Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El problema de Francia es el euro

Martín Burgos

Las últimas noticias provenientes del gobierno francés lo ubican lejos de la historia del Partido Socialista y cerca de las políticas de ajuste propias de los gobiernos neoliberales. Para entender la situación económica actual de Francia, entrevistamos a Jacques Sapir, investigador de la Escuela en Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess-Paris), doctor en Economía y director del CEMI (Centro de Estudios en Modos de Industrialización).

Sapir es una de las voces críticas al euro más escuchadas del momento, y en sus últimos libros, La demondialisation y Comment sortir de l’Euro (Cómo salir del euro) realiza duros cuestionamientos al neoliberalismo, tanto a nivel mundial como dentro de la Unión Europea. Desde una posición cercana políticamente al Parti de Gauche y su líder Jean-Luc Mélenchon, la solución que propone para Francia es una salida del euro y una devaluación de la moneda para lograr volver al pleno empleo y la reindustrialización.

¿Cuál es el contexto francés que explica las últimas declaraciones del presidente François Hollande?

El presidente se encuentra hoy en una situación difícil. Su autoridad se ve erosionada por la ineficacia de la política económica llevada adelante desde junio de 2012. Había prometido “dar vuelta la curva del desempleo” antes de fin de 2013. En los hechos, el desempleo sigue creciendo, y según la forma de calcularlo hoy existen 3,2 millones o 5,5 millones de desempleados.

Coincide con un proceso de desindustrialización.

La desindustrialización que conoce la economía francesa se está tornando muy preocupante. El crecimiento que se anunció nunca llegó. En verdad, numerosos economistas habían criticado desde el otoño de 2012 la política económica del gobierno y las previsiones optimistas del Ministerio de Economía y Finanzas. Por desgracia, esos economistas tuvieron razón. Pero a ese fracaso económico se sumaron otros factores que pesan sobre su autoridad, y hasta en la legitimidad, del gobierno y del presidente. En primer lugar, se dio la sensación de una falta de profesionalismo sobre muchos temas sensibles. En otras ocasiones, el gobierno dio marcha atrás sobre promesas de campaña. Por último, como es de público conocimiento, la vida privada del presidente está lejos de ser prolija. Por lo tanto, el presidente y el primer ministro llegaron a los anuncios del 14 de enero con una popularidad por el piso.

¿Qué consecuencias podría traer el “pacto de responsabilidad” presentado sobre la economía francesa?

Tal como fue presentado, el “pacto de responsabilidad” consiste en una negociación con el empresariado, por el cual se disminuyen las cargas de las empresas (10 mil millones anuales entre 2014 y 2017) a cambio de crear 200.000 empleos. Pero ese “pacto” deja muchas preguntas sin respuestas. La primera remite al análisis de la situación de las empresas francesas. Los estudios del Insee (Instituto de Estadísticas de Francia) muestran que las rentabilidades no bajaron. Los problemas tienen más que ver con la competencia extranjera. La segunda pregunta es la realidad del compromiso de emplear 200.000 personas a cambio de la reducción de las cargas sociales. Además del hecho de que 200.000 empleos es demasiado poco (el propio ministro Montebourg habla de la necesidad de crear 2 millones de empleos), nada indica que las empresas cumplan con su parte. Una tercera pregunta es saber de qué manera se financiará esa reducción de cargas sociales. El presidente habló de ahorros en los gastos públicos, pero fuera de unos recortes en las inversiones públicas o en las prestaciones sociales, las posibilidades de ahorro son escasas y azarosas. Eso nos lleva a una cuarta pregunta: ¿esas reducciones de cargas fiscales no tienen riesgos de iniciar un proceso donde las empresas van a aprovechar para ejercer todavía más presión sobre los salarios y entrar en un círculo deflacionario?

¿Cuáles son las alternativas de política económica para que Francia salga de la crisis económica?

El problema principal de los países del sur de Europa, y de Francia en particular, es la existencia misma del euro. Ese problema es evidente en los intercambios con los países extrazona. Desde su creación, el euro se apreció fuertemente frente al dólar, pero también frente al yen japonés y la libra esterlina, con efectos devastadores sobre los países del sur de Europa. Esta situación la están entendiendo cada vez más actores, incluido parte del gobierno francés. Pero el efecto nefasto del euro se hace también sentir en el comercio intrazona. Desde la creación del euro en 1999, constatamos que las tasas de inflación de los distintos países fueron diferentes, como antes, pero ahora con una política monetaria única. Eso revela la existencia de una inflación estructural, dependiendo de las estructuras económicas de cada país. La diferencia entre las tasas de inflación de Alemania y los países de Europa del Sur llevaron a diferenciales de competitividad de 20 a 40 por ciento según los países. De allí resulta que los productos alemanes se volvieron cada vez más competitivos en el mercado francés, pero también italiano, español, griego o portugués. En condiciones normales, esa diferencia entre las tasas de inflación estructural se corregía mediante devaluaciones periódicas (o revaluaciones del país donde la inflación estructural es la más baja). Pero ese mecanismo ya no puede funcionar por la existencia de la moneda única.

