Entrevista a Rafael Poch: «Cualquier día vamos a tener una especie de nueva crisis del Caribe»
Àngel Ferrero
La mayor parte de tu carrera como periodista ha sido como corresponsal internacional. Hace unos años regresaste a Gerona y tus colaboraciones en prensa se han reducido notablemente. ¿No te sientes algo así como ‘varado’ después de tantos años informando desde el extranjero?
Hay periodistas que no pueden dejar de serlo, que no pueden pasarse sin ver su nombre en letra impresa. Sin querer hacer de ello virtud, ese no es mi caso. Además hay mucho ruido ambiental y no estoy muy seguro de aportar algo a ese enorme concierto que cada vez me parece más improductivo, debido a su desfase con los problemas del mundo. Por otro lado, las colaboraciones de prensa se pagan muy mal. Los periódicos establecidos que mejor pagan –y que de todas formas no aceptarían mis colaboraciones herejes– puede salir a 200 euros una página de diario impresa. En la prensa digital «alternativa», me dan 80 euros por una colaboración de ese tamaño cada quince días. Así que la tentación de enviarlo todo a donde dijo Labordeta, es bastante grande, ja, ja… Pero «varado», en absoluto. Simplemente hay que cambiar de profesión, si puedes. No es que sea algo nuevo. Recuerdo en los años setenta lo que les pasó a los periodistas de Mundo Diario, que fue el diario de un empresario exótico de Barcelona, Sebastián Augér, bastante abierto a la izquierda y a los sindicatos. Cuando el diario cerró, sus periodistas no encontraron trabajo en otros medios, estaban marcados por la infamia de haber ido demasiado de por libre. Algunos se fueron a la universidad, otros se dedicaron a la lampistería y otros quizá se fueran a donde Labordeta…
Uno de los textos tuyos que más acostumbro a tener presente se encuentra en el prólogo de La actualidad de China (2009), en el que analizas por qué los corresponsales acostumbran a tener, paradójicamente, una posición tan hostil hacia el país sobre el que informan, como ocurre con China o Rusia. ¿Cómo ves la situación ahora?
Bueno, aquello se refería a los corresponsales occidentales, porque en otras latitudes encontrabas otras miradas. Recuerdo a la corresponsal en Pekín de un gran diario indio que escribió un reportaje sobre la «dignidad del trabajo» en China, subrayando el hecho de que allí no se desprecia a alguien por ser barrendero o basurero. Visto desde India, con todo aquel lío de castas, donde uno puede trabajar de lavandero, pero no de cocinero, o de chófer pero no de mecánico, según su nacimiento u otros condicionamientos y prejuicios sociales y religiosos, su perspectiva arrojaba un panorama bien interesante. Está Pepe Escobar, un periodista global brasileño, que aunque no vive en China circula por allá y escribe cosas interesantes…
En general, hay que olvidarse del «cuarto poder» y todo eso: el periodismo realmente existente es la voz de su amo y el periodista suele ser bastante borrego y disciplinado. En países «adversarios» la consigna es ser agresivo, ser sectario y politizarlo todo en extremo, así que la mayoría sigue esa autopista por inercia, pereza y por la incomodidad que supone mirar más allá de las paredes de la cañada por la que circula el rebaño. Claro que hay excepciones. No espero encontrar sorpresas en The New Yorker, por ejemplo, pero tenían en China a un reportero, Peter Hessler, que escribió un par de libros muy dignos sobre el país, sin prejuicios, ni vulgaridades… Ahora, con la creciente agresividad de Estados Unidos contra China, en términos militares, de embargos y sanciones comerciales, de vetos y acoso contra estudiantes chinos en las universidades americanas, etc., el tono del periodismo ha incrementado su beligerancia en asuntos chinos, independientemente del grado de realidad que tengan las denuncias. A mi siempre me hizo gracia la preocupación de The Wall Street Journal por las condiciones laborales en las fábricas chinas, como si a los adalides del capitalismo al servicio de los especuladores y los rentistas les importara algo eso. Es pura propaganda. Y lo mismo ocurre con los «derechos humanos», por ejemplo con la situación de los uigures en Xinjiang. Porque si comparamos la versión china de la «lucha contra el terrorismo» en una zona islámica