Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista a Augusto Zamora R. sobre Malditos libertadores

Salvador López Arnal

Augusto Zamora R., ex embajador de Nicaragua en España, ha sido profesor de Derecho internacional público y Relaciones internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido, asimismo, profesor en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, además de profesor invitado en distintas universidades de Europa y América Latina. Fue director jurídico del Ministerio del Exterior y jefe de gabinete del ministro del Exterior de 1979 hasta 1990. Formó parte del equipo negociador de Nicaragua en los procesos de paz de Contadora y Esquipulas, desde su inicio hasta la derrota electoral del sandinismo en 1990. Abogado de Nicaragua en el caso contra Estados Unidos en la Corte Internacional de Justicia, ha participado en numerosas misiones diplomáticas. Miembro de número de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, ha colaborado, tanto en España como en Iberoamérica desde hace más de una década, en diarios como El Mundo o Público y revistas como Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global. Entre sus obras cabe destacar El futuro de Nicaragua (1995; 2.a ed. aumentada, 2001), Actividades militares y paramilitares en y contra Nicaragua (1999), El derrumbamiento del Orden Mundial (2002), La paz burlada. Los procesos de paz de Contadora y Esquipulas (2006), Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos (2016; 3.a ed. aumentada 2018) y Réquiem polifónico por Occidente (2018).

 

Mi enhorabuena sobre su nuevo ensayo. Pocos libros tan rompedores y tan críticos como el suyo.

Muchas preguntas posibles, le formulo las más esenciales. Sobre el título de su libro: Malditos libertadores. ¿De qué libertadores (deificados nos dice en algún  momento) nos habla? ¿Por qué malditos?

De los únicos que en Hispanoamérica reciben tal distinción. Bolívar, San Martín, O’Higgins… Malditos porque condenaron a nuestros países al subdesarrollo y a la dependencia e intervención extranjera. La raíz de esas calamidades hay que buscarlas en el periodo que va de 1810 a 1830, que marcarán a fuego a los países. Una de las mayores distorsiones históricas de la región es desligar a los llamados libertadores –que procedían casi todos de la casta criolla oligárquica- de las barbaridades perpetradas por dicha casta antes, durante y después de las independencias. Pero no era así. Eran los mismos y la responsabilidad en aquellas barbaridades la comparten totalmente los ‘libertadores’. La misma izquierda ha caído en esa trampa, atándose ella misma a tal deformación histórica.

Por demás, el título es inspiración del ‘Réquiem’ de Mozart:

Confutatis maledictis                         Rechazados ya los malditos
Flammis acribus addictis                   Y entregados a las crueles llamas
Voca me cum benedictis                    Llámame con los benditos

Pues no está nada mal inspirarse en el Réquiem mozartiano.

El subtítulo de su ensayo: “Historia del subdesarrollo latinoamericano”. ¿Qué abarcaría aquí ‘latinoamericano’? ¿Desde México hasta la Patagonia, sin exclusiones? ¿No hay diversidad de subdesarrollos (y desarrollos) en un territorio tan amplio?

Hay niveles distintos de subdesarrollo, obviamente, y unos países, andando el tiempo, se han hecho un poco menos dependientes que otros, pero no hay un solo país latinoamericano que pueda considerarse ‘desarrollado’. Son, sin excepción, países de economías dependientes, exportadores de materias primas y ajenos al desarrollo científico y técnico. En algunos países, como Brasil, México o Argentina, hay islas o islotes de ciencia, pero son tan reducidos que no tienen mayor impacto en sus países. En realidad, la espina dorsal de las economías latinoamericanas sigue atada al latifundio y a la exportación de materias primas, lo que determina que sus economías sean rehenes de factores externos, como la demanda en los mercados internacionales o la manipulación de precios por gobiernos o conglomerados de países ricos.

