Un punto de encuentro para las alternativas sociales

A propósito de Luces en el laberinto de José Manuel Naredo. Dos notas y una observación (casi) crítica

Salvador López Arnal

A PROPÓSITO DE LUCES EN EL LABERINTO DE JOSÉ MANUEL NAREDO. DOS NOTAS Y UNA OBSERVACIÓN (CASI) CRÍTICA.

     Luces en el laberinto es la autobiografía intelectual de José Manuel Naredo que acaba de publicarse en Libros de la Catarata (Madrid, 2009, número 302). Sin duda, uno de esos acontecimientos político-culturales que merecen festejos, cánticos y celebraciones. Un placer para los ojos, una alegría para nuestras mentes. Celebremos pues, y reconozcamos, al mismo tiempo que agradecemos, el magisterio de José Manuel Naredo. Es consistente con ello que otros dos maestros jóvenes –Óscar Carpintero y Jorge Riechmann- le acompañen en el sustantivo, didáctico e informativo anexo sobre la crisis incorporado al volumen.

     Estas Luces en el laberinto -¡qué título tan hermoso para tan magnífico libro!- recuerda en cierto modo las paradojas de Zenon de Elea, o cuanto menos la aproximación que Salomon Feferman hizo sobre ellas. La aporías del eleata, señaló el lógico norteamericano, son como las capas de una cebolla inagotable, aléfica. A medida que hemos ido adentrándonos en ellas, intentando resolver nociones, problemas y caminos sin salida, una tras otra nos remitían a otras capas más profundas y casi siempre de igual o mayor interés, éstas a su vez pendientes de resolución e incluso inicialmente de comprensión cabal. Sin descanso, sin poder airearnos, sin poder llegar al final de trayecto con todos los interrogantes cerrados. Como una serie aléfica interminable de subíndice no nulo. El viaje en sí- esa vez sí- es la ganancia epistémica. Es la felicidad (y a veces desazón) que otorga el trato con los grandes problemas.

La autobiografía intelectual de J. M. Naredo es también, sin lugar para un atisbo razonable de duda, un libro inagotable, uno de esos raros ensayos que gozan de todas las virtudes exigibles, y algunas más, mil más, por si fuera necesario el cierre categorial: magníficamente escrito; excelentemente documentando; señalando senderos, nuevos o no, pero en todo caso pertinentes; mostrando las formas del trabajo de un cientifico abierto y atento siempre a nuevas disciplinas; enseñando los ejes básicos del trabajo científico honesto y riguroso (y no servil); apuntando y argumentando sobre la importancia de la interdisciplinariedad en ciencias sociales y su complementariedad no contradictoria con las disciplinas naturales; transitando siempre, por lo demás, por senderos terrenales y humanos siempre afables. Por si algo faltara, Luces en el laberinto no es sólo una aproximación a la obra y a la vida pública de J. M. Naredo, sino un interesante retrato de la historia reciente de nuestro país, vista además con los ojos y el corazón de un protagonista de excepción que nunca se rindió, cuando no era fácil proseguir por un sendero de rebeldía e insumisión. 

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