Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El significado del argentinazo

Claudio Katz

Las jornadas revolucionarias del argentinazo marcan un hito en la historia de las rebeliones populares por la extraordinaria masividad de la sublevación, la arrolladora victoria sobre las fuerzas represivas y el éxito alcanzado en tumbar a un gobierno hambreador. Coronan una década de intensas luchas preparatorias e inauguran una etapa de movimientos más radicalizados y multitudinarios, como ya lo demuestra el cacerolazo que obligó al nuevo gobierno de Rodríguez Saa a despedir a sus funcionarios más corruptos y parecen liquidar su interinato.

La caída de un gobierno civil de origen “progresista” y al servicio del FMI como resultado de la acción directa e inmediata de la movilización popular registra muy pocos antecedentes en el mundo. El éxito del levantamiento se explica por la confluencia en la lucha de todos los sectores de la población golpeados por el ajuste. Esta convergencia de los trabajadores, los desempleados, la clase media y la juventud demolió en 48 horas a Cavallo-De la Rúa y a su estado de sitio.

LOS PROTAGONISTAS.

Una larga secuencia de sublevaciones que comenzaron con el Santiagazo del 93 y continuaron con los levantamientos de Cutral-Có y General Mosconi antecedieron al estallido del argentinazo. Durante los dos principales días de esta rebelión volvió a predominar la movilización de los desocupados y los trabajadores precarizados del conurbano y el interior, que salieron a reclamar comida por medio de la acción directa. Los millones de compañeros que han sido empujados a la miseria absoluta protagonizaron la pueblada en sus barrios y marcaron el rumbo de los cortes de calles a todos los sectores movilizados. Aunque en esta oportunidad la acción organizada del movimiento piquetero tuvo menor incidencia, las formas de lucha que ha introducido ya fijan la pauta de todas irrupciones populares.

El argentinazo condensó un reguero de paros y manifestaciones de trabajadores telefónicos, aeronáuticos, ceramistas, ferroviarios, municipales y docentes, que tuvieron un gran impacto antes y después de la masiva huelga del jueves 13 convocada por las tres centrales sindicales. Cómo tradicionalmente ha ocurrido en la Argentina estos paros constituyeron el telón de fondo de la revuelta general, demostrando por enésima vez que las huelgas “sirven para algo” y que la clase trabajadora -socialmente muy golpeada- continúa jugando un rol decisivo en las grandes confrontaciones. Pero la intervención organizada de clase obrera no tuvo durante las dos jornadas claves del estallido, la gravitación del 17 de octubre, del cordobazo o de la huelga general del 75, porque el temor al desborde popular indujo a las dos CGT y a la dirección de la CTA a colocarse en un segundo plano, muy alejado del epicentro de la lucha.

La clase media lideró la espontánea explosión del miércoles 19, que culminó con la ocupación de la Plaza de Mayo. La confiscación de los plazos fijos y la bancarización forzosa fue la gota que rebalsó el vaso de una semana de indignación en los bancos y varios años de resistencia a la pauperización. Los votantes de la Alianza que habían inaugurado los cacerolazos de la mano del Chacho Alvarez terminaron haciendo un ruido ensordecedor frente al hogar de su socio Cavallo. Ya habían ganado la calle en protestas anteriores (por ejemplo, contra las inundaciones), pero esta vez nadie se quedó en su casa.

La importancia del cacerolazo radica en que introdujo el reclamo explícito de terminar con De la Rúa y Cavallo a través de una marcha hacia el centro del poder, que destruyó el propósito gubernamental de dividir a la población entre “saqueadores del conurbano” y “propietarios del centro”. Enterró el operativo “psicosis de saqueo” montado por los servicios de inteligencia y los medios de comunicación para aterrorizar a la clase media con el objetivo de oponerla a los “vándalos”. El gobierno justamente cayó porque enfrentó el abierto rechazo de este sector al estado de sitio. A diferencia del 55, la clase media ya no es arrastrada al gorilismo hostil contra la clase obrera y tampoco brinda apoyatura social para golpes militares. Conforma un sector más empobrecido, más laico y más radicalizado.

