Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La economía sin excedente: crítica de una teoría del desarrollo

Harry Pearson

En los capítulos anteriores se ha mostrado que el concepto de escasez aplicado a la economía deriva del sistema de mercado y de la concepción atomista de la sociedad propia de la ilustración. En ella se cumplen realmente las condiciones institucionales e ideales para que el postulado de la escasez tenga validez práctica. Pero la suposición corriente de que la escasez de medios naturales produce siempre y en todas partes una serie de acciones economizadoras omite el paso esencial de la introducción de la condición social del hombre en el estudio de su acción sobre la naturaleza para producir el sustento. El concepto de escasez sólo resultará útil si el hecho natural de la escasez de medios conduce a una serie de elecciones referentes a la utilización de estos medios y esta situación sólo es posible si los usos de los medios son alternativos y existe una graduación de fines según un orden de preferencias. Pero estas últimas condiciones están determinadas socialmente; no dependen simplemente de los hechos de la naturaleza. Considerar la escasez como una condición absoluta de la que derivan todas las instituciones económicas significa, por consiguiente, utilizar una abstracción que no sirve más que para obscurecer la cuestión de la organización de la actividad económica.

No existe una teoría formal del desarrollo de las instituciones económicas que haya alcanzado algo que se parezca al carácter general de la teoría económica formal. No obstante, existe un concepto utilizado ampliamente en la antropología, la prehistoria y la historia económica que guarda con el análisis del desarrollo económico una relación similar a la que existe entre el postulado de la escasez y el análisis económico. Se trata del concepto de excedente utilizado de una manera que concierte la aparición de un «excedente» por encima de las meras necesidades de subsistencia en el elemento crucial de la evolución de instituciones sociales y económicas complejas a partir de comienzos simples. Así, se afirma que una sobreabundancia de medios trae consigo el desarrollo de instituciones económicas, de la misma manera que la escasez se considera la causa del manejo utilitario de los recursos; es decir, de la economía en sentido formal.

La tesis de este capítulo es que, cuando el concepto de excedente se utiliza de esta forma, representa también una abstracción inadmisible que no tiene en cuenta las condiciones sociales que rodean la búsqueda diaria del sustento. Como el concepto de escasez, el teorema del excedente sólo es útil cuando se definen las condiciones de un excedente específico. Como el postulado de la escasez, el concepto de un excedente general nace del complejo ideal e institucional que considera al hombre como un átomo economizador con «propensión al trueque y al intercambio»1 y proporciona el sistema de mercados, encargado de realizar esta imagen. Se ha dicho que en un sistema de mercado la actividad económica se organiza a través de situaciones de escasez. Puede añadirse que la conducta de mercado se orienta necesariamente hacia la creación de excedentes. Se comete, sin embargo, un error cuando se supone que estas características institucionales de una economía de mercado son una característica natural de la vida económica.

Investido de la plausibilidad del sentido común, el conocido teorema del excedente ha levantado hasta ahora pocas sospechas en lo que se refiere a su sesgo racionalista. Examinemos su contenido.

Cuando se utiliza como la clave del cambio evolucionista, el teorema del excedente consta de dos partes esenciales. En primer lugar tenemos el mismo concepto de excedente que representa la cantidad de recursos materiales que excede de las necesidades de subsistencia de la sociedad en cuestión. Se supone que tales excedentes se producen al avanzar la tecnología y la productividad y sirven para distinguir diferentes niveles de organización social y económica. La segunda parte del teorema está constituida por la creencia de que el excedente provoca la aparición de acontecimientos sociales y económicos típicos de primerísima importancia. Así se afirma que el mercado y el comercio, el dinero, las ciudades, la división de la sociedad en clases y, en definitiva, la misma civilización son productos del surgimiento de un excedente.2

«El excedente», como lo define Melville Herskovits, por ejemplo, es «un exceso de bienes por encima de las exigencias mínimas de la necesidad·».3 Siguiendo la estela de Thorstein Veblen4, este autor considera que el excedente abre un camino importante para la investigación de los cambios económicos en las sociedades primitivas, aunque «Permanece obscuro el porqué de la aparición del excedente»5. Comparando a los bosquimanos de Sudáfrica con los hotentotes, Herskovits observa que estos últimos han desarrollado una especialización mayor de las funciones de mando. Concluye que «La razón [de esta diferencia] es simple: los bosquimanos no producen ningún excedente»6.

Gordon Childe define el «excedente social» como «comida que excede de las necesidades domésticas».7 Para él, el desarrollo del comercio neolítico y la emergencia de la civilización se basan en la aparición de dicho excedente.8

El significado del concepto está, pues, muy claro. Existe un nivel de subsistencia que una vez alcanzado constituye una medida: por así decirlo, es como la presa por la que se desborda el excedente. Por consiguiente, este producto sobrante está disponible: puede utilizarse para el comercio exterior o para pagar a artesanos o mantener una clase ociosa o a otros miembros improductivos de la sociedad. En otras palabras, se convierte en la variable principal en el surgimiento de instituciones sociales y económicas más complejas.

A continuación estudiaremos 1) las implicaciones del concepto de excedente cuando se introduce como factor propiciante del cambio social y económico; 2) los orígenes doctrinales y el desarrollo del concepto, para arrojar alguna luz sobre su sesgo racionalista inherente; 3) brevemente, la forma en que un concepto institucional de excedentes específicos -su creación y utilización- puede aplicarse ventajosamente al análisis del desarrollo económico.

Una construcción racionalista

Volvamos a examinar, en primer lugar, el significado del mismo término excedente. Se aplica a lo que excede de las necesidades de subsistencia. Por consiguiente, para que resulte útil su utilización, el primer requisito es una definición clara de las necesidades de subsistencia.

Sólo existen, lógicamente, dos formas de definir estas necesidades. Pueden determinarse en relación a una cantidad mínima de alimentos esenciales para la existencia humana, cantidad biológicamente dada. Por otra parte, puede suponerse que las necesidades de subsistencia son un producto social, en cuyo caso la necesidad biológica no puede usarse como medida.

Si las necesidades de subsistencia están definidas biológicamente, el excedente que surge una vez satisfechas éstas es, lógicamente, un excedente absoluto. Se trataría, en definitiva, de una cantidad sin ningún propósito socialmente definido que excedería de lo socialmente necesario; estaría disponible y tendría un efecto causal propio. Dada una cantidad disponible de bienes o servicios, se puede tomar la decisión de que éstos se utilicen para potenciar el surgimiento de nuevas instituciones económicas o sociales como el comercio, los mercados o una clase ociosa. A veces se supone que el excedente es el factor causal, pero con más frecuencia, se le considera como una causa necesaria, pero no suficiente, de desarrollo. En nuestra opinión, como intentaremos demostrar, ambos casos son inadmisibles.