de su territorio nacional, como es Xinjiang, con lo que ha hecho Occidente fuera de sus fronteras en lo que llevamos de siglo en el arco que va de Afganistán a Libia, pasando por Siria, Irak, etc., la cuenta de las atrocidades asciende a varios millones de muertos y varias sociedades destruidas a favor de Estados Unidos y sus aliados. Si eso no es evidente para el gran público es, en gran parte, gracias a los medios establecidos y sus profesionales. Y así, por doquier: ahora están con el escándalo de Bielorrusia, sin preguntarse de dónde sale toda esa gente que huye y se amontona en la frontera con Polonia. Vienen de lugares como Irak, Siria y Afganistán, donde la acción militar occidental hizo la vida insoportable, sin luz, agua, etc. Han trufado a Bielorrusia con sanciones y acumulan tropas en la frontera, ¿y se extrañan de que Lukashenko responda? Y a pesar de ello, las crónicas habituales de los periodistas in situ, que apenas mencionan el hecho de que el pintoresco gobierno polaco les prohíbe acceder a la zona fronteriza, se explayan sobre la «guerra híbrida» del «último dictador de Europa» y otras memeces…
En general, las denuncias de los abusos y crímenes que se registran en los países adversarios no necesariamente son propaganda por ser inventadas, aunque, por supuesto, también hay falsedades e infundios, sino por la presunción de la propia inocencia de la que parten. En el capítulo de «periodistas perseguidos» se obvia, por ejemplo, que algunos de los más grandes periodistas occidentales, como Julian Assange, o Gleen Grenwald están encarcelados o son perseguidos y amenazados judicialmente. Otros son eliminados físicamente, en Colombia son legión, pero también ha ocurrido en Estados Unidos, cuyo récord de eliminación de líderes políticos molestos es considerable. Pero parece que eso solo ocurra en Rusia y China. En Occidente, si publicas noticias inconvenientes dejas de ser periodista para ser tachado de «activista». Y eso mientras todo un coro de papanatas difunde aquí fantasías directamente creadas en las cocinas del servicios secreto británico, o por la CIA, la OTAN y sus colosales fábricas de mentiras, desde la leyenda de la intervención del Kremlin en la elección de Trump, hasta las falsas acusaciones de violador de suecas contra Assange fabricadas en la WikiLeaks War Room del Pentágono…
«Noticias falsas», sin duda…
La denuncia de «noticias falsas» y la organización de «servicios de comprobación» en los grandes medios de comunicación para pontificar sobre lo que es falso y lo que no lo es es una de las novedades más interesantes de los últimos años. Le Monde, que hace cuarenta años aún era un gran periódico y hoy publica cualquier propaganda sobre China y Rusia, creó hace poco uno de esos servicios, con un resultado de lo más ridículo. Más allá de las gamberradas que las «redes sociales» y todo su acelerado universo de estupidez digital permiten, la explicación general más convincente que encuentro a este fenómeno de denuncia de las «noticias falsas» es la siguiente: desde hace unos años los países adversarios se han dotado de medios de propaganda bastante eficaces que compiten con los occidentales. Este nuevo pluralismo de propagandas no es una panacea, pero es mucho mejor que el menú único de antes compuesto en lo audiovisual por CNN/BBC, etc, que tuvimos en la primera guerra del Golfo, aquella «guerra en directo» de la que no nos enteramos de nada. En algunos casos, hoy solo te puedes informar de cosas importantes que ocurren en el mundo, y desde luego también en los países occidentales, con medios de comunicación rusos o chinos. Precisamente por eso, la respuesta del occidente liberal es la prohibición de esos medios, congelación de cuentas bancarias, etc, como ocurre con el canal ruso de tv, RT en Alemania. Y todo eso con resoluciones del Parlamento Europeo, por ejemplo «contra la propaganda rusa». ¿Qué hay que hacer entonces con toda la propaganda hostil que los medios occidentales publican sobre Rusia y China?, ¿con los servicios de Radio Liberty o de la BBC en todas las lenguas nacionales posibles de China y Rusia y enfocados a fomentar el irredentismo desde hace décadas, o con los diarios de Hong Kong que suscriben el programa occidental contra China?
