Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El comunismo, consciencia crítica del movimiento democrático

Joan Tafalla, Joaquín Miras Albarrán

1. Comunismo, comunismos.

“Saremmo dei rivoluzionari ben pietosi e irresponsabili se lasciassimo pasivamente compiersi i fatti compiutti, giustificandone a priori la necessità”.

Antonio Gramsci a Palmiro Togliatti,

26 de octubre de 1926[1].

En los últimos treinta años el revisionismo histórico ha contaminado nuestro recetario de conceptos e incluso la agenda de los nuestros tareas. Se trata de un caso clásico de hegemonía política y cultural.

A menudo la autofobia (para decirlo con Losurdo[2]) que afecta a los comunistas después de la caída del muro de Berlín, ha dado lugar a una especie de “síndrome de Estocolmo” ideológico que se traduce en la utilización de los conceptos, de la gramática y de la retórica del discurso dominante. Lo que suele producir dos actitudes aparentemente contrapuestas, pero en realidad especularmente complementarias: por una parte, la liquidación del proyecto emancipador, por otra parte, el resistencialismo.

Contar con un balance global del papel del comunismo en el siglo XX, hecho desde la autonomía política y cultural es una condición “sine qua non” para poder apostar por la supervivencia histórica del comunismo en el siglo XXI.

Enumeremos algunos conceptos procedentes del revisionismo histórico que han penetrado fuertemente entre comunistas y ex-comunistas, entre nubes de retórica “marxista” :

– Totalitarismo como explicación común del comunismo y del fascismo. El totalitarismo estaría ya “in nuce” en Rousseau, Robespierre, Marx y Lenin.

– La Revolución de octubre como golpe de estado.

– El proceso revolucionario europeo post primera y segunda guerra mundiales y la descolonización como fruto de una conspiración.

– La democracia como alternativa al comunismo.

– El estalinismo, producto necesario de la revolución. Identidad comunismo /estalinismo.
Para combatir esa contaminación grave del pensamiento, cuando tratamos de hacer un balance del siglo veinte y de la influencia del comunismo en él, es preciso adoptar algunas precauciones metodológicas.

1.- Distinguir el comunismo como movimiento real que cambia el estado de las cosas respeto de los partidos y estados que han encarnado históricamente. Estas encarnaciones son fruto de las circunstancias, son expresión de la evolución real del movimiento. En ningún caso se puede pensar que sean un fruto de la necesidad histórica y aún menos el único fruto posible. Son fruto de la realidad pero no de la necesidad. Toda realidad histórico- concreta permite siempre otras alternativas.

2.- Distinguir la revolución (de octubre, alemana, española, vietnamita, china, cubana, latinoamericana…), entendidas como proceso y como movimiento de las clases subalternas, del papel desarrollado por los comunistas en esas revoluciones. Cuando los comunistas han jugado un papel central en las revoluciones ha sido porque se han puesto al servicio incondicional de las masas sublevadas. Es decir, cuando han sido coherentemente y sin ningún tipos de concesión, democráticos.

3.- Las revoluciones las han hecho siempre las clases populares (obreros, campesinos, intelectuales pobres) y, en este sentido, siempre han sido democráticas. Habitualmente la defensa de la democracia hace imprescindible el uso de la violencia frente a la inevitable violencia de los de arriba. En esas ocasiones, la violencia es democrática.

4.- Es preciso distinguir el comunismo como movimiento global respeto de las expresiones nacionales y locales del mismo. Por ello, en unas ocasiones, es preciso hablar de comunismo en singular, y en otras es preciso hacerlo en plural: comunismos.

5.-Si bien es preciso matizar bastante el análisis de lo que representó el estalinismo y del papel que desarrolló realmente, avanzando más allá de discursos ideológicos apriorísticos, negamos que el estalinismo fuera la única alternativa posible. Disponemos hoy de suficientes estudios para explicar los orígenes y las causas del estalinismo como para mantener aún que el comunismo era el único camino.

6.- Estalinismo, como todo concepto omnicomprensivo y polisémico, acaba explicando pocas cosas reales. Lo que sí podemos decir es que el estalinismo, si lo entendemos al modo de Stalin y de los estalinistas es una desviación respecto de las ideas fundadoras de Marx, Engels y Lenin. Si lo enmarcamos en el proceso de aprendizaje del que habla Losurdo, debemos llegar a la conclusión de que esta desviación del camino ha fracasado, es una experiencia ultrapasada, que debe ser objeto de estudio y de análisis con el fin de no volver a cometer los numerosos errores.

7.- El capitalismo se ha apropiado del concepto democracia y lo ha convertido en su sinónimo. Este secuestro es producto de una derrota en la lucha secular de los pueblos por la democracia. El capitalismo se ha acabado apoderando del concepto para vaciar su contenido, su sustancia. Esta apropiación indebida no se habría podido producir sin la inestimable contribución hecha desde nuestro campo por parte de aquellos que, olvidando las posiciones de Marx, Lenin, Gramsci o Luckács sobre el estado transformaron le dictadura del proletariado en dictaduras sobre el proletariado, o bien abandonaron el concepto de manera ignorante e ignominiosa: “ Dictadura ni la del proletariado”.

2. Comunismo, modernidad, modernización.

“ La formación del estalinismo no puede comprenderse sin considerar la profunda crisis político-social y económica que se desencadenó en la URSS en el momento culminante del período de la NEP. Sus causas inmediatas fueron las consecuencias de la política de industrialización acelerada que se había decidido en el XIV Congreso del PC(b) de la URSS en diciembre de 1925.”

 

Michael Reiman. “El Nacimiento del estalinismo”[3].

