir de Labriola que Gramsci recogerá literalmente. En definitiva, para Labriola la filosofía de la praxis constituye la médula del materialismo histórico. Y aunque Labriola no ha producido una obra de realización de esa idea en la interpretación de la historia y de la vida social, ni tampoco el intento de construir una política comunista, esas tareas fueron posteriormente el contenido de la obra de Gramsci en la cárcel. Pero su formulación, que queda como mero programa teórico, es sensible, aguda y lo suficientemente exacta como para que Gramsci haya podido recogerla en su propio trabajo. Eso pone a Labriola en los orígenes de una importante corriente del marxismo.

Singularidad de la aportación de Gramsci

La labor de autentificación del pensamiento marxista emprendida por Labriola constituía una tarea global y, en consecuencia, requería no sólo efectuar la conexión con las condiciones objetivas en que se desarrollaba el movimiento obrero italiano, sino un replanteamiento del conjunto de la cultura del país. En ese sentido la aportación filosófica de Benedetto Croce resultó fundamental, ya que acentuó los rasgos específicos de la cultura italiana. La crítica demoledora que Gramsci lleva a cabo en sus Cuadernos de cárcel de las facetas más negativas de la filosofía idealista de Croce no debe ocultarnos la contribución de éste a la formación del filósofo marxista italiano. En realidad Gramsci siempre valoró la dedicación de Croce a la lucha antipositivista y al intento de restablecimiento en su lugar idóneo de la actividad filosófica. No menor resultó su apreciación de la aportación laica y civilista del pensamiento de Croce.

Sin embargo, Gramsci observa también críticamente: «… para Croce, toda concepción del mundo, toda filosofía, es una “religión”, en la medida en que llega a ser una norma de vida, una moral». Y aunque posteriormente Gramsci criticó el haber hecho de la «religión de la libertad» la religión de una minoría selecta, al no haber llevado ese movimiento cultural hacia las masas, no por ello renuncia a su retraducción. Esa retraducción se hacía precisamente tanto más necesaria para lograr, a través de la obra de Croce y capitalizando su prestigio intelectual, una vuelta a Hegel que depurase a la cultura y al marxismo italiano de sus lastres positivistas. Operación, por otra parte, no desprovista de riesgos, ya que en ella se basa la carga de voluntarismo subjetivista que Gramsci arrastró en una amplia etapa de su formación marxista.

Sin que para ello supongan un obstáculo sus reminiscencias idealistas de 1918 opone Gramsci la filosofía de la praxis a la ideología de Croce. En su pensamiento confluyen ya entonces –en síntesis dialéctica– Croce y Labriola. Se inicia así una etapa en la que, como en su día expresó Sacristán, «… toda la obra de Gramsci queda estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento adecuado del marxismo y de elevar esta concepción filosófica, que por necesidades de la vida práctica se había venido “vulgarizando”, a la altura que debe de alcanzar para la solución de las tareas más complejas que impone el actual desarrollo histórico, es decir, elevarlo a la creación de una cultura integral». Según Sacristán, «Gramsci cumplirá esta tarea, de acuerdo con la inspiración básica de Marx, no eliminado del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta que se ha alcanzado en la literatura filosófica marxista. Por encima del accidental origen de la expresión, Gramsci es realmente el filósofo de la práctica» [4]. Lo que no significa en absoluto que Gramsci sea un pragmatista. Por el contrario, y para evitar equívocos en este sentido, Sacristán señala muy acertadamente que «… además de tener siempre en cuenta la necesaria logicidad formal, su primer problema –el de cohonestar ciencia y práctica– se resuelva precisamente mediante una crítica del pragmatismo y del positivismo general».

De ese modo Gramsci profundiza su posición juvenil, que se había caracterizado por una fuere reacción antipositivista tanto en el plano filosófico-científico como en el específicamente político. Su mordacidad frente a las trivializaciones positivista de un Achille Loria se complemente muy coherentemente con la crítica constante al empirismo estrecho de la II Internacional. El precoz instinto político de Gramsci le hizo percibir, ya desde sus primeros escritos, que el cientifismo tras el que se ocultaban las posiciones oportunistas de los líderes socialdemócratas tenía no sólo raíces sociales objetivas, sino también fundamentos gnoseológicos de claro origen positivista. A la pretensión, que pronto se generalizaría en esos medios, de que la Revolución de Octubre no era factible y estaba condenada al fracaso por su carácter prematuro, Gramsci opone su trabajo «La revolución contra El capital». Título paradójico, pero sumamente aleccionador. Gramsci reacciona –en frase de Togliatti– «contra las consecuencias negativas de una concepción pedante, mecanicista del marxismo y del proceso mismo del movimiento obrero», muy arraigada en los mencheviques rusos y que iba a encontrar en Kautsky su máxima expresión teórica. Frente al objetivismo economicista con que Plejanov y sus colegas socialdemócratas occidentales, basándose en una concepción petrificada y dogmática del marxismo, trataban de utópica toda praxis revolucionaria del proletariado, elabora Gramsci nuevas concepciones que, a pesar de contener todavía una apreciable carga de voluntarismo, pronto evidenciarían un gran realismo político. En este sentido la coincidencia entre Lenin y Gramsci fue total, ya que, no obstante las diferencias en sus procesos de formación, en ambos líderes marxistas de daba una profunda concepción revolucionaria que les permitía captar lúcidamente las condiciones mínimas necesarias para que el proletariado pudiese abordar seriamente la ineludible tarea de la conquista del poder político.

