Una revuelta que cambió el mundo
David Van Reybrouck
Con las elecciones presidenciales de febrero de este año, Indonesia volvió a ser noticia en la política exterior occidental por unas horas. Cuarto país más poblado del mundo, atravesado por un gran crecimiento económico, catástrofes ecológicas y nuevos conflictos sociales, Indonesia es uno de los grandes actores políticos del futuro del que se sabe poco, pero que parece estar abandonando su indiferencia ante las grandes cuestiones internacionales. El viaje del presidente Widodo a Kiev, las huelgas sindicales contra la reforma laboral, las manifestaciones multitudinarias en solidaridad con Gaza hablan, tal vez, de un cambio político que está madurando en el país.
La historia de este gigante desconocido fue contada por David Van Reybrouck. Casi diez años después del éxito internacional de Congo, el autor flamenco ha publicado una nueva e impresionante obra que se sitúa entre la ficción y la historia y que lleva por título Revolusi. L’Indonesia e la nascita del Mondo Moderno (Feltrinelli, 2023).
Van Reybrouck logró contactar a los últimos testigos supervivientes de la revolución indonesia de 1945-1949, conversó con ellos y creó un relato épico sobre los trescientos años de ocupación holandesa y la batalla del pueblo indonesio por la libertad. En opinión del autor, la revolusi [N. de la T.: «revolución» en indonesio] de 1945-1949 cambió el curso del siglo XX. Conversamos con él a propósito de las principales ideas de su libro.
Nicola Tanno
Empezaría por el subtítulo de tu libro, «Indonesia y el nacimiento del mundo moderno». Tu tesis es que la independencia de Indonesia tuvo un gran impacto internacional. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la revolusi y cómo es posible que un fenómeno tan importante (aunque solo sea por el hecho de que implicó a un inmenso número de personas) haya caído en el olvido?
David Van Reybrouck
Es una buena pregunta. Es cierto que la revolución indonesia fue un acontecimiento clave en la historia del siglo XX, pero nunca se le ha prestado la atención que merece. Creo que se debe a que aquella historia se ha tratado y recordado principalmente como «historia nacional» y no como «historia global». En Holanda el hecho se recuerda como el fin del imperio colonial; en Indonesia, como el día en que comenzó su autonomía.
Pero, por desgracia, las implicaciones internacionales de este acontecimiento han sido olvidadas incluso por la propia Indonesia. Y es realmente extraño si se tiene en cuenta que en su momento el país hizo un gran esfuerzo para que su experiencia fuera una lección no solo para el propio país, sino también para el resto del mundo. Pienso, sobre todo, en la famosa Conferencia de Bandung de 1956 [N. del Ed.: donde se reunieron los jefes de Estado y de gobierno de varios países asiáticos y africanos]. Bandung fue realmente algo así como: «Luchamos durante cuatro años y medio. Fue difícil. Pero quizá nuestro trabajo, nuestros ideales, puedan servir de inspiración a los movimientos de liberación de todo el mundo».
La segunda parte de esta historia trata sobre los colonialistas holandeses. Curiosamente, la historia del colonialismo holandés es —al menos en Europa— tan desconocida como la lucha antimperialista de Indonesia. Aunque permanecieron en el archipiélago durante 300 años, los holandeses no dejaron mucho legado, empezando por la lengua, que se perdió casi por completo. Además, las relaciones entre ambos países, aunque cordiales, no son especialmente sólidas. Antes y durante la revolusi, Holanda fue culpable de enormes crímenes contra la población del archipiélago. ¿Cómo analiza hoy este país su pasado colonial?
Creo que la forma en que los holandeses ven el pasado colonial ha cambiado drásticamente en los últimos cinco años. Hasta hace poco se le prestaba muy poca atención, pero en los últimos años hemos asistido a una aceleración de la «descolonización de las mentes» holandesas. Recuerdo que cuando estaba terminando mi libro leí un estudio de la empresa británica YouGov en el que se preguntaba a los ciudadanos si estaban o no orgullosos de su pasado colonial. Pues bien, resultó que los habitantes de Holanda eran los más orgullosos de su imperio. Y creo que la razón de ello radica en que el discurso público sobre el colonialismo y la guerra en Holanda fue realizado en gran medida por los propios holandeses.
El número de indonesios en Holanda es muy reducido, mientras que, entre soldados y civiles, en la década de 1950 vivían en Indonesia alrededor de medio millón de holandeses. A lo largo de los años hubo intentos de hacer oír voces diferentes, pero fueron acalladas agresivamente, no por una mayoría, y para nada silenciosa, sino más bien ruidosa, formada por antiguos colonizadores y soldados. Por tanto, la demografía ha tardado muchos años en cambiar la forma de contar esta historia, y ahora nos encontramos en un punto de inflexión. En general, creo que siempre es muy doloroso para la generación implicada en el colonialismo admitir que ha estado en el lado equivocado de la historia.