 Afirma usted en su “Introito sin música” que Malditos libertadores es un esfuerzo sostenido (¡de 30 años nada menos!) para intentar encontrar respuestas a una pregunta: “¿por qué, después de más de dos siglos de independencia, sigue Latinoamérica atada al subdesarrollo y el atraso?”. Le cito: “Los grupos dominantes que tomaron el poder en los países recién creados, estuvieron más pendientes de satisfacer al poder extranjero y defender sus intereses de clase que preocupados por crear Estados fuertes y pueblos educados y felices”. ¿Por ahí van los tiros? ¿Por ahí va su respuesta?

Me ha llevado media vida liberarme de la mitología oficial presentada como historia. Ha sido un proceso lento, como ir saliendo de un túnel con las uñas. Aunque en Centroamérica no hubo libertadores de ninguna clase, nos educan en una, digamos, ‘mitohistoria’, que es común en los países de la región, constante, permanente y aplastante. “Los libertadores nos libraron del yugo de España”, “la independencia la mayor epopeya de nuestra historia”, “los libertadores son los más grandes héroes que la historia haya visto”, etc. A izquierda y derecha la maquinaria ideológica es aplastante. Así que tragué ese discurso media vida dándolo por válido, porque es un dogma. No se puede dudar de él. Empecé a poner en tela de juicio la mitohistoria a principios de los 90, se hizo certidumbre iniciando el 2000 y hace más o menos tres años había completado los últimos –quizás penúltimos- elementos sobre los que abordar el tema con rigor y sin demagogia. Las oligarquías crearon los Estados sobre un discurso indudablemente exitoso, que les ha permitido seguir dominando los países, gracias en buena parte a que la izquierda hizo suya la mitohistoria y, de esa forma, ha contribuido tanto a la confusión ideológica como al fortalecimiento y vigencia del discurso oligárquico. Esa confusión explica, por ejemplo, que el presidente López Obrador haya pedido a España disculpas por los indígenas, lo que fue respondido por organizaciones indígenas mexicanas diciendo que primero tenía el Estado mexicano que pedir perdón por lo que le habían hecho y seguían haciendo a los indígenas. Y así, un hilo interminable de contradicciones, incoherencias y vacíos ideológicos. Por demás, entendamos que todos los países forman su identidad sobre mitohistorias. Crean héroes, batallas, episodios y les dan una explicación que rara vez tiene que ver con la realidad.

¿Y por qué cree usted que la izquierda (no solo la latinoamericana) ha caído y sigue cayendo en esta mitohistoria? Izquierda y mito histórico no casan, no deberían casar bien.

Hay que tener en cuenta que, en Latinoamérica en general, las ideas de izquierda, tal y como las conocemos ahora, llegan tardíamente, casi con el triunfo de la revolución cubana, en 1959. Durante el siglo XIX y la primera mitad del XX las luchas y guerras civiles se dan entre liberales y conservadores, siendo unos representantes de la línea oligárquica más progresista y los otros, de la oligarquía más rancia. Mariátegui, en Perú, es casi el único pensador marxista que produce nuestra región. También es preciso entender que, en el siglo XIX, el imperialismo británico y las oligarquías castraron todo tipo de pensamiento crítico. También que, desde inicios del siglo XX, el intervencionismo de EEUU coarta todo tipo de pensamiento y las fuerzas progresistas orientan su esfuerzo a luchar contra el imperialismo estadounidense, como ocurre en Nicaragua con la guerra heroica de Sandino. En esas circunstancias, la mitohistoria se consolida por sí sola, pues las circunstancias no favorecen debates de fondo sobre la historia regional. Es así que muchas fuerzas de izquierda hacen un batiburrillo de la lucha antiimperialista contra EEUU y el periodo colonial, sin entrar a discernir lo que fue la una y lo que fue el otro.

El discurso que se adopta desde la izquierda es un poco este: España fue un imperio que conquistó América y expolió sus riquezas y asesinó y explotó a los indios; los ‘libertadores’ derrotaron al imperio español, luego, los libertadores son lo más grande del mundo y debemos elevarlos a los cielos.

En suma, el imperialismo yanqui es igual al español y viceversa. No hay referencias al imperialismo británico, ni análisis sobre el modelo neocolonial que imponen, ni, menos, interés por conocer lo que fue realmente el periodo colonial.