En su propio marco italiano, Gramsci percibe que en muchos dirigentes del Partido Sociales «faltaba la concepción del desarrollo histórico que no puede ser entendida solamente como evolución objetiva de las relaciones económicas productivas –desarrollo de las luchas parciales económicas y políticas de los trabajadores– y, finalmente, como coronación de esa evolución y de ese desarrollo, una milagrosa catástrofe». Lo que faltaba era la noción misma de las modificaciones y del vuelco de las relaciones de poder en la sociedad, de la necesidad de la ruptura del bloque dominante y de la creación revolucionaria del nuevo bloque. Es esta noción, en cambio, la que Gramsci puso como base de todo su pensamiento y de toda su acción futura. Esta fue la conquista más grande por él realizada, opina Togliatti en su ya citado artículo acerca de «Gramsci y el leninismo».

Empero si la aportación gramsciana al caudal teórico del movimiento obrero la limitásemos al enriquecimiento de sus componente subjetivos, que logra mediante sus análisis superestructurales, no superaríamos una línea de interpretación ya rutinaria en los estudios de su pensamiento. . En consecuencia, consideramos muy fecundo el intento realizado por el profesor Gustavo Bueno de aplicar a una faceta básica del pensamiento de Gramsci los «ejes» del sistema hegeliano. La utilización de tales coordenadas permiten comprender mejor la sustantividad propia que las concepciones gramscianas han obtenido en el pensamiento marxista. Particularmente en cuanto al desplazamiento, señalado por Gustavo Bueno y llevado a cabo por Gramsci, «del materialismo histórico a un lugar ontológico que de algún modo es previo –no naturalmente en sentido cronológico– a las oposiciones entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la base y la superestructura. Este lugar ontológico es, con palabras de Gramsci, la historia» [5] .

Ahora bien, esta sustantividad de la aportación de Gramsci al acervo común del pensamiento marxista no se limita al campo doctrinal. Todo lo contrario. En Gramsci, no obstante sus preocupaciones teóricas y el elevado nivel con que abordó las más complejas tareas intelectuales, la actividad del militante revolucionario ocupa un primer plano. Militante muy activo del Partido Socialista primero. Colaborador asiduo de la prensa obrera y fundador más tarde del Partido Comunista italiano. Propagandista incansable, tanto en el plano de la divulgación periodística como del más riguroso análisis ideológico. Activo agitador en el seno de los Consejos Obreros de Turín y el mejor generalizador teórico de las experiencias que se derivaban de su actuación. Orador parlamentario que desafía a Mussolini en el Congreso en la fase de euforia fascista que sigue a la conquista del poder. Víctima de una dura represión que se ensaña con su débil organismo físico y preso político digno e insobornable. Todas estas facetas de su muy diversificada personalidad tienden a un mismo fin: se trata ante todo de acrecentar el poder de las masas mediante el arma contundente que proporciona el más riguroso análisis científico de la realidad a transformar.

Contrastando con Althusser, en Gramsci no se trata de realizar bonitas disertaciones sobre la relación teórico-práctica o de concebir una práctica-teórica como praxis básica del científico o del investigador social. Lo que le preocupa es, por el contrario, el hallazgo de los nexos orgánicos necesarios para que los intelectuales que se han unido al campo del proletariado engranen operativamente con las acciones revolucionarias de las masas. Es por ello Gramsci uno de los pensadores contemporáneos donde más nítida y lúcidamente se realiza la concepción de Gustavo Bueno acerca de una conciencia filosófica políticamente implantada.

Conviene, no obstante, efectuar la distinción de que el énfasis gramsciano en una praxis revolucionaria real y la preocupación de dotarla de los instrumentos conceptuales necesarios (bloque histórico, hegemonía, intelectual orgánico, intelectual tradicional, crisis orgánica, etc.) o de los instrumentos políticos precisos (consejos obreros, Príncipe Moderno = partido político, intelectual colectivo, etc.) no ha de inducirnos a considerar que en sus concepciones privilegia la faceta operativa. Siempre se rebeló, por el contrario, frente «al excesivo realismo político, que lleva a afirmar que el hombre de Estado debe operar sólo en el marco de la realidad efectiva» y no debe interesarse por el deber ser, sino sólo por el ser. Refuta enérgicamente el empirismo estrecho o la miopía política, «que no permite ver más allá de la nariz».

Tampoco cabría incluir a Gramsci en el ámbito de ese sociologismo banal que tanto ha contribuido a rebajar en algunas etapas de su desarrollo determinados niveles del pensamiento marxista. Gramsci combatió con especial energía las manifestaciones de reduccionismo sociologista. Para nuestro propósito, esclarecedor de la perspectiva gramsciana, nada más adecuado que reproducir un fragmento de su crítica a Bujarin en el que Gramsci logra una síntesis muy precisa de su posición: «La reducción de la filosofía de la praxis a una sociología ha representado la cristalización de la tendencia vulgar, ya criticada por Engels, y consistente en reducir la concepción del mundo a un formulario mecánico, que da la impresión de meterse a toda la historia en el bolsillo. Ella ha sido el mayor incentivo para las fáciles improvisaciones periodísticas de los genialoides. La experiencia en que se basa la filosofía de la praxis no debe ser esquematizada; es la historia misma en su infinita variedad y multiplicidad, cuyo estudio puede dar lugar al nacimiento de la “filosofía” como método de la erudición, en la versificación de los hechos particulares, y al nacimiento de la filosofía entendida como metodología de la historia».

