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Nota de Joaquín Miras sobre el libro de Kuri Camacho

Joaquín me ha pedido que publique esta nota.

El libro de Kuri Camacho podrá ser apreciado por los lectores en toda su profundidad y calado, a lo largo de la lectura.

Quiero, sin embargo, y además , explicar porqué este libro me parece deslumbrante a mi, y la causa parte de la doble temática, el ethos del mundo novohispano, cuya creación tiene como fuerza mediadora a la iglesia católica y a su punta de lanza, los jesuitas, quienes elaboran una filosofía revolucionaria fundada en una teología nueva por entero, a la luz de la percepción de un mundo en transformación. El asunto va de política, y de política para el presente.

Primero, situar la eticidad. El ethos y, también, presentarme como perteneciente a la exigua rama de la traditio marxista que sostiene este elemento como fundamental. Un ethos, una eticidad es el término recuperado y puesto en el centro de su filosofía por Hegel. En alemán, Sittlickeit, de sitte, costumbres. Se refiere al conjunto de «saberes haceres», en su totalidad, que son puestos en obra por la actividad de los seres humanos de una comunidad, y posibilitan la producción y reproducción del mundo existente. Podemos sustituir la palabra por «cultura» en sentido antropológico del término, o por civilización. Para documentar la importancia dada por Hegel, hasta el final de sus días a la eticidad podemos recurrir al  larguísimo y brillantísimo § 552 de la Enciclopedia de las Ciencias filosóficas, de Hegel, que es el último del apartado «Espíritu Objetivo». Este texto, que en la versión más primitiva era breve, recibe un extensísimo añadido que lo convierte, casi, en un artículo publicable a parte. Estamos ante la tercera edición de la obra, muy desarrollada y reescrita, en realidad, la última obra publicada por Hegel, y editada en 1831, tras su muerte.

Nosotros, también nosotros, hic et nunc, somos y sostenemos una eticidad. Somos, a la par, producto de ella y reproductores de la misma. Solo que la nuestra es una eticidad -en esto se adelanta ya algo de lo que voy a tratar- que no tiene instancias de mediación que permita la elaboración comunitaria, consciente y participada; instancias que permitan la reelaboración todo lo conflictiva que se quiera, con todas las asimetrías y desigualdades, etc., pero instancias que permitan, elaboración consciente, regulada por los creadores/ ejecutores de la eticidad, desde su vida y hacer cotidianos, que posibiliten que se  concuerde, que se lleguen a acuerdos de cultura de vida. Instancias que inviten a organizarse y actuar a sectores subalternos masivos, los pongan en condiciones de elaborar nuevo saber hacer desde su cotidianidad, nueva eticidad y medien la relación entre los diversos sectores, de forma que, a través del conflicto y el debate, se homogeneice  una nueva , emergente, procesual alternativa civilizatoria que cimente un bloque social emergente

