En un libro apasionado publicado en 2016, Wilson propuso dejar la mitad del planeta para que la naturaleza prosperara. Medio planeta se convirtió rápidamente en un eslogan, una petición, un llamamiento a la acción con una poderosa base ética. Durante varios siglos, la humanidad ha pisoteado a otras especies. Sus actividades han tenido impactos tan profundos en todo el planeta que un nuevo término propuesto por los científicos en los años 80 ha conseguido un considerable tirón: el ‘Antropoceno’, indicando una nueva era geológica (reemplazando al Holoceno en el que hemos estado durante los últimos 10.000 años, aproximadamente), en la que los humanos son la principal fuerza motriz planetaria. Parece haber consenso en que, si siguen las actuales tendencias, nos enfrentamos a la 6ª gran extinción, la primera causada por nosotros. Dado este hecho aleccionador, cualquier argumento para una acción urgente para proteger y regenerar la naturaleza, ‘asalvajar’ el planeta, sin duda vale la pena que sea apoyado.

El movimiento ‘Medio planeta’ tiene tanto precursores tempranos como propuestas paralelas más recientes. A partir de finales de la primera década del siglo XX, la idea de que los gobiernos estableciesen ‘áreas protegidas’ para la conservación se convirtió en un fenómeno global. Aproximadamente un 13% de la superficie terrestre del planeta así ha sido declarada, y el Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (CDB) estableció el objetivo de aumentarlo hasta que el 17% de la superficie terrestre y el 10% de la marina se encuentre bajo áreas protegidas. La propuesta de medio planeta ha sido recogida por un movimiento que se está extendiendo rápidamente, llamado La Naturaleza necesita la mitad. Otro conjunto reciente de propuestas llega bajo la rúbrica de soluciones basadas en la naturaleza, convirtiéndose rápidamente en una expresión de moda en círculos conservacionistas mundiales como IUCN y en el sistema de las Naciones Unidas, y ha sido recogida incluso por corporaciones privadas. El enfoque ‘medio planeta’ ha captado incluso la imaginación de las artes: por ejemplo, forma una parte importante del conocido bestseller de 2020 del escritor de ciencia ficción Kim Stanley Robinson El ministerio del futuro.

Pero la innegable ética de una posición que permita que prospere la naturaleza no humana puede ocultar consideraciones sociales y políticas problemáticas, dependiendo de quien las difunda. Casi todos los enfoques mencionados más arriba han surgido de instituciones del Norte global (principalmente Norteamérica y Europa, o instituciones en otras regiones patrocinadas por ellos). El sabor colonial del movimiento mundial de áreas protegidas perdura en ellos. Voluntariamente o no, promueven prácticas de conservación autoritarias por parte de gobiernos (y algunas ONG) en la mayor parte del mundo, con una larga historia de desplazamiento y desposesión de comunidades que han vivido en  áreas a las que se pretende ‘proteger’. Estos enfoques también ignoran o dejan de lado el conocimiento ecológico y la sabiduría de estas comunidades, reemplazándolos con la ciencia formal occidental (a menudo, esto también, a medias, cuando las burocracias forestales y de vida salvaje ignoran estudios independientes, como en India). Tienden a agrupar a bulto a toda la humanidad, ocultando las profundas desigualdades entre nosotros, y en particular los orígenes tanto de la destrucción de la naturaleza como de la conservación colonial dentro de las élites de la sociedad. No se enfrentan, y a menudo reproducen, a las relaciones de desigualdad (y condiciones de insostenibilidad) surgidas del patriarcado, el estatismo, el capitalismo, el racismo, el casteismo u otras estructuras semejantes de la sociedad y la economía.