Es obvio que los mitos y la izquierda no casan, pero en Latinoamérica sí. Aún hoy seguimos huérfanos de análisis verdaderamente de izquierda, lejos de los tópicos de la mitohistoria que sigue coartando los análisis.

 ¿No hay en su libro una defensa demasiado generosa de las prácticas en América Latina del Imperio español (incluso de la historia interna de España: mucha menor persecución de la “brujería”, heroísmo en la guerra de Independencia,…)? ¿La llamada Leyenda Negra sería entonces, como algunas voces afirman, una leyenda interesada de otros Imperios mucho peores? ¿Dónde quedan entonces las consecuencias negativas del dominio español durante más de tres siglos: el atropello, la opresión, el robo sistemático, las matanzas, incluso el genocidio según algunas voces de izquierda?

Hay cuestiones tan deformadas en este tema que hasta dan vergüenza. Empecemos por aclarar qué entender por ‘españoles’. Durante la colonia, españoles éramos todos. Tan así que, aún hoy, en Nicaragua, la gente del Caribe sigue llamando españoles a los habitantes de las regiones centrales y del Pacífico del país. Los descendientes de los españoles de la colonia somos nosotros, no los españoles peninsulares, que esos se quedaron aquí. Lo bueno y lo malo que se hizo durante 300 años lo hicieron nuestros antepasados y también la población mestiza y parte relevante de dirigentes indígenas. Una de los hechos más ocultados es que, ciertamente, criollos y peninsulares detentaban el poder político y económico, pero la espina dorsal del poder colonial descansaba en los mestizos y en los pueblos indígenas españolizados. Las invasiones inglesas del siglo XVIII fueron derrotadas, de Cuba a Buenos Aires, por ejércitos reclutados entre la población de las provincias hispanas. Ejércitos formados por criollos, mestizos, mulatos, indígenas y negros. España nunca tuvo ejércitos de ocupación, como tuvieron las potencias coloniales en los siglos XIX y XX. Hidalgo y Morelos, en la Nueva España, fueron combatidos, vencidos y fusilados por ejércitos de mestizos e indios comandados por criollos.  Tampoco hubo ningún genocidio –otra mentira atroz-, sino una tragedia humana provocada por enfermedades como la gripe o la viruela. Los pueblos indígenas, al haberse separado del resto de la humanidad 40.000 años atrás, no habían desarrollado resistencia a esas y otras enfermedades. Miremos lo que está causando, en este siglo XXI, con todo el avance en prevención de enfermedades y medicinas, el coronavirus, e imaginemos luego lo que eran las pestes en el siglo XVI, cuando se ignoraba todo de ellas. Así tendremos una visión más cabal del tema.

Lo cierto es que el Imperio Español estaba más próximo al romano, en su visión y estructura, que a los imperialismos brutales del siglo XIX. Ningún imperio europeo se preocupó por los pueblos vencidos, lo que sí hizo España. Universidades, hospitales, derechos básicos fueron abiertos a los pueblos indígenas. Tras la independencia todos esos derechos fueron borrados de golpe por las oligarquías; pero eso no debe decirse. Es hoy y todavía no puede decirse. Hay que repetir como loros lo del ‘robo’ del oro y la plata y omitir las magníficas ciudades construidas –muchas de ellas hoy patrimonio de la humanidad-, la revolución que supuso para los indígenas la introducción del arado, que elevó drásticamente el rendimiento de los cultivos, disponer de animales de carga como bueyes y caballos o la inyección de proteínas que significó la llegada del cerdo y la gallina o la transformación que implicó la introducción de la escritura y los números. Menos todavía hablar del surgimiento de un mundo nuevo, que se creó durante la colonia. Dedico un capítulo de mi libro a develar la realidad de lo que pasó con los pueblos indígenas después de las independencias.