Antes existía algo que se llamaba acción diplomática, los estados dirimían sus diferencias negociando. Hoy hay una dialéctica de sanciones protagonizada por Estados Unidos y que la Unión Europea hace suya. Es una reacción al hecho objetivo de que la potencia occidental en el mundo, que sigue siendo absolutamente preponderante, ya no cuenta tanto como antes. El periodismo occidental, simplemente, se pone en línea con esa realidad y asume la agresividad que se le exige hacia el adversario. Hay un cierto regreso hacia un periodismo de guerra fría.
¿Qué es lo que más te han llamado la atención del sistema mediático español desde que volviste?
No puedo decir que lo conozca bien, pues he estado 35 años fuera, sin contacto directo, pero llama mucho la atención, por ejemplo, el nivel de omertá, de disciplinado y gallináceo silencio de la prensa de Barcelona durante las décadas de corrupción institucional de los gobiernos de Convergencia bajo el padrino Jordi Pujol. Estaban todos los medios comprados, algo sin parangón con Madrid donde había pluralismo de vasallajes. Cuando hace muchos años, Gregorio Morán hizo referencia a lo que hoy es de dominio público sobre aquello, le censuraron y nadie movió un dedo… Eso no pasaba ni durante el franquismo, ¿verdad?. Bastante triste.
Respecto a los corresponsales internacionales, ha habido una tendencia a la precarización. En Moscú en los ochenta y noventa había unos diez corresponsales españoles. La mayoría de ellos tenían contrato, un buen sueldo, les pagaban la vivienda, etc. En el Pekín de principios de este siglo, éramos unos quince o veinte periodistas españoles, pero ya solo dos mantenían las condiciones moscovitas de los años noventa, los demás eran precarios a tanto la pieza, etc. Muchos se fueron a trabajar a la televisión china o a la agencia Xinhua porque pagaban mejor que los medios españoles. A partir del 2008 en Berlín ya me quedé solo como periodista en buenas condiciones. Actualmente la precariedad se ha impuesto casi del todo, excepto en los medios públicos. Naturalmente, eso deteriora el nivel de información, pero mi impresión es que a las empresas les importa un rábano, porque quienes mandan de verdad en los periódicos no son los directores periodistas, sino los ejecutivos de la administración económica muy bien pagados para encargarse de hacer avanzar el proceso de precarización y abaratar costes. Claro que hay una situación objetiva de menos dinero, porque la caída de la publicidad y la digitalización complican las cosas, ya muy pocos compran el diario en quioscos, pero hay maneras de tener una red de información internacional propia con poco dinero. Yo formé parte de eso cuando trabajaba a principios de los ochenta como corresponsal en España de Die Tageszeitung, un pequeño diario de izquierdas de Berlín Oeste de muy pocos recursos que con el tiempo se hizo con algunos pero dejó de ser de izquierdas, ja, ja. Pagaban por pieza, pero pagaban bien, y luego tenían a un reportero volante por el mundo haciendo temas, un poco a lo que salía, como hace Andy Robinson en La Vanguardia. En esa labor de reportero global volante se iban turnando varios, y el resultado era digno: una información internacional propia e independiente del rebaño mediático, con cosas que solo podías leer allí.
¿Por qué crees que la información internacional ocupa un lugar tan escaso en los medios de comunicación españoles?