Si, por el contrario, las necesidades de subsistencia no están determinadas biológicamente, sino socialmente, no tiene cabida el concepto de excedente absoluto, pues en tal caso la distribución de los recursos económicos entre la subsistencia y otras necesidades se decide sólo dentro del contexto total de necesidades así definidas. No es posible distinguir entre las meras necesidades de subsistencia y el conjunto de exigencias funcionales que la sociedad le formula a la economía.

El concepto de excedente sólo se puede utilizar aquí en un sentido relativo o constructivo. Resumiendo: una cantidad dada de bienes o servicios constituiría un excedente sólo si la sociedad, de alguna manera, la apartara y decidiera tenerla disponible para un fin específico. En esta categoría quedarían entonces incluidos, por ejemplo, los alimentos almacenados para las fiestas ceremoniales o en previsión de futuras carestías, los fondos para la guerra, los excedentes presupuestarios o los ahorros con diferentes propósitos. La cuestión esencial es que la misma sociedad en cuestión decide acerca de los excedentes relativos. Es cierto que tales excedentes pueden aparecer por un aumento inesperado de bienes materiales o por una elevación permanente de la capacidad productiva, pero pueden surgir también sin que se produzca ningún cambio en la cantidad de medios de subsistencia, reestructurando los usos a los que se destinan los bienes o servicios. La historia bíblica del gran almacenamiento de José en Egipto es un ejemplo de ello. Por consiguiente, en la creación de excedentes relativos las condiciones naturales tienen menos importancia que la actitud hacia los recursos y los medios institucionales de contabilizarlos, almacenarlos y hacerlos disponibles.

En la utilización que se hace del concepto de excedente como clave del desarrollo económico y social existe un grado notable de confusión, consecuencia de la incapacidad de distinguir entre estos dos significados posibles. La confusión tiene como resultado la atribución a los excedentes relativos de los efectos causales que sólo podrían tener los excedentes absolutos, en el caso de que se pudiera demostrar su existencia y su importancia. Como el excedente relativo es una mera construcción, es evidente que sólo el significado absoluto puede utilizarse para explicar los cambios económicos y sociales. Son, pues, las implicaciones de este significado las que se han de examinar más en profundidad.

Si el nivel de subsistencia ha de ser la medida del supuesto excedente, debe ser posible determinar, en cada caso específico, dónde encuentra dicho nivel. Lógicamente, puede parecer que ha de existir un mínimo, biológicamente fijado, de alimentos necesarios para la existencia de un hombre. Un individuo morirá sin lugar a dudas en un corto período de tiempo si no tiene comida. Pero ¿cuánto puede resistir un hombre con una dieta deficiente? Y, si es difícil establecer el mínimo de subsistencia para un individuo, resulta imposible hacerlo para la sociedad en su conjunto. No existe ninguna prueba histórica de que sociedad humana alguna haya vivido nunca a este nivel En efecto, ¿qué podríamos aceptar como prueba? Sabemos que porciones más o menos considerables de la población de todas las sociedades viven a un nivel de subsistencia que la ciencia considera insuficiente. Como consecuencia, la mortalidad infantil es alta, baja la esperanza de vida y muy extendida la enfermedad: Sin embargo, ¿significa esto que todos los miembros de estos grupos se dedican a producir alimentos durante todas las horas en que no duermen? Las actuales sociedades primitivas no nos proporcionan ningún dato que apoye esta suposición, ni siquiera las más pobres, pues sus miembros bailan y cantan y guerrean, utilizando, pues, sus reducidos recursos de forma no utilitaria. Tampoco los hallazgos arqueológicos nos pueden ayudar. Lo que se presenta como un hecho natural objetivo se desintegra cuando se examina en detalle. El hecho es que «no sólo de pan vive el hombre», por escaso que sea el trigo.

La suposición de que existe un nivel biológico mínimo de subsistencia para el conjunto de la sociedad excluye la flexibilidad de un nivel de subsistencia culturalmente determinado y, por consiguiente, la capacidad de una sociedad para emplear los recursos físicos de formas que pueden considerarse incluso más importantes que un nivel dado de subsistencia. La India moderna, por ejemplo,

es uno de los países de crecimiento relativamente rápido de la población, por lo menos a partir de 1921. A pesar de que la dieta del pueblo indio ha sido muy pobre y su nivel de vida habitual extremadamente bajo, el país ha alimentado de alguna manera, a una población que se ha elevado de 306 millones de habitantes en 1921 a alrededor de 438 millones en 1951 (India y Pakistán). […] Ni siquiera los expertos comprenden plenamente cómo ha sido posible, y no existen pruebas concluyentes acerca de si el nivel de vida del pueblo ha mejorado o empeorado. En otras palabras, nadie puede calcular con seguridad a cuánta gente más puede alimentar la India dada una dieta alimenticia ni cuánto puede descender la dieta normal por debajo de los niveles habituales sin que las muertes lleguen a equilibrar los nacimientos.9

Puede argumentarse, sin embargo, que la idea de un nivel de subsistencia no es, después de todo, más que un recurso heurístico. Se pueda determinar objetivamente o no, existe en principio y puede utilizarse para estudiar el surgimiento de un excedente. Debido a la evidente imposibilidad de determinar el mínimo biológico de subsistencia para el conjunto de la sociedad el concepto de excedente se ha utilizado por lo general en este sentido heurístico.

Pero esta utilización heurística suscita dificultades todavía más serias. Se basa en la suposición apriorística de que los excedentes económicos absolutos son la fuerza generadora del cambio social. El hecho de que la sociedad en cuestión no emplea todo su tiempo y todos sus recursos en la producción de meros medios de subsistencia se utiliza como prueba de que ha surgido un excedente.

El mero hecho de que existen medios para llevar a cabo la circulación de bienes dentro de las tribus y entre ellas significa que se produce algo más de lo necesario para alimentarse, vestirse y cobijarse, y fenómenos como el intercambio diferido de productos con carácter ceremonial o la concesión de crédito de un miembro de la tribu a otro prueban que no sólo los grupos enteros, sino también los individuos dentro de esos grupos poseen un excedente una vez satisfechas sus necesidades inmediatas.10

El postulado heurístico prueba, pues, la existencia de un excedente, de lo que se desprende que cuanto más compleja es la sociedad, mayor debe de haber sido el excedente. Evidentemente, es importante investigar la validez de tal postulado.