En la tradición comunista pugnan en lucha dos conceptos de modernidad. La idea de la Modernidad Política y la de la Modernización o racionalización industrial[4]. El comunismo se autocomprende como parte de la Modernidad Política cuando asume su propia historia. El comunismo nace en el origen de la Modernidad política -o Contemporaneidad-: durante la Revolución Francesa. Surge como filosofar político a partir de la praxis y de la consiguiente experiencia de lucha en la que el cuarto estado, la plebe, los artesanos, los obreros, -en expresión de Robespierre, los ciudadanos proletarios-, los intelectuales pobres y los campesinos, irrumpen por primera vez en el ámbito de la política, se constituyen en sujeto político y luchan por imponer su soberanía e instaurar su poder político o “poder de los pobres”: la democracia. Para ello se apropian y reelaboran, desde abajo, de forma original, el legado político ilustrado y mediterráneo. El Jacobinismo robespierrista, del que son herederos directos Babeuf[5] y Buonarroti[6], es la tradición intelectual orgánica de este movimiento popular con el que nace la contemporaneidad. Su filosofar praxeológico, conscientemente recogido y preservado para ser legado a las generaciones posteriores, es el pensamiento originario de la corriente comunista del movimiento popular o democrático. Por tanto, son inherentes al filosofar originario del comunismo los elementos característicos de la Modernidad Política: el rechazo de toda heteronomía social –estado burocrático y fuerzas productivas y económicas-; la Soberanía del Pueblo sobre su sociedad; la ciudadanía o ejercicio real del poder político de los de abajo; los derechos del individuo y a la vez prioridad de la comunidad sobre el interés particular de cada individuo; la organización de un orden social que instaure la felicidad, lo que implica que la revolución cambia la vida cotidiana y lucha por lograr la felicidad de los vivos, en el presente.

El comunismo se mantiene como corriente en el seno de los movimientos populares sucesivos durante el siglo XlX. Por definición, no se constituye en partido a parte; es la consciencia crítica inherente a cada movimiento de masas, al que dota de legado intelectual con el que reflexionar, de sentido político o frónesis y de espíritu autocrítico. “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones [de posibilidad] de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente [el capitalismo. O mejor, la sociedad civil en el grado de desarrollo conseguido durante el capitalismo]”[7].

Este espíritu es recuperado por Lenin y pasa a formar parte de la tradición operante en el movimiento de masas revolucionario ruso -1905 / 1917-. Desde 1905[8], como tarde, Lenin, reivindica el espíritu jacobino. Él, junto con algunos otros dirigentes, estudia y se inspira en el legado de la Revolución Francesa, y en la continuidad del mismo, que cuaja en la Comuna de Paris[9]. El objetivo primordial de la política inspirada por Lenin consiste en la liquidación del estado burocrático y la organización de un poder popular o democrático basado en la alianza de obreros y campesinos. Y a tal efecto, incluso la economía es un medio al servicio de la constitución de este bloque social de poder, y el ordenamiento de la misma obedece a los deseos de las masas y a sus decisiones[10]. Sólo la aceptación de la soberanía de las masas en las decisiones políticas y económicas garantizaba la existencia del movimiento de masas. Este mismo propósito es el que inspiró la NEP, más allá de toda preocupación por el desarrollo industrial[11].

Sin embargo, tras la derrota de la Comuna de París, esta tradición praxeológica de pensamiento había entrado en crisis. Tan sólo era sostenida por grupos minoritarios, y había sido sustituida por una ideología de cuño positivista, doblada de una concepción de la política como ingeniería social, ejercida en representación de la plebe por el partido político –teoría liberal de elites-. El legado de la Modernidad política era desechado y se lo sustituía por la ideología del desarrollo económico, y la industrialización: la Modernización o desarrollo de las fuerzas productivas entendidas como potencia industrial instalada. La revolución era entendida según la ideología burguesa de la “Revolución industrial”. A esta se le confía, para el futuro –el “radiante porvenir” ad calendas graecas-, el cambio de la sociedad. Es la tradición socialdemócrata, que rechaza y rehuye todo protagonismo de la política por parte de las masas organizadas y preconiza la representación política y la aceptación del aparato de estado. En el seno de esta corriente se había elaborado una interpretación aberrante del filosofar y de la elaboración intelectual crítica de Marx y Engels, según la cual el trabajo intelectual de ambos revolucionarios era una aportación al saber científico, de índole académica, y a la prognosis sobre la sociedad. Esta interpretación se había hecho tan influyente que uno de los grandes revolucionarios de los años veinte, al conocer el estallido de la revolución rusa de 1917 la consideró “La Revolución contra “El Capital”[12].

Esta otra corriente desarrollista, denominada “Modernización”, elitista, confluía también entre los miembros que constituyeron el partido comunista del movimiento revolucionario ruso. A la postre, fue la que se impuso y supeditó los destinos de la sociedad soviética naciente a un terrorífico proceso de industrialización forzada, cuya “acumulación originaria” salía del campesinado, y que era dirigido por una omnipotente burocracia de estado.

3. Democracia, Estado y Revolución.

“La democracia como cosa en sí, como abstracción formal no existe en la vida histórica: la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines. Un estado democrático es, por tanto, un estado en que el movimiento democrático detenta el poder”

Arthur Rosenberg Democracia y socialismo[13].

La democracia es el nombre de un movimiento organizado de masas mediante el que la plebe o clases subalternas, socialmente mayoritarias, pugna por constituirse en poder político (Rosenberg). “Democracia” es el nombre maldito y de los malditos, desde los orígenes de la tradición mediterránea, y así consta en los clásicos, Platón o Aristóteles. La democracia, el poder de los pobres, reaparece en la contemporaneidad, como hemos escrito, durante la Revolución francesa[14]. El movimiento democrático plebeyo en su lucha asimila la tradición política republicana democrática clásica, reelaborada por Rousseau y por la experiencia política de masas desarrollada durante la Revolución. En ese contexto revolucionario e intelectual surge la democracia jacobina, y como reflexión participante en ese movimiento democrático de lucha de clases que funda la contemporaneidad, nace el comunismo.