Que somos eticidad es evidente. Si en las islas Trobriand, esas que nuestros antropólogos han estudiado tantas veces, o en Samoa, («sexo-y- Margaret Mead»), si en uno de esos lugares hay una facultad de antropología,  y uno de esos antropólogos viniera a estudiarnos, explicaría que somos sustentadores de una eticidad constituida por usos culturales, según la cual todos y cada uno de nosotros, para sentirse reconocido por los demás, exige poder tener y consumir, como mínimo, todos y cada uno de los objetos materiales -y usos sociales de prestigio- que cualquier otro posee, se fuerza hasta la extenuación  por tenerlos y compite incluso por tener más. Además opta por los más caros, con independencia de su funcionalidad y las prestaciones que pueda extraer de los mismos. Esto, este tipo de ethos, no es consecuencia de la técnica, ni es consecuencia de la economía. Es un uso, sin cuya existencia, desde luego, el capitalismo no es posible, eso sí lo sabemos. Por el contrario, si después de echar sus horas y cobrar su jornal, un minero asturiano de mina de carbón -un minero campesino- prefería sentarse a la sombra de una carrasca, ante la bocamina, para tomar el fresco, en vez de aceptar un sobresueldo echando unas horas extras más, el capitalismo está jodido. Y así lo sabían y expresaban por carta, a los amos de la mina, los ingenieros de minas cuyas cartas han sido estudiadas por Álvarez Junco. Quedamos pues en que los antropólogos de pueblos melanesios, ésos estudiados por Douglas Olivier y por Marshall Shalins, en los que existe el «big man», el hombre que acumula riquezas a costa de esfuerzo y sacrificio para volver a su comunidad y regalarlas a manos llenas, obteniendo así el prestigio y poder -que es otorgado por consenso y está siempre en el aire-, entenderían perfectamente los usos de Julio César, quien, tras acumular una fortuna colosal en la guerra de las Galias, la derramó sin tasa sobre la ciudadanía romana, sobre el demos o plebe, para poder ser aclamado por ellos su caudillo, y ser sostenido por ellos. Entenderían también los nuestros, en tanto que usos modernos nuestros, como eticidades, si bien les parecerían mucho más locos y desmesurados, más egoístamente individualistas -«privados»- que los otros señalados.  Y no los compartirían.

Lo importante es que veamos que eso que nos resulta invisible, por parecernos obvio, nuestro comportamiento: ni es natural innato, ni es función generada como consecuencia del capitalismo, sino que es una eticidad, una cultura civilización compuesta por usos normados, de cuya totalidad surge el capitalismo. De modo que en todo caso, tal como explica el capítulo  XXlV del primer libro de El Capital -o E.P.  Thompson, Raymond Williams…- hay que usar la violencia partera de la historia, látigos, hierros candentes, terrorismo, para destruir las bases comunitarias de las culturas que no se basan en esto, las eticidades existentes, como medio que posibilite la existencia de esa eticidad nuestra actual, cuya consecuencia histórica inherente es el capitalismo. El capitalismo es la «consecuencia inherente» el, «momento inherente» (no la causa) de la eticidad que emerge. Es, antes, «superestructura» consecuencia de esta nueva eticidad, que  «infraestructura» y causa de la misma. Una eticidad generada por una sociedad civil carente de instancias de mediación interna que posibiliten la interacción, el acuerdo y el orden, tras el caos generado desde mediados del siglo XVlll, desde el cual, se destruye todo tejido organizado interno y mediador.

En resumen, el capitalismo, nosotros, es, a su vez, una eticidad compuesta de usos y costumbres, una eticidad, cuyo novum consiste en tres elementos, descubiertos y analizados por Hegel y se pueden encontrar en la tercera parte de Principios de Filosofía del derecho, titulada «La Eticidad», capítulos 1 y 2, de la misma, cuyos respectivos títulos son: «La Familia» y «La Sociedad Civil» . El primero de estos elementos es, que la parte de los usos y saberes y de la la acción correspondiente que los pone en obra, dedicados a producir bienes está separada del resto de la acción ética, y se ejecuta en ámbitos privados, organizados por «familias» que usan su dinero para generar la producción, lo que posteriormente Karl Polany denominará «desempotre» e «institucionalización» separada de la parte de la eticidad que constituye el saber hacer práxico productivo del resto de las sitte..  El segundo, que descubre y denuncia Hegel, es que su sociedad civil  carece de instancias internas organizadas de mediación que posibilite el control  y la deliberación sobre las sitte de la eticidad emergente que constituye esa sociedad civil . El tercero, inherente al segundo, es que la estructura de las necesidades de los individuos sometidos a este ethos, al igual que la totalidad de la eticidad, está descontrolada, en constante aumento de su cantidad y en constante génesis de nuevas necesidades, sin que por ello deje de haber, a la par, pobreza extrema. A ese tipo de crecimiento sin límites de las necesidades, como consecuencia del querer ser reconocido como igula por los demás, señalado por Hegel ya nos hemos referido. Todo esto, aquí resumido, como digo, lo expone Hegel en sus Principios del Filosofía del derecho, allí, en letras de molde. Somos eticidad sin mediaciones

