Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Henri Lefebvre

Joan Tafalla

Una casualidad propia del verano, haciendo limpieza en la biblioteca me encuentro un viejo número de la revista teórica del PC, Nuestra Bandera, allí hay un artículo dedicado a Henri Lefebvre, es del año 77, casualmente estos días leo algunas cosas del pensador francés.

Leo su conferencia Lukács 1955, un homenaje al filosofo húngaro con motivo de su 70 aniversario y de la concesión del premio Kossuth; también leo su obra La vida cotidiana en el mundo moderno.

En los años cincuenta, G. Lukács está siendo criticado en su propio país, hay un affaire Lukács que va más allá de las fronteras húngaras. Lefebvre, que ha visitado al filósofo en Budapest, ha tomado partido a favor suyo, la chispa parece haber saltado en un curso sobre el realismo en la Universidad de Budapest, Lukács se ha despachado a gusto con afirmaciones en el sentido de que el realismo socialista no ha tenido ni su Balzac ni su Leonardo da Vinci, rápidamente el sector oficial del partido se lanza al ataque, estas afirmaciones contra el arte socialista pueden debilitar el socialismo frente a sus enemigos; no deja de ser  interesante que la conferencia a que hacemos referencia se pronuncia en el Instituto Húngaro de París.

Quizás entre las cosas que puedan unir a estos dos pensadores, una sea su lucha contra el economicismo en el pensamiento marxista y revolucionario; Lukács lleva muchos años ya luchando contra esta deformación del marxismo, ha afirmado en alguna entrevista que ya en los años veinte, él mismo, A. Gramsci –el más dotado, según L- y K Korsch luchaban por una reformulación del marxismo lejos del economicismo y del tacticismo imperante.

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La filosofía y el fuego (Lukács ante Lenin)

Néstor Kohan

Prólogo del libro de Lukács "Lenin (La coherencia de su pensamiento)"

La filosofía y el fuego (Lukács ante Lenin)

Néstor Kohan

Para José Luis Mangieri, compañero y amigo, quien editó por primera vez en Argentina y América Latina este libro de Lukács sobre Lenin a través de LA ROSA BLINDADA. En agradecimiento por todo lo que nos enseñó.

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La ambivalencia del pensamiento de Lukács

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Ciertamente, sería muy difícil que nos hiciéramos una idea de la trascendencia del legado intelectual de Lukács –para Michael Löwy se trata del más importante filósofo vinculado al socialismo después de Marx, en tanta que para Lucien Goldman se trata simplemente del principal filósofo de la primera mitad del siglo veinte-, si nos fijamos unilateralmente del apagado eco que el centenario de su nacimiento ha tenido entre nosotros. El balance es triste: algún artículo, unos pocos actos y debates minoritarios y como trasfondo la caída en picado de obras de y sobre Lukács en las librerías (una editorial como Grijalbo que se ha enriquecido con obras marxistas cortó drásticamente la edición de sus Obras Completas e incluso ha quitado de sus catálogos las hasta ahora publicadas, traducidas en su mayor parte por Manuel Sacristán).

Naturalmente esta oscuridad no apunta contra el valor, ambivalente, desigual pero indiscutible, del autor de Historia y conciencia de clase, sino que nos dibuja un amargo retrato sobre la situación de declive al que nos ha arrastrado la política desmovilizadora e institucional del reformismo, y nos da una idea sobre las enormes palancas que ha de mover la izquierda que lucha para reconstruir las condiciones de una nueva iniciativa en la recuperación de la hegemonía político-cultural del movimiento obrero y alternativo. También nos revela la superficialidad del arraigo cultural del pensamiento socialista en la recomposición de la izquierda bajo el franquismo, cuando Lukács se convirtió en uno de los clásicos revolucionarios más apreciados por una izquierda que todavía no soñaba con despachos ni con "desencantos".

Lukács fue un pensador de categoría enciclopédica, con una obra tan extensa (sus primeros escritos datan de1908 y los últimos de 1971, fecha de su fallecimiento) como controvertida. Extraña es la obra de Lukács que no causa un debate: aunque su extremo más discutido ha sido sin duda su adaptación al estalinismo. Adaptación que ha servido a muchos para descalificar sumariamente su obra en la que no faltan miserias pero sobre cuya grandeza no se puede discutir.

