Fascismos
Rafael Argullol: El fascismo de la posesión inmediata
A excepción de unos cuantos fanáticos que apenas saben a qué se refieren cuando la defienden, fascismo es una palabra insultante usada por unos y otros como arma arrojadiza. En general, incluso por parte de la derecha, es el término más utilizado para descalificar al adversario por sus supuestas tendencias totalitarias. También con frecuencia fascismo es sinónimo de barbarie.
Sin embargo, el uso contemporáneo de esta palabra arrastra perfiles confusos pues todavía hoy muchos la emplean acusadoramente para describir hechos inmediatos pero, en el momento de imaginar el escenario, se remiten a una parafernalia ideológica del siglo pasado. Se teme a unos bárbaros y, a falta de otro modelo de referencia, se cree que esos bárbaros volverán con sus esvásticas, sus brazos en alto y sus camisas negras, azules o pardas. Algunos, sin duda, tendrían la cíclica tentación de una mascarada de este tipo. Pero, fuera de una nostalgia más bien patética, su porvenir es escaso pues no queda nada de la atmósfera ideológica ni de la cultura que incubó al anterior monstruo. Por tanto, no es el fascismo histórico el que acecha.
No obstante, si el fascismo es una forma de calificar la barbarie actual entonces no podemos albergar demasiadas dudas de que el peligro existe. ¿De dónde proviene? Sólo muy oblicuamente de las grandes doctrinas que prometían al hombre un mundo feliz a través de la superioridad de una raza, una clase social o un estado. Nuestra barbarie contemporánea es reacia a las grandes doctrinas porque un vértigo depredador ni siquiera admite la enunciación de palabras y, mucho menos, de ideas. El nuestro es el fascismo de la posesión inmediata. Su doctrina es tácita, silenciosa, abrumadora: queremos esto y aquello, y lo queremos inmediatamente pues es el botín de guerra que la vida nos ha otorgado.
Y quizá sea, en efecto, esta inmediatez en la rapiña lo que conecte al nuevo fascismo con el antiguo. Los viejos fascismos estaban convencidos de que sus ideas justificaban la rapacidad y la conquista mientras los nuevos fascistas también lo encuentran todo justificado si el premio es el disfrute sin dilaciones del objeto o sujeto que se ha prometido.
Algunos incautos (incautos con cátedra a menudo) han respaldado durante años la bondad de esta actitud como una modalidad moderna del hedonismo. Naturalmente han olvidado un matiz que lo cambia todo. Si la búsqueda de la posesión es la consecuencia de la aventura y el descubrimiento, el buscador -el auténtico hedonista- se ve inmerso en un juego de derechos y deberes, de transgresiones y límites que le dibujan el territorio vital. Avanza, retrocede, arriesga, gana, pierde: así se crea la geografía íntima del ser humano. Por el contrario, si la posesión se concibe como un derecho de conquista, ilimitado y sin contrapartidas, el depredador jamás se mira en el espejo de sus contradicciones y deberes.
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