Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Un sentimiento de que realmente podíamos hacer alguna cosa juntos

Cristina García

Apuntes sobre la organización Mujeres Libres

A día de hoy sorprende descubrir que tras el contundente nombre Mujeres Libres se escondía, de entrada, una revista libertaria aparecida en 1936 gracias a la iniciativa de Amparo Poch y Gascón (escritora y médico), Lucía Sánchez Saornil (poeta y telefonista) y Mercedes Comaposada (abogada y pedagoga), militantes de la Confederación Nacional del Trabajo.

Y es que en un mundo radicalmente distinto del nuestro, el movimiento anarquista español daba, según retrata Martha Ackelsberg en su estudio Mujeres Libres. El Anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres (1991), una importancia fundamental a la educación y elevación del nivel cultural de las clases populares:

Básicamente pretendían incrementar la alfabetización entre los obreros y ampliar su base cultural. Específicamente, esto significaba que las escuelas, los centros culturales y las revistas intentaban comunicar a sus estudiantes y lectores un sentimiento de entusiasmo por el mundo, y un mensaje de que el mundo estaba ahí para que ellos lo explorasen y que no era exclusivamente el ámbito de su opresión cotidiana. Se animaba a las personas a cuestionarse su entorno, a valorar sus experiencias y sus percepciones y a aprender unos de otros y de sus maestros. Estos programas pretendían también comunicar un conjunto diferente de valores morales, reemplazar la resignación y la aceptación de la subordinación que se enseñaba en las escuelas patrocinadas por la Iglesia por un compromiso con el desarrollo personal de cada uno en una atmósfera de mutualismo y cooperación. Las escuelas, los ateneos, los periódicos y las revistas animaban a la gente a pensar por su cuenta y a desarrollar su sentido de responsabilidad, el de la convivencia y el de la crítica.

Las Mujeres Libres sabían que era utópico aquello de hacer primero la revolución en los medios de propiedad y producción y dejar que después, casi automáticamente, se aboliese la subordinación de la mujer al hombre. Por ello su lucha fue un trabajo paciente y costoso, una reforma moral cotidiana, una guerra de trincheras. El concepto “capacitación”, muy utilizado en su discurso, constituía una cuestión clave. Capacitarse era promover el conocimiento del propio mundo, la valentía, el ansia de cambio, aprender a organizar a la gente, a formar secciones sindicales en los lugares de trabajo, a producir de forma democrática en el campo y en la ciudad, a crear nuevos modelos de escuela infantil y espacios de socialización y reflexión, etc.

Esta capacitación no aceptaba individualismos – sólo una comunidad rica puede dar lugar a individuos ricos y capaces -. Por ello, la capacitación de las mujeres no era una cuestión de transgresión personal discursiva, estética y ociosa, sino una lucha por la mejora efectiva de la comunidad entera, por el reconocimiento mutuo y por la creación de nuevas facultades en las mujeres que las hiciesen valiosas e imprescindibles en la lucha contra el capitalismo y la construcción de un mundo alternativo. Capacitarse tampoco consistía en dejar fluir ninguna naturaleza reprimida y verdadera de las mujeres, sino en la ardua y disciplinada tarea de formarse como personas más conscientes, reorientando hacia un futuro nuevo su bagaje de esclavas.

Desde nuestro presente líquido – y futuro frustrado de aquellas libertarias – Martha Ackelsberg narra de forma sorprendente y reveladora cómo, durante sus entrevistas, una anciana que había formado parte de Mujeres Libres riñe a su nieta y se queja de que, hoy en día, en un mundo hipócritamente más libre y abierto, a los niños se les cría con demasiada permisividad, sin valores comunitarios y permitiéndoles malas conductas. Palabra de anarquista.

La revista Mujeres Libres

Gracias a la web de la Confederación General del Trabajo podemos consultar online los 13 números de la revista Mujeres Libres, que van desde mayo de 1936 hasta el otoño de 1938 [1].

¿La cultura por la cultura? ¿La cultura en abstracto? No. Capacitación de la mujer para un fin inmediato: ayudar de manera positiva a ganar la guerra; capacitación de la mujer para su propia liberación, para un orden social más justo, para una concepción de la vida más humana. Esta es la obra efectiva que, con 911 alumnas, realiza el Casal de la Dona Treballadora […] (Revista nº 12)

A través de declaraciones como estas comprendemos la voluntad principal de la revista: que la escritura y la lectura no fuesen privilegio de unos pocos eruditos sino una herramienta cotidiana e imprescindible para que las clases populares se comunicasen y construyesen pensamiento y acción común. Además, en la revista Mujeres Libres no se trataban únicamente temas declaradamente militantes, sino que se pretendía abarcar multitud de temas cotidianos, sin separar apenas los más elevados de los más terrenales: en sus páginas encontramos secciones de deportes, de moda, de cuidado de los hijos, de literatura, de cine, de filosofía, noticias de la guerra, calendarios de actividades de los núcleos de mujeres organizadas…Todas estas secciones estaban escritas por multitud de mujeres de origen humilde que se animaron a tomar papel y bolígrafo en aquellos años.