Yo casi no leo diarios españoles establecidos porque la información internacional es muy floja y la nacional me interesa poco. No por arrogancia, sino por simple economía de tiempo: por la constatación de que el futuro del mundo depende de cuestiones muy claras, como cambiar el modo de vida para hacerlo sostenible, oponerse a la guerra, a la proliferación de los recursos de destrucción masiva, atajar la desigualdad social y regional y parar el crecimiento demográfico. Nuestra «política nacional» no se plantea nada de todo eso, está muy lejos de las cuestiones internacionales cruciales. Respecto a la información, si quieres conocer las tendencias informativas, digamos «imperiales», más vale ir directamente a las fuentes anglosajonas y no perder el tiempo en sus epígonos de Madrid o Barcelona. Eso en los medios establecidos, pero me preocupa mucho más el desinterés por el mundo en los medios «alternativos». Me parecen demasiado dominados por el «comunitarismo», las cuestiones de género, raza e identidad y bastante indiferentes a las relaciones internacionales y las cuestiones de recursos. Es muy contradictorio abogar contra las injusticias con los emigrantes e ignorar los problemas de recursos, de guerra o ambientales que acentúan la emigración, por ejemplo de África hacia Europa. La justicia social, la política fiscal y los derechos del ciudadano, no son algo que pueda compartimentarse en comunidades y tribus identitarias. Esa fue la solución por la que optó cierta seudoizquierda en Estados Unidos ante la dificultad de cambiar el sistema socioeconómico y ahora se ha instalado entre nosotros, con la bobada del lenguaje inclusivo como síntoma de toda una decadencia intelectual. El feminismo y los derechos de las minorías, que son un avance de civilización, son parte del combate general por la plena ciudadanía y la igualdad social. La igualdad de género está implícita en la igualdad social, pero en la práctica, vía comunitarismo, se convierte en una especie de ersatz, de sustitutivo de consolación, perfectamente capaz de tender puentes al neoliberalismo ante la dificultad de romper con él. Cuando esa compartimentación se institucionaliza y da lugar a chiringuitos, cargos y sueldos oficiales el resultado es lamentable y da coraje a la extrema derecha. El sistema tiene una gran capacidad de integrar aquello que no le viene de frente y convertirlo en pólvora mojada… Hay que recuperar una solidaridad y una fraternidad universales que superen los compartimentos, con particular atención al imperialismo, la deuda ecológica, la renta básica universal y al decrecimiento. Me parece que fuera de eso no hay demasiada izquierda.
Desde la victoria de Trump en 2016 se habla ciertamente mucho más de China. Has disputado los lugares comunes sobre este país y su sistema político, que ahora se repiten con más intensidad si cabe.
El cambio de actitud hacia China tiene diferentes fechas. Una es 2012, cuando Obama anunció el «Pivot to Asia», es decir el traslado al Pacífico del grueso de la fuerza militar aeronaval de Estados Unidos. Hacía tiempo que en Washington se daban cuenta de que China había logrado hacer de su integración en la globalización, que era un esquema americano para someterla, un factor de fortalecimiento. Lo que ocurrió fue que el fenómeno del 11-S neoyorkino, les puso otra prioridad a la que se dedicaron toda una década con el desastre conocido. Pero una vez consumado aquello, volvieron a la idea del enemigo chino. Hasta entonces y desde la normalización de relaciones chino-soviéticas de mayo de 1989, China había gozado de treinta años de tranquilidad exterior que le permitieron concentrarse en su desarrollo. Con Trump el cambio de clima fue brusco, en especial cuando en su discurso de julio de 2020 el secretario de Estado, Michael Pompeo, apeló abiertamente al cambio de régimen en China. Pese a la inusitada división del establishment americano, la política de sanciones comerciales y presión militar contra China tiene un amplio consenso en las dos facciones del régimen de Estados Unidos. Los chinos han reaccionado con la llamada «estrategia de la doble circulación» que consiste en: énfasis en el desarrollo interno y ofensiva en innovación, reducir la dependencia y las vulnerabilidades exteriores, y al mismo tiempo una presencia aún más activa en la globalización con la Nueva Ruta de la Seda. En política exterior su respuesta defensiva tiene cuatro vectores. Hacia Estados Unidos: frenar y disminuir todo lo posible la agresividad de Washington a través de los sectores económicos que se benefician de la relación con China. Hacia Occidente en general: complicar todo lo posible la formación de un frente único contra ellos, disminuyendo todo lo posible las diferencias y pleitos con la Unión Europea y Japón. El acuerdo de inversiones de diciembre de 2020 con la UE fue un hito en ese aspecto. Hacia Asia Oriental: acelerar la integración económica, lo que se realizó con el acuerdo de la Asociación Económica Integral Regional (abreviado RCEP por sus siglas en inglés) firmado en noviembre de 2020. Se trata del mayor tratado de libre comercio del mundo. Los quince países implicados representan alrededor del 30% de la población mundial y el 30% del Producto Mundial Bruto. Es un arma muy potente para evitar que los países de la región se sumen a una alianza militar contra China, su principal socio comercial, y lo mismo ocurre con la UE para la que China también es el principal socio comercial. El cuarto vector es hacia los llamados BRIC: sacar el máximo partido de la cooperación industrial y tecnológica con las potencias emergentes, incluida Rusia, de forma que se disminuya el uso del dólar y se amortigüe la efectividad de la guerra económica y tecnológica declarada por Estados Unidos. El conjunto de todo esto es casi una obra de arte y obliga a reconocer la calidad objetiva de la política china, independientemente de la simpatía u hostilidad que pueda sentirse hacia ella.