En la base del teorema del excedente utilizado de esta forma está la prioridad concedida a la alimentación sobre el pensamiento, el Gobierno, la artesanía, el comercio o el juego. Como lo expresó Engels, se trata del «hecho elemental […] de que los seres humanos han de disponer de comida y bebida, vestido y cobijo antes de que puedan interesarse por la política, la ciencia, el arte, la religión y otras actividades semejantes»11 Nos encontramos ante un tipo descarnado de determinismo económico que basa el desarrollo social y económico en «la reducida capacidad del estómago humano».12 Las necesidades sociales sólo adquieren relevancia una vez se han satisfecho las necesidades más primarias. Bastará quizá con señalar que ésta es la concepción de la subsistencia y de la sociedad que, en definitiva, fundamenta la idea del excedente, pues muy pocos, incluso entre los que utilizan este concepto, aceptarían adscribirse a esta posición general13 De cualquier modo, el peso principal de los datos modernos de la psicología social y de la sociología de la actividad económica se opone a esta visión de la economía y la sociedad. Aquí cabe señalar simplemente que la economía, a todos los niveles de la existencia material, es un proceso social de interacción entre el hombre y su entorno, en el transcurso del cual los bienes y los servicios cambian de forma, se desplazan y pasan de una mano a otra. Se producen y distribuyen. La forma de este proceso (es decir, su forma institucional) y las motivaciones que lo ponen en marcha no están determinadas por ningún factor natural o humano aislado, sino que son consecuencia de diversos niveles interdependientes de la existencia humana: el ecológico, el tecnológico, el social y el cultural; y es la compleja interacción de estas variables la que resuelve cuestiones como qué y cuánto produce una sociedad determinada, quién se encarga de la producción, cuánto se consume y en qué proporción lo hacen los diversos grupos de la sociedad y cuánto se ahorra o se aparta del consumo inmediato y con qué finalidad. El hombre, que vive en la sociedad, no produce un excedente a menos que decida llamarlo así, y, por consiguiente, su efecto viene dado por la forma en que está institucionalizado.

Subrayar la complejidad del nexo causal en toda situación dada no significa negar que el aumento de los medios de subsistencia pueda producir consecuencias sociales importantes. Los cambios en la tecnología y en la productividad desempeñan un papel considerable en el proceso de desarrollo institucional. Lo que afirmamos aquí es, simplemente, que dichos cambios no crean excedentes disponibles de forma general, pues ello implicaría una separación entre el desarrollo tecnológico y el conjunto institucional del que forma parte. Aplicar el concepto de excedente a nuevos medios económicos producidos por la mejora de la productividad equivale a decir que dichos medios se encuentran al margen de las fuerzas sociales que integran y controlan el proceso económico. De esta forma, se les convierte en una especie de entidad independiente que se puede utilizar para explicar cualquier fenómeno nuevo, desde el comercio hasta la religión14 según las preferencias del investigador.

El aspecto más negativo de esta idea ampliamente utilizada de un excedente productor de cambios es precisamente esta incitación a racionalizar complejos problemas económicos de desarrollo. La lista de las instituciones económicas que se han atribuido a la aparición de un excedente en momentos críticos del desarrollo de la sociedad humana incluiría la propiedad privada, el trueque, el comercio, la división del trabajo, los mercados, el dinero, las clases comerciales y la explotación.15 Pero no existe ninguna prueba que justifique estas construcciones. La única explicación concebible de estas suposiciones es el postulado de que el curso lógico del desarrollo económico, una vez se dispone de suficientes medios, apunta hacia el sistema de mercado de la Europa occidental del siglo XIX. Esta supuesta secuencia de acontecimientos se basa en una crasa confusión entre la economía y el estado de la tecnología. Convendrá repetir que la economía es un proceso social, lo que significa que la producción, el movimiento y la transferencia de los bienes económicos pueden organizarse de formas distintas. El problema abierto a la investigación es precisamente cómo se organizaron e integraron estos elementos de las economías más antiguas. A menos que consigamos probar que el hombre posee una «propensión inherente al trueque y al intercambio» no existe nada que justifique la suposición de que su economía ha de seguir el modelo de mercado. En realidad, como han indicado muchas de las aportaciones a este libro, los datos que poseemos sobre las economías de las sociedades primitivas y antiguas prueban exactamente lo contrario. Neale ha mostrado, por ejemplo, que la distribución de la harina de cereal en la aldea india sigue el modelo de reparto que está institucionalizado en el sistema de relaciones sociales de reciprocidad típico de la comunidad aldeana. ¡Qué distorsión de la situación real seria considerar esta harina de cereal como un excedente absoluto y esperar que surgieran de él el intercambio comercial, el dinero y todo lo demás!

Reificación del concepto de ganancia

Hasta ahora hemos tratado de indicar las debilidades básicas del concepto de excedente y algunas de las racionalizaciones del desarrollo institucional que son la consecuencia del uso de aquél. Nos ocuparemos ahora de los orígenes doctrinales y el desarrollo de la categoría de excedente, pues sólo de esta manera podremos aprender cómo surge la ficción de un excedente absoluto.

El teorema del excedente, en su acepción corriente, es el resultado de la convergencia de dos líneas diferentes de investigación. Una de ellas es la teoría general de Lewis H. Morgan sobre la evolución social y económica;16 la otra está constituida por los estudios de Carlos Marx sobre el capitalismo, que se basan en la teoría de la «plusvalía». Sin embargo, la teoría de Marx derivaba de las teorías económicas anteriores de las escuelas fisiocrática y clásica, por lo que tenemos que estudiar la teoría del valor de estos economistas precedentes para encontrar los orígenes del concepto de valor excedente. El punto de convergencia fue la adaptación que hizo Friedrich Engels de la obra de Morgan en La familia, la propiedad privada y el Estado, publicada en 1884. La teoría de la familia y del Estado y de su desarrollo formulada en primer lugar por Morgan y reinterpretada por Engels ha sido objeto de numerosos estudios críticos, y prácticamente nadie es ya partidario del esquema relativamente fácil y dogmático de evolución lineal de dichas instituciones representado por la teoría en cuestión. Sin embargo, en la teoría de Morgan y Engels se sugiere un esquema de evolución económica, especialmente de instituciones de intercambio, que no ha recibido la misma atención crítica que las teorías más explícitas referentes a la familia, la propiedad privada y el Estado.

Morgan hizo de la «ampliación de las fuentes de subsistencia» la variable independiente de un proceso de evolución.17 Así surgieron, en su opinión, la familia monógama, la propiedad privada y el gobierno territorial, a partir de la gens aborigen y de la propiedad tribal. Como con la aparición de la ganadería aumentó verdaderamente la riqueza, creció también la «pasión por la posesión de ganado», y la propiedad privada se convirtió en una realidad de primer orden.18 Este surgimiento de la propiedad privada en el estadio de «barbarie» alentó las motivaciones individuales de acumulación y ganancia, la desigualdad económica y, en general, los «principios que rigen ahora la sociedad».19 Así, si bien a Morgan le interesaba más el surgimiento de la propiedad privada que todo el conjunto de las instituciones económicas, su análisis implica claramente que el crecimiento de los medios de subsistencia condujo a la acumulación de riqueza «intercambiable» y que, una vez aparecida ésta, las instituciones de intercambio de la sociedad civilizada no se pueden considerar como cualitativamente diferentes de las de la sociedad occidental moderna.

