Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Dos apuntes sobre la carta abierta de una muchacha del siglo pasado

Salvador López Arnal

Nada hubiera quebrantado el sentimiento que nos embargaba cuando talaron los seis árboles y luego el séptimo. Un minúsculo triunfo, sin duda, en medio de nuestra impotencia de prisioneros uniformados. Pero un triunfo al fin, que nos hizo tomar conciencia de nuestra propia fuerza, esa fuerza que nosotros mismos habíamos considerado una de tantas fuerzas de la tierra, a pesar de ser en realidad la única que puede agigantarse de pronto hasta lo inconmensurable.

Anna Seghers, La séptima cruz.

El inolvidable, y recientemente fallecido, Volodia Teitelboim publicó en 1997 Un muchacho del siglo XX. Ignoro si la fundadora de Il Manifesto llegó a inspirarse en el título de las memorias del intelectual y dirigente político chileno pero la coincidencia es significativa (y hermosa a un tiempo).

Rossana Rossanda, la “vieja comunista”, la muchacha de nuestro siglo, ha escrito una carta abierta a la izquierda alternativa[1]. Magnífica, excelente, imprescindible, como todo lo suyo, un escrito de lectura obligada que debería guardarse en el archivo de lecturas obligadas, y que habrá que tener muy a mano en la mesa de estudio y releer con frecuencia. Como en sus conferencias, como en sus ensayos, como en sus artículos en Il Manifesto, la autora de Una muchacha del siglo pasado demuestra, una vez más, que es una intelectual comunista imprescindible y que sigue siendo una filósofa política decisiva de nuestra contemporaneidad.

Me propongo argumentar aquí en torno a un breve paso, por lo demás marginal, de la carta y a señalar, brevemente, alguna consideración sobre algunos de los ámbitos de análisis que en ella se apuntan.

Ya en sus compases iniciales escribe Rossana Rossanda sobre la convulsión en que se halla Refundación Comunista tras la contienda electoral italiana y señala: “[…] ¿por qué, la muy desgraciada [Refundazione], tuvo que participar en el gobierno? No tendría que haber entrado, se dice; debería haberlo apoyado desde fuera. No veo qué habría cambiado: o votaba una y otra vez las leyes del gobierno, renunciando a aportar desde dentro incluso lo poco que consiguió introducir, o no votaba con el gobierno, y el gobierno habría caído entre un estrépito de voces clamando contra la “irresponsabilidad” de la izquierda. Como en 1998. No fue sino tras esa ruptura que Refundación Comunista empezó a crecer”.

No conozco suficientemente la situación política italiana para poder valorar con prudencia esta reflexión, pero sí creo que vale la pena aquilatar una consecuencia que puede extraerse de la consideración de Rossanda, inferencia que, sin embargo, la autora italiana en ningún momento colige: no existe norma política razonable que pueda defender en estos momentos, sin consideraciones ulteriores, que de entrada sea correcto o incorrecto participar en gobiernos estatales de centro izquierda (o incluso en gobiernos más decantados a la derecha). El difícil don de la oportunidad política, el análisis detallado y ponderado de la situación, el análisis concreto de la situación concreta decíamos tiempo atrás, deberá ayudarnos a decidir. Éste sería, pues, el principio de actuación que podría extraerse de la reflexión de Rossanda –repito: no digo que ella extraiga ni que se infiera necesariamente de sus palabras-: el dependerá, digámoslo así, será la norma para la abierta toma de posición en tales o cuales circunstancias.

Lo que intento defender aquí precisamente es la tesis contraria; esto es, que en la actual correlación de fuerzas,  por decirlo en términos clásicos, la izquierda alternativa en el ámbito europeo[2] no debería pretender participar en tareas gubernamentales de ámbito estatal –no me pronuncio sobre su participación en estados federados, comunidades, gobiernos municipales o poderes de alcance similar-, salvo en casos de extremísima necesidad que no parecen vislumbrarse hoy por hoy en el horizonte político más inmediato.

De hecho, en mi opinión, la izquierda alternativa debería renunciar explícitamente a ello, y señalar públicamente que, hoy por hoy, una de sus finalidades, en el ámbito institucional, de esto estoy hablando aquí únicamente, es presionar, controlar, reconducir desde el exterior, cuando tal pretensión no sea simple ensoñación, la política de las fuerzas políticas con tradición y aspiración gubernamentales, y con mayorías sociales y parlamentarias a su favor. Este sería, si se me permite, un principio político de precaución que debería guiar a la izquierda alternativa.