Antes hablaba de ello pero le recuerdo de nuevo la petición de un presidente de izquierdas, el mexicano López Obrador: exigió disculpas públicas a la Monarquía parlamentaria española por lo sucedido durante el “descubrimiento”, durante la invasión y dominio de hace ahora más de 5 siglos. Desde su punto de vista, ¿fue razonable esa petición? ¿Tiene algún sentido?

No sólo López Obrador. También Fidel Castro, Hugo Chávez y otros grandes líderes. Poetas magníficos como Neruda, que era comunista, o mi admirado Eduardo Galeano. Es resultado de la confusión extrema producida por la mitohistoria. Es un anacronismo, nacido de la distorsión de la historia y de asumir el discurso oligárquico, que, dicho sea de paso, es continuación de la leyenda negra tejida por holandeses y británicos. La alianza oligarquías-imperio británico llevó a las oligarquías a asumir como propia la leyenda negra que, a la vez, les servía para ocultar las atrocidades que perpetraban contra los pueblos indígenas y, en general, contra sus propios pueblos. Por demás, ese tipo de gestos permiten ilustrar el nivel de subdesarrollo ideológico que hay en Latinoamérica, que sigue varada en hechos que ocurrieron hace cinco siglos. Se da el absurdo que se pasa de la conquista a la independencia, borrando tres siglos de historia o resumiéndolo en dos líneas. Las guerras de religión, en Europa, que ocurrieron hace cuatro siglos, están recluidas a los textos de historia, a pesar de que provocaron la muerte de casi cuatro millones de personas. Europa ha evolucionado, Latinoamérica sigue estancada.

 ¿Simón Bolívar fue también un libertador maldito? Como sabe usted, un país como Venezuela, agredido ininterrumpidamente por el brazo imperial norteamericano y las clases oligárquicas del propio país, lleva el nombre de “República bolivariana de Venezuela”. Sus gobiernos, todos ellos desde el presidente Hugo Chávez, se han inspirado o dicen haberse inspirado en su legado.

Hay que entender la situación. Después de dos siglos de mitohistoria e intoxicación educativa sobre las supra-maravillas de los ‘libertadores’, es normal que en Venezuela, tierra natal de Bolívar, a la que nunca regresó, dicho sea de paso, lo hayan convertido en sinónimo de patria. No obstante, es necesario hacer una lectura crítica de Bolívar, su alianza con el imperio británico, su desentendimiento de los designios imperiales ingleses y de la corrupción, la entrega del poder a una casta archireaccionaria y sus llamados a la intervención extranjera en Latinoamérica. La Venezuela que dejó Bolívar se hundió en un atroz periodo de guerras civiles que sumieron al nuevo país en la mayor de las miserias. A Bolívar eso no le importó en absoluto.

Hoy, la alianza entre imperio y oligarquías quiere poner de rodillas a la Venezuela chavista. Esa alianza la pergeñó Bolívar. Hay un debate que, más tarde o más temprano, tendrá que abrirse en Venezuela y, en algún momento, tendrán que bajarlo del pedestal. No ahora. En estos momentos sería irresponsable abrir un debate de tal envergadura.

 Afirma usted, en un capítulo que dedica a Cuba y Puerto Rico, que ambos países ganaron permaneciendo como colonias en el siglo XIX. ¿Cómo se explica esa ganancia? ¡Ganar permaneciendo como colonias de España! ¿No estamos ante una fuerte aporía?

No es lo mismo echar a un hijo o hija de la casa con diez años que verlo partir con 25, ya formado y más preparado para iniciar su propia andadura. Es lo que pasó con los procesos de independencia. Las sociedades no estaban maduras, las castas oligárquicas no tenían idea de nada, salvo de su avaricia infinita y falta de escrúpulos. Cuba y Puerto Rico tuvieron tiempo de madurar, crecer y forjar una cohesión real de países. Pensemos que el ferrocarril fue introducido primero en Cuba que en España. Las dos islas conocieron una prosperidad y modernización que buena parte de países latinoamericanos sigue hoy sin conocer. La desgracia de Cuba y Puerto Rico fue que, en España, nadie supo o nadie quiso entender que estaban listos para la independencia y eso provocó la traumática guerra con EEUU, que robó la independencia a cubanos y puertorriqueños. La revolución de 1959 fue, en más de un sentido, la culminación de las guerras de independencia de Cuba. Puerto Rico sigue condenado al estado de colonia.