Engels superpuso a esta teoría de Morgan el concepto de excedente, derivado, por supuesto, de la plusvalía de Marx. Engels dijo que a medida que «se desarrolla la productividad del trabajo» en la sociedad «bárbara» organizada según relaciones de parentesco, llega un momento en que la «fuerza de trabajo humana» puede producir un «excedente por encima de sus costes de manutención».20 El papel crucial de este excedente es explicado por Engels como sigue:

En los estadios medios de la barbarie encontramos ya entre los pueblos de pastores una propiedad en forma de ganado que, una vez el rebaño ha alcanzado un determinado tamaño, produce regularmente un excedente por encima de las necesidades de la tribu, lo que conduce a una división del trabajo entre tribus ganaderas y tribus atrasadas sin rebaños, y a la existencia de dos niveles de producción y de las condiciones necesarias para el intercambio regular. Los estadios superiores de la barbarie nos muestran una ulterior división del trabajo entre la agricultura y la artesanía, de donde la producción de una porción cada vez mayor de productos del trabajo directamente para el intercambio, de forma que el trueque entre productores individuales adquiere la importancia de una función social vital.21

A medida que aumenta el excedente se produce una ulterior división del trabajo, surgen ciudades con una clase mercantil, surge el dinero e incluso la tierra se convierte en una mercancía.22 Y como el excedente «crece por encima de las cabezas de los productores […] acabará haciendo surgir contra éstos incorpóreos poderes ajenos, como ocurre siempre inevitablemente en la civilización».23 Así, el excedente proporciona también las bases para la división en clases y la explotación.

Esta aplicación del teorema del excedente a la evolución de las instituciones económicas refleja una confusión entre dos conceptos de excedente completamente diferentes: un excedente absoluto natural que es una ilusión y un excedente relativo socialmente determinado. Esta misma confusión estaba en la base de la teoría del valor de la escuela clásica inglesa y de sus precursores inmediatos, los fisiócratas franceses.

Por consiguiente, para encontrar el origen de la noción de que la actividad económica, además de ser útil, produce un excedente hemos de estudiar la obra de estos primeros economistas.

Un requisito previo de todo excedente absoluto, como se señaló en la parte primera, es que exista un nivel de necesidades de subsistencia que puede determinarse objetivamente. Sugerimos ya antes que, aunque lógicamente un nivel mínimo de necesidad biológica puede parecer que satisface este requisito, en realidad sólo se puede utilizar en sentido heurístico. En la definición de Engels, sin embargo, el patrón objetivo está dado por la frase clave «costes de manutención». Cuando los «costes» de producción pueden medirse, es realmente posible pensar, en lo que se produce por encima de dichos costes como un excedente general. Pero existe otro requisito previo. No puede existir ningún derecho socialmente sancionado sobre ningún producto por encima de los costes de manutención. En la parte primera se argumentó que una suposición de este tipo está en contra de los hechos objetivos, pues el proceso económico proporciona los medios materiales necesarios para desempeñar todos los roles sociales, tanto el de consumidor como el de destructor totémico de bienes materiales. El teorema del excedente adquirió gran difusión porque el marco institucional y filosófico de los primeros pasos de la ciencia económica satisfacía ambos requisitos. Los costes de producción mensurables aparecen con el surgimiento del sistema de mercado que asignó precios monetarios a la tierra y el trabajo. Estos son sus «costes». Y como la primera regla del mercado es el mantenimiento de una diferencia entre estos costes y el precio de venta, puede parecer, evidente que el sistema de mercado crea siempre un excedente. Esta era la necesaria consecuencia de la posición filosófica que excluía cualquier derecho sobre el producto ajeno al coste.

La importancia creciente del mercado en los siglos XVIII y XIX como árbitro relativamente independiente de la producción y la distribución hizo surgir la nueva disciplina de la economía. En efecto, bajo el régimen de mercado había que explicar nuevos misterios. Los recursos se desplazaban ahora hacia el proceso productivo, y los productos terminados pasaban del productor al consumidor bajo la égida del precio. ¿Qué determinaba en última instancia el precio, o valor, de un día de trabajo, un tonel de vino o un abrigo de lana? Este fue el problema que absorbió a los primeros economistas, que, al creer que el valor debía tener un origen natural, localizable en la tierra o en el trabajo, estaban convencidos de que cualquier producto que apareciera por encima de estos costes de producción debía ser un excedente.

La idea de la producción como actividad generadora de excedente aparece por vez primera en las obras de los fisiócratas franceses del siglo XVIII, los llamados economistes.24 Su orientación estaba lejos de ser meramente académica. La escuela fisiocrática representaba las aspiraciones de la clase terrateniente francesa, orientada ya hacia el mercado. El primer requisito previo del concepto de excedente lo satisfacían la creciente comercialización de la agricultura francesa y el consiguiente interés por los costes de producción. El éxito de la agricultura comercial se basaba en un bon prix para el trigo y un precio bajo para los artículos manufacturados. Los fisiócratas, por consiguiente, se oponían al sistema mercantilista de Colbert, que, por el contrario, pretendía mantener barato el trigo para que los salarios permanecieran bajos y obtener en la exportación un buen precio para las manufacturas protegidas. En consonancia con la creencia, propia de la Ilustración, en un orden natural de las cosas, argumentaban que la fuente originaria de todo valor económico era la naturaleza y que la división del trabajo entre la agricultura y la manufactura y la circulación de productos por la economía para mantener a la clase no productiva o «estéril» era posible por la facultad singular de la tierra de producir un excedente sobre los costes de la producción agrícola. A este regalo de la naturaleza le llamaban produit net. Turgot, quizás el miembro más influyente de esta escuela, fue el que más claramente explicó lo que era el produit net.