Los chinos saben que, por iniciativa de Estados Unidos, vienen tiempos muy duros, en los que ni siquiera puede descartarse un conflicto militar, y se preparan para ello. Los nuevos poderes otorgados a Xi Jinping son del todo coherentes con esa expectativa. El mensaje que contiene la última gran producción cinematográfica china, que está teniendo récord de audiencia, La Batalla del Lago Changjin, que narra la épica victoria china de 1950 contra los americanos en la guerra de Corea, es muy significativo y debe ser leído también en este contexto.
También has desafiado la manera en que se informa sobre Rusia. ¿Cómo ves la situación en este país?
Me parece, sobre todo, determinada por la estúpida política de la Unión Europea hacia Moscú practicada en los últimos 30 años: ampliación de la OTAN hasta los arrabales de Rusia e ignorancia sistemática de los intereses nacionales de ese país. Digo europea porque aunque la iniciativa haya sido de Estados Unidos, para Washington tiene mucho sentido: la manera de continuar mandando en Europa es mantener viva la amenaza rusa y dar sentido a la OTAN. Para ello se ha estado metiendo el dedo en el ojo al oso ruso durante los últimos 30 años. Eso ha tenido consecuencias en el endurecimiento del régimen ruso que desconoce la rotación en el poder como resultado de unas elecciones. Ahí las elecciones las gana siempre el mismo poder, como en casi todas partes, pero sin ni siquiera rotación y alternancia, como en Estados Unidos, Europa e incluso en Ucrania. Y ese poder de tipo autocrático determina que la única manera de cambiar de gobierno sea con algún tipo de insurgencia, derrocándolo, o con golpes de estado, cosa que la acción occidental y la creciente oposición interna, intentan. Pero la principal contradicción de Rusia se deriva de que en los noventa el país cayó en la trampa de la globalización neoliberal, aquello que China eludió manteniendo el control político del proceso general, impidiendo la liberalización del sector financiero, por ejemplo, y poniendo toda una serie de condiciones y obstáculos infranqueables, y afirmando, en general, un sistema económico productivo, con inversiones que beneficiaban a la sociedad en su conjunto y no solo a una minoría de especuladores y rentistas. Esa diferencia es fundamental. Rusia paga un alto precio por ello. El resultado es que su élite está plenamente inserta en la red neoliberal, con sus fondos e intereses en bancos extranjeros y paraísos fiscales, lo que choca con el propósito nacional y político del estado ruso de mantenerse como un actor autónomo y soberano en la esfera internacional. Por eso, su régimen es mucho más inestable que el chino.
