Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Francisco Fernández Buey (1943-2012) como filósofo-lector

Salvador López Arnal

Para las y los que siguen leyendo, estudiando y aprendiendo del autor de Leyendo a Gramsci, La gran perturbación y de Marx (sin ismos), sin que en ellos habite olvido alguno sobre la obra (y la vida) de este enorme filósofo y ciudadano ejemplar.

En un día como hoy, hace ahora seis años, nos dejaba Francisco Fernández Buey [FFB] uno de los mayores filósofos españoles de la segunda mitad del siglo XX y de la primera década del XXI.

El siguiente texto toma pie en una comunicación presentada en unas Jornadas sobre el pensamiento y la obra de FFB (“Pensando con Paco Fernández Buey”) celebradas en Palencia los días 1 y 2 de junio de 2018, una reunión organizada por la Asociación cultural que lleva su nombre y por IU de Castilla y León. Juan Gascón y José Sarrión Andaluz (¡gracias, compañeros, gracias!) fueron esenciales en la organización de este encuentro inolvidable.

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Es justo recordar las ayudas recibidas. Tres observaciones de unos amigos y compañeros que me han sido muy útiles en la elaboración de esta nota.

La primera es de Francesc Xavier Pardo, un ingeniero, sociólogo y profesor, ahora jubilado, de historia de arte (y de muchas más cosas): “Allá por los primeros años 90, acabándose una conferencia que PFB había venido a impartir a alumnos de COU, un colega que tenía a mi lado, Alejandro Duque (poeta, y profesor de Lengua y Literatura Castellana), que había conocido a Paco en la UB en los años 60, me dijo: ‘Siempre he pensado que Paco hubiera sido un gran poeta”.

En mi opinión, en prosa (y en algunas de sus poesías), sin buscarlo, sin pretenderlo siquiera, FFB lo fue, fue un gran poeta.

La segunda observación es del historiador José Luis Martín Ramos (estuvo con FFB en la Capuchinada, en 1966, cuando la formación del SDEUB, el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona): “Sobre Paco Fernández Buey quiero destacar un aspecto de sus escritos: son rigurosos sin academicismo y sin petulancia y son extraordinariamente didácticos, escribe de maravilla y lo hace para que se le entienda, para dialogar con el lector”. Suscribo todo: desde la S inicial a la r final.

La tercera, del profesor también jubilado, intelectual erudito donde los haya, Jordi Torrent Bestit: “Sempre he cregut que Paco Fernández Buey ha estat un dels marxistes d´aquest país proveït d’una cultura política i literària excepcional, així com excepcional va ser la seva generositat intel.lectual i amplor de mires, una i altra gens abundants, dins l’acadèmia i fora d’ella”. También suscribo, sin ninguna duda. Traduzco, perdiendo en el intento la belleza literaria del comentario: “Siempre he creído que PFB ha sido uno de los marxistas de este país provisto de una cultura política y literaria excepcional, tan excepcional como su generosidad intelectual y amplitud de miras, una y otra nada abundantes. Dentro de la academia y fuera de ella”.

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Sugiero un experimento mental que probablemente fuera del gusto de Einstein y del propio FFB.

Supongamos aunque no admitamos, como diría seguramente el que fuera su maestro, amigo y compañero, Manuel Sacristán, que una ciudadana jupiterina viniera a visitarnos. Supongamos también, y admitamos esta vez, que se acercase sin ideas preconcebidas en su espacio-tiempo a la obra y vida (remarco: vida) del profesor Fernández Buey. ¿Qué cosas podrá decirnos tras leerle y informarse sobre él? ¿Qué cosas podría inferir tras reflexionar sobre su estudio? ¿En qué asuntos podríamos coincidir con ella, incluyendo en ese “nosotros” personas cercanas y también distanciadas política y filosóficamente del autor de Leyendo a Gramsci?