Doy mis razones en su defensa:

1. La participación en esos gobiernos, en posiciones siempre muy minoritarias, obliga a la izquierda alternativa a ser copartícipe, lo quiera o no, de políticas totalmente alejadas, o incluso contrarias, a su ideario. Consecuencia inevitable (y, por lo demás, positiva e indicativa de buena salud poliética): la ciudadanía más activa, más próxima al proyecto que se defiende, se desilusiona, se siente traicionada y se aleja con ira y desconfianza de la organización.

2. Es igual que la izquierda alternativa bascule políticamente en torno al principio normativo, justo y razonable, del “programa, programa y programa”. Cualquier negociación, en las actuales circunstancias, obligará a aceptar una parte sustantiva (y la acción de gobierno subsiguiente, por lo general, prepotente y autista y en ocasiones clientelar) del ideario electoral de las fuerzas que aspiran como horizonte máximo a gestionar el sistema, intentando poner en algún caso controles al deseo de dominación absoluta sin ninguna interferencia que es, como es sabido, el actual programa mínimo y máximo de las fuerzas representativas del Capital, y del Capital mismo claro está.

3. Apoyar puntualmente al gobierno del Estado en determinados asuntos, sólo en casos puntuales y con luz y taquígrafos, y sin que ello conlleve forzosamente ganancias ni prebendas partidistas propias, permite alejarse de otras decisiones no compartidas, y empuja a las fuerzas que dirigen esos gobiernos a aliarse con formaciones afines a su ideario y posición políticas, mostrando ante la ciudadanía de forma mucho más nítida sus pretensiones y alianzas. Ejemplo hogareño, provinciano si se quiere, pero muy ilustrativo: el apoyo de CiU al PSOE en la votación parlamentaria de 20 de mayo de 2008 oponiéndose a la moción crítica, presentada por ICV, del escandaloso comportamiento público del señor David Taguas, antiguo director de la oficina económica del Gobierno de Rodríguez Zapatero (indemnización 60.000 euros; sueldo por su trabajo en SEOPAN, la patronal (de)constructora: 300.000) muestra bien a las claras quienes y cuáles son las peligrosas (y esenciales) amistades del actual gobierno. Recuérdese que el señor Duran i Lleida se las da de duro (ante su clientela conservadora) y de honesto (ante su electorado catalanista), aunque su partido –digámoslo así-, Unió Democrática, esté acusado de mil y una corruptelas.

4. Participar en gobiernos de naturaleza “centrada” y “reformista”, en las actuales circunstancias de escasísima militancia y muy limitada capacidad organizativa, puede ser origen, acostumbra a ser causa, del surgimiento de un grupo político privilegiado y autónomo (es decir, de un sector de políticos profesionales), alejado crecientemente de las corrientes sociales más críticas, más activas, menos entregadas, que con el tiempo devienen incluso una rémora para el funcionamiento autónomo y “libre” de las propias formaciones políticas. Ejemplo de libro-manual: la participación de ICV-EUiA en el gobierno de la Generalitat dirigiendo políticamente la actuación de las fuerzas policiales catalanas y defendiendo el trasvase de las aguas del Ebro, con ocultación a la ciudadanía (y pacto de silencio con el gobierno central en campaña electoral) de lo que previamente ya se había decidido, además de su indecisión actual para dar marcha atrás cuando la situación de sequía parece superada y sin decir en ningún momento, ni señalar nunca, el papel activísimo y netamente interesado de la empresa Agbar en la gestión y desarrollo de la crisis (La red de distribución de agua de Cataluña pierde el 25% del caudal conducido, y, más en concreto, la cañería que provee a Barcelona de agua el Ter pierde 11 millones de litros al día por doce fugas, según informaciones extraídas de diarios tan respetables como El País y La Vanguardia).

5. La participación en gobiernos de esa naturaleza es, por lo demás, otra vía más de deslumbramiento cultural, ideológico, de aceptación acrítica de valores extendidos que, como sostenían los clásicos con razones que sigue siendo atendibles, acostumbran a ser los valores de las clases y grupos dominantes. Otro ejemplo en la misma dirección y con el mismo marco político-cultural: la pasividad de las fuerzas de izquierda catalanas (incluyendo esta vez los sindicatos descaradamente oficialistas de la UGT y CCOO) para enfrentarse al proyecto de bases de la nueva ley de Educación y la supresión de los estudios de bachillerato nocturno según aspiración y deseo políticos de un consejero de Educación del gobierno del que se forma parte, consejero que, además de las amenazadas vertidas, ha mentido en más de una ocasión a la ciudadanía sobre sus planes y decisiones.

En síntesis: las fuerzas de izquierda alternativa deberían ser, en el ámbito institucional, fuerzas abiertas a acuerdos puntuales (y a su seguimiento posterior) en determinados asuntos sin pretensiones gubernamentales en su agenda.