Y aquí vamos aproximándonos al cogollo del meollo del centollo. Hegel defendió siempre que el ser humano era un ser ontológicamente carente de formas de hacer, carente de esencia predeterminada, de Sustancia preexistente fija. …Pero que el mundo humano era un mundo de costumbres, no era un descubrimiento de Hegel. Este conocimiento está registrado en la filosofía de Aristóteles, quien, además, distingue entre ethos con épsilon y ethos con eta o e larga. Que la sustancia o saber hacer, la eticidad, no era natural sino que eran generada o creada intersubjetivamente por una capacidad nueva, no animal, que surgía de la interacción social comunitaria, esto es, que surgía d la instancia social -prioridad ontológica, de la comunidad sobre el individuo, que generaba la capacidad, en esto, Aristóteles redivivo-. Ese saber hacer era elaborado como manera de poder generar el comportamiento que produjese los medios de susbsistencia.

Un comportamiento, a su vez, tampoco natural, y que se denomina Actividad, o Praxis, si se quiere. En resumen, esa nada humana, ese ser que carece de proyecto inherente, debía crearlo en comunidad. Crear el saber hacer. La eticidad. Este proceso era un constante devenir, estaba en constante proceso de cambio, o devenir: historicidad ontológica. Pero ese saber tampoco es de Hegel. Tampco es Hegel el primero en conocer que las eticidades son históricas y producto de la actividad de un ser que es «causa libre» esto es, causa sui. Este novum del pensamiento humano es elaborado por Luis de Molina, Francisco de Suarez y Fonseca. Es la filosofía onto antropológica que surge de la reflexión sobre la experiencia colosal de trastorno que da lugar a la necesaria reconstitucion de ethos con la que se inicia la Modernidad, el Barroco. Y sobre esto y sobre ellos, sobre este asombroso y admirable proceso eticofilsofico, es sobre lo que quiero tratar y volver.

Pero, dado que he querido comenzar por Hegel, pido permiso para seguir un poco más con él, Hegel sabia eso, lo sabía, gracias al novum filosófico creado por Suarez: sabía que las eticidades eran productos conflictivamente creados en comunidad por toda la comunidad coparticipante. Que expresaban en su seno contradicciones, -la «negatividad» que los acabaría liquidando- pero que eran creatio ex communitatis, -gemaine, que es corrupción de la palabra communia-. Sabía además, algo que la naturalización generada por el capitalismo nos ha hecho desconocer y olvidar, cómo se generaban y se sostenían las eticidades, que a nosotros, ahora -la nuestra- nos parece la «natural» y las otras, no parecen fantasías o delirios.

Y sabia lo que, por supuesto, sabía Suarez, y se sabía desde ¿2500 años antes? -más, desde «siempre»-. Que había unas instancias organizativas, institucionalizadas, internas a esas eticidades, que las mediaban, que encauzaban los conflictos, elaboraban acuerdos y ayudaban a crear consensos. Esas instancias no eran los estados, ni los «protoestados», ni los «semiestados»,ni los «feudos», ni el Emperador,  eran la Religaciones, eran las religiones, eran por tanto la institución religada, las iglesias. Era, en nuestra zona,  parte de la Cristiandad -aún, no «Europa»- «Roma», la Iglesia Romana. Los poderes políticos, realezas, imperios, y las iglesias, sabían cuales eran sus respectivos, diversos, ámbitos de acción, potestas auctoritas, dominium  imperium.