Curiosamente, se abordaron debates que todavía hoy siguen enfrentando ferozmente a las distintas corrientes feministas y anticapitalistas sin fácil consenso a la vista: se discutía abiertamente si el instinto maternal era un elemento natural o no (Mujeres Libres aseguraba que no lo era), qué tipos de maternidades y de familias eran deseables en el mundo de la revolución social, si la prostitución debía abolirse con urgencia, qué diferencias había entre el trabajo llamado “productivo” y el “reproductivo”…

Todo este trabajo llevado a cabo por Mujeres Libres era muy similar al precedente establecido por las mujeres del Partido Socialdemócrata Alemán (lideradas por Clara Zetkin y Aleksandra Kollontai), que en 1913 ya poseían una revista llamada La igualdad que llegaba a 112.000 suscriptoras, y que contribuiría, con nacimiento de la URSS, a la creación del gran Zhenodtel o órgano de las trabajadoras, campesinas y amas de casa, con su propia revista llamada Mujer Comunista.

Ideas y compromiso

En 1936, la CNT contaba con más de 1.500.000 afiliados, con 3.000 fincas ocupadas por campesinos sindicados en Extremadura, con 400 colectivizaciones agrarias en Cataluña, con la insurrección asturiana sofocada en 1934 a sus espaldas, con más de 200 escuelas racionalistas y centenares de ateneos, con la primera mujer, Federica Montseny, al mando del Ministerio de Sanidad y Consumo y el primer proyecto de ley del aborto…

Y a pesar de todo ello y con el inicio de la guerra, tal y como explica José Luis Martín Ramos en Guerra y revolución en Cataluña. 1936-1939 (2018), no se logró la difícil tarea histórica de implantar un orden nuevo que superase el constituido por las instituciones anteriores. No obstante, y teniendo en cuenta las limitaciones insondables en materia historiográfica de quien escribe, se pueden poner en valor ciertos aspectos de aquella organización.

Si consideramos que los seres humanos construyen el mundo a partir de sus ideas y de sus manos, Mujeres Libres se situaba de lleno en estas coordenadas. Una antigua militante denominaba aquellos inolvidables años como “el florecimiento de ideas hechas realidad”. La capacitación colectiva de la que se habían dotado aquellas mujeres (y hombres) era sinónimo de un mayor control sobre su propio mundo y de sus propias vidas.

Contra lo que se entiende hoy en día por la irreflexiva y ciega acción directa, el número 12 de la revista Mujeres Libres, en un artículo titulado “El trabajo intelectual y manual de la mujer” escrito por Pilar Grangel, exponía: “Manos y cerebros, sin distinción de sexos, a la Gran Obra, que será la salvación de la Humanidad”. La coordinación de las ideas y de las discusiones era imprescindible para la coordinación de los actos.

En relación a estos principios, la célebre Emma Goldman, en su viaje a España durante 1937, confesó sorprendida que jamás había conocido mayor inteligencia colectiva que la que observó en los campesinos y obreros españoles. Por lo que respecta a las mujeres, en 1936, la agrupación Mujeres Libres ofrecía clases de alfabetización, de cultura general, de mecanografía, de idiomas, de mecánica y electricidad, de comercio, de costura, de avicultura, de economía, de enfermería, de maternidad consciente y puericultura, de conducción de tranvías y hasta tertulias literarias a sus 20.000 mujeres afiliadas (con 147 agrupaciones repartidas por toda España).

Los sentimientos de capacitación, o posibilidad, que acompañaban a la participación en estas actividades no abandonaron a las participantes durante años. Como recuerda Enriqueta Rovira: “Lo que sentíamos era algo muy especial. Era algo precioso. Teníamos un sentimiento… ¿Cómo lo diría? De poder. No en el sentido de dominación, sino en el sentido de que las cosas estaban bajo nuestro control. De posibilidad. Un sentimiento de que realmente podíamos hacer algo juntos.”