Hay en esta negación de Lukács un ejemplo del refrán francés en el que se tira al niño con el agua sucia, deporte éste muy extendido últimamente entre la nueva derecha compuesta en muchos casos por ex-comunistas como la discípula del propio Lukács, Agnes Heller. También hay una notable ignorancia ya que se hace con su período estalinista una especie de ojo de pez con el que se cubre una obra que precede al ascenso de Stalin y que revive con renovado vigor tras la tras la oportuna muerte de éste. Se desconoce que incluso en su época más negativa Lukács fue entre otras cosas un importante investigador de los escri­tos de Marx, un audaz renovador en la crítica literaria y un crítico de la política oficial en textos como ¿Tribuno del pueblo o burócrata?, en el que -según los que lo conocen­ hizo la crítica más acerva al estalinismo que se haya hecho en la URSS desde la expulsión de Trotsky.

Reconocer la existencia de una ambivalencia en la obra de Lukács, no significa pasar la esponja sobre alguno de los capítulos más siniestros de su trayectoria, precisamente aquellos en que -quizás para hacerse perdonar su heterodoxia- se convirtió en el "martillo de herejes" y trató despiada­damente a los que como Trotsky habían osado oponerse al estalinismo, mostrando una vinculación con las idead marxistas y con la clase obrera que él había carecido. La tragedia de Lukács fue que mientras hacía esto aceptaba "a su manera" la definición del carácter termidoriano y bonapartista que había avanzado Trotsky. Pero partiendo de esta premisa, Lukács llega a una conclusión opuesta: efectúa una comparación abusiva entre la Francia jacobina y bonapartista y la Rusia que conoció para deducir un balance globalmente positivo y una actitud de reformista pasivo. En este sentido se expresa en sus escritos de los años treinta sobre la literatura y el pensamiento clásico alemán y pondera, a pesar de todas sus reservas, el hecho positivo que dos grandes cerebros de la cultura clásica alemana como Goethe y Hegel se reconciliaron con el devenir "realista" de la revolución francesa (en el caso del segundo hasta con el Estado prusiano), y Lukács llega a sugerir que fue por esta actitud de "Real-politik" por lo que ambos alcanzan la cima intelectual. Esta interpretación subyace todavía en una de sus obras más importantes, El joven Hegel (1948).

Que existía en Lukács en antiestalinista reprimido se muestra claramente en su compromiso con la revolución húngara de 1956, participan­do con evidente riesgo de su vida en el gobierno disidente de Imre Nagy y negándose ulteriormente a ninguna genuflexión más ante la arbitrariedad burocrática. El reencuentro de Lukács con la democracia de los consejos obreros y con la pasión crítica se trasluce claramente en sus últimos escritos, especialmente. en lo que se ha considerado como su ‘testamento político" sus Conversaciones con Abendroth, Kofler y Holz (1).

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¿Ontología?

Josep Traverso

            El 13 de Noviembre del año pasado, el amigo Joaquín Miras escribía un correo dirigido a Salvador López Arnal felicitándolo por la edición del libro de Manuel Sacristán Seis Conferencias que había corrido a su cargo. Lo felicitaba por el libro y le proponía discutir sobre algo que aparecía en una de las conferencias del citado libro, la dedicada a Lukács (Sobre Lukács), pensar sobre un “asunto que ya hace mucho me ronda por la cabeza y que ha vuelto a planteárseme otra vez ahora”, el tema en cuestión es la ontología y sobre si “se necesita tal artefacto para reconocer la objetividad”.

            Joaquín parece compartir la idea expresada por Sacristán en dicho libro, en el sentido de la no necesidad de un “artefacto ontológico” para reconocer y conocer la objetividad aunque la substitución que Sacristán propone de la ontología por la ciencia le parece peligrosa y deficiente en cuanto podría justificar la presencia de técnicos (élites) interpuestos entre nosotros y la realidad. Acaba Joaquín proponiendo para este reconocimiento de la realidad un estatus parecido a la “doxa”, un saber inmediato, contingente, “oportunista”, el sentido común gramsciano.