Toda eticidad estuvo siempre en proceso. En cambio. Los mundos sociales nunca estuvieron fijos. Aparecían nuevos segmentos sociales, aparecían nuevas antropologías y necesidades, consecuencia de la dinámica en devenir, imparable, de toda eticidad. Surgían conflictos. Pero existían instancias de mediación, integradas, inmersas en los mundos éticos, que instrumentaban el consenso, el acuerdo, y la posibilidad de integración, mediante la asunción de cambios éticos, de los nuevos sectores y demandas. Eran las religiones. Solo cuando una eticidad llegaba a su fin, se disgregaba, los individuos participantes de ella, debido a su colapso ya no podían sino desdoblarse conscientemente y negar los mundos éticos en los que su subjetividad antropológica se había formado, porque tales mundos entraban en disgregación, y causaban sufrimiento a las individualidades. Y, al disgregarse la comunidad ética, quedaban «a la vista», «al descubierto», como queda a la vista un pecio hundido en el mar en un momento de especial bajamar, las estructuras de mediación religadora, las iglesias. Hasta aquí, también Hegel que explica esto por ejemplo en el capítulo Vll de la Fenomenología, al tratar de la religión y del arte.

Y Hegel, que veía ya despuntar las primeras organizaciones políticas modernas, era tan por entero consciente de su nula capacidad de comprender que el mundo es eticidad, que siguió hasta su muerte defendiendo que debía tratar de recomponerse la existencia de instancias de mediación que permitieran a las masas subalternas de individuos participar en la elaboración de un nuevo mundo ético, y que estas instancias debían ser las iglesias y las agremiaciones. Ni una palabra sobre esas otras formaciones políticas emergentes, los partidos, cuyo liberalismo, cuya ideología liberal les llevaba a naturalizar la eticidad sin instancias de mediación, generada por el capitalismo .

Y llegamos a la obra del maestro Ramon Kuri Camacho, en la que el maestro nos explica, cómo se genera una nueva eticidad histórica, la primera de la Edad Moderna, la Barroca, qué problemas habían hecho imprescindible reconstituir una cultura civilizacion nueva, qué instancias de mediación fueron capaces de esa hazaña de mediación y de impulso integrador  y generador de sinergias a  partir de las diversas fuerzas y segmentos sociales existentes, y de los saberes rescatados.

Qué experiencias previas posibilitaron a esas instancias de mediación tomar consciencia de la colosalidad de los cambios producidos, de su irreversibilidad, de las nuevas fuerzas sociales en acción, y ser capaces de entender  convertirse en intelectuales orgánicos de la nueva civiltà, organizadores de blocco storico, activo, operante, generador de iniciativas. Qué filosofares, qué elaboraciones filosóficas y teológicas producidas como reflexión de esas experiencias les permitieron comprender el momento, hacerse cargo de la situación y generar los nuevos modos de consenso, las nuevas maneras e instancias de mediación, a la altura de las subjetividades del mundo moderno, de sus necesidades.

