Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Los dos republicanismos: desde Francia 1848

Miguel Angel Doménech

El republicanismo, tanto como ideología como en cuanto fenómeno político histórico es difícil de definir y relatar. En el primer caso, es una idea de límites conceptuales borrosos y, en el segundo, tiene como movimiento, unos acontecimientos y antecedentes igualmente variables según la interpretación de los mismos que de él hacen quienes se consideran sus herederos. Los liberales de lado, los socialistas de otro.

En un afán de clarificación, tanto histórico como teórico, pueden distinguirse fácilmente dos concepciones del republicanismo que más bien cabria llamar dos polos de gravedad de lo republicano, pues cada uno de ellos, tampoco son una plasmación exacta con fronteras bien definidas sino más bien un centro de gravedad que sirve de unidad de significación con el que en la práctica se identifican los movimientos sociales que del republicanismo se reclaman, así como para los teóricos y pensadores que se han llamado republicanos.

La republica ha sido una idea compleja que ha oscilado y que continúa identificándose entre dos herencias. La conservadora y la revolucionaria.

Para entender las claves de cada una de las tendencias, nada mejor que referirse al momento histórico en que ambas se enfrentaron en tanto que movimiento político, porque en el curso de los acontecimientos se revela el antagonismo de las dos concepciones y porque la realidad del acontecer cede a la reflexión teórica que luego se va elaborando a partir del análisis de aquella.

Uno de los fundamentos históricos de la tradición republicana se encuentra en Francia por cuanto que el republicanismo moderno nace en esa nación. El antagonismo de los dos fundamentos en que se polarizan los dos polos republicanos cristaliza muy claramente en los acontecimientos revolucionarios e insurreccionales de 1848. De ahí la utilidad de una lectura de las controversias políticas e intelectuales suscitadas en aquellos acontecimientos de la llamada “revolución olvidada”. La insurrección de 1848, arrinconada entre la de 1789 y la de la Comuna de 1871, es, no instante, una fuente muy rica de lo que está en juego social y políticamente en las otras que la ocultan y en los movimientos posteriores. Las ideas de pueblo, nación, gobierno, libertad, presentación, ciudadanía, son objeto de choque por parte de los diversos actores de aquellos momentos que se enfrentan para hacer valer sus propias concepciones. Ese enfrentamiento y sus argumentos siguen teniendo valor de conflicto hoy mismo y particularmente entre las dos concepciones de republicanismo. No debemos olvidar, que se reivindican de Republica, en Francia, por ejemplo, tanto la izquierda más radical como los partidos mayoritarios de derecha. En ese país, una de las cunas del republicanismo moderno se proclaman de pura cepa republicana, tanto los conservadores como los demócratas socialistas, e incluso la extrema derecha y la izquierda radical. En estado Unidos, segundo lugar de nacimiento del moderno republicanismo, la confusión es aún mayor. Se denomina partido republicano a los conservadores, y es éste, para complicar las cosas el que toma la herencia del nombre de partido republicano de Jefferson a quien más bien habría que situar hoy día, entre los más cercanos a una concepción menos conservadora del republicanismo, cuando entre los partidarios del llamado partido republicano anidan las ideas más alejadas de la concepción de la ciudadanía más radicalmente republicana.

Volviendo a la revolución de 1848, entre febrero y julio de ese año se opera una ruptura fundamental de la idea republicana. Es por ello que venir a ella facilita mucho la diferenciación de cada una de las dos tradiciones republicanas que confluyen y combaten allí para luego continuar discrepando hasta el presente. En aquel acontecimiento podemos encontrar un momento privilegiado de la historia conceptual y social de ambos republicanismos. El republicanismo moderado- que dejará una herencia cada vez más liberal en lo sucesivo y el republicanismo revolucionario o insurreccional, que irá dejando un legado cada vez más socialista en sus sucesores políticos. Posteriormente esta última herencia recogida por el socialismo, ira perdiendo, fomentado por sus ocasiones en el poder, el carácter revolucionario e insurreccional para hacerse francamente a su vez más cercano a las tesis y los intereses del capitalismo liberal y la preponderancia de la economía capitalista de mercado, incluso actuando de manera represiva aliado con las oligarquías de las clases acomodadas contra los movimientos obreros y revolucionarios. Mientras aquel republicanismo más radical y revolucionario terminara refugiándose en los diversos movimientos comunistas, como bien vería Marx que llamó al comunismo, un sistema político y social en que se llevaba a cabo la “asociación republicana de trabajadores”.