En mi opinión, en las siguientes:

1. Como ocurre con algunos (pocos) pensadores, FFB fue mucho más que su obra publicada (mucho menor, por otra partem que su obra escrita). Ejemplos similares que me vienen a la mente: Miguel Sánchez Mazas, Antoni Beltrán, Matilde Landa, Manuel Sacristán, Toni Domènech. Miguel Candel. En  coordenadas más universales: Spinoza, Wittgenstein, Neurath, Marx y por supuesto Aristóteles.

2. FFB fue un filósofo, un filósofo muy sólido. No fue un filósofo de sistema; no lo fue. Su filosofar estuvo más vinculado a la creación de una nueva cultura alternativa, socialista y humanista, a lo que solemos designar con la etiqueta “filosofía de la praxis”. Pero sin ser un filósofo de sistema -no existe “el sistema Buey” al lado del sistema hegeliano o aristotélico pongamos por caso- fue un buen conocedor de autores con sistema. Del de Heidegger por ejemplo. Si no digo mal, y creo que no decir mal, uno de sus primeros artículos -escrito al alimón con Joaquim Sempere Carreras y publicado en la entonces clandestina Realidad, la revista teórica del PCE- se centró en el humanismo heideggeriano. “Heidegger ante el humanismo”, Realidad, año II, nº 4, noviembre-diciembre de 1964, pp. 21-44.  Firmaron como A. Domenech y J. Bru. FFB tenía entonces 21 años y estaba finalizando sus estudios de Filosofía y Letras.

3. FFB fue un profesor-más-que-profesor excepcional. Como pocos, como muy pocos. Yo mismo puedo ser testimonio de ello, muchos de ustedes probablemente también. En mi caso, por sus clases en la Escuela de Sociología de la Diputación de Barcelona, en la Facultad de Económicas de la UB durante varios cursos y en la UPF.

Lo que me han explicado de su estancia en la Universidad de Valladolid (y en algunas universidades centroamericanas) confirma lo señalado. Hay muchos  testimonios de ello.

4. FFB fue también un conferenciante magnífico, deslumbrante incluso (y desde muy joven). En mi recuerdo, una de sus grandes conferencias fue la que impartió en el Instituto Jaume Balmes de Barcelona el año del centenario del fallecimiento de Marx. Algunos alumnos (y algún profesor, yo fui uno de ellos) lloraron de emoción aquel día al oírle.

5. Añado algunos atributos más sin poder comentar con detalle: FFB fue un buen conocedor de la historia de la ciencia; un filósofo de la ciencia a no olvidar; un excelente (y nada dogmático ni cerril) practicante de la teoría de la argumentación; un filósofo político y moral como pocos; un excelente crítico literario (especialmente de poesía); un ciudadano dotado de una muy fina sensibilidad política llena de rebeldía; un militante, un activista comunista-democrático que dio valor real a la crítica, a la autocrítica y al pensar con la propia cabeza. Fue también alguien que vivió la ética al estilo de Tussy Marx, y fue, sin duda, un sólido conocedor de la obra de muchos nombres de la tradición marxista empezando por el propio Marx y siguiendo por Engels, Lenin, Gramsci, Lukács, Pannekoek, Korsch, Rubel, Guevara y tantos otros. Fue también, como es sabido, un gran estudioso de Las Casas, Morris, Kraus, Simone Weil y Savanorala. Sin olvidar, nudo que debe destacarse por sus numerosas publicaciones (algunas de ellas junto a su amigo Jorge Riechmann) y por su intensa preocupación hasta el final de sus días, que fue también un gran pensador ecosocialista (en la línea del último Sacristán con nuevas aportaciones y enfoques).

Me olvido de muchas cosas, dejo muchas en el tintero. Lo sé: Einstein, Fourier, Kraus, Primo Levi, las tradiciones utópicas, la misión de la universidad, las migraciones, asuntos geopolíticos, la historia de la revolución de 1917, el decrecimiento. Mil cosas más; la lista es casi interminable.

Todo esto que he apuntado (y las cosas que, como decía, dejo en un archivo anexo), ¿cómo, desde dónde, desde qué atalayas? ¿Desde qué punto de vista lógico-ontológico que diría Quine?