Como siempre, hasta entonces, fueron las iglesias, las que ejercieron la mediación. Fue Trento, la base intelectual en que se ponen las nuevas bases culturales y religiosas de las que emerge el Barroco, una cultura civilización, que no cae en la naivité de rechazar todo legado anterior para pensar el presente -la filosofía clásica, la filosofía escolástica, el humanismo renacentista- instrumentados tanto para repensar el mundo nuevo, como, también como guía teorética que permitía  reconocer que lo fundamental consistía en convertirse en el organizador colectivo de las fuerzas sociales existentes, ellas sí, capaces de generar un trabajo práxico, productivo. Un instrumento intelectual que, allí donde faltaban conocimientos los aportaba y suministraba, sin tratar de convertir esa aportación en medio para imponer la estructuración de su uso, actitud que siempre lleva a bloquear iniciativas, despilfarrar energías que hubisen podido ponerse en acción autoprotagonista, dentro de los cauces integradores de la instancia de mediación. Y un instrumento intelectual que sabía que el mundo nuevo era un mundo en el que la libertad humana reclamaba nuevo protagonismo, y había que elaborar esto filosóficamente. También teológicamente, puesto que las nuevas eticidades producidas eran muy distintas de las anteriores, sus usos y costumbres eran diferentes. Había que darle justificación a esto. La libertad humana, defendida por la Iglesia Católica, el libre albedrío, hasta entonces, admitía que el ser humano, cada ser humano individual,  tenia la libertad no predestinada de elegir hacer el bien y adoptar las pautas de vida elaboradas por las anteriores eticidades, que, se suponía, eran voluntad divina, o de hacer el mal incumpliéndolas, pecar. La percepción de los colosales cambios sociales, esto es, la comprensión de la historicidad ontológica del ser humano, percepción que se había abierto paso tanto debido a los cambios éticos en la vieja cristiandad como por el conocimiento de nuevas eticidades. El conocimiento de las nuevas eticidades tanto en la cristiandad occidental como en América y en Asia, -nauas, mayas, incas, toltecas, chichimecas, Indios Pueblos etc, en América. En las Indias de Goa y demás territorios indostánicos, las grandes culturas china y japonesa..- obligaba a plantearse si toda esa riqueza cultural pasmosa debía ser pensada como pecado contra la norma de lo ordenado por Dios, y, en consecuencia, los sustentadores de tales eticidades debían ser ahormados conforme a los viejos ethos. O si esos ethos, asombrosos, eran en sí mismos buenos, por ser libre creación humana, de una humanidad que había que repensar como dotada de la libertad ontológica de autogenerar constantemente eticidades nuevas y nuevas formas en cada eticidad. La libertad ontológica que la teología pensaba como concedida por Dios a las «causas libres» o seres dotados de razón.

Una gran tarea de mediación que posibilita la creación de un nuevo ethos, el Barroco, síntesis en variantes, que constituye la primera Modernidad,  pero cuya dinámica desarrollada llevaba en su seno  un intelectual orgánico nuevo , de nueva creación a su vez,  formado por una gran cantidad de cuadros imbuidos por una filosofía que los hiciera ser lúcidos, que los convirtiera en cuadros activos, no por autodeclaración proclamada, sino porque su pensamiento, reconocedor de la libertad y la iniciativa de los muchos, no trataba de sustituirla sino de incitarla y ordenarla en el gran consenso. Quien es capaz de generar la gran tarea de producir un consenso, se convierte en el Hegemón. Los jesuitas y su filosofía y teología fueron la punta de lanza de esa Iglesia religadora, denominada, ahora sí, ya no Romana, sino Católica, frente a las protestantes. Durante doscientos años, ese ethos, el primero de la Modernidad, y el último de las eticidades elaboradas mediante instituciones del consenso, mediante intelectuales orgánicos internos a la sociedad civil. Porque su disgregación y hundimiento, da paso al ethos del capitalismo, que siempre trató de destruir y desintegrar las instancias que mediaban y creaban consensos sociales y proyectos de vida en común, que solo podían surgir de la acción de las propias comunidades. Como sé que todo esto es novedoso, y para darme a entender: un ethos es el producto de millones de iniciativas, que van siendo integradas en un vivir común. A ese vivir común existente, generado por la sociedad civil, es el que la iglesia religadora, cada religión que es la instancia de mediación en/de cada momento histórico, es el que considera el deseado por Dios: este es el orden, lo ha sido siempre. Y si la iglesia religadora tiene el concepto de la historicidad, sabe que el nuevo ethos es consecuencia del «signo de los tiempos». El nuevo ethos emergente es Gesta Dei per francos. Donde es el hacer de los francos lo que es proclamado gesta Dei.

Paradógicamente, ese Hegel que sabe que han sido siempre las religaciones las instancias de mediación con consciencia de eticidad, en el apartado citado de La Enciclopedia, considera que no puede ser la iglesia Católica la que realizara la tarea religadora, porque, decía, era una instancia que por voluntad propia se mantenía externa a la sociedad; y Hegel apelaba a la teología de la transustanciación como modelo teológico que expresa o muestra o produce una estructura eclesiástica «externalista» respecto de la sociedad civil. Pero en otros momentos, era consciente de que la religiosidad protestante era subjetivista, pietista, individualista y esto le impedía convertirse en fuerza ética: en instancia mediadora de la génesis de una nueva eticidad. Lo cierto es que la última eticidad generada mediante instancias que posibilitaban la interacción en conflicto, y el acuerdo, fue el Barroco católico.