“Democracia jacobina” es el nombre de un Movimiento constituido por la plebe, -gens de métier u obreros, artesanos, intelectuales pobres y campesinos: “el cuarto estado”, “los ciudadanos proletarios”, “las ocho décimas partes del la sociedad”- que se organiza en la sociedad civil y pugna por constituirse en poder político soberano. El movimiento no trata de hacerse representar, sino de constituir un régimen político mediante el que pueda ser el soberano y ejercer el poder ordenadamente. Para ello trata de reabsorver el poder político en la sociedad civil, instaurar el poder popular directo en los municipios, mandatar y someter a obediencia a los delegados a la Convención, -singular órgano legislativo y de gobierno-, y reducir todo lo posible los aparatos burocráticos de estado. Además de la supeditación de la riqueza a las necesidades de la ciudadanía pobre.

Poder popular activo y no representado, estado no burocrático y reparto de las riquezas: es decir, “el robespierrismo”, la democracia, el comunismo; estas ideas, constitutivas del núcleo del proceso revolucionario son recogidas y transmitidas a la posteridad por Babeuf y Buonarroti, miembros activos de la Revolución francesa, además de herederos y continuadores de los intelectuales orgánicos del movimiento democrático plebeyo, jacobino, que sirven a la soberanía del mismo.

En consecuencia, el comunismo es un filosofar praxeológico, o pensamiento inmanente a un movimiento, que opera como consciencia crítica del mismo, y sin el cual no puede existir. El comunismo surge pues como “la expresión del conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos” esto es como el “formulado (de) las reivindicaciones del proletariado” –Manifiesto-: como el saber orgánico del movimiento plebeyo.

El comunismo no trata de sustituir ni de representar a la plebe organizada, sino potenciar su organización y protagonismo como movimiento.

Desde sus orígenes, la tradición demo-jacobina comunista ha sabido que toda revolución es un acto democrático que expresa el deseo mayoritario de la sociedad de fundar un régimen político nuevo, esto es, un nuevo orden social.

La tradición comunista jacobina ha sabido desde siempre que el estado burocrático impide el autogobierno de la plebe, y que el ejercicio de la política, y aún más el de la soberanía, exigen la liquidación del estado burocrático. Es esta una primera superación de la división del trabajo, factible, cuya no puesta en obra se ha demostrado letal.

La tradición jacobina resistió, como parte de los diversos movimientos de masas durante el siglo XlX, e inspiró la Comuna de París de 1871. Posteriormente, arraiga en parte de los comunistas que participan en el proceso revolucionario organizado por el pueblo ruso. Lenin, y otros dirigentes habían estudiado la Revolución francesa y la experiencia de la Comuna de París. Es el espíritu que posee la política de Lenin, que inspira precisamente su libro El Estado y la Revolución, así como las propuestas políticas y de acción que promueve durante ambas revoluciones. También es el hilo rojo que inspira la NEP, y que choca permanentemente con el cientifismo positivista y el elitismo de la teoría liberal de elites también existente.

El comunismo neojacobino se reproduce a lo largo de la historia del siglo XX cada vez que un colectivo de individuos, inspirados en el saber crítico que ha sido legado por los teóricos que han elaborado anteriormente las experiencias de los movimientos plebeyos precedentes, se incorpora a la lucha en el seno de un nuevo movimiento, para ayudar a su nacimiento, para impulsarlo y extenderlo. Cuando hace propias las decisiones elaboradas por el espacio público autónomo, que organiza al nuevo sujeto colectivo y considera que su misión es hacerlas cumplir y respetar. Así por ejemplo, cuando se incorporó al movimiento antifascista, que articulaba una respuesta frente al nazifascismo desde las diversas culturas autónomas que entonces organizaban la vida de las distintas clases subalternas en cada país europeo. Los comunistas se convirtieron en los principales impulsores de aquella movilización internacional, y de ese rédito vivieron las diversas organizaciones de carácter institucional que surgen tras el gran consenso del 45, con el que se liquida al movimiento

Desaparece y muere cuando se divorcia del movimiento de masas y recorre las vías de la representación institucional como tribuno de las clases subalternas y cuando, en nombre de una pretendida ciencia –saber del futuro, saber lo que de verdad les conviene a las masas, saber cuál es el programa acertado, etc.-, se irroga la facultad de proclamar lo que en cada caso les conviene a los explotados. Todas las variantes de este otro tipo de comunismo son clónicas: todas elaboran un mismo proyecto que nunca existió para todo tipo de sociedad, todas se encuentran, en su imaginario en vísperas de la ocupación del palacio de invierno, todas son industrialistas y estatistas, todas son pequeñas sectas separadas de la realidad social. En cambio, cada grupo comunista que se vincula a un movimiento real, es distinto, y así debe ser. El comunismo neojacobino, al igual que la literatura oral popular, subsiste y pervive en variantes, según las características del concreto, histórico, movimiento plebeyo del que son orgánicos – es “nacional”, se decía antaño-.

4. Lecciones de una comadrona.

“Una vez, acariciando a unos niños me dijo:

Su vida será mejor que la nuestra; mucho de lo que nosotros hemos vivido ya no deberán vivirlo. Su vida será menos cruel… Sin embargo no los envidio en absoluto. Nuestra generación ha llevado a término una tarea impresionante por su importancia histórica. La crueldad de nuestras vidas, impuesta por las circunstancias, será comprendida y perdonada. Todo será comprendido, ¡todo!”.

Máximo Gorki, Lenin, 1924 [15].

Llegados aquí, conviene abordar el problema de las relaciones entre la violencia, la democracia y la revolución durante el siglo XX. Es decir, la difícil relación entre los principios morales del proyecto comunista y la implantación práctica del mismo en el pasado siglo.

Conviene que abordemos este tema directamente porque los últimos veinticinco años de revisionismo histórico han tratado de ensuciar el nombre del comunismo con el fin de incapacitarlo para denominar los proyectos de emancipación del futuro. Algunos, como los Democratici de Sinistra italianos han aceptado esta gramática del discurso dominante. Otros, en su encrucijada, siguen en la duda permanente. Nosotros, lejos de cualquier nominalismo, partimos, de un punto de vista opuesto: cambiar el nombre no soluciona la cosa. Sobre todo, si se tira al niño con el agua sucia.