            Que yo sepa, el envite de Joaquín no tuvo respuesta, él mismo parecía predecirlo afirmando “que el tema está aún lejos del sentir de los políticos y los filósofos”. Comparto esa extrañeza con dos matizaciones, la primera referente a que “el lugar filosófico” donde Joaquín propone discutir ha sido centro del pensar de algunos de los grandes filósofos del siglo XX y una segunda matización que propone sacar rendimiento de esa lejanía, en el sentido  que ya expresa algo de lo que somos en este momento. Me ha parecido interesante escribir estas notas aunque sólo sean un comentario sobre la conferencia ya citada porque también creo fundamental, en estos momentos, abrir de verdad ese debate proponiendo cuestiones concretas sobre lo cotidiano, sobre lo político que despejen el terreno, porque no puede ser de otra manera, y no cerrarlo anticipadamente en la divergencia expresada por los partidarios de la “intuición oportunista” por una parte y los “tecnólogos ontológicos” por otra.

            Vamos ahora  a la conferencia Sobre Lukács que parece estar en el origen de toda esta cuestión, se trata de una conferencia pronunciada por Sacristán a finales de abril de 1985 en la librería Leviatán y ante un auditorio mayoritariamente joven y revolucionario. Seguramente, la categoría que predomina en la disertación es ambivalencia, “lo que Lukács nos deja es muy ambivalente”, así, por ejemplo, se constata en el terreno político, junto a su independencia como intelectual su excesiva flexibilidad, su estar “demasiado atento a las necesidades de disciplina del momento.” La conferencia acabará centrándose en aquello que Sacristán considera más interesante, el último Lukács y especialmente su pensar político que corresponde a la segunda mitad del decenio de los sesenta, Lukács murió en el verano del 71; abundan las referencias al libro Conversaciones con Lukács de Abendroth, Kofler y Holz, que recoge el pensamiento del autor en esta misma época.

            Referente al tema que separa a Sacristán de Lukács, la necesidad de una ontología, aquel afirma que, en las conversaciones citadas, “Lukács no se olvida de poner fundamentos filosóficos a lo que va a decir políticamente y el principal fundamento filosófico que pone aquí, en esta entrevista, y luego en esa Ontología póstuma, es afirmar que hay que poner un fundamento ontológico a la política y a la ciencia social en general.”[1]

            Esto vendría a significar que sin negar la lucha de clases, sin negar el posicionamiento de las clases, Lukács afirma una objetividad existente e irrenunciable. Sacristán refleja claramente la ambivalencia con la que juzga el legado del filósofo húngaro; “al decir que tiene que haber un plano ontológico en el pensamiento marxista yo comprendo que Lukács está defendiendo que tiene que haber un criterio de objetividad para examinar las cuestiones teóricas y científicas. Pero, en lo que me separo de él, es que a mí me parece que después de la Edad Media y terminado el poder, la tiranía de la teología cristiana sobre la filosofía, no hay por qué considerar que la base objetiva ha de ser ontología. Basta con decir que ha de ser ciencia empírica, ciencia real, sin necesidad de ir a una metafísica para fundamentar.”[2]

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Marxismo: La categoría de trabajo y la filosofía clásica en el último Lukács

Antonino Infranca

En este ensayo quiero mostrar que la categoría de trabajo, que Lukács desarrolla acabadamente sobre todo en la Ontología del ser social, replantea en el panorama de la filosofía contemporánea la relación con las raíces clásicas del pensamiento filosófico. Lukács ha encontrado en la categoría de trabajo la solución final a un problema que había comenzado a plantearse ya desde sus primerísimas obras: la relación sujeto-objeto, que, siendo ella misma un antiguo problema de la filosofía clásica, requirió una solución a su vez “clásica”. Al mismo tiempo, haber buscado una síntesis entre sujeto y objeto en la categoría de trabajo representa también la proposición de nuevas cuestiones que, olvidadas por la filosofía contemporánea, han vuelto al centro de la atención de los filósofos, que vuelven periódicamente a un modo “clásico” de hacer filosofía.