Estos enfoques, explícita o implícitamente, señalan a comunidades dependientes de ecosistemas locales como las fuerzas clave de la pérdida de biodiversidad. O, si no, las acciones que siguen a sus recetas parecen asumir que este es el caso. Los impactos mucho mayores de los estilos de vida de la élite y los procesos de producción industrial, a menudo a larga distancia y por tanto no visibles localmente, se ignoran o se hace solo una referencia casual. Muchas de las agencias gubernamentales, ONG o individuos que promueven estos enfoques probablemente son muy conscientes de estos problemas, pero son incapaces o reticentes a ‘agitar las aguas’ desafiando a corporaciones o elementos del estado que perpetuan procesos ecológicamente destructivos y socialmente marginadores. De hecho, algunos de ellos no se pueden empeñar en decir la verdad al poder, comprometidos como están con el apoyo financiero de algunas de las peores corporaciones y entidades estatales (incluidas las fuerzas armadas).  ¿Cómo van a firmar las ONG que recientemente han recibido cientos de millones de dólares de Jeff Bezos (de repente un salvador climático) una declaración protestando por las prácticas explotadoras de Amazon? Y a su vez, por supuesto, estos filóntropos están felices por apoyar a grupos conservacionistas que ayudan a lavar en verde su imagen, sin desafiar al sistema de ninguna forma significativa.

La posición geográfica, institucional y de clase de los proponentes de estos enfoques es reveladora. En una Carta Abierta que algunos de nosotros escribimos a los más de cien autores de un artículo sobre las implicaciones económicas de la Protección del 30% del Planeta para la Naturaleza, señalamos que la inmensa mayoría de ellos procedían de instituciones localizadas en el Norte-Occidente. Posiblemente ni un solo autor procedía de comunidades locales cuyos medios de vida pudiesen verse afectados si la expansión de Áreas Protegidas (AP) se produce de la manera convencional. Vale la pena señalar que este artículo advertía de la necesidad de enfoques basados en los derechos y en la ampliación de enfoques de AP gobernadas por la comunidad. Sin embargo, el hecho de que este no fuese un elemento central de su enfoque, que no hubiese un rechazo explícito de las formas coloniales de conservación, y que hubiese conjeturas sobre la incompatibilidad de la agricultura (incluidos el pastoreo y la pesca) con la conservación de la naturaleza, se podía explicar por el origen predominantemente del Norte global de los autores. Un reflejo de este origen es también evidente en muchos de los otros enfoques mencionados más arriba. Aunque algunas de las instituciones que los promueven han declarado principios de inclusión y respeto por los pueblos indígenas y otras comunidades locales, y de hecho muchas de las grandes organizaciones conservacionistas han mejorado en la incorporación de estos principios a nivel político, estos no se reflejan necesariamente en aplicaciones prácticas o en propuestas para la acción.

Esto para nada quiere sugerir que todos los allí localizados tengan inevitablemente una visión colonial, ni, a la inversa, que todos en el Sur global sean modelos de justicia. Algunas de las críticas más estentóreas al conservacionismo colonial (y a los modelos actualmente dominantes de ‘desarrollo’ y gobierno) han surgido en el Norte global, y algunos de los enfoques más retrógrados se dan en instituciones y personas del Sur global. Más que esta visión en blanco y negro del mundo, lo que muchos de nosotros hace mucho que defendemos es que en la conservación es necesario que se infundan las voces y perspectivas de todas las gentes y, en particular, aquellos que viven en medio de los ecosistemas y con las poblaciones de vida salvaje que necesitan desesperadamente ser conservados: pueblos indígenas y otras comunidades locales tradicionales (con medios de vida cazadores, pescadores, recolectores, agricultores, ganaderos y artesanos).

Ya en 2003, algunos de nosotros activos en un par de las comisiones de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, conspiramos para reunir a unos 150 miembros de estas comunidades para que participasen en el Congreso Mundial de Parques  (Durban, Sudáfrica). Aunque era una pequeña minoría entre miles de conservacionistas del sector formal y funcionarios gubernamentales, sus voces infundieron un tono muy diferente a las deliberaciones y las declaraciones políticas. Se aprobaron resoluciones formales de cogestión y gobernanza, y de reconocimiento a la conservación de la comunidad, y siguieron influyendo en el Programa de Trabajo sobre Áreas Protegidas (PTAP) de 2004 del CDB. Uno de los instrumentos mundiales más progresistas, el PTAP incluye la necesidad de respetar los conocimientos, derechos y tradiciones y prácticas conservacionistas de las ‘comunidades indígenas y locales’, y el reconocimiento de sus propios mecanismos de gobierno.

