Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Seis ensayos de un gran historiador

Salvador López Arnal

Gerald Holton, Ciencia y anticiencia. Nivola Libros ediciones, Madrid 2002. Traducción de Juan Luis Chulilla y José Manuel Lozano-Gotor, 220 páginas.

 

Gerald Holton estudia con pasión y autoridad el papel de la ciencia en la cultura occidental, así como la necesidad de la razón y el conocimiento para que la humanidad tenga futuro.
Stephen Jay Gould

Ciencia y anticiencia reúne seis ensayos de Gerald Holton publicados previamente entre 1989 y 1992 en revistas académicas de epistemología, historia y sociología de la ciencia de la importancia de Isis, Archives internationals d´Histoire des Sciences o Public Understanding of Science. Su autor es profesor de Física y de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard. Forma parte del comité editorial que trabaja en la publicación de las obras completas de Einstein y es autor, entre otros importantes ensayos, de Los orígenes temáticos del pensamiento científico: de Kepler a Einstein y de Einstein, historia y otras pasiones

En el mismo prefacio de este libro (pp.11-12), Holton señala las líneas conductoras de sus trabajos: ¿qué distingue a la buena ciencia? ¿Qué objetivo, si lo hubiera, se revela como fin propio de toda actividad científica? ¿Qué autoridad pueden reclamar para sí los científicos?

En el primer ensayo -”Ernst Mach y los avatares del positivismo”- Holton reconstruye el proceso por el que la consideración decimonónica sobre cómo debía ser la buena ciencia, que cristalizó fundamentalmente en la obra de Mach -como se sabe muy poco considerado y un poco menos entendido por Lenin en su Materialismo y Empiriocriticismo- llegó a influir en el pensamiento de científicos y filósofos del siglo XX como William James, Skinner, Philipp Frank, Bridgman, Neurath o Quine. Destaca en este artículo su aproximación al Círculo de Viena (pp.36-44) y las páginas finales (pp.49-54) en las que Holton responde a la interesante cuestión de por qué las universidades de EE.UU. se convirtieron, durante el segundo tercio del siglo XX, en un nuevo y hospitalario hogar para los sucesores europeos del positivismo decimonónico.

En el segundo trabajo -”Más sobre Mach y Einstein”- se nos ofrecen algunos detalles sobre la influencia que el primero ejerció sobre el segundo durante su período más creativo y se muestran las razones que movieron a Mach a oponerse, a partir de 1913, a la teoría de la relatividad einsteiniana. Holton presenta su conclusión en los términos siguientes (pp.84-85):

“(…) El refrendo de Mach a la versión de la teoría de la relatividad presentada por Petzoldt es una prueba concluyente de su ignorancia acerca del estado en que la teoría se encontraba por aquellas fechas. En resumen, la acumulación de pruebas hace, desgraciadamente, que pierda toda importancia quién escribió la recusación de la teoría de la relatividad supuestamente redactada por Mach en julio de 1913. Tanto si pretendía aceptarla como si lo que quería era rechazarla lo cierto es que, para aquel entonces, Mach ya no la comprendía”.

El tercer capítulo presenta una muy sutil aproximación de Holton, a propósito de la teoría cuántica y de la relatividad, al papel de la retórica en las discusiones científicas, con penetrantes y originales metáforas. Su posición queda resumida en los términos siguientes:

“Una publicación científica no consiste sólo en la presentación que el autor hace del resultado de su lucha contra los secretos de la naturaleza (…), sino que también puede ser considerada como el registro de un diálogo que se desarrolla entre distintos actores, cuya interacción es lo que da forma al escrito” (p. 93).

De esta forma, un ensayo científico tendría cierto aire de familia con el guión de una obra de teatro en la que aparecieran distintos personajes y en la que cada uno de ellos desempeñara un papel central de cara al resultado dramático de la obra en su totalidad. De este forma, cada teoría científica prepararía un escenario para una forma futura de ciencia muy diferente de la que propone la teoría rival, “un escenario futuro en el que un nuevo grupo de personajes podrá representar sus propios actos en un drama interminable” (p.119).

El capítulo 4º se centra en el surgimiento de un tercer modelo de investigación científica, superador de las limitaciones que representan actualmente para nuestras necesidades las clásicas aproximaciones baconiana y newtoniana, nueva línea de reflexión que, según Holton, tiene sus raíces en la visión de la ciencia de Thomas Jefferson. Este estilo de hacer ciencia “concentra su investigación en un área de la que no se tienen conocimientos científicos básicos y que constituye el núcleo de un problema social” (p.133). En opinión de Holton, este programa de búsqueda, esta línea de desarrollo científico todavía está pugnando por pasar a un plano destacado pero “la historia de la ciencia del siglo XX ofrece indicios suficientes de que tales esfuerzos continúan” (p.140).