¿Una salida del euro por parte de Francia significaría el fin de la Unión Europea?

Es uno de los argumentos que se escuchan por parte de los que abogan a favor del euro. Pero en realidad hay países importantes, como Gran Bretaña y Suecia, que son miembros de la Unión Europea, pero no de la Zona Euro. La Unión Europea existió antes de la puesta en marcha del euro y si el euro desaparece la Unión Europea seguirá existiendo. Es más: desde la entrada en vigencia del Tratado de Roma y de la Comunidad Económica Europea, vivimos de 1958 a 1999, o sea 41 años, con nuestras propias monedas y construimos la integración europea durante ese período. Nada justifica entonces esa afirmación según la cual el fin del euro sería el fin de la Unión Europea.

El eje de discusión en Francia es entre euroescépticos y proeuropeos, desplazando incluso el eje tradicional entre derecha e izquierda. ¿Cómo explicarlo?

Sí, es indiscutible que hoy el eje de discusión principal, por lo menos en Francia y en Italia, es la cuestión de Europa y más especialmente sobre la del euro, más que las oposiciones tradicionales entre izquierda y derecha. Y es así porque la situación económica y social está dominada por el euro. En verdad, lo que provoca la crisis económica, y que lleva al desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales logradas desde 1945, es una parte de la reglamentación europea y sobre todo la existencia del euro. Vemos, en particular en Francia y en Italia, la constitución de un bloque político alrededor de la oligarquía dominante que defiende a cualquier costo el euro y las políticas más reaccionarias de la Unión Europea, mientras que se constituye progresivamente pero en condiciones políticas particulares, otro bloque representando los trabajadores y las clases populares que está fuertemente opuesta al euro.

¿Existen diferencias entre países?

Los resultados económicos de los países de la Unión Europea son muy divergentes. Algunos tienen excelentes resultados, como Gran Bretaña y Suecia. Y, ¡qué casualidad! Esos países no son parte del euro. Por otro lado, dentro de la Zona Euro, constatamos que el crecimiento es débil, e incluso que algunos países, como España, Grecia, Portugal e Italia, están en recesión. Las divergencias en cuanto a resultados son notables. Pero resulta claro que el euro pesa y mucho en el resultado de gran cantidad de países.

¿Qué lecciones se pueden extraer de la crisis del euro para otros procesos de integración regional?

La crisis del euro indica claramente que no se deben realizar uniones monetarias en cualquier circunstancia. Las estructuras económicas de los países que serán miembros deben ser convergentes, lo que no es el caso en Europa, y debe existir un importante presupuesto asegurando flujos de transferencia entre los países miembros. Construir una unión monetaria implica respetar estrictamente ciertas condiciones. Si no se las respeta, entonces nos encontramos con los problemas a los cuales la Zona Euro se encuentra hoy enfrentada.

En su libro La demundialización usted hace una crítica de la globalización neoliberal. ¿Qué perspectivas existen para esa etapa del capitalismo?

La globalización recubre en realidad dos procesos: por una parte la globalización comercial y por otra la financiera. Vimos los aspectos extremadamente perversos de la globalización financiera; y numerosos estudios mostraron que la libre circulación de los capitales de corto plazo tuvo más efectos negativos que positivos. En cuanto a la globalización comercial, ella es más aceptable, pero a condición de que eso no conlleve un desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales y que no impida el desarrollo económico de los países que calificamos hoy de emergentes. Para eso hay que pensar en sistemas de derechos de aduana que igualen las situaciones sociales y ecológicas, pero también que protejan las industrias nacientes. Queda claro que las instituciones actuales, y en particular la OMC, con su prioridad otorgada al libre comercio, quedarán en desuso. Por lo que es de la globalización financiera, se debería prohibir una parte de las operaciones y limitar estrictamente la circulación de los capitales salvo los que implican inversión extranjera directa.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-7430-2014-02-02.html

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