Rossana Rossanda afirma también que está convencida de que no se construirá un nuevo sujeto político dentro de los muros de un partido y de que: “[…] sólo podrá lograrse un sujeto político que esté a la altura de la derrota sufrida, si se es capaz de dar cuenta y razón de lo que ha significado concretamente la mundialización para nosotros, cortados de y aun  salpicados por nuestra propia historia, pero obligados, a fin de cuentas, a bailar al son de la música planetaria. Si no somos capaces de verlo y de hacerlo ver, no se hace, creo, sino generar engañosas ilusiones”.

Probablemente tenga razón. No estoy seguro en cambio que sea tan sólo –tampoco Rossanda defiende exactamente una cosa así- una cuestión de estudio y análisis. La izquierda, las izquierdas, han avanzado mucho en ese terreno y los estudios, acaso no siempre suficientemente concretos, sobre la globalización y sus consecuencias no son asuntos marginales ni un páramo de investigación en nuestro ámbito. En cambio, creo que la izquierda necesita cambios sustanciales en sus formas organizativas internas, en la manera de defender sus ideas ante la ciudadanía y en la originalidad e intensidad de sus propuestas. Telegráfica, esquemáticamente.

De lo primero: nadie en su sano juicio, y con corazón limpio, saca provecho de reuniones mal organizadas, mal planteadas, en atmósferas nada afables, sin apenas liturgia política laica, con exceso de pragmatismo y con la vista puesta en frecuentes ocasiones, repetidamente denunciadas, en listas y posiciones supuestamente ganadoras, y con desconfianza sistemática del camarada, al que se suele juzgar siempre como hábil manipulador de un doble o triple lenguaje (en ocasiones, admitámoslo, con razones de peso y reiteradas experiencias corroboradoras).

De lo segundo: los métodos tradicionales de papeles, revistas, encuentros y manifestaciones deben ampliarse, no digo anularse, e incorporar otras formas y procedimientos: contrapublicidad; incidir en sectores que no están convencidos de nuestro ideario y que se manifiestan muy alejados de él (con la didáctica necesaria, especial y paciente, para el caso); aprovechar adecuadamente y de manera original la presencia en los medios; cambiar nuestro lenguaje desgastado y hablar, por ejemplo, cuando sea el caso de despotismo empresarial o violencia patronal como hablamos de violencia de género; pensar en acciones directas y decididas que hagan tambalear caminos trillados. Etc. La huelga de los trabajadores de SEAT y de los conductores de autobuses de Barcelona pueden enseñarnos mucho en este terreno. Aunque, sin duda, en este ámbito el porvenir está abierto y mucho está por hacer y experimentar.

De las propuestas y a título de ejemplo: P. Fernández Liria señalaba en la sección “Cartas al director” de Público, del pasado 26 o 27 de mayo, una medida razonable para mejorar la sanidad y la educación públicas: proponer que se obligue por ley a los representantes políticos a usar la sanidad pública y a llevar a sus hijos e hijas a escuelas, institutos y universidades públicos. No es descabellado, no es un absurdo, no es izquierdismo, no es ningún irrealismo cegado. Senderos similares están llenos de buenas y atendibles ideas, propuestas, por lo demás, comprensibles para la ciudadanía menos politizada..

La muchacha del siglo finaliza su carta a la izquierda alternativa señalando: “Las formas del estar juntos nacen del hacer y en el hacer. El gobierno está ya lanzado a la ofensiva, no podemos permitirnos el error. Una identidad no consiste, desde luego, en reempaquetar el pasado (por otro lado, nunca revisado de manera verdaderamente genuina), sino en leer el hilo, o en recoger los hilos, del presente, exponiéndose a interpretaciones y propuestas, ordenando y sosteniendo con severidad, y todos de consuno, el telar. Sí, con severidad; es decir, no demagógicamente, no arrogantemente, no apresuradamente. No cerrando, no escurriendo el bulto, no poniendo entre paréntesis. Exponiéndose.”

Sin que sirva de precedente, creo que Rossana Rossanda yerra en el punto del error: debemos permitirnos el error aunque gobiernos de derecha y poderes afines sigan en una ofensiva declarada. Es indudable, como afirma la muchacha del pasado y presente siglo, que debemos exponernos sin arrogancia y sin escurrir el bulto. Sin perder viejas y razonables aspiraciones y el espíritu de rebeldía que es, no lo olvidemos, la sal de la tierra de una izquierda que no haya olvidado, siguiendo a un joven revolucionario llamado Karl Marx, que sigue siendo decisivo no sólo interpretar sino transformar el mundo.

 

[1] Véanse: http://www.sinpermiso.info, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=67614.

[2] Dudo en el caso de “Die Linke”, pero creo que también es aplicable a su caso esta versión política del principio de precaución. La trágica (e impensable años atrás) experiencia de Los Verdes alemanes enseña mucho en este asunto. O eso creo.

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