Trotsky y los trotskismos – Pepe Gutiérrez-Álvarez
«Este libro fue escrito hace un par de años pensando en una edición para El Viejo Topo que contaba con el beneplácito de Miguel Riera. Se atrasó por la necesidad de una mayor maduración ya que, sí bien la primera parte podía ser asumida como una síntesis de lo ya escrito por los biógrafos de Trotsky, en particular por Isaac Deutscher, en la segunda parte existían numerosos problemas.
En primer lugar los propios del conocimiento del autor, que aunque bregado en la historia de la Cuarta, lo era, por decirlo así, a escala “nacional” o sea provinciana. El material bibliográfico existente era muy amplio, pero además se podía decir que eran unas primeras aproximaciones. Aproximaciones por lo demás obstaculizadas tanto por la amplitud internacional del movimiento que había sentado sus reales, aunque fuesen muy pequeños, un poco en todas partes. Había otro además, y es que aún siendo escoñes
muy pequeña, sus debates internaos, muchas veces protagonizados por intelectuales muy formados, hacían que todo resultara muy arduo. Por ejemplo, la sección sudafricana de la Cuarta nunca ha tenido una especial importancia en la organización, sin embargo, siempre ha alimentado un sector fronterizo crítico con el SAPC, y con el ANC, con autores valiosos como el economista Hassan Jaffé. Notas sobre este debate me llegaron a través de diversos escritores sudafricanos que frecuenté en los años ochenta mientras trabajaba en una plataforma catalana contra el “apartheid” y preparaba un libro sobre
Nelson Mandela.
Esta amplitud geográfica y densidad teórica resultaba especialmente enrarecida por la emergencia de numerosos corrientes, normalmente duramente enfrentadas, y de ello el lector más veterano tendrá sus referentes en el Estado español donde casi todas las fracciones internacionales llegaron a tener o a casi tener sus propios fieles. Como autor de eminente vocación didáctica, este problema se me hacía más arduo en la medida de que aquí habríamos sufrido dos rupturas en la historia del movimiento obrero,
la determinada por la victoria militar-fascista, y la “debâcle” que siguió a la doble tenaza de la Transición y de la restauración liberal-conservadora. Si a esto se le añade los conflictos con el POUM, el cuadro se hacía muy cuesta arriba.
No obstante, tenía algunas cosas claras. Primero que el “hilo rojo” que se le ha atribuido a Trotsky radica primordialmente en su capacidad de “dar el salto” de una época a otra, de abandonar el primer “trotskismo” por una nueva síntesis dentro del bolchevismo, por su capacidad de sobreponerse a todos los obstáculos de comprensión que planteaba el estalinismo y desarrollar todo una práctica y un análisis más allá de las tragedias y de los dramas históricos…Dicha capacidad de actualización sufrió un golpe
casi mortal por el curso seguido por la Segunda Guerra Mundial, lo que explica las tendencias hacia el paleotrotskismo y hacia el neotrotskismo.. Obstáculo que encontró una vía de superación a través del equipo que lideraba Ernest Mandel, gracias a una puesta al día del marxismo en terrenos tan determinantes como el que planteaba la emergencia del “neocapitalismo”, pero también rehuyendo cualquier adaptación a la socialdemocracia, y también, y no menos importante, eludiendo en lo posible la maraña de los conflictos entre fracciones que, como se ha demostrado con la pertinaz de toda, la lambertista, estaban más interesado en sus intereses sectarios de demostrar el “revisionismo” de los adversarios que en crear nuevas alternativas. Alternativas que en su caso se trataba, liza y llanamente, de aplicar el legado más allá de todo lo que había sucedido después de la muerte de Trotsky, con la salvedad de que la realidad era otra.
Este criterio se ha revalido con las últimas crisis, al final de las escuelas la mayor parte de las viejas fracciones han quedado sobrepasada, la muestra más fehaciente la tenemos en Francia con Lutte Ouvriére y lo que queda del lambertismo. De todas las tribus, solamente la Cuarta internacional, y el agrupado entorno al SWP británico (En lluita en Catalunya), han conseguido estar en la primera fila del proceso iniciado en Porto Alegre, en su momento, una alcaldía “trotskiana”.
Mi rechazo a esta tentación de defender el legado por encima de los revisionismos viene de lejos, y es deudora de las lecturas de Deutscher y de Mandel, de la comprensión de que la segunda postguerra mundial planteaba nuevos desafíos en todos los órdenes. Esta actitud comprendía un especto hacia la tradición que no implicaba darle un cheque en blanco. Al estudiar la historia más cercana, la de la República y la uerra me permitió –a mí y a la mayoría de la LCR- comprender que sobre Trotsky
también se podía decir lo que Lenin decía de Rosa Luxemburgo, que era un águila que a veces podía volar como una gallina. Su actitud en relación al POUM y a Andreu Nin me parece radicalmente desacertada, lo que excluye, pro supuesto, que nunca dejara de ser un águila. Finalmente, el texto estaba en las actuales condiciones cuando se planteó la posibilidad de editar Trotskismos de Daniel Bensaïd, y además en la misma editorial. No había lugar para la duda, y el proyecto se quedó en mi ordenador de donde fue saliendo fragmentariamente en forma de artículos, sobre todo en Kaosenlared pero también en la Web de la Fundación Andreu Nin. Algo parecido ocurrió con algunos fragmentos descartados que encontraron acomodo en estas mismas páginas.
Algunos amigos de otras corrientes han expresado sus discrepancias a algunas de las cosas que he escrito en mi epílogo “nacional” al libro de Daniel, que ha conocido una edición cuidada hasta el más mínimo detalle. Obviamente, están en su derecho, y no hay la menor duda de que mi percepción es la de un participante, y por lo tanto sujeta a criterios personales y de escuela. Sin embargo, creo que, al igual que en el caso de Bensaïd, hay una tentativa de “objetivación”. Eso se puede notar en el tono francamente
autocrítico, se habla de las grandezas pero también de las limitaciones y errores de la LCR. Y en el caso de las demás fracciones, creo que he tratado de ser muy respetuoso. Mi percepción de lo que han sido y son las otras corrientes resulta muy suave, al menos al lado de todo lo que se ha llegado a decir. Por ejemplo, recuerdo que Pierre Lambert proclamó en el último congreso de la LC que el acuerdo con el revisionismo (mandelismo, pablismo) era totalmente posible, porque el marxismo revolucionario y
revisionismo eran de naturaleza incompatible, o la reseña que La Aurora dedicó a mi libro sobre Trotsky a finales de 1979, y cuyo encabezado lo dice todo: “La segunda muerte de León Trotsky”. Allá por el año 1989 me encontré con el autor en unas jornadas sobre Trotsky en Madrid, y lo fui a saludar, era un antiguo camarada. Me dijo hola, y me volvió la espalda. Actualmente ocupa un cargo de confianza en el aparato IU.
En realidad, todas estas guerras tienen muy poco sentido actualmente, después de que el estalinismo duro agoniza en la cuneta de la historia, y cuando se trata de dar un salto en la respuesta de conjunto al horror neoliberal. Esto se traduce por un recurso de la historia como referente, como punto de partida, y en absoluto como una fuente de legitimación.
Para terminar me gustaría dar las gracias nuevamente a L´Espai Marx.» (Nota para la edición de L´Espai Marx)