Varias respuestas son posibles. La mía es esta: con y desde un pensar desde abajo (en su decir y en el decir de su leído, estudiado y admirado Brecht) y un compromiso ético (y un hacer político anexo que incluye mucha vida fraternal en comunidad), un compromiso poliético muy destacable ubicado (casi) siempre o siempre que fue necesario en el puesto de mando o en sus cercanías. “Nada humano (y más allá de lo humano), ningún injusticia cometida y sufrida, le era ajena. No cabía en él la indiferencia”.

A lo que habría que sumar (lo anterior es muy importante, no le resto ningún valor), una capacidad de lectura fructífera y una singularidad en su ejercicio casi sin igual.

Me centro en este segundo aspecto recordando que venía de lejos, de muy lejos, desde sus años de bachillerato, cuando el joven FFB ya devoraba literatura rusa, una práctica, un hobby más que hobby, un placer con inferencias morales, filosóficas y políticas, que le acompañó hasta el final de sus días.

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¿Cómo debería justificar lo que acabo de apuntar/conjeturar? Un ejemplo sobre el Museo Picasso de Barcelona nos puede ayudar. Se trataría en este caso de entrar, de ver, de teorizar, y de enseñar sobre, por ejemplo, las Meninas picassianas en concreto lo que se ha formulado teóricamente sobre el Picasso cubista. Paso a paso, relacionando todo lo que esté en nuestra manos, abiertos a contrastaciones, matices y refutaciones.

Del mismo modo, si fuera posible, tendría que adjuntar aquí algunos textos del autor de Por una universidad democrática para “probar” en concreto las conjeturas que apunto a continuación. Si fuera el caso, no puede serlo aquí y ahora, esos escritos para contrastar podrían ser los siguientes (otra selección es posible, lo sé muy bien): su introducción al libro de Simone Weil de sus escritos políticos editado por Trotta; su prólogo a la reedición en 1995 de la tesis doctoral de Sacristán; su presentación de El tazón de hierro de Felix Novales; su reseña del Chevengur de Platonov; su prólogo a las Cartas a Yulca de Gramsci y, finalmente, sus aproximaciones y comentarios de obras de Stephen Jay Gould.

No he citado a Marx ni a Guevara ni a Einstein ni a Lenin ni a Las Casas. Conscientemente.

No cabe seguir aquí esta senda. Nos quedamos a las puertas del museo Picasso (digamos que está cerrado o hasta los topes) y hablo muy en general, en un sentido casi opuesto a lo que creo que hay que hacer, una clara y acaso contradictoria inversión de lo que considero el buen filosofar.

¿Qué decir así, de golpe, qué puedo decir de ese singular y profundo leer del autor de La ilusión del método y de Albert Einstein. Ciencia y conciencia? Un posible decálogo:

1. El profesor FFB leía lo que decía leer.

1.1. No diré que todo con la misma atención y cuidado, pero FFB no se las dio nunca de leer lo que no había leído. No se daba pegotes.

1.1.1. Se dirá: ¡qué menos! Pues aunque no debería ser así, en el mundo intelectual realmente existente (e incluso en sistemas afines y no afines) este mínimo, esta honradez intelectual central, no está generalizado.

2. FFB leía muy bien.

2.1. ¿Cómo lo conseguía? No tengo una respuesta satisfactoria. FFB tenía una capacidad de concentración y penetración en sus lecturas que yo sólo he podido ver en tres o cuatro personas más. Cito a una de ellas de nuevo (que deduzco de sus anotaciones de lectura y sus materiales de estudio, no por vivencia personal): Manuel Sacristán. También, añado, su amigo y compañero Miguel Candel; no me olvido de Toni Domènech ni de Adrià Casinos. Tampoco de Joan Benach.

3. FFB nunca olvidaba el contexto.

3.1. Parece obvio pero no lo es. En primer lugar porque el contexto puede ser todo aquello que no es el texto y no es fácil acotar las partes más interesantes de ese todo inabarcable. En segundo lugar, porque después de delimitarlo y tenerlo en cuenta hay que hilar, hay que relacionar, hay que juntar, hay que construir, hay que iluminar A partir de B,C, E y F y no meramente poner al lado. Y eso no siempre es tarea fácil. No lo es.