La juventud en la calle poniendo el cuerpo frente a la represión, desafiando los bastones, soportando los gases lacrimógenos, recuperando una y otra vez cada centímetro de la Plaza de Mayo frente a los caballos y las balas definió en la batalla del jueves 20 el triunfo de la movilización. Esta acción fue el definitivo bautismo de fuego de toda una generación que no padeció la dictadura militar, pero que ha sufrido el genocidio social y la brutalidad policial de los últimos 20 años. Los estudiantes, los empleados y los motoqueros, que estuvieron resistiendo de pie junto a las Madres en la Plaza están recreando el heroísmo de los 70. Los hijos del cordobazo ya cuentan en su haber con el éxito de un Argentinazo y son la fuerza motriz de las batallas que se inician a partir de este triunfo.

La única corriente política que estuvo presente en las cuatro fuerzas que convergieron en la rebelión fue la izquierda. Ningún funcionario, legislador o representante público de otras vertientes estuvo en la calle en los riesgosos momentos de la represión. Esa gente sabe improvisar discursos de cualquier tipo, pero desconoce el compromiso de jugarse el pellejo junto al pueblo en las barricadas. Mientras la derecha reclamaba más palos contra los manifestantes y los peronistas cocinaban el recambio de gobierno, los ex aliancistas de la centroizquierda optaron por borrarse. Al participar activamente en la acción, la mayoría de los partidos de izquierda demostró una conducta valiente y revolucionaria. Pero ahora enfrentan un desafió de otro tipo: encontrar un camino de fusión política con las masas que permita abrir el rumbo hacia el socialismo.

LA NUEVA SITUACIÓN.

El gobierno que debutó en 1999 asesinando trabajadores en Corrientes se despide con un tendal de 27 víctimas del salvajismo policial. El estado de sitio no fue un “exceso”, sino una medida reclamada por todos los voceros de la clase dominante (diario La Nación, cámaras empresarias, banqueros, UIA) que exigieron “restaurar el orden” con los viejos métodos de las dictaduras. Por eso el número de muertos duplica a los caídos durante la crisis del 89. Hubo licencia para matar, como lo demuestra el uso de las armas de fuego dirigidas contra los órganos vitales de los baleados, la falta de información en los hospitales, las denuncias de torturas, el ocultamiento de pruebas a los jueces y la existencia de un plan para hacer intervenir a 10.000 efectivos del ejército si la policía era desbordada.

La victoria popular detuvo el proyecto inicial de militarización y puso a los victimarios a la defensiva e incluso ante su posible encarcelamiento. Los responsables directos de la masacre (Mathov y Santos) podrían terminar presos si continúa la movilización contra su impunidad. Además, ya está en curso la liberación de los detenidos durante las manifestaciones y se batalla por el desprocesamiento de todos los luchadores sociales. El tambaleante gobierno de Rodríguez Saa también se vio obligado a recibir a las Madres y a considerar la derogación del decreto que impide expatriar genocidas reclamados por la justicia.

Pero si el triunfo del argentinazo frustró la militarización, también puso de relieve la existencia de un aparato represivo preparado para intervenir a sangre y fuego contra el pueblo. Este dispositivo ha quedado en reserva frente al avance popular, pero la burguesía guarda una carta contrarrevolucionaria que jugará frente una situación extrema y que debe ser erosionada desde ahora, mediante la conquista del juicio y castigo a los responsables de todos los crímenes contra el pueblo. Cómo lo prueba el asesinato a mansalva de tres jóvenes en Floresta el sábado 29 hay muchos represores dispuestos a lanzarse a una sanguinaria guerra abierta y sólo podrían serán detenidos a través de la enérgica reacción, como ya comenzó en ese barrio y tiende a extenderse a toda la Capital Federal. Hay que estar atento además frente a la acción de muchos provocadores que promueven la “guerra de pobres contra pobres” denunciada los dirigentes piqueteros.

La lucha de clases se está tensando aceleradamente en la Argentina porque los explotadores han sido puestos a la defensiva por la movilización popular y están atemorizados. Cavallo ya no dictamina desde el podio, sino que suplica protección personal y hasta lo repudian en su plácido refugio del sur. De la Rúa tiene prohibida la salida del país y los jefes policiales tratan de salvarse de un procesamiento. A los mafiosos como Grosso, que pensaban retornar alegremente de la mano del nuevo gobierno a su labor saqueadora del botín estatal, el repudio popular los tumbó en 24 horas y el mismo destino le espera a todos los personajes del nuevo gabinete que acumulan frondosas causas judiciales (Franco, Frigeri, Vernet, Gabrielli). Tampoco el menemista Barra puede tomar un café tranquilo en público y los jueces de la Corte Suprema están en la mira de la ira popular. Este clima de odio contra las caras más visibles de la opresión ha sido históricamente el síntoma clásico de una revolución en marcha.