Mientras trabajaba en mi libro Congo, una vez me encontré con un veterano de la colonia belga que, con total sinceridad, me dijo: «No lo entiendo. En los años 50, cuando fui al Congo, lo que hicimos se veía como algo positivo, y ahora se ve como algo negativo». Esto demuestra cómo ha cambiado la perspectiva del colonialismo. Es muy interesante, porque en realidad creo que también había mucho idealismo individual, y hoy tendemos a olvidarlo. Pero el idealismo individual obviamente tiene que enmarcarse dentro de la explotación sistemática. Son fragmentos de entusiasmo en un sistema de explotación, ocupación y dominación.
El símbolo de esta historia es sin duda la figura de Sukarno, líder del movimiento independentista y presidente del país durante 20 años. Sin embargo, es difícil hacer un balance coherente. Colaborador de los japoneses, amigo y enemigo de los estadounidenses, violento represor de los comunistas en Madiun en 1948 y luego su estrecho aliado hasta el final, cuando fue depuesto y sometido a arresto domiciliario. ¿Cuál es el papel de Sukarno en el siglo XX?
¡Qué pregunta más sencilla! Sukarno, desde luego, es una figura importante en términos de historia global, pero su carrera abarcó casi tres cuartas partes del siglo XX, por lo que ha cambiado de forma. Y la opinión que la gente tenía de él también cambió radicalmente.
Los colonizadores holandeses lo veían como una manzana podrida y peligrosa (que estropeaba la cesta de manzanas felices del pueblo indonesio). Al principio, en los años 30, les preocupaba su cercanía a la izquierda. Luego, de repente, durante la ocupación japonesa, los holandeses pensaron que Sukarno estaba muy cerca del fascismo. Luego llegaron los estadounidenses, que pensaron: «No, en realidad está en contra del comunismo. Es nuestro amigo». Eso en 1948. Pero en los 50 se irritaron porque era demasiado comunista para el gusto americano, y por eso lo eliminaron en 1965 con el apoyo de la CIA. A los estadounidenses les parecía preferible un régimen militar de derechas y actuaron en consecuencia.
El hecho es que para entender a Sukarno hay que conocer el contexto indonesio, donde se estaban formando los movimientos políticos del periodo colonial. Había tres movimientos principales. Estaba el Islam político; estaba el comunismo, el marxismo, el socialismo… todo tenía el mismo trasfondo. Y luego estaba el nacionalismo. Y estos tres movimientos no son totalmente distintos. La religión no era necesariamente el opio del pueblo. Muchos marxistas indonesios eran también musulmanes y muchos exponentes del Islam político eran nacionalistas. Así que hay mucho solapamiento entre estos movimientos. Y Sukarno es la encarnación misma del tercer movimiento, el movimiento nacionalista. El Islam político se hizo importante en la década de 1910. El movimiento de izquierdas adquirió importancia en los años 20 y el movimiento nacionalista adquirió verdadera importancia en la época de Sukarno.
Pero Sukarno se dio cuenta muy pronto de que, para tener un impacto importante y liberar a Indonesia, tenía que fusionar las tres corrientes de pensamiento político, y eso hizo. Porque, en general, todos estos movimientos luchaban por la emancipación, y la emancipación se consideraba nacionalista. En este sentido, creo que para Sukarno el nacionalismo era el ideal número uno. En cuanto a la economía, tenía una posición bastante de izquierdas, pero no tanto como, por ejemplo, Sutan Shahrir [N. del Ed.: Primer Ministro entre 1945 y 1947]. También desarrolló su propia versión del socialismo, llamada marhaenismo, dirigida a los pequeños agricultores. Pero todo esto era secundario respecto a la motivación principal de la liberación nacional.
Luego, en términos psicológicos, Sukarno podría definirse de muchas maneras: carismático, inteligente, estratégico, llamativo, divertido, vanidoso, molesto, a veces irritante, egoísta. Y también mujeriego. Le encantaba la buena comida y también la buena compañía. Se casó varias veces. Era uno de esos extravagantes tipos mujeriegos de mediados de siglo, como había muchos en aquella época. Pero en un momento dado, a finales de los años veinte, fue encarcelado. Era un hombre fuerte y viril y, sin embargo, durante este encarcelamiento escribió cartas a la administración colonial holandesa en las que, absolutamente de rodillas, suplicaba su liberación. Y prometió que nunca más volvería a ser políticamente activo. Puedes ver una actitud muy diferente a la de Sukarno frente a su multitud. Quiero decir, era un orador increíble, pero también era el tipo de persona que es genial mientras tenga un público que le escuche. Y cuando se encontró en una celda, perdió mucha de su fuerza.