3.2. Ejemplo destacado de este punto: su lectura de Bartolomé de Las Casas en La gran perturbación. Hay muchas ilustraciones alternativas.

3.3. Sin olvidar en este asunto su enorme bagaje historiográfico, sus grandes conocimientos históricos, su amor por la Historia (en mayúsculas y en minúsculas). La de España y la de otros países. La historia de Rusia y de la URSS por ejemplo.

4. FFB se documentaba muy bien, leía lo que hay que leer (y algo más) cuando reflexionaba y escribía sobre esas lecturas. Sabía acotar ese algo más. Un ejemplo: el prólogo que escribió para el ensayo de Zinoviev sobre la caída del imperio del mal (Puede verse ahora en 1917, el libro coeditado por Jordi Mir Garcia en 2017 en El Viejo Topo).

5. FFB no era un lector que se dejase vencer por las dificultades (lo cual, por otra parte, es humano,  muy humano). Ejemplo de esa superación de dificultades: su lectura, rayos de luz sobre una más que profunda oscuridad inicial, del “Nosotros” de Zamiatin. También puede verse su interpretación en 1917.

6. FFB intentaba y conseguía captar bien el argumento discutido (a favor de su posición o en contra). No lo simplificaba, no construía un falso muñeco ficcional, cómodo para golpear a su antojo. En Etica y filosofía política hay muchos ejemplos de ello. También en sus escritos (otra de sus aristas más interesantes) de intervención política. A eso se le puede y debe llamar: decencia y honestidad político-intelectual. No muy frecuente tampoco; sí en su caso.

7. FFB fue un buen receptor de influencias. Tengo para mi, no descubro ningún Mediterráneo, que una de las mayores y más beneficiosas influencias que tuvo, extrayendo el rovell de l’ou, la esencia que diría Saul Kripke, de lo leído y estudiado, es la de uno de los grandes filósofos-pensadores-poetas del XX: Bertolt Brecht.

7.1. Brecht se huele también en su prosa. En, por ejemplo, “Génesis posmoderno”, la más que sensacional introducción que escribió, uno de sus textos más logrados en mi opinión, para su Guía para una globalización alternativa.

8. FFB sabía construir con sus lecturas nuevos escenarios deslumbrantes con hilos enlazados, con cajones bien ordenados y clasificados, con frutas bien exprimidas. Un ejemplo muy destacado de todo ello: un texto casi imposible que puede leerse ahora en el Marx a contracorriente, un ensayo que ha publicado también la editorial del Viejo Topo en 2018, coeditado por Jordi Mir Garcia, uno de sus discípulos más próximos y queridos: “Marxismos contra corriente. Un balance de la década de los ochenta”.

9. Aparte de sus profesores de secundaria (FFB escribió un artículo inolvidable dedicado a uno de ellos, a Xesús Alonso), no es casual para lo que comentamos que cuando FFB habló de maestros directos citara, frecuentemente, a tres de ellos: Manuel Sacristán, Emilio Lledó y José María Valverde. Si algo comparten estos tres pensadores, tan distintos en tantas aristas por otra parte, es su amor por el lenguaje preciso, riguroso, afable, bien dicho, bien escrito, correctamente usado. FFB recogió, en mi opinión, lo mejor de los tres (especialmente del primero). Pero dijo, escribió y pensó con su propia cabeza y cuidó el lenguaje con estilo propio. Como diría Frank Sinatra, que no siempre fue un cantante conservador, lo hizo a su manera y de manera creativa.

10. FFB como lector supo apreciar además los buenos trabajos aunque fueran de temáticas alejadas de sus intereses o incluso de sus conocimientos más sólidos. Me estoy refiriendo a asuntos de lógica y matemática. Un ejemplo personal. No soy capaz de transmitir literalmente las palabras que dedicó a un artículo que un día le recomendé, un escrito de Luis Vega Reñón, “Sobre el lugar de Sacristán en los estudios de lógica en España” (también a otro que firmaban conjuntamente Vega Reñón y Paula Olmos sobre la recepción de Gödel en España). Más o menos vino a decir: “Salva, me pierdo en algunos momentos (la modestia, la buena modestia era otra de sus virtudes), pero ya veo, ya siento, me doy cuenta, de la importancia de este trabajo. Felicita a Luis de mi parte”. Lo hice por supuesto.

