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Los imprescindibles de la tierra. Breve recuerdo de Knut Hamsun (1859-1952)

Cristina García

En este doloroso 2020 se han cumplido 100 años de la muerte de Galdós, así como de la recepción del Nobel de Literatura por parte de Knut Hamsun, novelista noruego. Es sabido que la academia sueca desestimó en diversas ocasiones galardonar al prolífico canario. Si bien sus novelas retrataron magistralmente la España del XIX, también se vieron enturbiadas por la filiación revolucionaria de Galdós, «manchando de sangre la tierra» según sus adversarios políticos.

Olía a sangre, también, cuando la medalla del Nobel de Hamsun terminó, a modo de regalo personal y como estrategia para entrevistarse con el mismo Hitler, en manos de Goebbels. Ocurrió en 1943. Funcionarios de las SS explicaron que nadie había faltado al respeto al Führer como lo hizo Hamsun:

–¡¿No ha leído usted Mi lucha?! –No, pero he leído reseñas –dice Max Von Sydow, interpretando dicho encuentro en la película Hamsun (1996). Durante la entrevista que mantuvieron, el escritor pidió a Hitler que liberase de inmediato a todos los presos noruegos de la II Guerra Mundial, y calificó de incompetente al delegado del partido nazi en su país.

En absoluto se trataba de un desvarío puntual, pues el escritor había manifestado en numerosas ocasiones sus ideas racistas (ya en 1889, tras su viaje a Estados Unidos, lamentó la elevada presencia de negros, a quienes consideraba inferiores), así como su temprana adhesión al fascismo, que no terminó con la muerte de Hitler. Debido a estas cuestiones, tras la guerra se borró a Hamsun de la memoria colectiva y del canon literario.

Hoy, sin embargo, cabe preguntarse por qué su obra ha logrado sortear el castigo histórico, por qué sigue traduciéndose y reeditándose. Durante los últimos años, y entre otras, la editorial Nordica Libros ha publicado cuatro de sus obras en nuestro país (Victoria, El círculo se ha cerrado, La bendición de la tierra y Por senderos que la maleza oculta).

Tal vez la respuesta tenga que ver con que Hamsun, a pesar de todo, no puso su obra literaria al servicio de ningún partido, ni tampoco acostumbró a volcar en ella discursos de contingencia política. La tarea que Hamsun desempeñó coincide, más bien, con la labor propia de los grandes escritores: aferrar la realidad de su mundo presente y entregarla a sus contemporáneos, así como al posible diálogo con los lectores del futuro. En este caso, la realidad de una vida que, entre muchas otras cosas, «abarcó desde el tiempo de los carromatos hasta el de la bomba atómica».

Su estilo, a caballo entre el realismo y el impresionismo, recuerda al de un cuento infantil, brusco y dulce, desprovisto de épica y de dramatismo. Al leer las grandes obras de Hamsun, no puede tenerse otra sensación que la de estar ante un hombre que escribe libre, que es absolutamente libre en su escritura, experiencia similar a la de leer a escritores de la talla de Galdós, Faulkner y demás gigantes.

La bendición de la tierra, novela de 1917 que bien valió el premio Nobel, propone al lector un viaje, que comienza con un primer colono en tierra virgen y termina con un gran poblado rural entre Noruega y Suecia, que hace la boca agua a los empresarios mineros. Sus páginas despliegan una naturaleza que se humaniza y se modifica paulatinamente. Un asentamiento humano que se enriquece, que se vuelve cada vez más complejo gracias al trabajo de los campesinos, descrito con afecto y minuciosidad. Las cabañas se convierten en granjas, en establos y en serrerías, fluye la relación entre un hombre y una mujer en las montañas, vienen los partos, las patatas sobreviven a las sequías, el trabajo se cambia por cabras y ovejas y vacas y caballos, llegan finalmente los funcionarios, los comerciantes con reloj de bolsillo y los ingenieros, la dinamita.

La ciudad traerá a la montaña novedades infructuosas, como por ejemplo una misteriosa línea de telégrafo que cruza el poblado, relojes de pared (¡un campesino no tiene adónde llegar tarde!) o el mero hacer a cambio de dinero. Indignados, los hombres de la ciudad reciben más de un desplante por parte de los campesinos: «no acepto el trabajo de vigilante de la línea de telégrafo, ni aunque el sueldo sea una fortuna: yo debo atender a mis vacas»…«no puedo vender ese bosque a la compañía minera ni por todo el dinero del mundo, pues necesito leña para el invierno»…

Hamsun amaba el mundo rural y despreciaba la vida urbana, y pasaba largos períodos de escritura prolífica en una cabaña perdida en el bosque. A pesar de sus posiciones políticas, los campesinos fueron para él “los imprescindibles de la Tierra”.

Lejos de vulgarizaciones, lo urbano no será siempre una amenaza para los habitantes de la montaña noruega: les traerá máquinas para trabajar la tierra menos arduamente, hombres bien vestidos y con extrañas psicologías que llenarán de ardiente vida emocional a las campesinas, anhelos y fantasías para los hijos que renuncian a la tierra de los padres. De este modo, La bendición de la tierra configura un retrato magistral de los seres humanos cambiantes y de sus relaciones, cambiantes también; la historia camina junto a las comunidades sociales, y se engrandece, se envilece, sufre y se conmueve con ellas. «Por ahí andan los seres humanos, charlando y pensando, en comunión con el cielo y la tierra. Ellos son los imprescindibles de la tierra…»

Recordando al filósofo Benedetto Croce, La bendición de la tierra sería sin duda una obra catártica, pues nos muestra aquello que hemos sido, y aquello que seguimos siendo: creación incesante de mundos de vida. Los imprescindibles de la literatura son aquellos que, como Hamsun, a pesar de todo, saben captar este hecho, recogerlo, trabajarlo y legarlo a la humanidad futura. En este año 2020, a la humanidad sumida en una pandemia mundial, estrechamente relacionada con la tierra y con sus frutos, y con nuestro modo de vida.

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