El rol del filósofo en la sociedad contemporánea y, por consiguiente, la relación aporética entre filosofía y política, o bien la definición de una nueva ética, son cuestiones fundamentales de la filosofía desde los griegos hasta hoy. Son cuestiones que impulsan continuamente a los filósofos a reflexionar sobre el fundamento del pensamiento mismo y de la realidad histórica que viven.

Aquí no tengo intención de afrontar estas cuestiones, sino de interpretar la categoría de trabajo de Lukács a la luz de ellas, considerando esta categoría como parte integrante de una tradición filosófica que de muchas maneras se identifica con la filosofía misma. Utilizaré, por lo tanto, los cánones historiográficos de la filosofía clásica como elementos hermenéuticos del pensamiento del último Lukács, tratando de hacer emerger el valor teorético de algunas de sus conclusiones. Interpretar Lukács en la misma medida que un filósofo clásico, como son Aristóteles o Hegel, Platón o Kant, es un modo de entenderlo; de entender sobre todo que se trata de un pensamiento “fuerte”. Naturalmente, se trata de un enano que se ha alzado sobre las espaldas de gigantes; gigantes que son otros filósofos. En el período de disolución de las ideologías, es oportuno recordar que ningún ideólogo puede alzarse sobre las espaldas de los filósofos, pues sólo un filósofo es capaz de hacerlo. Entonces, se puede releer a Lukács, tal como se lee a otros pensadores “malditos” como Heidegger o Gentile, más libremente, sin el miedo de tener que etiquetarlos o de tener que inscribir la propia lectura en esquemas ideológicos preexistentes. Finalmente, se ha comprendido que los ideólogos, de cualquier signo que sean, son siempre “débiles”, o mejor dicho, producen “falsa conciencia”. Ya es hora de volver a interpretar la palabra ideología en su significado originario: logos del eidos, es decir, de un discurso sobre las ideas, sobre los conceptos. Mi propósito es precisamente intentar una primera aproximación de este tipo con un filósofo que ha sido interpretado ante todo como un ideólogo; para alcanzar este propósito es oportuno restituir al logos y al eidos todo su sentido originario. Puede parecer extraño o paradojal que Lukács se preste a semejante intento, pero quien hace “filosofía a la manera de Aristóteles o Hegel” [1] ,o quien sabe apreciar este tipo de filosofía, ya no es un ideólogo sino un filósofo, aunque sea un enano sobre las espaldas de los gigantes.

La categoría de trabajo

Entrando rápido en el tema, querría precisar que considero el trabajo en Lukács como una “categoría” más que un concepto. No se trata de una cuestión insignificante, al contrario, permite afrontar el tema de este ensayo: la relación entre Lukács y la filosofía clásica. En términos generales es posible definir como “categoría” a la concepción lukacsiana de trabajo, pero en términos históricos no es legítimo. Hablar de categoría implica referirse a los tradicionales significados de “categoría” en la historia de la filosofía, pero el trabajo de Lukács está fuera fundamentalmente de estos significados. De hecho, el trabajo no es una categoría lógica, sino una categoría de la realidad, es decir, una actividad práctica que es capaz de determinar el ser. En tal sentido, el significado hegeliano de “categoría” es invertido, en la más correcta tradición del pensamiento marxista.

El trabajo es, sin embargo, también organon, instrumento, porque permite “el pasaje en el hombre que trabaja del ser meramente biológico al ser social” (Lukács, 1981a, vol. II, pág. 14.). Como tal, el trabajo es instrumento de fundación histórica del ser, porque exterioriza las cualidades de este ser en formas nuevas y originales. El trabajo es la actividad a través de la cual no sólo un objeto viene a ser, sino también el sujeto que trabaja asume una nueva determinación del ser. Este poder de transformación ontológica de la categoría lukacsiana de trabajo la hace una suerte de principio, en el sentido clásico del Anfang y al mismo tiempo, de la proposición fundamental, Grundstaz.

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