Rusia depende mucho de la exportación de gas y petróleo. Actualmente el precio del petróleo está subiendo mucho y Moscú se beneficiará de ello a corto y medio plazo, pero a largo plazo esos dos recursos energéticos perderán importancia en el contexto de la transición hacia las renovables y veremos qué pasa, porque su economía de magnates no es muy productiva y está mal dotada para una reconversión que libere los enormes talentos de la sociedad rusa en todos los terrenos. Mientras tanto, la actitud occidental empuja a Rusia hacia un fuerte entendimiento con China que inevitablemente será cada vez más la desigual relación del hermano mayor con el menor, papel al que Rusia no está acostumbrada. Moscú intenta compensar esa situación fortaleciendo sus relaciones con otros países asiáticos en cierta tensión con China, desde Corea del Sur a Japón, pasando por India y Vietnam, pero el desequilibrio se hará cada vez mayor. Para un régimen cuyo principal atributo es la identidad de gran potencia, esa combinación de ir a menos sin contrapartidas claras de bienestar parece inestable. A Rusia no le va el papel de subalterno. Si no fuera por la común presión occidental, la actual relación de Rusia y China no tendría lugar por lo menos en su forma actual… Y en el exterior todo son tensiones: aunque la recuperación de Crimea, como reacción al cambio de régimen propiciado por Occidente en Ucrania, salió bien y contaba con el apoyo del 80% de la población de la península, ha sido considerada un gran delito en Occidente donde al parecer consideran que tienen el monopolio en materia de cambios de frontera e invasión de países. Desde la mezcla de revuelta popular y golpe de Estado inducido por Occidente del invierno de 2014 en Kiev, Estados Unidos ha brindado a Ucrania material militar por valor de 2500 millones de dólares. Que Rusia haya tomado medidas militares contra el avasallamiento que sufre es un pecado imperdonable porque da mal ejemplo a otros y se lo quieren hacer pagar. Cada mes hay peligrosos incidentes y proximidades militares entre fuerzas rusas y de la OTAN en el Báltico, en el Mar Negro. Y lo mismo se puede decir de Siria. Esos puntos de fricción militar con la OTAN y Estados Unidos son extremadamente peligrosos porque se pueden ir de las manos. Cualquier día vamos a tener una especie de segunda versión de crisis del Caribe, y eso es muy serio. Lo mismo vale para China en el Mar de China meridional, claro.
¿Qué lugar ocupan en este orden –o desorden– mundial China y Rusia? ¿Por qué son una pieza clave y por qué tanto EEUU como la Unión Europea parecen obcecadas en mantener la confrontación en vez de potenciar la cooperación internacional?
Es una pregunta muy básica y particularmente pertinente en nuestro siglo, cuyos problemas no tienen salida sin una estrecha acción internacional concertada. La única respuesta está en la historia: Europa, de la que Estados Unidos es extensión, como región más agresiva y guerrera del planeta. Ahí está la historia de estos dos siglos de preponderancia occidental en el mundo, llenos de conflictos. Ahora cuando se vive un cierto declive del poder occidental en el mundo, la reacción es impedir por la fuerza esa emergencia del llamado mundo multipolar, con varios polos de poder llamados a concertarse si se quieren abordar los retos del siglo y evitar el desastre. Tengo pocas dudas acerca de que Occidente es el principal obstáculo para eso.
Hablando de la Unión Europea, ¿qué lugar ocupa ésta en ese orden? El consenso viene a ser que está «rezagada», que requiere cambios, etcétera, pero este discurso existe desde hace años sin que aparentemente haya modificaciones.
La Unión Europea está estancada. En parte porque es un club organizado desde la desigualdad y la estricta jerarquía que impone su fundamento más empresarial que político. Reflejado en los tratados europeos, ese fundamento es prácticamente imposible de reformar al precisar el voto aprobatorio de todos los estados miembros. Dichos estados parecen, a su vez, estructuralmente condenados a la división, a causa de los defectos del propio diseño que incrementan la división socioeconómica de la eurozona y producen una creciente desigualdad que es sobre todo consecuencia de los superávits comerciales de Alemania, su principal economía. Entre 2009 y 2018 la economía de los países del norte de la eurozona creció en conjunto un 37,2% mientras que las del sur solo un 14,6%. La crisis del Covid-19 apunta a un incremento de esas diferencias. Por otro lado, en el estancamiento influye fuertemente el sometimiento inercial de la política exterior y de seguridad europeas a la geopolítica de Washington, canalizado a través de la OTAN y de la utilización de toda una serie de países como caballos de Troya de la política exterior americana en Europa: Inglaterra antes del Brexit, pero también, Polonia, los países bálticos y otros. La falta de autonomía de la UE desemboca frecuentemente en un errático seguidismo de las directivas generales de Estados Unidos, incluso cuando esas directivas contradicen frontalmente los intereses económicos y geopolíticos europeos más esenciales.