El producto de la tierra se divide en dos partes. Una de ellas comprende la subsistencia y la ganancia del labrador, que son la recompensa de su trabajo y las condiciones para que acceda a cultivar el campo de su propietario; el resto es la parte independiente y disponible que produce la tierra como un regalo al propietario por encima de lo que ha desembolsado.25

En estos análisis del excedente en circulación se basaban las sugerencias de los fisiócratas en el terreno de la política económica: laissez faire, laissez passer, libre exportación de trigo para conseguir el bon prix y el impuesto único sobre el produit net. Lo que nos interesa aquí, sin embargo, es el hecho de que el produit net era una ilusión. El poder misterioso de producir un excedente, que los fisiócratas atribuían a la naturaleza, no era más que la medida de mercado de la diferencia entre el coste de producción y el precio de venta. Si, por el mecanismo normal de funcionamiento de las fuerzas del mercado, el precio del trigo descendiera hasta el nivel del coste de producción de la fuerza de trabajo, el produit net desaparecería. Debido a su interés por encontrar la ley natural de la circulación de mercancías, no percibieron que la producción del valor económico es un fenómeno social, y que, por consiguiente, el excedente surge de las características institucionales del mercado.26

Al otro lado del canal de la Mancha, el concepto de excedente ocupaba un lugar importante en la obra de Adam Smith, el primero de los economistas clásicos. Smith negó la pretensión fisiocrática de que la tierra era la madre del excedente, substituyéndola por el trabajo como fuente originaria de valor económico.

La cadena de razonamiento es demasiado familiar para que la tengamos que repetir íntegramente. El pivote lo encontramos en la disertación de Locke sobre la propiedad en el Tratado segundo sobre el gobierno civil, y en los dos primeros libros de La riqueza de las naciones de Smith. La tierra le es dada a toda la humanidad en común, pero el hombre es un individuo. Entre otras cosas, ha de comer. Por consiguiente, ha de trabajar, y al mezclarse la energía individual con los presentes comunes de la naturaleza, se extrae una porción de la riqueza común y se marca con el sello de la propiedad privada. De ahí el derecho natural a la propiedad privada. Pero el individuo se da cuenta pronto de que puede recoger más bellotas o matar más ciervos de lo que requiere su mera subsistencia, y como es un utilitarista racional, cambia su excedente por el de otro individuo en beneficio de ambas partes. Nos encontramos ante el excedente natural, o absoluto, una construcción inevitable dado el punto de partida del hombre como átomo utilitario. Si se considera al hombre como un átomo, una vez satisfechas sus necesidades biológicas, todos los bienes materiales restantes han de considerarse como excedente. La concepción atomista excluye la existencia de derechos sociales sobre el producto. Y los supuestos utilitarios dirigen el excedente hacia el intercambio.

Pero no acaba aquí la historia del excedente, pues la economía clásica continuó confundiendo esta idea equivocada de un excedente absoluto con la diferencia entre costes y precios en el mercado. El problema económico consistía en determinar los términos de intercambio entre individuos que intercambiaban su excedente. La respuesta obvia, dado que los individuos se consideraban libres e iguales fuera del tegumento de la valoración social, era la cantidad de trabajo empleada en la producción de los bienes intercambiados. Pero, aunque la teoría del valor-trabajo podía ser una construcción teórica adecuada para los salvajes individualistas de Locke, creaba problemas lógicos y morales en la economía clásica cuando se intentaba aplicar a la economía compleja de los siglos XVIII y XIX.27

Smith argumentó lógicamente que una vez comenzado el proceso el intercambio del excedente conduce a la especialización y a relaciones de intercambio más amplias que finalmente exigen la utilización de dinero para facilitar la división compleja del trabajo y el intercambio en expansión cada vez mayor. A medida que la sociedad avanza «más allá del estado rudo y primitivo que precede a la acumulación de ganado y a la apropiación de tierras» algunos individuos utilizan «naturalmente» su excedente acumulado.

[…] para poner a trabajar a gente industriosa, a la que proporcionarán materiales y medios de subsistencia, con el fin de obtener un beneficio por la venta de su trabajo, o por lo que su trabajo añade al valor de los materiales.28

El dilema lógico surgía al intentar explicar el precio de mercado sin abandonar esta teoría del valor, pues ahora el precio era, evidentemente, algo compuesto por más de un factor de producción, por lo que no reflejaba meramente la cantidad de trabajo. El problema moral consistía en armonizar las remuneraciones de la tierra (renta) y el capital (interés o «ganancia») con la convicción de que el capitalismo representaba el sistema de justicia natural en el que todo individuo era libre y recibía sólo la recompensa merecida por su trabajo. Ni siquiera la mente brillante de David Ricardo pudo resolver estas contradicciones.

El origen de la dificultad estaba en una confusión entre el concepto naturalista de excedente y la diferencia, socialmente determinada, entre el coste del trabajo y el precio dictado por las exigencias del mercado. Los «medios de subsistencia» que el capitalista le paga al trabajador son el salario, pero la tasa de salarios está determinada por las fuerzas de la oferta y la demanda que operan en el mercado. No existe ninguna medida objetiva de subsistencia que determine el salario, por lo que no aparece ningún excedente absoluto. Los otros factores de producción que desempeñan sus papeles respectivos (que podemos aprobar o desaprobar moralmente) también reciben recompensas sancionadas por el mercado. Para el funcionamiento del sistema de mercado todos ellos son igual de importantes. La idea de que la economía produce un excedente absoluto de forma natural tiene su origen en la aplicación de una posición filosófica atomista a los problemas funcionales del sistema de mercado. En cuanto la teoría económica afirmó, en la segunda mitad del siglo XIX, que la mercancía vale el precio que se le asigna en el mercado, dejó de preocupar a la teoría el problema lógico del excedente, aunque no el moral.29

Para los que se oponían moralmente a la distribución de riqueza inherente al capitalismo, sin embargo, el dilema clásico del excedente era un instrumento demasiado útil que no se podía abandonar. Fue Carlos Marx el que convirtió las contradicciones de «este edén de los derechos del hombre»30 en una teoría de la explotación. Pero Marx sacó la teoría clásica del valor trabajo de su marco naturalista y lo situó en un contexto social concreto: el de la producción capitalista. Tampoco Marx consiguió resolver de forma satisfactoria las contradicciones lógicas de la teoría del valor trabajo, pero tuvo el gran mérito de dejar perfectamente claro que el excedente no es algo que surge como consecuencia natural del proceso de trabajo.

Las condiciones naturales favorables, por sí solas, nos proporcionaron la posibilidad, pero nunca la realidad, de un excedente de trabajo, y tampoco, por consiguiente, de una plusvalía y de un producto excedente… En nuestra sociedad europea occidental, en la que el trabajador compra el derecho a trabajar para su propia subsistencia sólo pagando con trabajo excedente, pronto arraiga la idea de que la producción de un excedente es una cualidad inherente al trabajo humano. […] La productividad del trabajo que se sirve de base y punto de partida, es un regalo no de la naturaleza, sino de una historia de miles de siglos.31

La llamada «acumulación primitiva» de capital, que constituye el punto de partida del capitalismo y de la plusvalía, no es la aparición gradual de excedentes nacidos del progreso tecnológico; «no es más que el proceso histórico de separación del productor de sus medios de producción».32 Marx rechazaba la idea de un excedente natural y hablaba simplemente de una «plusvalía» que atribuía a las características institucionales específicas del capitalismo. Resulta una ironía que la fácil racionalización del desarrollo de las instituciones económicas puesta en movimiento por el concepto de excedente haya derivado precisamente de la plusvalía marxiana.33

Excedente: Aspecto económico del cambio institucional

La discusión ha tomado hasta ahora, necesariamente, un rumbo negativo. Se ha emprendido un análisis crítico del concepto de excedente para intentar disipar la larga confusión entre excedentes absolutos y relativos. Pocos son ahora los que aceptan en su totalidad la posición filosófica atomista en la que se basa el teorema del excedente. Pero como esta posición estaba reforzada por una falsa concepción del sistema de mercado con sus numerosos excedentes relativos y por una interpretación del teorema marxiano de la plusvalía, se han confundido los dos significados de excedente, con el resultado de que cuestiones importantes referentes al cambio institucional se han racionalizado de forma alarmante.