En relación con todos estos hechos, la escritora republicana María Teresa León narró de forma precisa y bella, en la novela Contra viento y marea (1941), este momento de cambios individuales gracias al reconocimiento colectivo. En la obra, el personaje de Asunción – trabajadora de una fábrica de juguetes [2] y casada con un obrero rudo – es abandonada por su marido tras el asalto al Cuartel de la Montaña que dio inicio a la guerra. Ascensión, preocupada, le prepara a su marido una tartera de comida y emprende un largo viaje en su búsqueda. Unos milicianos la llevan en coche hasta el frente, y la llaman “camarada Asunción” apretados en el asiento trasero.

La camarada Ascensión se encontraba a gusto, como debajo de un jazmín. Tuvo instantánea confianza en todo lo que sucedía. Creyó sentirse brotar piel nueva. La antigua Asunción quedaba atrás. Comenzando a olvidarla, se arrellanó satisfecha.

Pero al encontrar a su marido él le ordena que regrese inmediatamente a casa, aunque ella ya no pueda borrar jamás todo lo que ha sentido y vivido.

“Ella no tenía sitio allí, ¿verdad? […] ella, claro está, no entendía de política porque había repasado los pantalones y cosido los calcetines […] No quería irse, meterse otra vez en su soledad […] ¡Había visto tanto! […] Comprendía. El nuevo oficio no necesitaba tarterilla azul. Las mujeres aguardarían de nuevo a que los hombres regresasen. […] Asunción rompió a llorar.”

Programa de lucha feminista

Tras un breve estudio bibliográfico sobre Mujeres Libres, pueden extraerse algunas líneas rojas que acompañaban al proyecto de capacitación femenina y anticapitalista y que todavía hoy pueden dar lugar a reflexiones valiosas:

1-La aversión general hacia el término “feminismo” era una cuestión de clase, ya que se relacionaba exclusivamente con las aspiraciones de las mujeres burguesas. La mayoría de Mujeres Libres se llamaban “humanistas” a sí mismas, rehuyendo el calificativo “feminista”. A pesar de que hoy en día las terminologías hayan cambiado dentro de los movimientos autodenominados anticapitalistas, el debate de fondo sigue muy vivo. “Los privilegios, si son injustos disfrutándolos los hombres, también lo serán si los disfrutan las mujeres”, decía Mujeres Libres. Y es que su capacitación femenina no perdía de vista en ningún momento la crítica radical del mundo existente. Reivindicar puestos en los altos mandos de los gobiernos, el derecho a voto electoral de las mujeres ricas, los mismos salarios en el mundo laboral capitalista, el mismo derecho a la violencia y al poder, etc. no eran los objetivos máximos de las mujeres libertarias.Tal y como escribe Isabel Benítez en la conferencia titulada Las mujeres, la revolución bolchevique y la lucha contra el patriarcado [3], este modo de pensar y de obrar se parecía mucho al de las militantes soviéticas del Zhenodtel mencionado anteriormente. Incluso antes de que las feministas reclamasen el derecho a voto o la equiparación asalariada con los hombres, las mujeres proletarias trabajaban en las fábricas y en el campo y habían realizado huelgas masivas femeninas en Francia (1899) o Rusia (1911) cuando alguna de ellas era maltratada por el patrón.

2-Una actitud constructiva que no buscaba venganzas personales y huía de los particularismos. “Más que culpar a nadie por el pasado, las editoras insistían en que se interesaban por el futuro. Y que tampoco pretendían hacer una declaración de guerra entre los sexos. Compenetración de intereses, fusión de ansiedades, afán de cordialidad en la búsqueda del destino común”, escribe Ackelsberg. Y en el manifiesto inicial del primer número de Mujeres Libres podía leerse: “Si nos duele todo el pasado de ignominia en que se nos tuvo hundidas, no nos atrevemos a pensar, sin embargo, que pudo ser de otra manera; sabemos que la Humanidad va haciendo su camino a costa del propio dolor y no nos interesa rememorar el pasado, sino forjar el presente y afrontar el porvenir, con la certidumbre de que en la mujer tiene la Humanidad su reserva suprema, un valor inédito capaz de variar […] todo el panorama del mundo”.

3-Un modelo de feminidad que no imitase ciegamente la masculinidad hegemónica. Tal y como indica Mary Nash en su estudio sobre Mujeres Libres [4], en algunas militantes de aquel tiempo – y de hoy en día – se apreciaba un fuerte odio hacia todo aquello que se identificase con conductas tradicionalmente femeninas, y en cambio se recibían positivamente las masculinas. Era el caso, por ejemplo, de Federica Montseny, que jamás perteneció a Mujeres Libres. Por el contrario, Lucía Sánchez Saornil, fundadora de la organización femenina y perteneciente a una tradición comunitaria y colectivista (lectora de Kropotkin), ponía de relieve la inteligencia de tantas mujeres que habían encontrado modos de “no naufragar en la animalidad” y dar valor a sus propias vidas a pesar de la sumisión histórica. Esta tradición entronca con lo expuesto muchos años después por Giulia Adinolfi, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y militante del PSUC, como “las subculturas femeninas” [5].