No es cuestión, sin embargo, únicamente de una metodología general de la historia. La preocupación específica del «hic et nunc» complementa el enfoque global. Gramsci se planteó ante todo la tarea de contribuir a resolver el problema planteado por la necesidad de que el proletariado italiano afrontase seriamente la conquista del poder. Y no sólo del poder político, entendido como expresión directa de la sociedad política, sino también de la captación del consenso popular preciso para hacerse con la hegemonía de la sociedad civil. Así trataba Gramsci de evitar los graves errores cometido en Alemania, Hungría, etc., mediante la aplicación mecánica de las experiencias de la Revolución de Octubre a países donde se daban condiciones muy distintas a las que había caracterizado a los territorios sometidos a la autocracia zarista. Empero el análisis realizado por Gramsci en su extraordinariamente lúcido trabajo Guerra de movimiento y guerra de posición, trascendía el marco concreto italiano para pasar a ser paradigmático de las sociedades industrializadas. Para Gramsci y no se trata sólo de que en octubre se hubiese producido –según la formulación de Lenin– la ruptura del eslabón más débil de la cadena imperialista como consecuencia de las contradicciones engendradas pro la guerra. Ese fue un factor coadyuvante, como detonador, de un proceso explosivo propiciado porque en la vieja Rusia «el Estado lo era todo y la sociedad civil resultaba primitiva y gelatinosa». Pero en las condiciones de las sociedades industrializadas de Occidente la situación es muy distinta. En ellas la burguesía realizó en su momento la revolución u obtuvo, por uno u otro medio, el dominio del aparato estatal. Después –antes, o simultáneamente, según los casos– tuvo lugar un amplio proceso de sedimentación histórica en que ese dominio coercitivo se complementó con la dirección intelectual y moral de las masas subordinadas. Es decir, con la imposición de la hegemonía cultural que aseguró el consenso popular en un grado jamás obtenido en anteriores etapas de la explotación del hombre por el hombre. Con ello el elemento represivo, propio de la sociedad política, se mantiene generalmente en estado potencial y sólo de forma excepcional en los momentos de ruptura en que se producen las crisis orgánicas, requiere ser utilizado por la clase hegemónica. De ahí la potencia de la inercia defensiva que adquieren las instituciones de las superestructuras propias de este tipo de sociedades hasta el punto de que son capaces de sortear crisis tan espectaculares como el Mayo francés.

En tales condiciones no cabe plantearse únicamente, como en el Octubre soviético, el ataque frontal a la trinchera estatal. Gramsci considera que en Occidente esa trinchera está conectada a una serie de fortines y bunkers escalonados a diversa profundidad que constituyen los puntos neurálgicos de una sociedad civil sumamente desarrollada. Manteniendo la expresiva metáfora bélica gramsciana, cabe considerar a los intelectuales orgánicos como los ingenieros que han construido esas líneas complementarias de defensa y asimismo como los oficiales que las mantienen. Pero no se trata de francotiradores aislados, como sería propio del concepto tradicional de intelectual, sino de cuadros militares organizados como fuerza coherente. Y cada clase social hegemónica, o que aspira a serlo, debe brearse sus propios cuadros intelectuales. Tales cuadros se vinculan orgánicamente a su clase de origen, o de adopción, y la homogenizan ideológicamente.

El proletariado de cada país, si aspira seriamente a asumir la función ideológica que le corresponde en el desarrollo social, debe afrontar con decisión la creación de sus propios intelectuales orgánicos y la captación de los tradicionales que han quedado desvinculados de su clase originaria. Esto «funcionarios de la superestructura», como les calificaba Gramsci, asumen la función de promotores del ejercicio de la hegemonía. Si se trata de los intelectuales orgánicos de la nueva clase ascendente, abordan la elaboración de su ideología, le proporcionan conciencia de su papel y acaban transformándola en concepción del mundo que se irá difundiendo por todo el cuerpo social. Para la mayor eficacia de su labor deben asumir con rigor la función de críticos de la cultura. Esta ofrece grandes posibilidades en cuanto a proporcionar la contribución precisa para producir el debilitamiento del consenso anterior y simultánea concienciación de la clase emergente. Con el desempeño de estas funciones los intelectuales asumen la tarea de establecer los necesarios nexos orgánicos entre la estructura y la superestructura que dan lugar al fenómeno del bloque histórico concebido no mecánicamente, sólo como alianza de clases, sino también como unidad orgánica entre esa estructura y superestructura. Se constituyen así los diversos bloques históricos que han jalonado el desarrollo de la dominación de clases. Pero no nos encontramos ahora en una etapa cualquiera de tan prolongado proceso, sino en su culminación. El nuevo bloque histórico en gestación acabará imponiendo su hegemonía y posibilitando así la llegada de una etapa del desarrollo humano en que esa hegemonía no sea ya necesaria. Se pasará así, según predijo Engels, de la prehistoria a la historia. Es decir, a una fase en la que pro primera ve la humanidad creará conscientemente su propia historia.

De la síntesis, forzosamente esquemática, que hemos realizado de las aportaciones conceptuales gramscianas a un análisis sistemático de las tareas con que se enfrentan los trabajadores occidentales se deduce claramente la gran fuerza y claridad de su pensamiento. Por ello no debe sorprendernos que actualmente, además de considerarle el más importante teórico marxista europeo después de Lenin en un trabajo publicado en La quínzaine littéraire parisiense se señale que «… H. Portelli coincide con J. Texier y J. M. Potte en considerar que el análisis de Gramsci representa la única verdadera tentativa marxista de explicar las modalidades del paso al socialismo en las condiciones del capitalismo avanzado». De ahí la vigencia del pensamiento de Gramsci. O, más precisamente, su creciente actualidad a medida que la problemática contemporánea se centra cada vez más en el tema que constituyó su contribución fundamental.

Se produce asimismo una valoración de otros análisis gramscianos, que también desempeñan un papel dentro su muy diversificada temática. Así, por ejemplo, su juicio, plenamente justificado por el desarrollo histórico posterior del fascismo, de la grave amenaza que éste suponía para los intereses de los trabajadores. Muy en contraste, por cierto, con las ingenuidades y la superficialidad con que otros dirigentes marxistas abordaron el tema de esa nueva forma de expresión terrorista del domino de la burguesía. La publicación de Fascismo y dictadura, de Nicos Poulantzas, como estudio de la actitud de la III Internacional frente al fascismo confirma que fue Gramsci el dirigente internacionalista que con más claridad percibió el peligro fascista y se esforzó por contrarrestarlo.