Hemos intentado demostrar que no existe ningún patrón absoluto que determine automáticamente la disponibilidad de recursos materiales para el desarrollo institucional. Lo más importante es, más bien, uno de los usos relativos que se asignan a los recursos en situaciones sociales definidas y la cuestión de si es útil o no distinguir un uso del término excedente de otro. Nosotros opinamos que sí que resulta de utilidad, pues, aunque tal distinción puede ser totalmente arbitraria por parte del investigador, dirige la atención hacia un fenómeno de importancia básica, al que podemos llamar aspecto económico del crecimiento institucional. En este sentido, los excedentes relativos no son más que medios materiales y servicios humanos que se reservan o movilizan al margen de las demandas funcionales existentes que una unidad social dada -familia, empresa o sociedad- formula a su economía. Como no buscamos niveles absolutos de consumo por encima de los cuales aparecen automáticamente los excedentes, el interés de la investigación se orienta hacia el factor positivo de los medios institucionales por los cuales se altera el curso del proceso económico para satisfacer las exigencias materiales de roles sociales nuevos o en expansión, ya sean el del consumidor, el del productor, el del general o el del sacerdote.

Examinando el problema desde este punto de vista, es evidente que existen exigencias institucionales definidas para la creación de excedentes relativos. En pocas palabras, las facilidades operacionales, así como las motivaciones para apartar, contabilizar, almacenar y movilizar bienes materiales y servicios humanos las ha de proporcionar el marco institucional de la economía para que los excedentes se puedan utilizar para finalidades específicas.

El expediente institucional del dinero y del mercado proporciona, por supuesto, una serie de condiciones muy favorables para la creación de excedentes. Allí donde el dinero se utiliza como medio generalizado de intercambio la infinita variedad de cualidades económicas reales es cuantificable en términos de un patrón único; así, dichas cualidades se pueden intercambiar y substituir libremente. De esta forma están dadas todas las facilidades para separar, contabilizar y efectuar presupuestos. Además, la separación institucional de la economía de otros aspectos de la existencia social en un sistema de mercado da lugar a un proceso económico «autoconsciente», por así decirlo, que dirige la atención de todos los participantes hacia la significación económica de todas las decisiones. Se comparan los outputs con los inputs, y el carácter individualista y contractual de la economía de mercado asigna inseguridades inevitables a los papeles del productor y del consumidor, inseguridades que pueden paliarse únicamente mediante la creación de excedentes.34 Las familias y las empresas ahorran, y los empresarios buscan ganancias. Son estas características del sistema las que dirigen necesariamente la conducta de mercado hacia la creación de excedentes.

El hecho de que el medio del mercado y el dinero sea aparentemente favorable para el surgimiento de excedentes específicos no debe llevamos a la conclusión de que en las economías no basadas en el mercado no existen medios institucionales para producir excedentes. Tampoco hemos de tomar la forma de mercado como paradigma. Raymond Firth ha señalado que el hombre primitivo no sirve simplemente «por la satisfacción, día a día, de sus necesidades, sino que da señales de previsión y practica formas de abstinencia».35 La dificultad, continúa el mismo autor, consiste en determinar cómo se llevan a cabo las decisiones referentes a la utilización de los medios económicos. Como en las economías sin mercado la actividad económica está integrada en instituciones esencialmente no económicas, parece lógico pensar que tanto las motivaciones como los medios institucionales de acumulación de excedentes deben tener también un carácter no económico. La cuestión fundamental es la de qué disposiciones institucionales para la utilización excepcional de medios materiales encontramos en economías en las que la continuidad básica de la actividad económica se asegura a través de la reciprocidad y la redistribución.

Cuando los movimientos de bienes y de personas en el proceso económico se canalizan a través de instituciones redistributivas, los medíos para la creación de excedentes parecen bastante directos y claros. Como, en esta forma de integración el poder está situado en una institución central que sanciona los movimientos físicos y de apropiación, el mismo poder puede exigir tributos, efectuar tasaciones movilizar fuerza de trabajo decretar patrones de consumo etc. Además, una de las formas más corrientes de acumular excedentes ha sido siempre el poder de las armas para asegurar un botín. Las prestaciones personales, los días de intercambio ritual de regalos, los diezmos, los censos, la recaudación de impuestos, las subastas, los mercados por decreto: he aquí algunos de los avíos de la movilización de excedentes en las economías redistributivas. Tienen interés también los recursos utilizados para facilitar las operaciones contables en ausencia de un medio general de intercambio. Un ejemplo es el uso del «dinero» como patrón contable que facilita las operaciones de planificación y elaboración de presupuestos en las finanzas alimenticias de las economías redistributivas del Oriente Próximo antiguo.36

Hemos visto que los medios de crear excedentes bajo formas redistribución de organización son evidentes, pero ¿qué ocurre con las economías o las operaciones económicas firmemente vinculadas a reciprocidades de parentesco vecindad o comunidad? La práctica de los presentes mutuos obligatorios propia de la reciprocidad no parece conducir a la construcción individual de excedentes pues proporciona algún tipo de seguridad frente a las incertidumbres que suelen ser la motivación fundamental del ahorro. Entre los bantú bemba de África por ejemplo se encuentran muy pocos intentos de hacer frente a la continua escasez de alimentos por medio del ahorro y la creación de excedentes comercializables. El proceso económico está situado aquí en unidades de parentesco, «que no están acostumbradas a este tipo de intercambio».37 Esta falta de ahorro y de previsión individual sólo es desastrosa cuando, en las proximidades de las ciudades del hombre blanco, la unidad de parentesco se desintegra. Hay que señalar que la mencionada tribu bemba cría gallinas, pero «no las utilizan como alimento excepto en ocasiones ceremoniales o como ofrenda de respeto; ni siquiera se comen los huevos. También tienen palomas, pero las comen muy pocas veces incluso en épocas de hambre. “Nos gusta verlas volar por la aldea -dicen los nativos-, son un signo de rango social”».38 Aquí podemos hallar la pista de uno de los medios más importantes de creación de excedentes en ausencia de métodos de mercado o de centros de poder capaces de imponer la producción de excedentes. Nos referimos, por supuesto, a ese agente catalizador omnipresente en la sociedad humana llamado por lo general factor de prestigio.