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Como todos los decálogos, este puede resumirse en dos o tres enunciados: el profesor FFB leyó (y vivió) con mirada penetrante y filosófica nuestra vida cultural, social, nuestras luchas políticas, no se hizo trampas y no hizo trampas al lector. No escribió oscuro para dar falsa sensación de profundidad sonambúlica.

Tampoco engañó ni se engañó: no creyó ni dijo entender lo que no logró entender por dificultad de lo leído-estudiado  o porque fuera en sí ininteligible.

Sintió y leyó la vida con buena y enrojecida metafísica. Como cantaba Raimon a Joan Miró: “D’un roig encès voldria la vida, el amor i els amics”, de un rojo encendido quería el que fuera cuadro clandestino del PSUC, el partido de los comunistas de Cataluña, la vida, el amor y los amigos.

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A modo de justificación (parcial sin duda) de lo señalado, de la singularidad y profundidad de este  incansable lector, cabe presentar y comentar brevemente dos textos breves suyos, fruto de sus  lecturas y de su sentir singular.

El primero (que no está fechado) se titula: “PARA UNA REFLEXION SOBRE EL METODO CIENTIFICO.” Dice así:

En las exposiciones convencionales sobre el método científico se acostumbra a decir: 1º que éste surge y se desarrolla con la modernidad, entendiendo por la época de las revoluciones científicas (desde el siglo XVI), 2º que, tendencialmente, el proceder científico se caracteriza por una argumentación hipotético-deductiva tal que partiendo de observaciones experimentales o principios teóricos bien establecidos se avanza una hipótesis o conjetura de la cual se deducen algunas consecuencias que luego hay que comprobar experimentalmente, en la práctica.

Tal habría sido, prosigue FFB, el proceder de la filosofía natural en el momento histórico en que ésta se convierte, con Galileo, Kepler y Newton, en física moderna.

Hay dudas, sin embargo, acerca de si un procedimiento así se da o no en aquellas disciplinas que un día comprendían las humanidades y que luego se denominaron habitualmente ciencias sociales o humanas (teoría política, economía, sociología, antropología, etc.). Consiguientemente, nadie duda del carácter científico de las obras de Galileo, Kepler o Newton, pero la mayoría de la gente tiene dudas muy serias de que pueda hablarse de ‘ciencia’ cuando el referente es Maquiavelo, Marx, Freud o Weber. ¿Están justificadas estas dudas o convendría más bien pensar en una caracterización de lo que es ‘ciencia’ y ‘científico’ menos rígido? Pondré un ejemplo de los que hacen pensar.

¿En qué ejemplo podríamos pensar de esos qué hacen pensar? ¿Dónde podríamos buscarlo? El profesor FFB pensó en este:

En el capítulo primero de uno de sus últimos tratados, titulado Las doce dudas (1564), Bartolomé de las Casas se propone responder a un cuestionario formulado por el dominico fray Bartolomé de Vega, que acaba de regresar del Perú, y que tiene muchas preguntas que hacer, en nombre propio y de sus correligionarios, al Protector de los Indios que vivía en ese momento en el convento de Santa María de Atocha, en las afueras de Madrid.

Se trataba, prosigue, de preguntas prácticas íntimamente unidas a problemas de conciencia

de los propios frailes y de algunos de los conquistadores y encomenderos que tienen indios como siervos, que desde 1531 se han quedado con una parte de las riquezas que éstos guardaban en sus guacas o lugares sagrados, que habían puesto en explotación varias minas, etc. Las preguntas tienen que ver con el problema de la propiedad, de la soberanía, del derecho de gentes a viajar, establecerse en otro país, comerciar con los indígenas y poner en explotación sus tierras que se le plantea a un cristiano sincero y consecuente en el interesantísimo momento histórico que es el particular choque entre el culturas del siglo XVI. La duda que resume todas las demás es ésta: ¿están o no obligados los españoles a restituir propiedades, tierras, productos de las minas, etc. de los antiguos pobladores?