 El libro del maestro Kuri Camacho nos explica cuál es la filosofía y la teología de la punta de lanza del intelectual orgánico capaz de ser mediador organizador de las fuerzas sociales cuya actividad genera la nueva eticidad y nos las muestra en acción, acción histórica, en una parte del mundo del XVl, el XVll, y mediados del XVlll, Nueva España.  14 filósofos, todos ellos novo hispanos, son presentados a través de la explicación de su pensamiento, de raíz suareciana.

En política, el concepto eticidad está desaparecido. Casi. Por supuesto, esto, este concepto, es lo que se cuece en la pequeña tradición praxeológica marxista,  Labriola, Gramsci, Lukacs, Bloch... ellos sí se manejan con la noción de eticidad y creación de culturas de vida cotidiana. ...en estos intelectuales, varios -me dejo alguno, Kosik, Korsch- y en un solo partido, en el que una parte de la dirección del mismo sí se manejaba con esa noción, sí tenía consciencia teórica de esa noción: el PC italiano. Los demás, no nos manejábamos con esa noción. No veíamos que la cultura civilización existente era la eticidad orgánica que producía y reproducía el capitalismo. Llegamos a donde llegamos, y con toda dignidad, pero hasta ahí llegó la marea...

Un último apunte: en la cultura laica e inmanentista, la mía, suele darse por supuesto que cuanto más contemporáneo es el pensamiento, más clara está la noción de libertad, y cuanto más próximo a la ciencia es el mismo, y más desarrollada están las ciencias, más capacidad de comprender la libertad existe, más libertad hay. Es un prejuicio. Son los momentos históricos en los que la sociedad se encuentra en colosal cambio, los que revelan a la experiencia de la consciencia la constante transformación social humana como consecuencia de su praxis libre. En esos periodos, la experiencia de la consciencia de libertad es elaborada desde las formas de consciencia existentes. El lo acaecido en el XVl, o lo que  Benjamin Farrington explica respecto del pensamiento jonio. Sin embargo, en periodos de gran estabilidad, como consecuencia de que  el orden del mundo ético existente permite vivir a las mayorías, de una u otra forma, aunque haya un gran desarrollo científico, esto no opera como motor de consciencia de libertad, e incluso puede obrar a contrario. La segunda mitad del siglo XlX, periodo de un prodigioso desarrollo científico en química orgánica, en biología, en fisiología en sicología etc, es un ejemplo de ello. Grandes científicos como Moleschott , gran fisiólogo, y genial químico orgánico, materialista y ateo, afirmó que la acción humana no dependía de otra cosa sino de las reacciones químicas producidas por los alimentos comidos: el hombre es lo que come. La libertad es una ficción. Otro gran científico de   la misma opinión, fue Carl Vogt, e incluso, hasta donde recuerdo a partir de lecturas muy antiguas, el mismo Liebig sostuvo ideas semejantes, que quizá atemperó con los años.  Grandes químicos orgánicos que negaban la libertad, consideraban que el hacer del ser humano era un determinismo químico orgánico, y que querían sustituir al Señor del Triángulo, por el Hexágono químico como Señor. En la misma línea animalizadora y negadora de la libertad estuvo Haeckel y su versión biologicista del darwinismo aplicado a la humanidad. El mundo burgués complaciente daba esta experiencia según la cual todo iba bien y hablar de libertad era un peligro inútil, y la ciencia, por sí misma, no la combatía.

A señalar que Karl Marx siempre estuvo frontalmente en contra de estas insensateces