La Conferencia de Bandung es quizá el momento más importante de Sukarno en la política internacional. En tu texto estableces una sorprendente conexión entre el nacimiento del Movimiento de Países No Alineados y el surgimiento de la Comunidad Económica Europea.
Sí, es un argumento que tomo de Peo Hansen y Stefan Jonsson, autores de Eurafrica. Han demostrado que el origen de la Unión Europea no es tan poscolonial como se quiere pensar. A menudo se presenta la historia europea como si tras la Segunda Guerra Mundial se hubieran acabado los imperios coloniales y los Estados miembros quisieran iniciar un nuevo proyecto y trabajar juntos, como si hubiera una cesura, una separación, una ruptura histórica entre la era del colonialismo y la era del europeísmo. Esto no es así en absoluto.
En 1954-55, el proyecto europeo era muy débil. Tras el nacimiento de la República Checa, la defensa europea fue torpedeada por los franceses en 1954 y todo el proyecto de unificación europea se detuvo. Pero en 1955, un año después, se celebró la Conferencia de Bandung, cuyo nombre oficial era Conferencia Asia-África. Los europeos, al igual que los estadounidenses, se pusieron muy nerviosos porque temían que esta hermandad de los pueblos de Asia y África arrebatara África a las colonias restantes. Y este temor se hizo realidad un año después, en 1956, con la crisis de Suez, cuando el presidente egipcio Nasser, que había estado en Bandung, decidió nacionalizar el Canal de Suez, que aún estaba en manos francesas y británicas. Esto sí que generó pánico.
Como es bien sabido, Francia y Gran Bretaña decidieron atacar Egipto, con el apoyo de Israel, pero entonces los estadounidenses decidieron que no apoyarían esta tardía intervención colonial de las potencias europeas en Egipto. Hay una anécdota muy interesante en el libro. En el momento en que el presidente estadounidense Eisenhower telefoneó al primer ministro británico Eden, prácticamente lo «abofeteó» por esta intervención militar. Entonces tuvo que llamar a su colega francés Mollet para decirle que debían detener la intervención militar. En ese momento, Konrad Adenauer, el canciller alemán, estaba en la habitación con Mollet, y tras oír la llamada telefónica le dijo a su colega: «De acuerdo, ahora haremos Europa».
La cuestión era cómo continuar con el colonialismo en una era poscolonial. Francia, Holanda y Bélgica aún tenían colonias, y los largos debates sobre el Tratado de Roma versaron sobre qué hacer con las colonias africanas, cómo asociar las colonias africanas al proyecto europeo que perseguían. Sin la Conferencia de Bandung de 1955 y la Crisis de Suez de 1956, no habría habido Tratado de Roma en 1957.
El Partido Comunista Indonesio (PKI) aparece y desaparece a lo largo de esta historia, siendo severamente purgado en varias ocasiones. Una vez, en 1926, a manos de los holandeses tras un intento de insurrección; una segunda vez a manos de Sukarno, en 1948, y una tercera por parte de Suharto en 1965. ¿Cuál fue el papel del PCI en la construcción de la nación? Después de tantos años, ¿se le reconoce o sigue existiendo en el ostracismo?
Hoy en día, en Indonesia apenas se reconoce la importancia del PKI en la historia del país. Al contrario, todo lo que se considera progresista se mira con extrema suspicacia. La Indonesia actual a veces me recuerda un poco a la América de los años 50, donde la religión es muy importante, el consumo es importante y el nacionalismo es importante. Y existe esta forma de macartismo extremo en la que se mira con mucha suspicacia a las personas que se autodenominan de izquierdas. Todo esto tiene que ver con la forma en que se reformuló la historia nacional después de 1965.
Sin embargo, si nos fijamos en las décadas anteriores, veremos que el PKI fue el principal partido comunista de Asia. Fue fundado por jóvenes, a menudo procedentes del Islam político, pero convencidos de que era necesario un movimiento más radical. Se inspiraron e incluso infiltraron en su grupo a alguien como Henk Sneevliet, un comunista holandés que creo que es quizá la persona más influyente de su país en el siglo XX. Solo en Occidente se ha pasado por alto su papel. Desempeñó un papel increíblemente importante en Indonesia, creando sindicatos y fundando el Partido Comunista, para luego ser expulsado por las autoridades coloniales, irse a China y hacerse muy amigo de Mao.
El PKI se hizo grande, pero nunca tuvo el atractivo que tuvo el Islam político, principalmente porque, poco después de su nacimiento, decidió optar por una revolución, en 1926. Incluso Stalin pensó que era demasiado pronto, que los comunistas indonesios estaban demasiado a la izquierda. Los holandeses hicieron todo lo posible contra los comunistas insurgentes, pero, no obstante, durante varios meses el país estuvo agitado y aquella revuelta tuvo gran influencia. En las islas de Java y Sumatra, la rebelión no fue sofocada hasta varios meses después.