Hablemos pues, de la violencia. El poder de las clases dominantes se ha basado, desde que existe, en la violencia. Una violencia que puede ser puntual y excepcional, cuando las clases subalternas se sublevan, pero que habitualmente es permanente, capilar, intersticial y cotidiana en el conjunto de las relaciones sociales. Durante la Antigüedad, la Edad Media y la Edad Moderna, la violencia de las clases dominantes se presentaba directa, desnuda, sin mediaciones.

A esa violencia cotidiana se refería Marx en el capítulo del Capital en que desvela el “secreto” de la acumulación originaria. Durante más de cincuenta páginas, Marx describe minuciosamente el proceso secular mediante el cual las clases dominantes inglesas expropiaron violentamente a los campesinos de su pequeña propiedad, con ayuda del estado absolutista. Un proceso extremadamente violento en que la violencia en forma de cárcel, tortura, flagelación, horca, esclavismo, trabajo forzado, permitió crear la clase de trabajadores pobres condenados a vender su fuerza de trabajo. Esta descripción le lleva a afirmar: “La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por sí misma, una potencia económica[16]… el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos sus poros, desde los pies a la cabeza[17]”.

La irrupción contemporánea de las masas en la política durante la Revolución Francesa fue saludada por la burguesía revolucionaria con la ley marcial[18] y la prohibición de las sociedades obreras fraternales. Las clases dominantes necesitaron un largo proceso de aprendizaje, hasta conseguir en Europa una combinación relativamente estable de coerción y consenso, a través de los sistemas liberales- representativos. Una combinación consistente en que el estado capitalista asume el monopolio de la violencia, que utiliza bien para la conquista imperialista, o bien, en las ocasiones en que las clases subalternas entran en un estado de revuelta.

En el siglo XX, las clases dominantes han sabido reprimir con brazo de hierro todas las sublevaciones, las rebeliones, las revoluciones o los simples intentos de llegar legalmente al gobierno por parte de las clases subalternas. Rusia, Alemania, Italia, España, China, Indonesia, Vietnam, Argelia, Chile, Argentina serían países que dan nombre a la diversidad de situaciones que acabamos de nombrar. Incluso en la “democrática” Italia, tras el 45, Gladio acechaba expectante ante el peligro que las urnas llevasen al gobierno al moderado PCI de Togliatti y Berlinguer. Cualquiera que pretenda tomar medidas que sean contradictorias con la dinámica de desarrollo capitalista, por tímidas y graduales que sean, se encontrará ineluctablemente con esa realidad: la violencia sin mediaciones de las clases dominantes.

Que la violencia no forma parte del proyecto comunista, si no como producto de las circunstancias y simple respuesta a la violencia de las clases dominantes puede ser ejemplificado por tres hechos.

1.- Robespierre se quedó en ínfima minoría el 1 de junio de 1791[19], en la Asamblea Constituyente dominada por la burguesía ilustrada, defendiendo la abolición de la pena de muerte. Fue el único constituyente que se mantuvo fiel a los preceptos de Beccaria, en una asamblea llena de burgueses y nobles ilustrados, que consideraban al italiano bueno para un debate de café en el Palais Royal, pero utópico y peligroso, en un debate en el legislativo. Cuando el desarrollo de la revolución, la resistencia de las clases dominantes y el ataque de las potencias europeas (recordemos: todas fervientes partidarias y practicantes asiduas de la pena de muerte) pusieron el Terror en el orden del día, Robespierre siempre fue una elemento de moderación del mismo y de clemencia. Pero a pesar del Incorruptible, la virtud republicana sufrió, en este tema, duras pruebas de las que no siempre salió indemne. La cuestión es que entre los que tramaron y ejecutaron el 9 de thermidor del año II estaban algunos de los que, como Collot d’Herbois y Fouché temían que Robespierre los castigara por sus excesos terroristas.

2.- Babeuf funda el comunismo moderno, en continuidad con el robespierrismo y sobre la base de una crítica sin compromiso a los terroristas corrompidos[20]. Por otra parte, expresión fiel de las aspiraciones democráticas del pueblo de Paris, Babeuf no era un utópico: preparó la toma del poder y preveía una etapa, corta y transitoria de dictadura popular para implantar la dominación del pueblo: la democracia[21]. Digamos, aunque sea de pasada, que el Terror jacobino fue superado con creces por el Terror Blanco. Digamos, además, que el objetivo del terror blanco era volver a implantar la ley Le Chapelier, era reimplantar la esclavitud ( ambas abolidas durante el periodo del gobierno revolucionario del año II ), era consolidar el naciente capitalismo aboliendo las medidas de control de la economía, era abolir los decretos de Ventoso, era abolir la ley Lepeletier sobre la instrucción pública, era lanzarse a una guerra de rapiña imperialista por Europa que trajo una década y media de muerte y destrucción.

3.- Otro tanto podemos decir del Terror blanco contra la Comuna de Paris, que con la excusa de alguna violencia desde abajo, cometida en plena batalla, con carácter esporádico y contra la voluntad de la Comuna, tuvo un carácter programado, sistemático y con la voluntad de segar las vanguardias de toda una generación. La III república francesa estableció un régimen relativamente hegemónico de la burguesía, sobre un montón de 30.000 cadáveres de obreros parisinos[22].

Llegamos a la revolución de octubre. El Editorial de Pravda, 26 de octubre / 8 de noviembre de 1917, refiriéndose a las circunstancias de la toma del poder por los Soviets, afirmaba: “Quieren que seamos los únicos en tomar el poder, para que seamos los únicos en afrontar las terribles dificultades que se han planteado al país … Pues bien tomaremos el poder apoyándonos en la voluntad del país y contando con la ayuda amistosa del proletariado europeo. Pero, habiendo tomado el poder, aplicaremos a los enemigos de la revolución y a los que la sabotean el guante de acero. Han soñado con la dictadura de Kornílov… Les daremos la dictadura del proletariado”[23]. El mismo día que Pravda publicaba el texto citado al inicio de esta sección, el Consejo de Comisarios del Pueblo decretaba la abolición de la pena de muerte. Este contraste muestra claramente la complejidad del tema que nos ocupa. En ese contexto Lenin pronuncia su frase famosa: “En Paris,[los jacobinos] utilizaban la guillotina, mientras nosotros nos limitamos a retirarles las tarjetas de racionamiento…”[24].