La clase dominante está desconcertada frente a la insubordinación popular y tantea diversas vías para desactivar el volcán, sin poder diseñar alguna estrategia estable de dominación. Sus pensadores todavía no han digerido el golpe de la revuelta, ni el desmoronamiento de las fantasías neoliberales. Pero todos reconocen el alcance del argentinazo, que comparan con la Semana Trágica del 19 (R.Fraga), asemejan a una “insurrección cívica” (Morales Solá), le atribuyen el derrumbe del gobierno (M.Grondona) y el súbito pasaje a la rebelión activa de la clase media (V.Massot).

El argentinazo también ha provocado un sismo en la intelectualidad de la centroizquierda agobiada por la desmoralización. Los más apesadumbrados son los voceros del discurso imperialista despectivo (“los argentinos son incorregibles”) y de los viejos prejuicios liberales (“ahora se vuelve al populismo”). Algunos estiman que la caída del gobierno ha sido un “episodio lamentable” (N.Jitrik), otros consideran que “no hay pueblo, sino bandas en choque” (T.Abrham), se preguntan porqué “los fascistas siempre triunfan” (M.Giardinelli) o sugieren que la barbarie está sepultando a la civilización mediante “un retorno al siglo XIX” (B.Sarlo) y al “caudillismo autoritario” (T.E.Martinez). Quiénes habían proclamado el “fin de las movilizaciones populares (Romero) y el triunfo del individualismo consumista están shockeados por una sublevación que refuta todas sus creencias. Algunos llegan increíblemente a cuestionar la “falta de participación” de la población en el cenit de su movilización (E.Martinez). Pero el argentinazo ha puesto también en serios aprietos a los teóricos radicalizados que proponen “luchar sin tomar el poder”, porque la revuelta estuvo claramente orientada hacia la destitución de un gobierno y plantea el problema cómo y por quién se lo sustituye.

LOS DESAFIOS DE LA IZQUIERDA

Todas las consignas coreadas por los manifestantes durante y después del argentinazo apuntan contra el régimen político. No estuvieron sólo dirigidas contra Cavallo y De la Rúa, sino contra “toda la clase política…. porque son todos ladrones”. Este sentimiento popular es tan dominante que a sólo una semana de la caída de la Alianza los mismos cánticos ya apuntan contra R.Saa y sus “funcionarios corruptos”. El grito “sin radicales y sin peronistas vamos a vivir mejor” expresa claramente este fastidio con 18 años de gobiernos de distintas caras, pero del mismo sistema. Un claro indicio de este rechazo al régimen son las nuevas marchas frente a los Tribunales para que renuncien los “jueces de la servilleta” (“ya echamos a De la Rúa, ahora vamos por la corte”).

Pero hasta ahora la mayoría de los manifestantes saben lo que no quieren, pero no cuál sería la alternativa. En el pasado este clima era utilizado por los militares para preparar un golpe, pero los gendarmes están actualmente tan desprestigiados como los políticos. La derecha a través de los medios de comunicación navega en este ambiente, tratando de encontrar el ancla para algún proyecto reaccionario.

Por su trayectoria y conducta la izquierda no es identificada con “la clase política”, pero tampoco tiene un rol de liderazgo. Enfrenta el desafió de impedir la manipulación derechista de los sentimientos populares y también de buscar los puentes entre la conciencia de las masas y el proyecto socialista. Se puede discutir la conveniencia de la consigna “asamblea constituyente” para cumplir este rol de enlace (ya que plantea adecuadamente un cambio radical aunque ha sido también muy manipulada por el odiado sistema político). Pero lo incuestionable es la necesidad de articular políticas, consignas y reclamos que favorezcan la maduración socialista del argentinazo. La experiencia de otros países y revoluciones indica que esta evolución nunca se produjo espontáneamente a través de la “auto-convocatoria de las masas”.