Estos dos factores crean en Europa un enredo de gran complejidad que parece condenar a la Unión Europea a la división interna y explican sus actuales tendencias desintegradoras. El resultado convierte a la UE en una especie de gigante impotente llamado a perder el tren de la historia. En los años ochenta, la UE representaba el 30% del PIB mundial mientras que China solo el 2,3%. Hoy la UE representa el 16,7%, mientras que China ha cambiado su 2,3% de los años ochenta por su actual 17,8%.
También fuiste corresponsal en Berlín, dos veces. ¿Cómo ves la Alemania post-Merkel?
De mal en peor. El nuevo gobierno tripartido alemán, de socialdemócratas, verdes y liberales, tiene todos los números para agravar la situación. Parece que el ministro de finanzas será el presidente de los liberales, Christian Lindner, típico dogmático germano de la disciplina presupuestaria. El premio Nobel Joseph Stieglitz lo ha definido como, «un desastre que ni Alemania ni Europa pueden permitirse». La probable ministra de exteriores y líder del Partido Verde, Annalena Baerbock, es la principal abanderada del intervencionismo bélico «humanitario» y de la agresividad hacia Rusia y China. Lindner y Baerbock rondan los cuarenta años de edad y pertenecen a una generación política alemana absolutamente liberada de una reflexión por las catástrofes que el país sembró en Europa en los años treinta. Gente sin complejos, completamente ajena a lo que supuso la distensión hacia el Este y al antibelicismo de la parte mas potable de la anterior generación política alemana. Algunos socialdemócratas han coqueteado con la idea de dejar de permitir el estacionamiento de armas nucleares americanas en suelo alemán. A este respecto la semana pasada el secretario general de la OTAN, el irresponsable redomado Jens Stoltenberg, dijo que si algo así ocurre, esas armas «podrían trasladarse a otros países de Europa más al Este», es decir aun más cerca de Rusia… Tiemblo solo de pensar lo que personajes como Baerbock pueden aportar al incremento del riesgo bélico.
El último país del que fuiste corresponsal fue Francia. ¿Crees que tras la marcha de Reino Unido puede asumir un mayor protagonismo dentro de la Unión Europea? ¿O lo impiden más bien sus problemas políticos y sociales internos?
En principio sí, por una cuestión de correlación de fuerzas, pero todo depende de su evolución interna, como dices. El movimiento de los gilets jaunes, una clara protesta de los de abajo, fue lo más importante que hemos tenido en el continente en los últimos años. Sigo pensando que si en Francia no hay una revuelta ciudadana, en línea con las que su historia social ha producido tantas veces, no pasará nada en el continente. Es el único gran país que ha votado contra la UE neoliberal y hay un gran descontento resultado de la degradación socioeconómica de las últimas décadas. Lo poco que queda de gaullismo en la clase política ha sido barrido sin contemplaciones (recordemos el kompromat destapado contra François Fillon, un candidato presidencial rusófilo de la derecha que fue descabalgado en beneficio de Emmanuel Macron) y el único candidato presidencial de izquierdas, Jean-Luc Melenchon, es objeto de una campaña mediática implacable. Melenchon defiende el programa mas interesante de la izquierda europea, pero sin un fuerte movimiento social que lo apoye lo tiene crudo. Siento ser tan pesimista, pero como suele decirse: es lo que hay.
Fuente: publicado en catalán en Catarsi Magazin, visto en el blog de Rafael Poch (https://rafaelpoch.com/2021/12/13/cualquier-dia-vamos-a-tener-una-especie-nueva-crisis-del-caribe/#more-766)