A lo largo de los años, Indonesia ha pasado de un gran activismo internacional a una fuerte cerrazón. ¿Cómo explicas este retroceso? ¿Está relacionado, en tu opinión, con la destrucción total de la izquierda?
En los años 40 y 50, con el conflicto por la independencia y la Conferencia de Bandung, Indonesia formaba parte de un movimiento internacional. Toda la generación de independentistas estaba inmersa en una red de contactos con el resto del mundo. Conocían a europeos, había contactos con Gandhi, Nehru, con gente de Egipto, con gente de Arabia Saudí. Tenían muy buena reputación. Podría pensarse que era extraño que sean nacionalistas y a la vez internacionalistas. Pero lo que en realidad creían era que para liberar su propio país, debían inspirarse y apoyarse en otros. Existía una red internacional informal, eso es lo que intenté destacar en mi libro. No se trataba solo de luchar contra los holandeses.
Esa generación terminó en 1965, cuando el golpe militar tomó el poder. La nueva generación de indonesios ya no tuvo la oportunidad de viajar y ya no hablaba ninguna lengua extranjera. Me impresionó mucho observar que las personas mayores a las que entrevisté hablaban muy a menudo tres, cuatro, cinco lenguas diferentes, mientras que los jóvenes indonesios de hoy solo hablan una lengua, el indonesio. La visión global de la generación nacida en la época colonial era más amplia, con más conciencia de lo que ocurría internacionalmente.
En la cultura indonesia había personalidades como Pramoedya Ananta Toer, que podría haber ganado el Premio Nobel de Literatura, un gran pintor como Affandi… Después, los treinta y dos años del régimen de Suharto tuvieron un grave impacto en la expresión creativa. Sin embargo, ahora está resurgiendo una nueva generación de intelectuales realmente interesantes.
Pocas décadas después de sufrir los crímenes de los imperialismos holandés y japonés, Indonesia fue culpable de crímenes igualmente graves en Timor Oriental, Papúa Occidental y Aceh. ¿Cómo es posible que un país forjado en la lucha antimperialista haya adoptado un comportamiento similar al de los imperios coloniales a los que se opuso?
Es deplorable y bastante increíble. Es un enfoque que recuerda al colonialismo japonés, que siguió al colonialismo holandés, y que influyó principalmente en las élites políticas. Había y hay una tendencia a querer mantener unido este enorme archipiélago, incluso aquellas partes que nunca habían formado parte de las Indias Holandesas, como Timor Oriental, que era portugués. Y en los años 60 vimos un despliegue militar similar en la isla de Borneo, para tomar Sarawak, la parte británica.
Es una actitud motivada por una dinámica del pasado. Como el puzzle está casi completo, nos gustaría añadir las piezas que faltan. En cuanto a las regiones que forman parte de Indonesia y han tenido o tienen movimientos independentistas, como Papúa, se podrían utilizar herramientas como la educación, los medios de comunicación, la lengua, para mantener unido el archipiélago. Por desgracia, en lugar de eso, Indonesia no ha dudado en utilizar la violencia.
Últimamente sueles relacionar la actualidad del colonialismo y la crisis climática. ¿Podrías ampliar más sobre este punto?
Me refiero a la colonización del presente y del futuro. Creo que el cambio climático es profundamente colonial. Si miras el mapa mundial de los países más responsables y más vulnerables del cambio climático, es como una copia del mapa colonial de 1914. Los países más responsables de la crisis climática son las economías establecidas, las economías capitalistas de las zonas templadas de los hemisferios norte. Y las zonas más afectadas son los trópicos y el Ártico. Y especialmente los trópicos, donde vive mucha gente, son las primeras víctimas de un cambio climático que no han provocado ellos mismos.
El think tank Carbon Brief calculó que si se incluyen las emisiones históricas y coloniales, el país más responsable de las emisiones en proporción a su población es Holanda. Trescientos años de presencia en Indonesia han provocado una intensa deforestación y desarrollo industrial y una inmensa cantidad de CO₂, sobre todo teniendo en cuenta el pequeño tamaño del país. Esto también es colonialismo.
[*] Esta entrevista fue publicada originalmente por Jacobin Italia.
Nicola Tanno es licenciado en Ciencias Políticas y Análisis Económico de las Instituciones Internacionales por la Universidad La Sapienza (Roma). Ha publicado <i>Tutta colpa di Robben</i> (Ensemble, 2012). Desde hace años vive y trabaja en Barcelona.
Traducción: Florencia Oroz
Fuente: Jacobin lat, 6-6-2024 (https://jacobinlat.com/2024/06/06/una-revuelta-que-cambio-el-mundo/)
Imagen de portada: Revolusi. L’Indonesia e la nascita del Mondo Moderno (Feltrinelli, 2023)