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Agustín Gómez Arcos: un español en París

Pep Traverso

Agustín Gómez Arcos nació en Enix, un pueblo de la provincia de Almería, el año 1933 y murió en París el 20 de marzo de 1998. De familia republicana y numerosa, era el pequeño de siete hermanos, en el instituto fue alumno de Celia Viñas, marchó a Barcelona para estudiar derecho pero la cosa duró poco porque su vocación eran las letras, especialmente el teatro. Ganó el Lope de Vega el año 62 con Diálogos de la herejía pero al conocer el nombre del ganador el jurado declaró el premio desierto.

La censura franquista le hizo la vida imposible prohibiendo la representación de sus obras o bien obligándole a retocar/recortar sus textos. Así que acabó marchándose a Londres el año 1966 y trasladándose poco después a París donde al cabo de muy pocos años empezó a publicar en francés sus novelas y donde permaneció hasta su muerte. Finalista del Goncourt en un par de ocasiones, fue autor reconocido en Francia y sus obras traducidas a numerosas lenguas. Está enterrado en el cementerio de Montmartre, en su tumba se puede leer: “Agustín Gómez Arcos: Un hombre libre”.

El año 1978 Patrick Modiano ganó el Goncourt con La rue des boutiques obscures, entre los finalistas, Agustín Gómez con Escena de caza (furtiva). Entrevistado en aquellos días sobre el papel de la novela en la sociedad de consumo, respondía de esta forma: «En esta sociedad como en otra cualquiera, la novela es la memoria de la humanidad, más que cualquier otra expresión literaria. Es el único sentido que tiene para mí. Me explico con un ejemplo capital: el político olvida; el escritor, no.»

Con motivo de su muerte, Haro Tecglen (El País, 21/3/98) ponía en boca del escritor las siguientes palabras: «Yo, cuando escribo teatro, hago la guerra. Lo abandoné el día en que me di cuenta de que había dejado de ser un arte de la palabra viva, un arte combativo, conflictivo, para convertirse en una estética. La estética me horroriza: es el grado cero del arte.»

Agustín, añadía el cronista,«volvía frecuentemente a España; se le veía desorientado, fuera de lugar, en los estrenos de teatro, en los cafés. Español en Francia, fue siempre extranjero en su patria.»

Desconocido y olvidado en su patria, hay que agradecer a la editorial Cabaret Voltaire la recuperación de este autor con la publicación de una parte importante de su obra, su poesía completa y novelas como María República, Ana no, Escena de caza (furtiva), El niño pan, La enmilagrada o Un pájaro quemado vivo.

El primer libro que leí de Agustín Gómez Arcos fue, hace ya algunos años, Ana No. Me impresionó. Lo he vuelto a leer para redactar esta nota. Y me sigue impresionando tanto por la historia que se cuenta, al parecer enraizada en algunas leyendas populares, como por la manera de hacerlo. El lenguaje de Agustín Gómez es claridad y profundidad, verdad y libertad. Es una escritura sin concesiones, haciendo honor a las palabras grabadas en su tumba.

Ana No ha crecido en un pueblecito de pescadores del sur de la península, allí se casó con Pedro Paucha y allí nacieron sus tres hijos, Juan, José y Jesús. Ana soñaba un futuro luminoso, no de riquezas y lujos sino de trabajo, del ver crecer a sus hijos que pronto tuvieron que agacharse para besar a su madre de altos que eran, de honradez, esfuerzo, nada, la vida, la barca comprada tras diez años de ahorros, el mar. Pero la guerra ennegreció para siempre esos horizontes, cayó en combate Pedro padre, cayeron los dos hijos mayores y sólo queda Jesús, el pequeño, condenado a cadena perpetua en un penal del norte.

Hace treinta años que le llegó la primera carta desde la prisión, se la tuvo que leer el cartero, y puntualmente, cada año fueron llegando nuevas cartas pero éstas ya no las leyó, las quemó sin abrirlas. Con setenta y cinco años ha decidido ir al encuentro de su hijo, va a atravesar el país siguiendo las vías del tren llevando como único equipaje algo parecido a un bizcocho, un pan de aceite con almendras, anís y mucho azúcar. Ha puesto en orden la casa, ha echado la llave, regado las plantas y ha partido sin que nadie la vea. Es un viaje hacia su hijo y al encuentro con la muerte, las dos lo saben, no habrá retorno posible pero por fin va a dejar de ser Ana No, va a ser ella misma, Ana Sí.