En febrero de 1848 se produce la abdicación del rey Luis Felipe- última ocasión de la monarquía en Francia- y en mayo de ese mismo año se reúne una nueva Asamblea Nacional. Ese tránsito se ha interpretado en términos formalmente políticos como de una transición entre el régimen de la monarquía a la república. Pero asimilar republica a un simple cambio jurídico de personal a cargo de la responsabilidad del Estado y al procedimiento de selección de quien haya de encabezar las instituciones estatales es bien poca cosa, como es muy pobre decir que la diferencia entre república y monarquía es un la de unos regímenes en los que se da una forma diferente de nombramiento de la Jefatura del Estado. La época en cuestión es mucho más rica en su visión de lo que era república y lo que no lo era.

Más allá de la lucha entre partidarios del rey y los promotores de un sufragio universal lo que distingue el enfrentamiento de 1848 es la fractura que se da en el campo mismo de los republicanos, fractura que plasma la diferencia que ya había antecedido pero que en el momento se hará definitiva. Por una parte los que defienden un gobierno representativo adjunto a la práctica del liberalismo económico y por otra, los que combaten por el gobierno del pueblo en lo político y en lo económico, es decir, en lo que posteriormente se llamaría más francamente el socialismo, denominación que terminaría de sustituir y cargarse de otros contenidos, a la propia del republicanismo más radical hasta entonces protagonista del contenido más popular de los movimientos sociales emancipatorios.

Mientras que la mayoría del Gobierno provisional surgido entonces, pone en valor e insiste en la separación entre Estado y sociedad – que solo se relacionarían en el momento de la representación- los obreros, tratan de implicar lo social en lo político porque ven, instintivamente que ambas cosas son indisociables en el mismo proyecto revolucionario. La representación en los primeros es el instrumento adecuado del ejercicio de lo político pues el Estado no es la sociedad, ni por lo tanto sus representantes deben de ser el pueblo mismo sino otra categoría de intermediarios. La sociedad, es decir las relaciones económicas, debe seguir su propio curso. Para los insurrectos populares, es la sociedad misma la que gobierno, tanto en la sede de lo jurídico como en las demás relaciones donde se dé poder. El voto no puede desembocar en una representación que separe Estado y sociedad porque esa separación opera de inmediato la misma separación entre política y economía, dejando la dominación y gobierno que se genera en las relaciones económicas al margen de la dominación y gobierno populares.

En el curso de los acontecimientos de 1848 cristalizan progresivamente dos concepciones antagonistas de república. Samuel Hayat (1) explica los acontecimientos sucedidos siguiendo esa línea y situándose en el mismo relato en que se situaban Henri Guillemin en su obra 1848, La premiere resurection de la republique (2) y el propio Marx en su Guerra civil en Francia

La primera concepción quiere romper con la monarquía de julio. En realidad se contenta con sustituir el sufragio censitario universal masculino por el sufragio universal. Esa sustitución considerable del procedimiento electoral formal deja no obstante intactos los principios del gobierno representativo sobre los que se sostenía la monarquía de Louis Felipe. La “república moderada” que promueve Lamartine se niega a que el estado intervenga en la economía, insiste en la independencia de los representantes y su desvinculación de los representados y de cualquier reforma de acción de estos últimos que no sea el voto. Frente a estos partidario de la moderación se levantan los que lo eran de la “república democracia y social”. A los ojos de estos últimos, el gobierno provisional y la asamblea constituyente no están llevando a buen término la igualdad social que reclamaban los insurgentes de febrero que conciben la república como una continuación de aquella revolución de 1789, o mejor de 1792, cuyo proyecto ha de cumplirse. La república moderada es una palabra hueca sin esta dimensión radical y social. Los republicanos moderados hacen suyas las tesis de un Tocqueville, cada vez más reaccionario y alineado con los intereses de las clases burguesas, que aborrecían cualquier regulación de las condiciones laborales y cualquier mención al derecho al trabajo.

En mayo de 1948 estalla una diferencia que ya estaba en germen en la anterior revolución de 1792 y que se venía planteando en las revueltas populares desde 1840. El 15 de mayo, en Paris se produce la confluencia de tres acontecimientos, cada uno con su peso conceptual. El gobierno provisional se niega a ayudar a los insurgentes de Polonia, en Ruan se reprime de manera sangrienta una revuelta popular y el aplazamiento de una concentración de la Guardia nacional para la que habían venido ciudadanos de toda Francia. El día 15 los manifestantes de las tres protestas ocupan la Asamblea Nacional, el noviecito es reprimido con dureza y los dirigentes de los clubs arrestados.