Sin embargo, la intervención internacional imperialista, la guerra civil y el terror blanco obligaron a dejar esa abolición para más adelante. La defensa frente a la contrarrevolución obligó a la creación de la checa. La dictadura del proletariado, el más democrático de los regímenes según sus teóricos, lejos de ser un régimen de excepción defensivo y transitorio, se eternizaba por culpa de las circunstancias. Pero ello tuvo duras consecuencias para el comunismo históricamente realizado: los cambios en la sociedad rusa y en el partido bolchevique acabaron un régimen político y social que poco tenía que ver ni con la dictadura del proletariado ni con el socialismo.

Por otra parte, la revolución, como todas las revoluciones, comportó un gran número de violencias desde abajo. Violencias mediante las que las clases subalternas, una vez salta por los aires la losa de siglos de opresión, violencia y odio, se toman la justicia por su mano, interpretando la revolución como una venganza social más que como un proyecto de construcción de nueva sociedad. Solo la centralización de la violencia en el aparato del nuevo estado puede permitir que esas violencias desde abajo remitan y sean controladas. El caso de nuestra guerra civil de 1936 es paradigmático. Sólo la demagogia puede culpar a los comunistas de estas violencias desde abajo.

El proceso político- social que llevó a la sustitución de la democracia soviética por el estalinismo se acentuó en 1928. La represión y los crímenes estalinistas de ningún modo pueden ser equiparados a las violencias desde abajo realizadas por las masas obreras y campesinas en revolución, ni pueden ser equiparadas a la defensa de las conquistas de la revolución en los años leninistas. La colectivización forzada de la tierra rompía la alianza obrero-campesina, en contra de la opinión de Lenin, que había concebido la NEP como un repliegue para bastantes años. La represión estalinista era una violencia de aparato, una violencia desde arriba, organizada y sistemática. En muchas ocasiones era utilizada para resolver los debates políticos en el mismo campo del bolchevismo. En este sentido, decimos que el estalinismo es una desviación sustancial de los objetivos del comunismo.

La condena moral del estalinismo no es suficiente, aunque necesaria. Además es preciso explicarlo, conocerlo y analizarlo. Conocer sus causas y consecuencias. Para ello durante el siglo XX, comunistas críticos de diversas corrientes han construido un importante corpus de estudios, hipótesis y conceptos que es preciso recuperar si queremos hacer frente a las falacias y mentiras del revisionismo histórico. La propia existencia de este corpus teórico elaborado por comunistas críticos muestra hasta que punto es falaz la pretensión de la derecha de identificar comunismo del siglo XX con estalinismo. También muestra cuan falaz es la pretensión que, jugando al contrafáctico histórico pretende que el estalinismo fue producto de la necesidad histórica y no tenía alternativa.

Por otra parte, la apertura de los archivos soviéticos ha permitido colocar las cosas en su sitio. Poco a poco, la historiografía nos permite conocer un panorama real y cada vez más objetivo de la dimensión real de la catástrofe superando las primeras cifras adelantadas por Roy Mevdevev o por Olga Saturnoskaia y, naturalmente, por Stephane Courtois. Moshe Lewin resume esta polémica de las cifras del siguiente modo: “Mevdevev afirmaba que durante las purgas de 1937-1938, el número de detenidos en el GULAG había aumentado en varios millones, y que entre 5 y 7 millones de personas habían sido víctimas de la represión. De hecho, la población de los campos pasó de 1.196.369 detenidos en enero de 1937 a 1.881.570 en enero de 1938, y bajado a 1.672.438 detenidos en enero de 1939. Realmente, existió una explosión del número de detenidos en 1937-38, pero se cifró en centenares de miles y no en millones… Zemskov subraya que … en torno a 700.000 personas arrestadas por razones políticas entre 1921 y 1953 fueron ejecutadas. Saturnoskaia (…) afirmó que sólo para el periodo 1935-1941, más de 19 millones de personas habían sido arrestadas y 7 millones fusiladas ( cifras retomadas con entusiasmo en el oeste) y las demás desaparecieron en los campos. Sin embargo, Zemskov escribe que Saturnoskaia multiplicó por diez las cifras- ¡una exageración de talla! Existen datos fiables para el periodo del 1 de enero de 1934 al 31 de diciembre de 1947, mostrando que en el conjunto de los campos del GULAG, 963.766 prisioneros murieron – esta cifra incluye los “enemigos del pueblo”, y los detenidos de derecho común. Esta última cifra, así como la de las personas muertas durante la deportación de los kulaks (raskulachivanie ), debe ser añadida al ‘precio terrible’ pagado”[25].

El mismo Lewin, en su “Siglo soviético”, ha advertido sobre dos errores que impiden pensar seriamente sobre qué cosa ha sido el régimen soviético: “La primera consiste en confundir el anticomunismo con un estudio de la Unión Soviética. La segunda, que es consecuencia de la primera, es ‘estalinizar’ el conjunto del fenómeno, como si no hubiera sido otra cosa que un gulag desde el principio hasta el final”[26]. La cantera de investigación y de debate está abierta. La historiografía anticomunista del siglo XX no ha conseguido cerrarla. ¿Por qué íbamos a hacerlo nosotros?

5. Comunismo actual: una fase depresiva.

Avanzan ya banderas de unidad

y tú vendrás cantando junto a mí

y así verás tu canto y tu bandera

al florecer la luz de un rojo amanecer

El declive del movimiento comunista no es consecuencia del hundimiento de la URSS. Tampoco de la traición de las direcciones políticas de los partidos comunistas de los países capitalistas, de su carencia de un programa político acertado o científico, ni de la incapacidad de las direcciones que hemos conocido.