La persistencia y el poder del factor de prestigio en las sociedades primitivas y arcaicas es un hecho universalmente confirmado, pero la complejidad de su función y, especialmente, su significación económica constituyen, en el mejor: de los casos un enigma. Examinando el fenómeno desde el punto de vista de un universo ordenado por el mercado podemos encontrarnos con problemas serios para comprender la importancia económica de las instituciones de prestigio en las sociedades primitivas. En el sistema de mercado, el prestigio es, en gran medida, consecuencia de una actividad comercial afortunada. El símbolo exclusivo de prestigio es la riqueza que se consigue vendiendo y comprando con beneficio. Gracias al penetrante espíritu crítico de Veblen, todos aceptamos hoy que este estado de cosas conduce a un «consumo ostentoso» e incluso distorsiona la economía en dirección a un «derroche ostentoso». Sin embargo, el prestigio no es más que un epifenómeno para el funcionamiento de la economía ideal de mercado.

En las sociedades primitivas y arcaicas la función del prestigio parece exactamente la contraria de la que encontramos en nuestra economía. En efecto allí aparece como una pauta cultural sui generis con una dinámica y unos mecanismos institucionales propios y capaz de estimular movimientos febriles de bienes y personas en el terreno de la economía movimientos cuya finalidad pueden ser la furiosa destrucción de riqueza de los banquetes ceremoniales kwakiutl o las gentiles reciprocidades del «juego del comercio» de las islas Trobriand.39 La riqueza de prestigio ya sea en forma de los collares sulawa rojos y los brazaletes umwala blancos de los habitantes de las Trobriand, los platos de cobre de los waklutl o las copas trípodes y calderas de la Grecia homérica, circula sólo entre dioses reyes y caudillos40. Se puede cambiar por otros objetos de prestigio o por artículos de honor, potencia o seguridad, pero siempre se suma a una circulación elitista de riqueza de prestigio. Cora DuBois ha utilizado el acertado término de «economía de prestigio» para describir esta esfera de actividad, tomando en consideración la frecuencia de los pagos en moneda, el cálculo, el interés, el beneficio, la asociación comercial, la contabilidad y el regateo.41 Sin embargo, aunque la circulación elitista de riqueza de prestigio requiere una cantidad determinada de medios materiales, que a veces absorben una porción desproporcionada de tiempo y reclusos, no es esta característica la que entraña más interés en lo que se refiere a movilización de excedentes. Por extraño que pueda parecerle a una mente moderna, la riqueza de prestigio representaba un derecho regular sobre los servicios y los recursos materiales de las comunidades, incluso a un nivel muy bajo de subsistencia.

El prestigio es la recompensa de toda esta actividad que puede implicar acumulación de riqueza simbólica, pero funciona también indirectamente como movilizadora de cantidades relativamente importantes de bienes materiales, así como de servicios humanos a utilizar de diversas formas, utilitarias o no; así, dichos bienes y servicios se ponen a disposición de la comunidad, lo que no ocurriría de otra manera. Aquí se nos presenta la función creadora de excedente del factor de prestigio en la sociedad antigua. En efecto, ligados al prestigio conseguido en la economía de prestigio, encontramos deberes honoríficos y funciones de administración pública que tienen como resultado el poner a disposición de la comunidad servidos y bienes materiales que de lo contrario no se utilizarían. Ha de movilizarse comida para hacer posible la generosidad de los banquetes ceremoniales o la fiesta del comercio de los pomo. El «hombre rico» entre los tolowa-tututni ha de actuar como juez estatal, negociando en las disputas, deshaciendo entuertos mediante pago de multas por cualquiera de sus deudos de la aldea. Probablemente, el ejemplo más claro es el de la Atenas clásica donde existía el gravoso privilegio consistente en que los ricos pagaran determinados servicios estatales, las llamadas leiturgias. Entre éstas podemos citar la manutención, el mando y la dotación de la flota proporcionada por el Estado (tierarquía), el entrenamiento del personal para las ceremonias religiosas anuales (eoregia), la preparación física de los jóvenes (gimnasiarquía y lampadarquía) y la aportación de fondos para que la importación de cereal se distribuyera libremente a un precio bajo entre los ciudadanos (sitesis).

Es tan intrincado el entrelazamiento de prestigio y economía que no podemos pretender más que sugerir las líneas que ha de seguir la investigación. Sin embargo, lo que resulta evidente es que las instituciones de prestigio no son simplemente un fruto del surgimiento de un hipotético excedente por encima de los medios de subsistencia, sino que forman parte del tejido social y matizan y dan colorido a las actividades económicas.

Las instituciones no son el resultado de excedentes que aparecen en determinadas etapas de desarrollo social, y tampoco lo son las ciudades, las pirámides, los mercados, el dinero, la explotación o la civilización. Es tan grande la relación entre los aspectos materiales de la existencia y los sociales que no pueden separarse temporalmente. El sistema de mercado, con su separación institucional entre economía y sociedad, es una excepción solo aparente. También en él los excedentes que parece que aparezcan «por encima de las cabezas de los productores» sólo se explican por las características institucionales de la economía de mercado. Tampoco tiene utilidad alguna recorrer la mitad de la distancia en el razonamiento del excedente, admitiendo que éste es una causa necesaria, pero no suficiente, de cambio, pues esta actitud equivale a dar por sentado algo que todavía no está demostrado. En todas partes hay siempre excedentes potenciales disponibles, pero lo esencial son los medios institucionales para realizarlos. Estos medios, destinados a exigir un esfuerzo especial, almacenar el producto sobrante producido y planificar la utilización del excedente, son tan variados como la misma organización de la actividad económica.

1 Adam Smith, The Wealth of Nations, l. 1, cap. II.

2 Algunos ejemplos: Melville, J. Herskovits, Economic Anthropology (Nueva York, 1952), esp. cap. XVIII; Gordon Childe, What Happened in History (Nueva York, 1946); Social Evolution (1951); «The Birth of Civilization», en Past and Present, II (noviembre de 1952), «Trade and Industry in Barbarian Europe till Rom an Times», en Cambridge Economic History of Europe; II (Cambridge, 1952); Leslie White, The Science of Culture (Nueva. York, 1949); Melville Jacobs y Bernhard J. Stern, Outline of Anthropology (Nueva York, 1947), esp. cap. VI; .R. H. Hilton, «The Transformation from Feudalism to Capitalism», Science and Society (Fall, 1953); Shephard B. Clough, The Rise and Fall of Civilization (Nueva York, 1951), páginas 6-7 y sig.