En el capítulo siguiente, se nos presenta un sucinto resumen de la controversia sobre el final de la ciencia, con una excelente aproximación crítica a la obra de Oswald Spengler, La decadencia de Occidente (pp.150-156). Frente a esta pesimista perspectiva sobre la evolución de la ciencia, la posición de Einstein que Holton presenta, sostiene que el devenir científico es un programa que “está presidido por un objetivo hacia el cual se avanza, pero que carece, en futuro inmediato, de final previsible” (p.159), siendo una actividad propia de individuos que sean capaces de combinar de forma adecuada tanto la racionalidad lógica como la intuición, en contra de la opinión de Spengler y de muchos irracionalistas que las consideran incompatibles. En resumen, señala Holton en línea con Einstein, “la ciencia es la movilización de todo el espectro de nuestros talentos y anhelos al servicio de la elaboración e imágenes del mundo cada vez más precisas” (p.159).

Finalmente, el capítulo sexto, tal vez el ensayo más importante de los recogidos en el volumen, se centra en el fenómeno de la anticiencia. Los motivos de la preocupación de Holton tienen una neta densidad política:

“Como voy a demostrar la historia nos ha enseñado ya repetidas veces que el descontento con la ciencia y con la imagen del mundo a ella asociada pueden convertirse en un odio visceral que sintoniza con movimientos mucho más siniestros” (p. 170).

Ello no es obstáculo para que Holton no reconozca algunas de las legítimas motivaciones morales e incluso teóricas que están detrás de algunos de estos planteamientos anticientíficos, al mismo tiempo que defiende apasionadamente una concepción de la ciencia que la aleje de cualquier consideración elitista y privatista y la aproxime adecuadamente a la ciudadanía. En síntesis, un uso público de la razón científica.

Merecen especial recomendación las páginas dedicadas por Holton a la modernidad (pp. 185-196), donde su maestría de historiador y sociólogo brillan en todo su esplendor, así como su preciso comentario del discurso que Václav Havel impartió en el Foro Económico de Davos en 1992 (pp.197-199).

Así pues, Holton, al igual que hiciera en sus varias aproximaciones a la vida y obra del científico más grande del siglo XX, nos alerta sobre algunas aristas de la concepción neoromántica a la ciencia, aproximación que sigue plenamente vigente y que sostiene, sin matices sofisticados, que la ciencia, y el poder de destrucción que afirma le es consubstancial, es una de las causas últimas de todos nuestros males sociales, señalando la necesidad de que esa fría razón instrumental, insensible y cosificadora sea sustituida por “formas superiores de conocimiento”, del estilo de la cosmovisión de la New Age y sistemas afines. Holton muestra convincentemente, por el contrario, cómo la mejor ciencia se apoya en grandes saltos intuitivos de la imaginación, adecuadamente controlados, y cómo el conocimiento científico es, en última instancia, la expresión creativa, nada mecánica, de tradiciones no sólo presentes en lo que llamamos sin precisión “civilización occidental” sino en otras culturas de decisiva importancia en la irrupción y desarrollo de la ciencia moderna. Además, como se señalaba, comenta con rigor e información infrecuentes, y sin sectarismo alguno, consideraciones críticas ante el hecho social de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas.

Los traductores, que tal vez han olvidado algún artículo castellano en algunos pasajes, han tenido la gentileza de acompañar los trabajos reunidos en este ensayo, especialmente el capítulo sexto, con notas que en absoluto desentonan con el texto comentado.

Holton finaliza sus análisis con una sentida y alarmante prognosis (p.205):

“(…) En resumen, la prudencia aconseja considerar los sectores comprometidos y con ambiciones políticas del fenómeno de la anticiencia como un recordatorio de la bestia que dormita en el subsuelo de nuestra civilización. Cuando despierte, como lo ha hecho una y otra vez durante los siglos pasados y como sin duda volverá a hacerlo algún día, nos hará saber cuál es su verdadero poder”.

¿Estaría apuntando Holton acertadamente a ese sector poderosísimo de la sociedad americana, próxima, muy próxima, al fundamentalismo cristiano de extrema derecha, que critica con la mano izquierda en el corazón la deshumanización de la sociedad por la ciencia, cree e impone educativamente el creacionismo y dislates afines, y con el puño metálico de la derecha no tiene ningún rubor, ni límite en su júbilo, en machacar con la última tecnología militar territorios y poblaciones? La bestia del subsuelo occidental ha vuelto a dar sus zarpazos mortíferos.

Salvador López Arnal

 

 

Nota: Esta reseña se publicó en la revista El viejo Topo nº 181, 2003; 181: 94-95

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