Historia de las luchas biseculares contra la organización capitalista de la empresa y de la sociedad, la historia del movimiento obrero es también la de su burocratización: sindicatos y partidos, convertidos en engranajes de la sociedad establecida, o en núcleos de una nueva capa dominante; formas de lucha, objetivos e ideas integralmente arrastrados en la misma decadencia. Ni accidente, ni fatalidad, esa burocratización expresa la reproducción, en el interior del movimiento obrero, de la relación social fundamental del capitalismo -en todas sus versiones: de empresa privada y de Estado- y la remanencia de su principio: la división entre dirigentes y ejecutantes (cuadros/militantes, partido/clase, teoría/aplicación). De esta relación se sigue siendo igualmente prisionero tanto cuando se suprime, en la idea, el problema de la organización, queriendo ignorarla, como cuando se identifica organización y burocracia. Pues, ser revolucionario significa rechazar la idea de que hay un maleficio en la sociedad y la organización como tales; rechazar la falsa alternativa de los Molochs burocráticos impersonales y de las verdaderas relaciones humanas reducidas a unos cuantos individuos; creer que está al alcance de los hombres el crear, tanto a la escala de una organización como a la de la sociedad, instituciones que no sean las de su alienación.
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