3 Herskovits, op. cit., pág. 395.

4 Ibíd., págs. 396-397. Para la utilización que hace Veblen del concepto de excedente ver The Instinct of Wordmanship and the State of the·Industrial Arts (Nueva York, 1914), cap. IV.

5 Ibíd., pág. 413.

6 Ibíd., pág. 399

7 Childe, Past and Present, pág. 3.

8 Ibíd., pág. 4, y Cambridge Economic History of Europe, II, págs. 2 y sig.

9 Joseph S. Davis, «Adam Smith and the Human Stomach», Quarterly Journal of Economics, vol. 68, núm. 3 (mayo de 1954), 283.

10 Herskovits, op. cit., pág. 395. Cfr. G. Childe, Cambridge Economic History of Europe, II, pág. 2.

11 Oración fúnebre de Engels ante la tumba de Marx (17 de marzo de 1883); citado en Otto Ruhle, Karl Marx, His Life and World (traducción inglesa, 1929), página 366.

12 Adam Smith, The Wealth of Nations I. 1, cap. XI, part II.

13 Cfr. G. Childe, Introducción de What Happened in History y Herskovits, op. cit., cap.·XXII y pág. 294.

14 Cfr. Paul Radin, Primitive Religion (Nueva York, 1937). esp. págs. 40-58.

15 F. Engels, The Origin of the Family, Private Property and the State (Nueva York, 1942), págs. 6, 48, 146, 149, 160; Lewis H. Morgan, Ascient Society (Nueva York, 1877), parte IV; Thorstein Veblen, op. cit., págs. 150-151; G. Childe, Cambridge Economic History of Europe, II, págs. 4-5; Herskovits, op. cit., pág. 395; Jacobs y Stern, op. cit., pág. 141; Hilton, op. cit., pág. 347.

16 Ancient Society

17 Ibíd., pág. 19.

18 Ibíd., pág. 547.

19 Ibíd., pág. 550.

20 Op. cit., pág. 6 (prefacio a la primera edición)

21 Ibíd., págs. 150-151.

22 Ibíd., pág. 152.

23 Ibíd., pág. 159.

24 En realidad, no es cierto que fueran los fisiócratas los primeros en formular la idea. Esta estaba por así decirlo, «en el aire»: todos los que analizaban el problema del valor de cambio hablaban de un excedente. La idea puede encontrarse en forma embrionaria en la obra de sir Willian Petty (1623-87) y, más desarrollada, en Richard Cantillon (1680-1734) Essai sur la nature du commerce en general. Cfr. Joseph Schumpeter, History of Economic Analysis (Nueva York, 1954), páginas 209-223; y J. J. Spengler, «Richard Cantillon: First of the Moderns», en Journal of Political Ecomomics vol. 62, núm. 4 y 5 (agosto y octubre de 1954). Para los fisiócratas, ver Schumpeter, op. cit., págs. 223-249; Norman J. Ware, «The Physiocrats», American Economic Review, XXI. núm. 4 (diciembre de 1931); y la discusión de Marx en las Theories of Surplus Value (Selecciones traducidas del alemán por G. A. Bonner y Emile Bums Nueva York 1952).

25 M. Turgot, Reflections on the Formation and Distriution of Wealth (traducido del francés, Londres, 1798) pag. 252.

26 Cfr. K. Marx; Theories of Surplus Value, op. cit., pág. 56: «Su error deriva del hecho de que confundieron el aumento de substancia material… con el aumento de valor de cambio».

27 Para el análisis de estas dificultades ver Talcott Parsons, The Structure of Social Action (Glencoe, III., 1947), cap. III Elie Halevy, The Growth of Philosophic Radicalism (traducido del francés, Nueva York, 1949); A. D. Lindsay, Karl Marx’s Capital (Londres, 1925), esp. cap. III.

28 The Wealth of Nations (1776), 1. I, parte VI.

29 Esto es cierto en lo que se refiere al excedente objetivo de la economía clásica, pero la teoría económica de la utilidad marginal inventó «excedentes utilitarios» o subjetivos. Ver, por ej., A. Marshall, Principles of Economics (8ª ed., Nueva York 1920), págs. 124-133 y Apéndice K. Como criticas ver F. H. Knight, Risk, Uncertainty and Profit (Nueva York, 1921) págs. 69-73.

30 K Marx, Capital, I (1867), Modern Library edition, pág. 195.

31 Íbid., págs. 562, 564-565.

32 Íbid. pág. 786.

33 Marx fue quizás el primero qué concedió importancia al origen institucional de los excedentes relativos al estudiar la relación contractual entre el trabajador y el capitalista. La economía de la utilidad marginal desvió problema al señalar la importancia funcional de todos los que aportaban medios «escasos» al proceso productivo. J. Schumpeter (The Theory of Economic Development, traducción inglesa, Cambridge, Mass., 1934) y F. H. Knight (Risk, Uncertainty and Ptofit), demostró que, después de atribuir valores a todos los factores funcionales del «coste» quedaba una «ganancia», y este «excedente» lo explicaba en términos de características institucionales específicas del sistema de mercado. Para una extensión de estas opiniones ver Jean Marchal, «The Construction of a New Theory of Profit», American Economic Review, vol. 61, núm. 4 (septiembre de 1951); también Peter Ducker, The New Society (Nueva York, 1950) cap. IV.

34 Cfr. Joan Robinson, «Mr. Wiles Rationality: a Comment, Soviet Studies, VII (enero de 1956), pág. 259: «La función primarla. del precio, en ambos tipos de economía (capitalista y socialista) es hacer posible la acumulación».

35 Primitive Polynesian Economy (Londres, 1939) pág. 9.

36 Cfr. La utilización del ganado como «dinero» en la Grecia homérica; M. l. Finley The Word of Odysseus (Nueva York, 1954) pág. 65.

37 A. I. Richards y E. M. Widdowson, «A dietary study in Northeastern Rhodesia», Africa, núm. 9 (1936), pág. 196.

38 Ibid., pág. 174.

39 R. T. Thurnwald, Werden und Gestaltung der Wirtschaft (Berlin y Leipzing, 1932), pág. 121

40 Ver B. Malinowski, Argonauts of the Westem Pacific (Nuev York, 1922); Cora DuBois «The wealth concept as an integrative factor in Tolowa-Tututni culture», Essays in Anthropology (Berkeley, Calf., 1936): Herskovits op. cit., capítulo XXI; Finley, op. cit., págs. 58-59 y sig.; A. P. Wayda «Notes on trade among the Pomo Indians of California, (mimeografiado). Columbia University lnterdisciplinary Project (1954).

41 Op. cit.

 

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