No fue menos lúcida su formulación de la política de alianzas de clases en la que hallaron expresión operativa, en los planos estratégicos y tácticos, algunas de las nuevas categorías que Gramsci aportó a la ciencia política: «bloque histórico», «dirigente-dominante», etc. O, dicho de otro modo, la creación de los instrumentos conceptuales mediante los que aborda finalmente la problemática de la ruptura del bloque dominante y de la creación revolucionaria de un nuevo bloque.

No obstante los años transcurridos desde su formulación, continúan vigentes los principios básicos de esta proyección estratégica gramsciana. En Italia constituye el fundamento teórico de la línea del Partido Comunista y de otras organizaciones marxistas. Diversos trabajos teóricos de Napolitano, Berlinguer y otros líderes marxistas italianos se remiten a ese fundamento como la base científica ineludible que, incorporando las modificaciones surgidas del desarrollo experimentado por el país, permite trazar las perspectivas para los avances ulteriores del movimiento de emancipación de los trabajadores. Este rico acervo teórico gramsciano, debidamente actualizado, es precisamente el que ha permitido al movimiento obrero italiano liberarse, antes y con mayor amplitud, de los corsés dogmáticos que durante mucho tiempo han dominado a sus compañeros de Europa Occidental.

Togliatti: pensador y hombre de acción.

En el plano humano el contacto entre Gramsci y Togliatti tiene lugar muy precozmente. Ambos coinciden en los exámenes de ingreso a la Universidad de Turín, El biógrafo de Gramsci describe así la conjunción de las dos figuras estelares del marxismo italiano: «El 27 de octubre de 1911 pasó los exámenes orales. Más tarde dirá: “no sé cómo pasé los exámenes, porque me desvanecí dos o tres veces”. (Consecuencia de una grave desnutrición provocada por la exigüidad de la beca que disfrutaba). Al publicarse la clasificación final vio que su nombre figuraba en el noveno puesto. En el segundo estaba el de otro estudiante pobre venido de un Instituto de Cerdeña: Palmiro Togliatti. Les aproximaba el hecho de proceder ambos de Cerdeña: aunque nacido en Génova, Togliatti, hijo de un administrador del Colegio Nacional de Pensionistas, había cursado sus estudios en el Instituto de Sassari. También le movía a la confianza la común y evidente condición de gran privación y el mismo modo en que iban vestidos» [6]. Aunque inicialmente se conocieron en le Collegio de las Provincias –participando en una discusión en torno a la Ley de las XII Tablas en el Seminario de Derecho Romano–, fue en la Universidad donde se estrecharon sus relaciones. Precisamente la Universidad, que constituía entonces el centro fundamental de interés para ambos jóvenes, contribuyó notablemente a forjar su carácter. «Recuerdo un aula en la planta baja –escribe Togliatti– a la izquierda del patio, entrando, donde siempre nos encontrábamos todos, jóvenes de Facultades distintas y de ánimos distintos unidos por la común inquietud y la búsqueda de nuestro camino… Un gran espíritu, Alberto Farinelli, leía y comentaba allí los clásicos del romanticismo alemán… La moral que se nos inculcaba allí era una moral nueva cuya ley suprema era la sinceridad total con nosotros mismos, el rechazo de las concepciones, la abnegación por la causa a la que se consagra la propia existencia».

Esa cusa surge pronto, derivada del contexto en que se hallaba situada la Universidad. Ya por entonces era Turín la ciudad más industrial y obrera de Italia. En centro del automóvil cuya producción suscitaba una tecnología de vanguardia y el proletariado más consciente del país. En esas condiciones se produjo con rapidez la fusión de la conciencia socialista y del movimiento obrero espontáneo, dando lugar a las organizaciones del Partido Socialista. Estimulados por los frecuentes contactos que se producían entre trabajadores y universitarios, Gramsci y Togliatti se inscriben casi simultáneamente en las Juventudes Socialistas y pasan a colaborar en diferentes secciones de Il grido del Popolo y Avanti. En una atmósfera muy combativa, en la que el rigor formativo se une al entusiasmo revolucionario, se suceden rápidamente los acontecimientos: la guerra imperialista, traición del socialista Mussolini y creación del movimiento fascista, Revolución socialista de Octubre en Rusia, insurrecciones obreras en Turín y creación del os Consejos de fábrica… Un proceso tan rico de acción y experiencias crea la necesidad de un órgano periodístico que aglutine a los jóvenes periodistas más lúcidos y les permita contribuir con un riguroso análisis teórico a disipar el confusionismo y la ramplonería que por entonces reinaba en el Partido Socialista Italiano.

Así, respondiendo a una creciente necesidad de clarificación antipositivista y antioportunista, el 1 de mayo de 1919 aparece L´Ordine Nuovo. Su equipo de redacción inicial está integrado por Gramsci, Togliatti, Terracini, Tasca y Pia Carena. La finalidad que se persigue queda claramente establecida en el triple lema que encabeza la publicación:

Instruyámonos, porque tendremos necesidad de toda nuestra inteligencia.

Actuemos, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo.

Organicémonos, porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza.

Todo ello en plena coherencia con la concepción que el equipo de L´Ordine Nuovo tenía de la interdependencia dialéctica entre lucha política, lucha ideológica y lucha económica. Gradualmente, por impulso directo de Gramsci y Togliatti, el semanario pasa de una fase de revista cultural socialista a la de foro e instrumento de investigación de los Consejos de fábrica. A la praxis político-social, corresponde una elaboración teórica centrada en subrayar la perspectiva leninista.