He aquí cómo se planteaba el problema Bartolomé de Las Casas:

Para responder, pues, a las dichas dudas / invocada la divina gracia y sólo confiando del supremo auxilio/  dos cosas diré lo más breve que pudiere, aunque muy poderosa sea la materia, que mucho más tiempo y aún capacidad de ingenio requería remitiendo a muchos tractados míos /…/ La 1a, pues, será poner ciertos principios verísimos y fortísimos que de necesidad se han de suponer en esta disputa, y quien algunos dellos negare bien podrà ser excluso della. La 2a, inferirse algunas conclusiones para solución de cada duda responsivas, /submetiendo ansí, con todo lo que dixera y escriviere, a final determinación de la Sacta Madre Iglesia o a su cabeza, que es el romano Pontífice/.

Y, en efecto, comenta FFB, se ponen los principios; se establecen los corolarios; se deducen algunas conclusiones de los mismos; se hace repaso de las objeciones; y se concluye probando lo que se pretende probar, a saber: la necesidad de la restitución.

Sus preguntas finales: ¿es esto un proceder científico? ¿O queda invalidada toda la argumentación por el uso de expresiones como ‘invocar a la divina gracia’, ‘confiar en el supremo auxilio’, o ‘submeter las conclusiones a la final determinación de la santa madre Iglesia y del romano Pontífice?

Parece que no, no parece que quede invalidada la argumentación por estas razones.

Un segundo ejemplo temáticamente muy alejado, un texto de 2003 titulado “EN LA MUERTE DE LUIGI PINTOR”. Sería una ilustración de ese sentir suyo en la lectura, en la reflexión y en el decir, de su fuerte penetración y proximidad, un FFB muy brechtiano. Vida y política, amor y revolución, indignación, compasión y amistad. El texto:

Ha muerto Luigi Pintor.

Y no he escuchado aquí apenas una voz que recordara su vida. De él dijo otro grande, hoy ignorado (y hasta vilipendiado) en la Italia de Berlusconi: “Es el mejor analista político que ha dado el comunismo italiano” [SLA; tal vez Pietro Ingrao o Lucio Magri]. Hace de eso cuarenta y tantos años. Era la edad de piedra. Y en la edad de piedra expulsaron a Pintor de lo que se llamaba el comunismo oficial. Pero, a pesar de ello, Pintor no pasó a ser un ex. Fue siempre, hasta el final, un es [SLA: lo mismo que en su caso en mi opinión]. Siguió siendo un gran analista político: sensible ante los cambios y ante las cosas nuevas, agudo al relacionarlas con las viejas, irónico e imprevisible en su decir, previsible en su hacer insobornable. Lo fue muchos años después de que el otro nos dejara en olor de multitudes.

Lo siguió siendo, prosigue FFB, cuando los herederos de quienes le echaron confundieron la cosa con la bicha.

La ironía de la historia ha querido que, cuarenta años después de su expulsión del comunismo oficial, Pintor siguiera aún publicando un diario comunista único, tal vez el último [ya no se edita] que tiene la osadía de salir a la calle con el nombre noble y antiguo de comunismo en una Italia que parece haber olvidado lo que debe a Gramsci y a Togliatti y a tantos anónimos que amaron a Gramsci y a Togliatti.

Pocas semanas antes de morir, recordaba FFB, Luigi Pintor escribió uno de sus breves y lúcidos editoriales en la primera página de Il Manifesto.

Se titulaba “Senza confini”. Y empieza así: ”La izquierda italiana que conocimos ha muerto. No lo admitimos porque se abre un vacío que la vida política cotidiana no admite”. La experiencia da la razón a los jóvenes rebeldes que salen a las calles a protestar contra la guerra y contra las mentiras del Imperio, sin ver ya los confines que, según sus padres, hay entre la izquierda y la derecha política. Esa ha sido la clave de la prolongada e insólita andadura de aquella publicación que Luigi Pintor creó con Rossana Rossanda y unos pocos más: un tono y una forma, a la hora de las verdades, en los que los más jóvenes pueden reconocer la experiencia de la cultura política sin sentirse agredidos y en los que los más viejos, como yo mismo, pueden reconocer la valentía del antiguo y deshonrado  decir la verdad. El día en que leí “Senza confini” pensé: “También Pintor va a morir”.

