Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Liderazgo en disputa

Joaquín Arriola

Gracias al euro, Alemania ha podido pasar de un 22% a un 27% de las exportaciones de la Europa occidental (EU15), al tiempo que Francia y Gran Bretaña, que en los años 90 representaban el 28% del comercio exterior de Europa occidental, se han debilitado hasta el 22% de los últimos años. Al invertirse los papeles del predominio comercial, se ha diluido una idea muy difundida según la cual el eje franco-alemán se ocupaba de la expansión económica de la Unión Europea, y el eje franco-británico de la política exterior, en una centralidad gala que no por deseada ha sido nunca real, ya que ese supuesto eje de la política exterior nunca existió, sencillamente porque la UE ha carecido hasta ahora de una política exterior.

Alemania aspira a consolidar el liderazgo económico con la dirección de la política exterior europea y la política exterior, si quiere ser algo más que una especie de oenegerismo estatal, en el que por ejemplo se sienten muy cómodos los países nórdicos, pasa necesariamente por mostrar músculo militar.

No es por casualidad que la cumbre de jefes de gobierno de diciembre se dedicara primordialmente a activar la Agencia Europea de Defensa y a amarrar el compromiso de gasto militar de los gobiernos para su desarrollo. Las conclusiones de la reunión del Consejo Europeo recuerdan con claridad cuáles son las prioridades de la política e infraestructura militar europea que se está construyendo: la ciberdefensa, el control de las rutas marítimas, la inmigración y el terrorismo, el control de fronteras y la seguridad energética.

La reunión de diciembre y sus conclusiones ayudan a entender algunos de los acontecimientos y desafíos más recientes en los que se han visto involucrados de una forma u otra, países miembros y la propia UE, y las propias contradicciones y debilidades de la posición alemana en el escenario internacional, en el cual, la cuestión energética ocupa un papel cada vez más relevante.

La seguridad energética sustituye en este nuevo siglo a la seguridad alimentaria que se encontraba entre las prioridades de los firmantes del Tratado de Roma en 1958. La intervención política, tanto militar como civil, de Occidente (es decir, los países anglosajones y el resto de europeos como comparsas) en la recomposición de las estructuras de poder en África y Medio Oriente tiene un objetivo evidente: el control del petróleo. El mismo objetivo que se perfila como la clave de la intervención en las antiguas repúblicas soviéticas fronterizas con Rusia.

Estados Unidos produce la mitad del petróleo que consume y se abastece de petróleo foráneo en un 60% en las Américas. La Unión Europea produce menos de la sexta parte de su consumo y depende en cerca de la mitad de sus importaciones de Rusia y los países de la antigua URSS, mientras el Magreb y Oriente medio representan otro 30%. China, por su parte, produce el 40% de su consumo y sus importaciones provienen en un 40% del petróleo de Oriente medio. En cuanto al gas, mientras Estados Unidos produce casi todo lo que consume y China tres cuartas partes, la UE apenas llega a producir un tercio del consumo, dependiendo del gas ruso, noruego y argelino para completar el abastecimiento. Es claro que la reconfiguración del mapa político en Oriente Medio y norte de África afecta sobre todo a europeos y chinos, y la intervención de Estados Unidos tiene para este país un coste menor en términos de seguridad en el abastecimiento, y en cambio le sirve para garantizarse el papel del gendarme global de los intereses occidentales.

En estos movimientos políticos, Francia parece más interesada que Alemania en participar en el dominio occidental sobre las reservas africanas. De hecho, el apoyo a la intervención en Libia, negado por Alemania, que votó una resolución junto a los BRIC en la ONU en contra de la intervención en ese país, muestra la falta de entendimiento interno en la Unión y el interés de Francia por seguir jugando un papel de gran potencia que ya no le corresponde. Una grotesca demostración de esto la tenemos en su incapacidad para controlar el tráfico de las armas suministradas por Occidente a los rebeldes libios en el Sahel, o en su necesidad de apelar a la ayuda de Estados Unidos para sacar del poder en Costa de Marfil a un presidente excesivamente independiente de los designios de París. Estos movimientos de Francia lastran el papel de UE en la geopolítica mundial, incapaz siquiera de contrarrestar el expansionismo norteamericano en África oriental y central, ya que Estados Unidos considera que ha pagado suficientemente a los europeos con su apoyo a la hegemonía francesa en África occidental. En todo caso, Estados Unidos quiere marcarle el terreno y las reglas del juego a China y los intereses europeos solo existen subordinados a este objetivo.

Paro construir una política exterior europea sólida y eficiente, Alemania en primer lugar tiene que desarrollar una política exterior alemana. Y hasta ahora las intervenciones que ha tenido han demostrado que en ese terreno Alemania se mueve como un elefante en una cacharrería. La primera intervención relevante de la nueva Alemania unificada fue su participación política en el desmembramiento de Yugoslavia. El apoyo alemán al secesionismo de las repúblicas yugoslavas, sobre todo en Croacia, facilitó la primera guerra civil en Europa en muchas décadas y obligó a una intervención internacional, otra vez con el concurso estadounidense, reforzando de nuevo el papel de gendarme global de este país.

Las relaciones estratégicas con Rusia se vieron deterioradas por este episodio. Y en las relaciones con el principal suministrador energético de la Unión, Alemania está demostrando una notable torpeza para diseñar una política que tenga en consideración los intereses económicos y geoestratégicos de los demás, sean sus socios comunitarios o comerciales. La poca contundencia ante el intento de instalación de misiles norteamericanos en suelo comunitario apuntando a Rusia; el intento de desestabilización política de las antiguas repúblicas soviéticas cuando el gobierno de las mismas se muestra más afín a Moscú que a Berlín, sea en Bielorrusia antes o ahora en Ucrania, tampoco ayuda al que tendría que ser el gran objetivo de integrar a Rusia en la Europa amplia de que siempre ha formado parte. En el documento presentado el pasado 6 de febrero por Alemania y los gobiernos de los países exsocialistas de la UE -y también por Suecia y Gran Bretaña, pero al parecer no conocido por el resto de países del oeste de la UE- denominado “20 puntos sobre la Asociación del Este post-Vilnius”, se insiste en utilizar la propaganda y las presiones (“condicionalidad”) a los países que no estén de acuerdo con la hoja de ruta, como Ucrania, Azerbaiyán o Bielorrusia, la marginación de los que están abiertamente opuestos al enfoque adoptado por la UE como Armenia, y en acelerar las negociaciones con los que, como Georgia o Moldavia, están de acuerdo con dicha hoja de ruta, sin olvidarse de atacar abiertamente los intereses rusos en estos países -“las regiones secesionistas”- y pretender una actitud de fuerza ante quien tendría que ser el aliado principal de la UE en Eurasia (“subrayar -a Rusia- que las acciones punitivas y las amenazas contra los EaPartners -las antiguas repúblicas soviéticas hoy independientes- son inaceptables”).

Al considerar legítimas solo las presiones y amenazas propias, pero no las del contrario, Alemania está creando las condiciones para convertir al socio preferente en rival hostil, y para que la UE se encuentre en la necesidad, nuevamente, de acudir al amigo americano para que nos saque las castañas del fuego. Así no hay forma.

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