Apuntamos tres causas que, a nuestro juicio, explican la actual situación, todas ellas consecuencia de la hegemonía, aún no batida durante el siglo XX, que impone el capitalismo sobre nuestra civilización

En primer lugar, el origen de la decadencia del movimiento comunista se encuentra en la radical transformación sufrida por las diversas clases sociales subalternas, portadoras de subculturas autónomas no capitalistas, que habían mantenido, hasta los años sesenta del siglo XX, su capacidad de reproducción y su autonomía frente a la cultura funcional al capitalismo. De ellas surgían los movimientos políticos organizados y eran el suelo de reclutamiento en el que se asentaba la tradición comunista, de la cual ésta era expresión y a la vez uno de los elementos constituyentes.

Su causa: Tras la segunda guerra mundial, el capitalismo desarrolló una industria pesada dedicada a la producción generalizada de bienes de consumo de masas. Lukács lo resumió de este modo: ‘…en la época de Marx la industria de bienes de producción estaba organizada, en lo esencial, a la manera del gran capitalismo; si a esto se añade aún, los productos textiles crudos, la industria molinera y la industria azucarera, se puede decir, en rigor, que con esto la zona de las ramas industriales realmente capitalistas queda agotada. Ahora bien, en los ochenta años subsiguientes los procedimientos capitalistas se han extendido a todas las industrias de consumo. Y no me refiero sólo a la industria del calzado, a la confección, etc.; lo interesante es que también los hogares comienzan a convertirse en objeto de la industria pesada, con todos esos frigoríficos, lavadoras  demás. Paralelamente el campo de los llamados servicios  se ha convertido asimismo en terreno del gran capitalismo. (.) cuando, merced a los medios de una gran industria, surge un producto de consumo masivo (.) se hace preciso un aparato enorme para poder colocar millones y millones (.) a los consumidores individuales; yo estoy convencido de que todo este gran sistema de manipulación del que venimos hablando ha surgido a partir de esta necesidad económica, haciéndose extensivo a la sociedad y a la política’[27].

Esto acarreó una consecuencia, sin precedentes históricos: la capacidad de penetrar y regimentar la vida cotidiana de las clases subalternas, de su forma de concebir y experimentar la vida y de sus expectativas de vida, por parte de la clase dominante, cuya hegemonía alcanza a imponer modos de vida y consumo, aceptados como válidos sin reserva por los individuos de las clases subalternas y por la izquierda. Su consecuencia fue la liquidación de las culturas autónomas subalternas, obreras, campesinas, y pequeño burguesas, no capitalistas, que organizaban mundos sociales autónomos donde reclutaba su fuerza el movimiento comunista. “Ningún centralismo ha conseguido lo que el centralismo de la civilización del consumo (.) A través de la televisión, el centro ha asimilado y absorbido a todo el país (.) Ha impuesto –como decía- sus modelos, que son los impuestos por la nueva industrialización, que ya no se contenta con que el “hombre consuma”, sino que pretende que no se puedan concebir más ideologías que la del consumo”. Y: “Sólo en estos últimos años, tanto las culturas populares urbanas, tremendamente complejas, como las campesinas, -bastante complejas también, como en los pequeños pueblos salvajes estudiados por los etnólogos- han sido radicalmente cambiadas por el nuevo tipo de cultura del poder. La emigración a las ciudades industriales y sobre todo el consumismo con su imposición de nuevos modelos humanos…”[28].

El “obrero de nuevo tipo” propio de la organización fordista del trabajo, alcanzó su máximo desarrollo cuantitativo y cultural tras la segunda guerra mundial a la par de la desaparición del campesinado. Era este un colectivo con fuerte identidad, poseedor des valores morales solidarios, reliquia del mundo campesino, dotado de una experiencia formativa homogénea como nunca hasta la fecha había existido –la cadena de producción- , basada en el trabajo estable en un mismo centro de trabajo, en el que se socializaban las individualidades, y donde se generaba una cultura de resistencia, lucha y solidaridad –la “cultura de fábrica”- que se redoblaba por el hecho de habitar los mismos barrios de nueva creación, con idénticos problemas y déficits de equipamiento e infraestructuturas. Dotado de escasa cultura técnica –nula o muy especializada y fraccionaria- lo que implica incapacidad para pensar alternativas al orden productivo, sí generaba una potente cultura reivindicativa y de lucha por la constitucionalización o introducción de los derechos civiles en el lugar de trabajo: higiene, seguridad, control de ritmos productivos, humanización del trabajo, salario elevado, derechos laborales fuera del puesto de trabajo –vacaciones, seguridad social, jubilación-.

Este sujeto social, último del que ha sido orgánico el comunismo, poseía una fuerte capacidad de lucha y de sacrifico por los iguales. Pero, desprovisto de una cultura de vida cotidiana o de reproducción de la vida, autónoma –la suya anterior, campesina o urbana era disfuncional a la nueva etapa y no había sido protegida o renovada por sus organizaciones- asumía sin embargo, los modelos de vida y consumo nuevos.

Con la reducción y la deslocalización del mundo de la fábrica, y con la precarización del trabajo, se rompen los medios capilares de socialización, experiencia e identidad colectiva que reproducían la existencia de este colectivo, y este sujeto social se desintegra. Los partidos comunistas, al igual que las demás organizaciones políticas de izquierda, dejan de encontrar un suelo social en el que reproducirse.

La tercera causa es interna a la propia tradición comunista y ya ha sido tratada. En el comunismo del siglo XX acaba imponiéndose la cultura positivista, seducida por el industrialismo y el desarrollismo y por la ideología de la teoría liberal de elites, heredada de la socialdemocracia . Una cultura política que acepta la organización capitalista de la producción y sus formas de vida como marco de modernidad cuyo desarrollo conduce a la sociedad socialista (historicismo o espera en el despliegue gradual de la misma, etc). Que abandona como patrón de modernidad la cultura revolucionaria jacobina, surgida de la Revolución francesa y que asume el orden generado por la “revolución” industrial y el liberalismo burgués. Y que, por tanto, ante los cambios culturales y antropológicos provocados por las transformaciones productivas y financieras del capitalismo, se halla inerme para reaccionar. Esto es: incapacidad para evaluar las repercusiones de la disgregación de las culturas tradicionales y para proponerse en consecuencia luchar por organizar una nueva cultura popular material autónoma.