L´Ordine Nuevo actúa también impulsando nuevas creaciones revolucionarias que hunda sus raíces en el proceso de la producción. Se trata de crear, de forma innovadora, instituciones proletarias que, partiendo del lugar de trabajo, constituyan los pilares de una nueva máquina estatal: la del Estado obrero. En la concepción ordinovista se considera más la faceta de productor, del trabajador, que la de asalariado. Togliatti se esfuerza en propugnar particularmente el carácter revolucionario del movimiento, escribiendo contra las tendencias corporativistas y maximalistas difundidas en el partido y en los sindicatos: «La asamblea de la sección metalúrgica turinesa», «El reverso de la medalla», «La constitución del Soviet en Italia» y «Táctica nueva» son los artículos más importantes que Togliatti publica en la revista ordinovista.

La lucha de fracción comunista del Partido Socialista, de la cual los ordinovistas constituyen la parte decisiva –por capacidad organizativa y peso intelectual–, desemboca en 1921 en la fundación del Partido Comunista de Italia. Simultáneamente L’Ordine Nuevo se convierte en diario y sustituye a L’Avanti. Como director figura Gramsci, y Togliatti desempeña las funciones de redactor en jefe. Ambos figuran también –Togliatti desde 1923– como miembros del Comité Central del P.C.I.

Es de destacar que Togliatti asume las funciones de dirección política sólo cuando ha completado definitivamente su formación académica. Según Paolo Spriano: «Menos empeñado que otros compañeros en la militancia política fines de 1919, a pesar de haberse inscrito en el Partido Socialista desde 1914, Togliatti fue en el círculo marxista de Turín quien con más rigor y sistematicidad realizó sus estudios universitarios (se licenció primero en Derecho y después den Filosofía y letras) y el que mejor conectó su orientación ideológica con la preparación científica, filológica y metodológica recibida en las aulas del Ateneo. Así, puede afirmarse que L’Ordine Nuevo nación en la Universidad de Turín y que a través de su núcleo académico se enriquece con la aportación de figuras universitarias del relieve de Arturo Graf, Piero Sraffa, Matteo Bertoli, Luigi Einaudi, Francesco Ruffini, Gisele Solari, Humberto Cosmo, etc.» [7] .

A partir de 1924 se produce la ruptura entre Gramsci y el líder de la fracción izquierdista del P.C.I., Bordiga. Con el apoyo de Togliatti y Terracini, Gramsci derrota las posiciones sectarias y crea una plataforma bolchevique par el desarrollo de un partido de masas. En julio de 1925 se inicia la faceta internacional de la actividad política de Togliatti: durante el desarrollo en Moscú del V Congreso de la Internacional Comunista Palmiro Togliatti es elegido miembro de su ejecutivo bajo el pseudónimo de «Ercoli». Entre tanto en Italia, y bajo las leyes de excepción fascistas, caen algunos de los más destacados dirigentes del Partido: Gramsci, Terracini, Scocimarro, etc., que en 1928 son condenados a más de veinte años de prisión. Se impone, en consecuencia, el traslado de Togliatti a París para asumir la dirección del Partido que ha sido declarado ilegal en Italia. En marzo de 1927 se reúne en Basilea (Suiza) el Comité Central del P.C.I. y sobre la base de un informe de Togliatti se trazan las directivas necesarias para las nuevas condiciones de lucha en la clandestinidad.

Iniciada la guerra civil española, Togliatti expresa –desde las columnas del Stato Operario que dirige– su solidaridad con los republicanos españoles. Un año más tarde se pone a la disposición de sus camaradas de España y permanece en el territorio peninsular hasta la consumación de la derrota republicana. Desencadenada la Segunda Guerra Mundial, Togliatti se instala en Moscú y reanuda su labor en el Secretariado de la Internacional Comunista. Tras la caída del fascismo, a la que ha contribuido eficazmente con todo el conjunto de su actividad política, se produce el regreso al país del secretario general del P.C.I. A partir de 1945, y con su característico, Togliatti se esfuerza por lograr un amplio frente unitario que refuerce la capacidad de la resistencia. Se crean así también las condiciones para la formación del primer Gobierno antifascista unitario y en el cual participa junto con Badoglio, Croce y Sforza. Ese mismo año funda la revista Rinascitá y en sus columnas expone su concepto de Partido Nuevo. Concibe a éste como un partido popular y de masas, democrático, nacional e internacionalista que nace bajo el impulso de la lucha contra el fascismo. El 25 de abril de 1945 un partido así configurado participa en las manifestaciones populares que celebran la definitiva liberación del fascismo. En ese ambiente de exaltación democrática se pudo preparar en pocos meses el terreno para la lucha popular unitaria que culminó el 2 de junio de 1946 con la caída de la monarquía.

Proclamada la República, Togliatti propugna la alianza entre los partidos de masas –para facilitar la reconstrucción del país– basada en la política de amistad hacia los católicos y en la unidad sindical. Poco después pronuncia su célebre «Discurso a la constituyente» en el que fundamenta en la conquista de la república las premisas para crear un Estado democrático y una sociedad avanzada. Sin embargo, las perspectivas democráticas suscitadas por la liberación y posibilitadas por la nueva Constitución se frustraron en gran parte por la eclosión de la guerra fría. Empero, bajo la lúcida dirección de Togliatti, la coherencia ideológica del P.C.I., su flexibilidad organizativa y la habilidad que caracteriza a su táctica y estrategia permiten una perfecta sincronización con los intereses de las masas. Crece así gradual e incesantemente la influencia política del P.C.I. Con ello se produce un cambio paulatino en la correlación de fuerzas que en 1956 es constatado en el VII Congreso del Partido. En él destaca una importante contribución de Togliatti a la elaboración de una estrategia de unidad y de lucha de los trabajadores que abra la perspectiva de la ruta al socialismo. Se trata de la denominada «Vía italiana al socialismo», cuyas tesis y documentos constituyen todavía componentes esenciales de la línea política del P.C.I.