No sabía él entonces que Pintor ya estaba muy enfermo.

No conocí personalmente a Luigi Pintor. Nunca tuve la suerte de coincidir con él en uno de tantos y tantos actos y manifestaciones del comunismo de estos últimos cuarenta años. Pero he ido leyendo puntualmente la mayoría de sus artículos políticos y también sus narraciones. Y nunca habré coincidido tanto con alguien a quien no haya conocido, al menos en sus juicios y opiniones sobre ese pan candeal de cada día que es la controversia política (tan distinto del mendrugo tertuliano en que, aquí y allí, se echa la lengua a pacer). Tal vez por eso, o porque los tonos y las formas me tocan, pensé entonces: “Pintor va a morir. Y con él toda una época, la nuestra, la mía”.

La tarde en que conoció la noticia de la muerte de Pintor, estaba leyendo Arden las pérdidas, el entonces último poemario de Antonio Gamoneda, uno de sus poetas más queridos y apreciados.

Sí: arden las pérdidas. Cuando me llegó la noticia de la pérdida daba vueltas a un poema de los últimos, de “Claridad sin descanso”, que empieza así: “Esta es la edad del hierro en la garganta”. Y, como suele ocurrir en esas circunstancias, la química neuronal, que no entiende de las bondades del análisis reductivo ni de confines ni contextos, me tiró a los prados en los que crece la melancolía. Ha muerto Luigi Pintor: no estamos ya en la edad de piedra sino en la edad del hierro en la garganta. En ella arden las pérdidas. También para nosotros, socialmente, como colectivo que quisimos ser. Y en ese arder “amas aún cuanto has perdido”. Sí, al hombre y a la idea. No le conocí, pero le leí mucho y creo saber lo que aquel hermano tenía en la cabeza mientras escribía “Senza confini”.

Sobre la idea que Pintor siempre defendió y que aún figuraba en la cabecera de Il Manifesto, comentaba finalmente FFB:

vosotros, los de la edad del hierro en la garganta, no la olvidéis. Ni siquiera cuando la química neuronal os lleve, desde los prados de la melancolía, al cruce de caminos entre el recuerdo de Pintor y el final de Arden las pérdidas. Y sepáis ya, como sabe el poeta que busca las palabras para esa edad, que la única sabiduría es el olvido.

Disiento en este punto: nuestra sabiduría no será en este caso el olvido de su obra ni de él mismo, un ser humano (decía llamarse Paca Fernández Buey en ocasiones) inteligente, comprometido, fraternal, humano-muy-humano y profundo, y, más aún, un hombre bueno, en el sentido machadiano y brechtiano: “A la buena gente se la conoce/ en que resulta mejor/ cuando se la conoce”. Cuando se acude a ellos, añadía Brecht, cuando se acude a gente como Paco, siempre se les encuentra.

También estos versos son del mismo poema: “Cometen errores y reímos,/ pues si ponen una piedra en lugar equivocado,/ vemos, al mirarla,/ el lugar verdadero” [1].

Notas

1) Como en el caso de Lynn Margulis, una inconformista científica (gran lectora de la poesía de García Lorca) muy reconocida por FFB. De Margulis escribió el biólogo evolucionista británico John Maynard Smith: “Cada disciplina científica necesita una Lynn Margulis… Creo que a menudo se equivoca, pero la mayoría de personas que conozco opinan que es importante contar con ella, porque incluso cuando se equivoca lo hace de una manera fructífera. Estoy seguro de que también se equivoca en la idea de Gaia. Pero debo decir que en cierta ocasión estaba evidentemente en lo cierto, y muchos de nosotros creíamos que se equivocaba”.

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