Aquella ocupación de la Asamblea era expresión del deseo incontenible popular de obligar a que fuesen tratados por el poder político asuntos en los que se les negaba participación como la política internacional, orientándola hacia la solidaridad popular, o la acción represiva de la policía, y la organización del trabajo. Todo ello, con la presencia y la vigilancia del pueblo, no dejado en manos de los representantes cuyas actividades en este sentido y en otros muchos no eran satisfactorias. La ocupación de la Asamblea por los manifestantes quería decir que, estos debía escuchar al pueblo o si no, estaban gobernando en lugar del pueblo. La ocupación significaba que al pueblo no le bastaba la representación para ver la voluntad del ciudadano ordinario, la voz del pueblo, realizada.

Ninguna de las actitudes republicanas enfrentadas en los movimientos estaba negando la necesidad de tener representantes políticos de la nación, pero no que esta representación fuese la única actividad política posible, la de excluir al pueblo y dar la exclusividad de los asuntos políticos a los representantes sin tener en cuenta ni incluir la actividad ciudadana.

La opción moderada republicana correspondía a lo que Bernard Manin llama el pilar principal del gobierno representativo. Los ciudadanos pueden dar su consentimiento o no al poder político (votando) pero no ejercerlo (3), pueden elegir a quienes les gobiernen, pero no gobernar.

Tras estas dos versiones de la representación que tiene cada género de republicanismo se contraponen también dos ideas diferentes de la ciudadanía. Para unos, para aquellos en los que la república se reduce a una institución capital, el sufragio universal, la ciudadanía está excluida del gobierno de las cosas públicas. Esa gestión corre a cargo de los representantes y la función política del ciudadano es elegir, votar y ser un sujeto pasivo portador de derechos individuales. El ciudadano es un elemento individual abstracto, no se define por su pertenencia a categoría, sexo, o clase social, ni por su inmersión en relaciones económicas de poder. Es el antecedente del homo económicus del liberalismo, consumidor y receptor de servicios estatales.

Por esta brecha abunda el liberalismo para ir suplantando al genuino republicanismo cuyos antecedentes en la democracia griega, las repúblicas italianas del final del medievo y renacimiento, los radicales de la revolución inglesa, los republicanismos de los países bajos, los founmders de la independencia americana, fueron olvidados. Incluso se omitieron en el orden intelectual, las dimensiones republicanas de un Adam Smith (4) o un Stuart Mill para hacerlos a todos, padres intelectuales del liberalismo.

Los defensores de la otra república, tienen una visón de la ciudadanía que difiriere con mucho de aquella. La representación debe de estar asociada a la participación ciudadana, al ser el ciudadano no solo sujeto pasivo de derechos sino un actor político, que lucha, delibera, discute y que pertenece a una categoría social concreta. Los ciudadanos se definen por su participación política y por su pertenencia a una clase social. Esta perspectiva del republicanismo revolucionario concibe la libertad como un ejercicio activo de la política.

No obstante, el escenario común, e histórico continúa siendo, para ambos, nacional y masculino. El demos en 1848, nunca incluye a los extranjeros y a las mujeres. Estas últimas irán incluyéndose, precisamente por la vía de la ciudadanía concebida desde la perspectiva republicana revolucionaria, puesto que es a través de las luchas obreras y de clase, incluso en la misma barricada donde la mujer tomara parte con el hombre en las movilizaciones, tanto en la calle como en la fábrica. La ciudadanía concebida como algo activo permite esta futura introducción de la mujer en el demos desde que la mujer misma se moviliza como ciudadana activa, en consonancia con lo previsto por los republicanos radicales y al contrario del republicanismo conservador, no se limita a dar consentimiento.

Este enfrentamiento de conceptos no es un asunto académico ni de teoría. Los conflictos doctrinales se encarnan constantemente en cada una de las instituciones que serán propias de la República.

Efectivamente, se plantea de inmediato desde el gobierno provisional formado en febrero de 1848 si las instituciones republicanas deben de limitarse a ser las que encaucen las elecciones para la próxima Asamblea Constituyente o deben de comenzar la labor de transformar en profundidad las relaciones económicas y sociales injustas. Así la Guardia Nacional, ¿debe de ser un instrumento de orden y represión, o una expresión del pueblo en armas velando por las conquistas obtenidas por la voluntad popular, incluso contra el estado mismo si este se desvía de las aspiraciones populares? Las instituciones que se ocupan de la condición de los más pobres, ¿deben de ser solo un órgano deliberante, o actuar en economía activamente?

La historia termina con la victoria de los republicanos moderados. La actividad revolucionaria y agente de la ciudadanía quedará ausente durante mucho tiempo de la escena política, dándose la última palabra política a la institución de la representación y las elecciones. Solamente, en el curso de los años futuros, fugazmente volverá a reivindicarse la forma de ciudadanía políticamente activa más allá de la representación política.