Con esa misma perspectiva se celebra en diciembre de 1962 el X Congreso del Partido Comunista de Italia. En él Togliatti lleva a cabo un exhaustivo análisis de la nueva situación política y se pronuncia en contra tanto de la resignación reformista como de los maximalismos utópicos. Con esa finalidad profundiza en el estudio de la lucha tendente a la constitución, sobre nuevas bases, de la unidad de las clases trabajadoras y en el análisis de las nuevas formas de combate necesarias para el logro de un giro a la izquierda. Frente a los intentos de dividir a la clase obrera y al pueblo italiano, las elecciones de 1963 conforman rotundamente la eficacia de esta línea política. Crece así en un millón de votos la fuerza electoral del P.C.I.

El 13 de agosto de 1964, mientras presidía un Festival de la Juventud Soviética en el campo de pioneros de Artek (Crimea), Togliatti sufre una hemorragia cerebral y fallece en pocos días. El óbito se produce precisamente cuando Togliatti se hallaba en el cenit de sus facultades políticas. De ahí que el viaje a la U.R.S.S. del secretario general del P.C.I. tuviese también por finalidad una serie de conferencias con los dirigentes soviéticos. Con tal propósito, Togliatti había redactado un prememorial sobre algunos problemas básicos del movimiento comunista que se ha consagrado como su testamento político. En él se profundiza en las secuelas subsistentes de las deformaciones suscitadas por el denominado «culto a la personalidad» y se propugna el policentrismo del movimiento comunista internacional. Con el título de «Memorial de Yalta» fue publicado posteriormente y –según un comentarista político italiano– «se ha incorporado al movimiento obrero internacional a título ejemplificador de cómo el rigor intelectual del político y la firmaza del revolucionario se fusionan en una vida que se ha hecho histórica: la vida de Palmiro Togliatti».

A lo largo de su amplia y activa vida política Togliatti ofreció abundantes pruebas de su gran capacidad teórica utilizando muy diversos medios de expresión: artículos periodísticos, informes y análisis para organismos nacionales e internacionales, discursos parlamentarios, intervenciones radiofónicas, instrucciones y orientaciones organizativas, arengas electorales, entrevistas, conferencias, ruedas de prensa, prólogos, monografías de temática variadísima que pronto aparecerán –bajo forma de obras escogidas– en nuestro país publicadas por la editorial Ayuso. En sus trabajos aborda Togliatti los problemas fundamentales suscitados por el desarrollo del marxismo en Italia. A tal fin enlaza con el pensamiento de sus predecesores –Labriola y Gramsci– situándolo en su contexto social y en el ámbito nacional-popular. Para Togliatti, sólo colocándose en esa perspectiva se pueden evaluar justamente no sólo las grandes experiencias de movimiento de los Consejos de fábrica y de las sucesivas iniciativas políticas ordinovistas, sino, sobre todo, la fundación y estructuración del Partido Comunista como intelectual colectivo de la clase obrera.

En su preocupación por hacer de ese partido un gran partido internacional, inserto en la tradición socialista del país, Togliatti expuso reiteradamente su concepción de Partido Nuevo. Con tal propósito razonaba la necesidad de abrir nuevas vías al movimiento obrero que liberase a su partido de vanguardia tanto de la impotencia reformista como del nihilismo político que caracteriza al maximalismo y el verbalismo pseudorevolucionario. Para lograrlo se precisa una línea política que se identifique en todo momento con los más amplios intereses de las masas populares desechando, por consiguiente, la típica tentación al elitismo sectario. En el plano orgánico supone también la superación de eventuales procesos de deformación burocrática. Precisamente Togliatti comparte con Gramsci su apreciación de que «… la burocracia es la fuerza consuetudinaria y conservadora más peligrosa; si llega a constituir un cuerpo solidario, autosuficiente, si se siente independiente de la masa, el partido terminará por ser anacrónico y en los momentos de crisis aguda es vaciado de su contenido y queda como suspendido en el aire». De ahí la necesidad de distinguir, en la teoría y en la práctica, el centralismo democrático del centralismo burocrático.

Togliatti aborda igualmente en sus trabajos con amplitud el problema de la democracia. Y en todas sus facetas: como reconquista de las libertades abolidas por el fascismo inicialmente y también en el plano de la necesidad de profundizar en el contenido de las libertades para alcanzar la democracia política y económica. Surge así la concepción de una democracia avanzada –o democracia antimonopolista– que en la culminación de su desarrollo permitiría abordar seguidamente la transición al socialismo. Así, en trabajos como «A propósito de socialismo y democracia» y «Acerca de socialismo y democracia», Togliatti establece sólidamente una estrecha ligazón entre el contenido de estos conceptos. Más específicamente, considera que la existencia y el progreso de la democracia se hallan desde hace más de un siglo –y más especialmente hoy– ligadas a la presencia y desarrollo de los impulsos populares y de un movimiento obrero organizado, fuerte, consciente de sus objetivos políticos y capaz de realizarlos a través de la lucha unitaria.

Para Togliatti, «El advenimiento de la clase obrera sobre la escena de los conflictos económicos y sociales, con sus reivindicaciones inmediatas y sus aspiraciones a un nuevo orden económico, ha constituido el motor del progreso democrático en el mundo entero contemporáneo. Del peso específico que la clase obrera tiene en la vida nacional, del grado de su conciencia política y de clase, de su unidad y de la eficacia de su lucha depende la suerte de la democracia. El impulso democrático no ha venido, y no viene, en la actual situación italiana de las clases dirigentes. Ha venido, y viene, de las masas populares y de los partidos que mejor representan y que han luchado y luchan porque los principios constitucionales progresivos sean respetados, aplicados, desarrollados. Viene de la clase obrera, de nosotros comunistas, de los compañeros socialistas y de aquellos demócratas que no se han plegado al poder de la clase dirigente burguesa y de los partidos que la representan».