4-Limitación de ciertos extremismos personales con la finalidad de no perder de vista ni dejar atrás el grueso de las mujeres españolas a las que se pretendía implicar en el movimiento. Este punto afectaba principalmente a la moralidad sexual y matrimonial. Ackelsberg explica que, a pesar de que algunas integrantes de Mujeres Libres practicasen lo que hoy en día llamaríamos “poliamor” o profesaran un fuerte odio hacia el matrimonio, ello no debía convertirse en política imprescindible del colectivo. “Algunas mirábamos con recelo los matrimonios […]. Pero cuando pienso sobre todo aquello ahora, lo veo de distinta manera. Se trataba, después de todo, de jóvenes que acababan de unirse, de muchachos que se iban al frente, quizá para no volver. ¿Cómo criticar a aquellos jóvenes que querían algún reconocimiento formal de esa unión, un trozo de papel firmado antes de que su compañero se fuera al frente?”. Es decir: que no se opusieron con virulencia al matrimonio entre sus militantes ni a las relaciones sexuales monógamas, aunque no renunciaron a impartir charlas sobre educación sexual femenina o anticoncepción.

A pesar de que algunas militantes también rechazaban la familia tradicional o la función de la mujer como madre, las Mujeres Libres jamás rehuyeron el terreno del cuidado y educación de los hijos como tarea imprescindible y valiosa. Estas cuestiones vuelven a tener peso social hoy en día, ya que cada vez más mujeres migrantes y racializadas recriminan a los feminismos blancos su rechazo hacia la maternidad y la familia considerándolas retrógradas y dando más valor a sus relaciones sexuales polígamas mientras a ellas los Estados les retiran la custodia de sus hijos (y con ellos el amor y el arraigo) por insuficiente poder adquisitivo.

Estas cuatro líneas tienen más que ver con la construcción coherente de una nueva totalidad social (en la que también intervienen los hombres) que con la creación de pequeños grupos de mujeres transgresoras. En palabras del pensador Antonio Gramsci, Mujeres Libres no pretendía crear “vanguardias sin ejército” ni “pseudo-aristócratas”.

Regresando, para terminar, a la novela de María Teresa León, recordemos un pequeño pero luminoso momento en el que se aprecia cómo la moral masculina también cambiaba para dar lugar al nuevo mundo. Un miliciano republicano conversa con una burguesa prisionera, obligada a fregar los suelos y encender las estufas quemando catecismos. Ella se siente profundamente degradada al ejercer estas funciones y piensa que si provoca sexualmente al miliciano él a cambio la liberará o la dejará escapar. Cuando ella muy sutilmente se le insinúa, él le responde con contundencia:

“No te apures, mujer. Nosotros no violamos a las mujeres. Eso solo lo hacían, con las sirvientas, los señoritos.”

Notas

[1] http://cgt.org.es/noticias-cgt/noticias-cgt/revista-mujeres-libres

[2] A pesar del tópico tan repetido por algunas corrientes feministas que plantea al hombre como ser “productivo” y a la mujer como ser hacinado en la casa y llevando a cabo exclusivamente tareas domésticas, lo cierto es que las mujeres pobres siempre trabajaron “productivamente” en las fábricas, en el campo … Este artículo publicado en la revista online Ab origine, titulado “La dona treballadora del segle XIX: resistències i fissures del model male breadwinner” y escrito por Amara Pérez Davila, problematiza esta cuestión: http://www.aboriginemag.com/dona-treballadora-del-segle-xix/

[3] Conferencia que forma parte del volumen editado por el Viejo Topo y coordinado por el historiador Joan Tafalla La revolución rusa de 1917 y el Estado (2018). Puede descargarse aquí: https://www.academia.edu/37210551/Las_mujeres_la_revoluci%C3%B3n_bolchevique_y_la_lucha_contra_el_patriarcado?fbclid=IwAR0_sNBLJqX4t6gkn_nSzGnhQvljRKwt83plJ5y2Il9SpS6jSv5X1IwsPhU

[4] Mujeres Libres. España 1936-1939, editorial Tusquets, Barcelona, 1975.

[5] Las contradicciones del feminismo (1978), que puede leerse aquí: https://www.grupotortuga.com/Las-contradicciones-del-feminismo

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