Todo ello ha ocasionado una fase depresiva del movimiento comunista y de sus organizaciones en Europa. Una fase que dura, con algunas excepciones nacionales, algunos años. Nuestra apreciación ( o, más bien, nuestro deseo) es que se trata sólo de una fase transitoria y que el declive que observamos y sufrimos no es un ocaso definitivo. Y que acabará por surgir un nuevo movimiento democrático de masas. Es preciso exorcizar los fantasmas del pasado, no sea que el nuevo día nos pille pensando las cosas con categorías y conceptos apropiados para una fase anterior.

6. Condiciones de posibilidad del comunismo en el siglo XXI.

“Depende de nosotros, del ser humano, el que de estas condiciones objetivas surja la coronación de la humanidad o la máxima inhumanidad. Esto es cosa que el desarrollo económico no puede producir por sí.”

George Lukács, Conversaciones, 1969[29].

Es difícil para nosotros, comunistas de la segunda mitad del siglo XX, sustraernos a nuestra cultura política, aprendida en nuestros años de militancia. Si hasta aquí hemos tratado de analizar con trazo grueso, pero aspirando a una visión global, algunos de los temas vinculados al comunismo del siglo XX, ahora, según las normas retóricas establecidas correspondería hablar de las tareas de los comunistas. O sea, del qué hacer y cómo hacerlo.

El comunismo, entendido como movimiento subversivo, democrático y revolucionario se ha concretado en muy diversas formas durante toda su historia, y siempre en el seno de un movimiento de masas. Cada una de esas formas era producto vivo de su época, de la mentalidad de las clases subalternas, explotadas y oprimidas de la sociedad y de las condiciones y circunstancias históricas concretas. Si el comunismo existirá, o no, como movimiento real (o sea no como secta o como resto de naufragio) presente en el siglo XXI no depende principalmente del voluntarismo organizativo desplegado por las organizaciones supervivientes del movimiento comunista del siglo XX, sino de la aparición de un nuevo movimiento popular y de su vinculación con el mismo.

En relación con esta cuestión, partimos de cuatro premisas simples:

a.- Para que haya representación política es preciso que exista previamente algo que representar. Es decir, que exista un movimiento de las clases subalternas que con sus reivindicaciones y sus luchas ponga el cuestión el sistema capitalista, ese movimiento quizás considere oportuno ser representado políticamente, sea en las instituciones o no. Si tal cosa existe, elegirá él mismo a sus representantes. Por tanto, la prioridad de las prioridades de los comunistas no debe estar concentrada en el problema de la representación política si no en el de la reconstitución de los trabajadores como clase, en la creación de una nueva sociabilidad democrática, en el impulso, creación y organización de los nuevos movimientos sociales[30]. En este sentido, los comunistas sólo debemos tratar de ser parte del movimiento social real. Ello supone atravesar una larga etapa de acumulación de fuerzas.

b.- La democracia y la representación mantienen una relación problemática. La democracia, en formulación de sus padres fundadores no se delega, no se representa. Podemos decir que esta relación problemática ha estado presente en todas las revoluciones desde la GRF. En el desarrollo de la lucha de clases, las diversas coyunturas han ido dictando las necesidades concretas y por tanto la actitud de los demócratas y de los comunistas respecto de la representación. Es cierto que el pueblo no puede estar permanente reunido deliberando. Sin embargo, la soberanía reside en el demos y, cuando el demos se refugia en la vida particular, la clase política acaba secuestrando la soberanía. Este fenómeno se da en los regímenes liberal-representativos y se ha dado (en forma de burocratización) en los regímenes que pretendían estar construyendo el socialismo. Refundar la relación entre democracia, revolución y socialismo será, sin duda, una de las tareas principales que nos espera.

c.- La relación entre democracia y violencia es otro de los aspectos cuya recuperación y reelaboración nos parece imprescindible. El siglo XX se ha saldado sin que los comunistas extrajésemos conclusiones claras respecto de este problema. La justa y necesaria crítica de los crímenes del estalinismo han propiciado un deslizamiento hacia una cierta postura utópico pacifista que no tiene mucho de realismo. Sin embargo el siglo XX ha acreditado que el imperialismo y las diversas expresiones nacionales del capitalismo están dispuestos a cercenar por la violencia cualquier movimiento que realmente ponga en cuestión su hegemonía.

d.- Proclamarse anticapitalista en este momento de repliegue es importante pero absolutamente insuficiente. De lo que se trata es de comportarse realmente como tal. Las revoluciones nunca se han producido porque algunas sectas se hayan proclamado más o menos radicalmente anticapitalistas, si no cuando las masas, la plebe, el pueblo trabajador o la multitud han precisado contradecir las tendencias profundas de la acumulación capitalista. Las revoluciones se han hecho siempre para defender medidas o programas aparentemente reformistas. Lo que ha distinguido a los comunistas ha sido siempre ser los más coherentes defensores de las aspiraciones democráticas del pueblo trabajador. En el siglo XXI no tiene que ser diferente.

Estas cuatro premisas se reducen a una sola: nuestro debate esencial no debe tratar sobre el programa, la representación o el modelo de organización y aún menos sobre otras cuestiones más escolásticas. Nuestro problema esencial consiste en saber cómo participar en la construcción del nuevo sujeto político y en la creación de la nueva praxis y de la nueva cultura autónoma que lo constituya; y en cómo hacer llegar, en el ínterin, todo el saber acumulado durante milenios de lucha de emancipación y de elaboración de conciencia crítica a las nuevas generaciones; porque, sin duda, “más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre, para construir una sociedad mejor”, pero como medio para alcanzar ese momento la humanidad necesitará de su autoconciencia crítica, praxeológica, acumulada. De su consciencia crítica: no de otra cosa

Valldoreix-Sabadell, 8 de junio 2006

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[1] “Seríamos revolucionarios bien deplorables e irresponsables
si dejásemos cumplirse pasivamente
el hechos consumados, justificando a priori la necesidad”. Gramsci, 1994, pag. 137.