Frente a la ya tópica objeción que impugna la credibilidad del democratismo de los comunistas, pretextando las deformaciones burocráticas experimentadas por los sistemas estatales de los países socialistas, Togliatti razona convincentemente: «En cuanto a los comunistas, Lenin había dicho y repetido que las vías de acceso al poder y las formas de organización de dicho poder por la clase obrera serían diversas unas de otras. Mas si estas enseñanzas de Lenin han sido en parte olvidadas, no puede echarse demasiado la culpa a los comunistas que se hallaron situados a partir de 1945 entre el entonces atrayente ejemplo de la construcción socialista soviética por un lado y la brutal presión reaccionaria procedente del Occidente capitalista del otro. Por eso es tanto mayor el mérito de la investigación y de la nueva acción a la que nosotros, los comunistas, hemos dado principio desarrollando las enseñanzas del camarada Antonio Gramsci» [8] .

Efectivamente, en las enseñanzas de Gramsci se encuentra el fundamento de la íntima conexión entre democracia y socialismo que caracteriza lo que Togliatti denominó Vía italiana al socialismo y que actualmente ha alcanzado un nuevo nivel cualitativo en la concepción del compromiso histórico elaborada por Berlinguer.

Empero si bien Gramsci utilizaba inicialmente un criterio metodológico para fundamentar las condiciones necesarias a la hegemonía de una clase social, Togliatti supo asimismo transferirlo a la problemática de la transición al socialismo sobre una base pluripartidista. En las condiciones de la correlación mundial de fuerzas propia del último tercio del siglo XX, las sociedades industriales desarrolladas pueden –y deben, en función de las enseñanzas derivadas de las anteriores revoluciones socialistas– afrontar la vía al socialismo en una amplia alianza pluripartidista de todas las organizaciones que se propongan seriamente conseguir tal objetivo. Se trata de una opción consciente que supone para los partidos comunistas el abandono de toda pretensión monopolística de su función dirigente. De hecho tal función dirigente –impuesta en las excepcionales condiciones históricas en que se desarrolló la Revolución de Octubre y el ulterior intento de edificación del socialismo en un solo país– equivalía en la concepción gramsciana a la de dominante. Por el contrario, actualmente los partidos comunistas a los que se engloba bajo el poco riguroso término de «eurocomunistas» -el Partido Comunista del Japón es típico de esa posición y rompe claramente con tal ámbito geográfico– sostienen firmemente que su eventual papel dirigente sólo se alcanzará situándose en la perspectiva gramsciana de la dirección intelectual y moral. Es decir, si son capaces de obtener competitivamente esa función no mediante medidas administrativas, sino a través de una argumentación y acción política cualitativamente superior.

En definitiva, en esa perspectiva se han elaborado ulteriormente los programas políticos de los partidos comunistas de los países industrializados. Prescindiendo de los rasgos específicos nacionales que les caracterizan singularmente –producto de su independencia estratégica y del marco histórico-cultural en que se han desarrollado, todos ellos tienen en común la aspiración a asumir las denominadas libertades formales, de origen burgués, como conquistas propias e irrenunciables de la clase obrera y el compromiso de profundizar en la democracia para lograr el socialismo. Socialismo que, superando los condicionamientos negativos de su etapa prehistórica, supondrá su más perfecta simbiosis con las tradiciones democráticas que las masas han hecho suyas.

Togliatti dedicó también una gran atención a los problemas específicos del movimiento comunista internacional. El contenido de sus trabajos sobre el tema, muy complejo y diversificado, se condensa en la lúcida y apretada síntesis que constituye su «Memorial de Yalta». Este famoso documento ha constituido el fundamento teórico del policentrismo que caracteriza al movimiento comunista internacional. No obstante la década transcurrida desde su redacción, el texto de Togliatti conserva toda su vigencia y, en no menor grado, su fuerza argumental: «Mi opinión es que en la línea del presente desarrollo histórico y de sus líneas generales de perspectiva (avance y victoria del socialismo en todo el mundo) las formas y condiciones concretas de avance y victoria del socialismo serán hoy en el porvenir próximo muy distintas de lo que fueron en el pasado. Al mismo tiempo son bastante grandes las diversidades de un país a otro. Por eso cada partido debe saber moverse de modo autónomo. La autonomía de los partidos, de la cual somos nosotros partidarios decididos, no es sólo una necesidad interna de nuestro movimiento, sino una condición esencial de nuestro desarrollo en las condiciones presentes. Nosotros seremos contrarios, por consiguiente, a toda propuesta de crear una organización internacional centralizada. Somos tenaces partidarios de la unidad de nuestro movimiento y del movimiento obrero internacional, pero esa unidad debe realizarse en la diversidad de posiciones políticas concretas, correspondientes a la situación y al grado de desarrollo de cada país…» [9] .

Sin mengua de una perspectiva internacionalista global lo nacional pasa así a un primer plano y la dimensión internacional constituye la resultante de la confluencia de luchas nacionales llevadas a cabo en función de las características de las fuerzas en presencia. Pero, precisamente por esto, el modelo de avance tiene que referirse a las condiciones históricamente alcanzadas por las luchas de clases en cada país y a las instituciones políticas resultantes de ese conflicto histórico. Por ello –señala muy acertadamente Togliatti– «las instituciones del Estado liberal democrático no se concebían ya como un estadio a utilizar para ser superado después en función del modelo soviético, sino como el modelo dentro del cual tendría que desarrollarse la lucha por la transformación social del país» [10] .