«[…] es precisamente por él, por Jesús Paucha, mi tercer hijo, por quien he emprendido este viaje. Voy al Norte, para verlo en la cárcel. Por él pido limosna. Para ver de nuevo esa mirada azul, encerrada a perpetuidad en una celda oscura, y luego irme… Irme para siempre llevándome en los ojos algo que no sea el negro del luto. ¡Qué clara era la luz de sus ojos cuando reía!»

Larguísimo poema lírico (a algún lector le parecerá excesivo) de vencedores y vencidos. Treinta años después de acabada la guerra, España está en plena transformación: Hay turistas, nuevos trenes, nuevos coches, nuevos barrios surgidos de la nada.

Pero entre ese mundo viejo y nuevo a la vez y Ana No no hay nada en común, su ilusión por vivir le vino y se apagó con la Segunda República, «la vi crecer en la cara de Pedro Paucha como una sonrisa indeleble, como una segunda alma adherida a sus rasgos, y la vi florecer en el cuerpo y la mente de mis tres hijos Paucha. Eran republicanos. Hombres nuevos, de otra raza, que algún día realizarían hazañas inéditas y quien sabe si hasta milagros. Milagros humanos, subrayaban. Hombres sin Dios, liberados del yugo eterno, me explicaban con tesón. Hasta que no eliminé a Dios de mis relaciones íntimas no entendí qué hermoso es ser tan sólo un hombre, una mujer, un ser vivo, capaz de crearse a sí mismo, de renovarse sin cesar, de hacer cosas un poquito mejor cada día, y así para siempre.»

En Un pájaro quemado vivo la historia transcurre alrededor de unos cuantos personajes, el brigada de intendencia Abel Pinzón, que por extraño que parezca no ha aprovechado su condición de militar y de vencedor para hacerse rico con la dictadura; su delicadísima e inaccesible esposa Celestina Martín; su amante Pilar de Riopinto, alias La Luciérnaga; Paula Pinzón, hija del matrimonio a quien el odio a su padre la llevará a llamarse Paula P. Martín y a continuación Paula Martín. Añadamos a La Roja, vieja republicana, derrotada y muda, convertida en esclava doméstica de la señorita Paula. Estos personajes y algún que otro más tejerán una historia que tiene por fondo histórico la victoria de los franquistas, la vida cotidiana durante la dictadura hasta que llegue la transición y el golpe de estado de Tejero.

Estamos de nuevo en una historia de vencedores y vencidos, condenados éstos a la miseria, la sumisión y al silencio infinito. Los vencedores son los vencedores y los vencidos son los vencidos, aquí no hay tercera vía posible porque como afirmará sin contemplaciones Paula Martín:

¿Se ha oído alguna vez que en las cacerías den su versión de los hechos las piezas cobradas? El cazador es el único que tiene derecho a la palabra. Se lo ganó a base de tiros. Al vencedor de una guerra le sucede lo mismo.”

Novela sobre la dictadura desde las profundidades del alma humana. En el planteamiento de muchas escenas es patente la pasión del autor por el teatro, de hecho una buena parte de la acción se desarrolla en una especie de escenario macabro que Paulita ha montado en el piso principal de la casa en recuerdo y honor de su difunta madre. Lenguaje directo, irreverente, palabra viva, palabra libre con una libertad que es difícil encontrar en otros autores contemporáneos y que sorprenderá al lector.

Agustín Gómez decía que España necesitaba una memoria… han pasado los años y aún estamos en la tarea.

PD: Para la elaboración de estas notas hemos utilizado de Agustín Gómez Arcos, Ana No, Cabaret Voltaire (2013) y Un pájaro quemado vivo de la misma editorial (2019). Ambas traducidas del francés por Adoración Elvira Rodriguez que tan bien conoce su obra.

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