Desgraciadamente, la implementación del PTAP ha sido desigual, a pesar de algunos arduos esfuerzos del equipo vigente en el Secretariado del CDB, pues muchos países como India han seguido básicamente la continuación de formas coloniales de conservación. En estas condiciones, propuestas del tipo ‘medio planeta’ van a ser tomadas probablemente bajo formas convencionales elitistas, autoritarias. Y si es así, no solo desposeerán a comunidades, también seguirán fracasando en la detención de la pérdida de biodiversidad en ausencia de un apoyo masivo sobre el terreno. Un informe oficial reciente ha mostrado el amplio fracaso en el cumplimiento de las Metas AICH de Biodiversidad al que se comprometieron los gobiernos en 2010.

Este fracaso está vinculado no solo a la falta de un apoyo masivo sobre el terreno a los enfoques coloniales de conservación sino también al modelo insostenible de ‘desarrollo’ que sigue el mundo. Que el crecimiento económico perpetuo es incompatible con un planeta ecológicamente finito ha sido visible y repetidamente demostrado. Vale por tanto la pena señalar que la mayor parte de los enfoques de conservación citados más arriba no incluyen una crítica sistémica y fuerte a los enfoques dirigidos por el crecimiento económico, o de los patrones de consumo desenfrenadamente derrochadores del Norte global. No podemos salvar la mitad del planeta si la otra mitad sigue sujeta a estos patrones. Hace mucho, mucho tiempo, en los pingüinos en la Antártida, muy lejos de zonas de agricultura intensiva, se encontraron pesticidas en sus cuerpos. Si esto no fuese lo suficientemente indicativo de que la naturaleza no se puede salvar estableciendo fronteras, la crisis climática debería seguramente despertarnos a comprenderlo. Si ‘medio planeta’ equivale a ‘medio indiferente’, simplemente no funcionará.

En contraste con estos enfoques, hay una serie de opciones para una conservación, regeneración y restauración efectivas, que están centradas en torno al gobierno democrático de ecosistemas y la biodiversidad. Quizás el más prometedor es el de ‘Territorios de Vida’, o dicho de manera más enrevesada, ‘Territorios y Áreas Conservados por Pueblos Indígenas y Comunidades Locales’ (ICCA o TICCA por sus iniciales en inglés). Estos paisajes y sitios terrestres y marítimos se extienden por cientos de miles por todo el planeta, y muchos ya cubren más que la red oficial de AP. Con un reconocimiento apropiado y fuertes instituciones locales, han demostrado ser extremadamente efectivos en la conservación. La red mundial ICCA Consortium ha sido un firme defensor, y a diferencia de muchas de las instituciones citadas anteriormente, tiene una poderosa membresía de organizaciones comunitarias.

Otros enfoques prometedores incluyen el reconocimiento de los derechos de la naturaleza, incluidas no solo especies de animales y plantas, sino también entidades naturales como ríos y montañas, especialmente cuando son iniciadas por o con pueblos indígenas, como en el caso del pueblo maorí junto al río Whanganui en Nueva Zelanda. La disposición del CDB de Otras Medidas Efectivas de Conservación Basadas en Áreas, si estuviese infundida con principios de gobernanza democrática y seguridad de medios de vida, también podría ser utilizada eficazmente. Donde ha sido necesaria la cooperación entre comunidades locales y agencias gubernamentales, enfoques de cogestión o cogobernanza han sido eficaces en algunas áreas. En todo esto se pueden distinguir una base de principios éticos y estratégicos que ponen el respeto por toda vida, dignidad, derechos, medios de vida, democracia -la idea de socialidad, convivencia [conviviality]- en su centro.

Es necesario a su vez que estos enfoques estén insertos, y contribuyan, a formas de conseguir el bienestar humano que sean alternativas radicales al  ‘desarrollismo’ del Norte global actualmente dominante. He escrito sobre ello en otro lugar, y tuve el privilegio de coeditar el libro Pluriverso que contiene cerca de 100 ejemplos de todo el mundo. Así que aquí solo destacaré un último punto: los enfoques de conservación de la naturaleza solo funcionarán si nos movemos hacia formas de ser y hacer más simples, que afirmen la vida y sean justas. El interregno del covid nos ha dado tiempo y ocasión para repensar fundamentalmente la conservación y el desarrollo. Si lo haremos sabiamente, todavía no está claro.