En la concepción actual del internacionalismo esa resultante tiene también sus puntos nodales. Estos se determinan ante todo por la conjunción de las zonas que mayor resistencia ofrecen a la presión imperialista. En consecuencia, el internacionalismo no pasa por la intervención en Checoslovaquia de las fuerzas armadas del Pacto de Varsovia. Por el contrario, se da plenamente frente a la invasión de Bahía Cochinos o el bloqueo de Cuba, el genocidio de Vietnam, la ayuda a la defensa de los regímenes populares de Angola y Mozambique o el apoyo a la República Popular de Corea cuando ha sido amenazada.

Posteriormente la conferencia de Berlín ha consagrado formalmente la independencia absoluta de cada partido comunista para elaborar su propia línea política en función de las condiciones específicas de los diversos países. Este principio es ya irreversible en el movimiento comunista internacional y en definitiva así lo confirman las matizaciones que se ha visto obligada a introducir la revista soviética Tiempos Nuevos en la dureza inicial de su crítica a la obra Eurocomunismo y Estado de Santiago Carrillo. Se consolida de tal modo un principio al que Togliatti dedicó una gran atención en el documento que se considera su testamento político y de cuya conexión con la ampliación de la democracia también era consciente. Así lo corrobora al afirmar:

«En conjunto, nosotros partimos en la elaboración de nuestra política de las posiciones del XX Congreso (del P.C.U.S., en el que se discutió el informe de Jruschov sobre Stalin). Pero también esas posiciones tienen necesidad hoy de ser ahondadas y desarrolladas. Por ejemplo, una reflexión más profunda sobre la posibilidad de una vía pacífica de acceso al socialismo nos lleva a precisar qué es lo que nosotros entendemos por democracia en un Estado burgués, cómo se pueden ensanchar los límites de la libertad y de las instituciones democráticas y cuáles son las formas más eficaces de participación de las masas obreras en la vida económica y política. Surge así la posibilidad de conquistar posiciones de poder por parte de la clase trabajadora en el ámbito de un Estado que no ha cambiado su naturaleza de Estado burgués y, por tanto, la de su es posible la lucha por una progresiva transformación desde el interior de esa naturaleza. En países donde el movimiento comunista se haya hecho fuerte como el nuestro (o en Francia) esta es la cuestión de fondo que surge de la lucha política. Ella lleva consigo naturalmente una radicalización de esa lucha, y de ella dependen las ulteriores perspectivas».

La década transcurrida desde la redacción del «Memorial de Yalta» ha confirmado plenamente las previsiones de Togliatti. En nuestra perspectiva nacional se ha producido también una cierta clarificación. Cualesquiera que sean las vicisitudes que todavía deberemos afrontar, somos conscientes de las oportunidades, y de los riesgos, que se ofrecen al movimiento obrero y demás fuerzas sociales que tratan de abolir definitivamente la explotación del hombre por el hombre. Constituimos también un factor importante en la posibilidad de lograr una vía específica al socialismo propia de la Europa Meridional. Socialismo que, sin dogmatismos preconcebidos y sobre la base del pluralismo filosófico y el pluripartidismo, puede superar positivamente la escisión que en la década del 20 sufrió el movimiento obrero. Para lograrlo será igualmente necesario que, inspirándose en la perspectiva de la unión de la izquierda francesa-una vez que ésta supere su crisis actual–, los partido socialistas de Europa Meridional abandones las tentaciones «socialdemócratas» de servir de buenos gerentes al capitalismo para plantearse seriamente la vía al socialismo. Al parecer, ese es definitiva el objetivo tanto del P.S.O.E. como del Partido Socialista Francés, y por ello, desde una perspectiva global de izquierda, debemos acoger con satisfacción sus éxitos. Algunos comentaristas políticos opinan que, en la medida que los partidos comunistas van asumiendo plenamente el democratismo político, los partidos socialistas –por reacción natural– se plantean con mayor consecuencia la obtención del socialismo. Ello proporciona una base objetiva para un proceso unitario a medio plazo una vez que se supere la actual competitividad por un espacio político muy semejante. Aunque esta tesis requeriría algunas matizaciones, asumimos, sin embargo, plenamente su aspiración de que, en un proceso previsible en sus líneas generales, pueda lograrse la unidad de la izquierda española y ulteriormente el objetivo común de todos los que aspiramos a una sociedad socialista totalmente desarrollada.

[1] José María Laso Prieto, «Hacia un nuevo uso alternativo del Derecho», Argumentos, número 3, julio-agosto 1977, págs. 48 y sigs.

[2] Palmiro Togliatti, «Gramsci y el leninismo», del volumen Gramsci y el marxismo, Editorial Proteo, Buenos Aires, 1965, pág. 15

[3] «Por qué leer a Labriola», prólogo de Manuel Sacristán a Socialismo y filosofía, de Antonio Labriola. Alianza Editorial, Madrid, 1969, pág. 10.

[4] De un trabajo de M. Sacristán acerca del pensamiento filosófico de Gramsci, publicado en separata de un suplemento de la Enciclopedia Espasa a comienzos de la década del sesenta.

[5] Del prólogo de Gustavo Bueno a nuestro trabajo Introducción al pensamiento de Gramsci, Editorial Ayuso, Madrid, 1973, pág. 9.

[6] Giuseppe Fiori, Vida de Antonio Gramsci, E. Península, Barcelona, 1969, pág. 83.

[7] Paolo Spriano, Gramsci e L´Ordine Nuovo, Editori Reuniti, Roma, 1965, pág. 35.

[8] Palmiro Togliatti, La vía italiana al socialismo, Ediciones Roca, Méjico, 1972, pág. 96.

[9] «Memoria de Palmiro Togliatti sobre las cuestiones del movimiento obrero internacional y de su unidad», Realidad, núm. 4, Roma, noviembre 1964, pág. 62.

[10] Palmiro Togliatti, El Partido Comunista italiano, Editorial Avance, Barcelona, 1976, pág. 20.

Sección temática Antonio Gramsci en el Archivo Digital José María Laso

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