El republicanismo moderado y el revolucionario se enfrentan, no solo como un conflicto de concepciones políticas sino como clase social. La oposición de cada perspectiva es la oposición entre la clase obrera y la burguesía. Tras el conflicto político se hace evidente cada vez más el conflicto de clase. Los que actúan en cada una de las opciones que se van dibujando cada vez más netamente entre ambos republicanismo, obran como pertenecientes a clases enfrentadas y situadas en espacios opuestos de la sociedad.

No obstante la tradición de los vencidos en 1848 no desaparece. Se renueva periódicamente y vuelve a plasmarse en la forma de socialismo y del comunismo. Se mantiene viva en la imagen de la República como un ideal de emancipación, una promesa de equidad, de justicia, de radicalidad democrática y de autogobierno de los más pobres. Volverá a replantearse en Francia en 1870, y a lo largo de todas las luchas del movimiento obrero.

La imagen de la República como figura que encarna de emancipación, surge con una gran intensidad con la breve pero intensa República española de 1931. Históricamente, aquel periodo encarna como ninguno las aspiraciones populares en el imaginario de los grupos sociales desfavorecidos. Su pervivencia en el recuerdo solo se explica por este significado cultural tan profundamente arraigado. En España, república quiere decir, más que en ningún otro lugar, aquella significación que le daban los republicanos revolucionario franceses del 48. República significaba equidad, igualdad, emancipación, autogobierno, desarrollo cultural y humano libre, democracia radical, laicismo ilustrado, libre imaginación, sociedad concebida desde la colaboración y la ayuda mutua no desde el lucro y el beneficio de unos pocos. (5) Republica era una nueva forma de vivir juntos. De ahí la profunda y salvaje represión que se hizo necesaria por parte las clases sociales dominantes victoriosas tras el sublevación militar del 36 para sofocar esta esperanza y este sueño y de ahí el esfuerzo de ocultamiento y de desmemoria llevado a cabo por el pacto las nuevas oligarquías de la transición y de la socialdemocracia de Felipe Gonzalez y sucesores socialistas. El “veneno” de la imagen de emancipación radical, cultural, social y económica, que encarna le republicanismo puede hacer saltar los goznes de las puertas que se pretenden cerrar y dan por resueltas las cuestiones que el republicanismo radical y revolucionario ha planteado desde su origen.

Las dos perspectivas, desde entonces no han cambiado sustancialmente, salvo en sus denominaciones. Mientras que el republicanismo conservador se deslizaba sin dificultades hacia el liberalismo, tanto en sus pociones económicas como políticas, el socialismo iba sustituyendo, tanto en la imagen popular como en el espacio académico, al republicanismo radical y revolucionario de quien era heredero. Este deslizamiento se acompañaba de otro deslizamiento hacia las propuestas y concepciones liberales, con lo cual el republicanismo radical y transformador quedo huérfano pues ni siquiera los partidos socialistas quisieron recoger la llama de su radicalidad que quedo recluida, a girones, en ciertos comunismos sin partido. Pero la problemática sigue siendo la que suscitaran ambas partes. Independencia de los representantes, separación ente Estado y sociedad, consideración de las relaciones de poder, dominación y explotación en las relaciones económicas y sociales, composición del demos, reducción del estatuto de ciudadano a portador de derechos subjetivos individuales y beneficiario de servicios sin más protagonismo que el voto, desaparición de la virtud publica, igualdad material como necesaria para una igualdad política sin dominación… son aspectos que siguen sin resolverse y demandan volver a la discusión política tanto al horizonte ideológico como a la propuesta y a las luchas y demandas políticas. En definitiva está en juego el planteamiento de nuevas maneras de vivir juntos. Esto de forma cada vez más urgente pues se va evidenciando que a la luz de los efectos de la civilización vencedora está en juego la propia supervivencia del ser humano encaminado por vías cuya fatal irreversibilidad se hace progresivamente más verosímil.

El planteamiento renovado de estos problemas es lo que significa la renovación de la izquierda por la vía de una refundación republicana.

Fuente: http://republicadelosiguales.blogspot.com.es/2016/01/los-dos-republicanismos-francia-1848.html

Notas:

(1).- En su libro, publicado en Francia. Samuel Hayat.- “Quand la République était révolutionnaire. Citoyenneté et représentation en 1848”.- Seuil 2014

(2).- Henri Guillemin. “1848.-la premiere resurection de la republique”.-Editions d´utovie.- 2004.

(3).-Bernard Manin.- Los principios del gobierno representativo.- Alianza.- Mdrid 1998.

(4).- David Cassasas. –La ciudad en llamas.- Montesinos ensayo 2010

(5).-Ángel Duarte.-El republicanismo una pasión política.-Catedra 2013

 

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