Qué la actual movilización carezca de liderazgo reconocido y alineamiento político es un gran avance respecto al tradicional dominio del peronismo. Pero su distancia con el socialismo es un obstáculo que también hay que reconocer y buscar la forma de superar en el brevísimo plazo que impone la crisis. El elogio a la despolitización o la presencia activa de los partidos de izquierda no sólo es nociva para en la batalla por dotar de un contenido socialista al proceso en curso, sino que además es extremadamente peligroso frente al discurso antipartidario de la derecha.

El dedo acusatorio del pueblo ya señala a los políticos y a los jueces del sistema: ahora es el turno de los banqueros, que a través del “corralito” son los grandes protegidos por las instituciones del régimen. La propaganda abierta de la izquierda resulta vital para que los financistas que detentan el poder real detrás de los tribunales y el Parlamento sean visualizados por los trabajadores como el verdadero enemigo.

En lo inmediato existen dos grandes terrenos complementarios para popularizar las propuestas de una salida socialista a la crisis: los órganos directos de las masas en lucha y el campo electoral. Algunas formas embrionarias de representación directa han estado presentes en el argentinazo, pero al igual que sus precedentes de los piquetereos y las asambleas populares, todavía no constituyen formas de poder alternativo. Y aunque un colapso total en el funcionamiento del estado puede desencadenar su rápido desarrollo como instrumento sustitutivos de la actividades estatales básicas, nadie puede predecir este desarrollo. Es un gran acierto de la izquierda promover la formación de estos organismos, pero no existe ninguna ley de la historia que exija su aparición masiva.

Si las elecciones de marzo se realizan, la izquierda despertará una gran expectativa por la simple razón que el escenario político quedará excepcionalmente polarizado entre el peronismo, la centroizquierda y la izquierda. Un cuadro de este tipo permitiría concretar el salto de penetración histórica del socialismo que ya comenzó a insinuarse en los comicios del 14 de octubre y que se está desenvolvimiento a un ritmo muy acelerado. Una coalición de izquierda, por ejemplo, acaba de arrancarle por primera vez a los radicales la dirección de la Federación Universitaria, indicando el tipo de progreso exponencial que se avecina, si sabe aprovechar a la oportunidad abierta.

Para  avanzar a este ritmo hay que actuar sin vacilaciones lanzando por ejemplo cuánto antes una fórmula electoral unitaria de la izquierda con candidatos que puedan canalizar el giro político en curso. La unidad en este caso ya no es sólo es conveniente, sino directamente indispensable para que la población en lucha vislumbre una alternativa. No tiene ningún sentido pensar en “una intervención programática” de pequeño grupo, cuándo todas las condiciones están reunidas para un salto gigantesco de las fuerzas de izquierda. Hay que procesar las divergencias de manera positiva en medio de un avance general del planteo socialista y atenuar la obsesiva pelea por la hegemonía. El camino hacia la unidad ha quedado muy abierto con la intervención conjunta en el argentinazo y especialmente durante el acto común del sábado 22.

El abstencionismo constituye un obstáculo a superar para el avance de la izquierda, porque la batalla electoral brinda por el momento un campo fructífero para fisonomizar la alternativa socialista frente al conjunto de la población. Es completamente erróneo contraponer este ámbito a la lucha callejera, mientras no se vislumbre otro poder popular, porque la izquierda todavía necesita ganar mucha autoridad y credibilidad política. Representa una fuerza minoritaria que puede convertirse en la opción masiva a la brevedad, si toma conciencia de la excepcional oportunidad actual. Para proponerse conquistar el poder hay que saber capturar previamente la adhesión de los trabajadores y esta asignatura continúa pendiente. Ya no existe el prejuicio anti-socialista del pasado, porque a diferencia del período que siguió al Cordobazo y a la huelga del 75 la Juventud Peronista es un fantasma y a diferencia de los 80 el alfonsinismo carece de todo sustento. Los tiempos se aceleran para construir una fuerza de izquierda que otorgue sentido al sacrificio de los 27 compañeros caídos y que construya la nueva sociedad de igualdad y justicia que sueñan los militantes que todos los días ganan las calles.

Buenos Aires, 30 de diciembre de 2001.

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