[2] Losurdo, 2005.

[3] Reiman ( 1982). Pag.15.

[4] Courban, Alexandre, 2003.

[5] Véase Babeuf, 1989.

[6] Véase Buonarroti, 1957.

[7] Marx, Ideología Alemana, 1970, páginas 37/38.

[8] Lenin, Dos tácticas… , 1979.

[9] Mathiez (1920): “ Lenin, como todos los socialistas rusos se ha nutrido de la historia de nuestra gran revolución, se inspira en sus ejemplos, y los pone en práctica adaptándolos a su país y a sus circunstancias. Querría mostrar, mediante un breve análisis, que entre los métodos de los bolcheviques y de los montagnards franceses, las analogías no son solamente aparentes”(p. 5) (.) “Las semejanzas que nuestro análisis ha puesto de manifiesto entre las dos grandes crisis de 1793 y 1917 no son ni superficiales ni fortuitas . Los revolucionarios rusos imitan voluntariamente y a sabiendas [sciemment] a los revolucionarios franceses. Ellos están animados por el mismo espíritu. Se mueven en medio de los mismos problemas y de una atmósfera análoga” (p. 23).

[10] “Se dice que el decreto y el mandato [de la parcelación de la tierra] han sido redactados por los social revolucionarios. Sea así. No importa quién lo haya redactado; mas como gobierno democrático no podemos dar de lado a la decisión de las masas populares, aun en el caso de que no estemos de acuerdo con ella. En el crisol de la vida, en su aplicación práctica, al hacerla realidad en cada lugar, los propios campesinos verán dónde está la verdad. (…) La vida nos obligará a acercarnos en el torrente común de la iniciativa revolucionaria, en la concepción de nuevas formas de Estado. Debemos marchar al paso con la vida; debemos conceder plena libertad al genio creador de las masas populares. (…) los campesinos han aprendido algo en estos ocho meses de nuestra revolución y quieren resolver por sí mismos todos los problemas relativos a la tierra. Por eso nos pronunciamos contra toda enmienda a este proyecto de ley (…) Confiamos en que los propios campesinos sabrán, mejor que nosotros, resolver el problema con acierto, como es debido. Lo esencial no es que lo hagan de acuerdo con nuestro programa o con el de los eseristas. Lo esencial es que el campesinado tenga la firme seguridad de que han dejado de existir los terratenientes, que los campesinos resuelvan ellos mismos todos los problemas y organicen su propia vida”..V.I. Lenin. “Informe acerca de la tierra ante el segundo congreso de los Soviets de Rusia del 8 de noviembre de 1917”, 1978, tomo 2, p. 492. El mismo principio democrático era el vigente para los obreros: “Es fácil promulgar un decreto aboliendo la propiedad privada, pero sólo los obreros mismos pueden y deben llevarla a la práctica. (.). No hay ni puede haber un plan concreto de organización de la vida económica. Nadie puede proporcionarlo. Eso sólo pueden hacerlo las masas desde abajo, por medio de la experiencia”. ”Informe sobre la situación económica de los obreros de Petrogrado… del 17 de diciembre de 1917”, 1978, tomo 2, p. 522. Y Albert Mathiez: “Los bolcheviques no han creado los sovietes que ya existían antes de su acceso al poder. Los soldados rusos no habían esperado a Brest-Litovsk para hacer la paz on los alemanes. Los mujiks no han esperado en primer lugar al prikaze de 25 de octubre de 1917 para hacerse con la posesión de las tierras de los monjes y de los señores. En las fábricas, los obreros se habían organizado ya en comités de explotación antes de que Lenin hubiese triunfado en su golpe de mano (,) este es otro rasgo de semejanza con el jacobinismo” “ (…) [medidas impuestas por las masas en la RF] Jacobinos y bolchevique fueron llevados por una corriente mas fuerte que ellos mismos. Estos dictadores obedecen a sus tropas para poder mandarlas”.

[11] Lukács ( 1969): “Habíamos tratado de demostrar anteriormente cómo para Lenin la preservación y continuación de la revolución popular (la alianza entre el proletariado y el campesinado) era el problema estratégico central [p.e.: pp. 81, 88, 107]. La reconstrucción de la producción industrial, problema decisivo de la NEP , era para él sobre todo un instrumento indispensable para la reconstrucción real de esta alianza, lo que en las revoluciones de 1905 y 1917 constituyó el centro de su política. (.) después de su muerte, el problema de quién debía ser la parte beneficiaria del proceso de reconstrucción económico y a expensas de quién debía ser prácticamente realizado, se convirtió en una cuestión central” (107/108)

[12] Gramsci, 1974, pag. 34.

[13] Rosenberg, 1981., pags. 335-336.

[14] Miras, 2002.

[15] Gorki, 1924

[16] Marx, El Capital, Vol 1, pag.639

[17] Ibid. Pag. 646.

[18] Robespierre, 2005, pags. 33 a 40.

[19], Ibid., pags. 176 a 183.

[20] Babeuf, 1989, pags. 217 a 233

[21] Ibid, “La conspiration pour l’égalité”, pags. 251 a 304.

[22] Rougerie, 1971, pags. 248 a 263.

[23] Citado por Trotski, 474.

[24] Deutscher, pag. 373

[25] Moshe Lewin, pag. 515

[26] Ibid. 475

[27] Lukács, 1969, pag. 71

[28] Passolini,, pp 41 y 185.

[29] Lukács, 1969, pag. 183.

[30] Véase una aportación a esta reconstitución de clase en Miradas sobre la Precariedad, 2006, de reciente aparición.

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