 El capítulo XXII lleva por título: “Enemistado con la ciencia y la técnica”. Tal vez sea así, como usted dice, pero un sólo país latinoamericano, Argentina, tienes más Nobeles de ciencia que España que, si no cuento mal, sólo tiene dos.

Por justicia histórica es preciso no tomar a España como referencia. Esos premios se empezaron a entregar después de 1901 y, mientras en Europa Occidental prosperaban los grandes países, España vivía sumida en crisis cíclicas, dictaduras y, finalmente, la guerra civil y la dictadura franquista. Argentina, realmente, tiene dos Nobeles realmente argentinos. Los otros cuatro los ganaron trabajando en el extranjero y lo único argentino de esos premios era la nacionalidad, no la infraestructura y centros de investigación nacionales. Pensemos que países pequeños como Suiza o Dinamarca tienen más premios Nobeles de ciencia que toda Latinoamérica junta. India, que se independizó en 1948, ya es potencia espacial, mientras en nuestra región los únicos cohetes que se fabrican son los de feria. En la última reunión de la CELAC, en enero de ese año, México presentó 14 puntos de acción. Uno de ellos era crear un programa espacial latinoamericano para 2020-2021. Esto me llamó la atención, entre otras cosas, porque en mi libro propongo crear una agencia espacial latinoamericana y afirmo que la izquierda del siglo XXI o promueve una revolución científico-técnica en la región o no podrá llamarse izquierda.

 ¿Una revolución científico-técnica en tiempos de ecosuicidio, de cambio climático, de llamadas urgentes a una austeridad bien entendida? Más allá de ello, ¿hay gentes y fuerzas suficientes en América Latina para una revolución así?

La ciencia es imprescindible, diría que hasta vital, para luchar contra el cambio climático. El atraso de nuestras sociedades, que lleva a los campesinos a talar bosques y destruir las fuentes de agua; los métodos agrícolas primarios basados en el uso masivo de insecticidas, muchos de ellos prohibidos en Europa, son razones más que suficientes para entender que la revolución científico-técnico no sólo es una urgencia económica y social, sino también una perentoria necesidad para sumarnos a la lucha contra el cambio climático. Centroamérica, hace medio siglo, abundaba de bosques y fuentes de agua; hoy no hay bosques ni hay agua; pero hay tres veces más población y más destrucción de los escasos recursos naturales que quedan. Igual ocurre en vastas zonas de Latinoamérica y del mundo.

El atraso de las sociedades lleva a la destrucción del medio ambiente, aunque en una medida ínfima en comparación con la que producen los países ricos. Tampoco hay una industria farmacéutica propia que trabaje para erradicar enfermedades  endémicas como la malaria o el mal de Chagas, que cobran decenas de miles de víctimas todos los años, además del impacto económico y social que tienen.

La revolución científico-técnica es una necesidad absoluta y así debe entenderlo la izquierda, sobre todo porque no hay fuerzas suficientes para que la hagan los Estados en solitario. Debe hacerse desde la unidad, juntando los escasos recursos económicos y humanos que tenemos. Suena utópico, pero es una cuestión que no tiene alternativa. O la hacemos entre todos o no la hará ningún país. Este es uno de nuestros mayores retos.

 De su “Colofón con lápida”: “Hay que enterrar la mitología histórica para poder desenterrar la historia real, la que explica por qué nuestros países son la ruina interminable que son desde hace más de dos siglos. Es preciso enterrar a los libertadores para liberarnos nosotros. Poner fin  a esa mitología histórica para empezar a construir nuestra historia, una nuestra, real y tangible, sin castas oligárquicas ni imperios funestos. ¿Podremos o seguiremos atados a las espuelas de quienes nos sumieron en el atraso, la dependencia y la miseria?” ¿Quiénes han construido esa mitología histórica? ¿Con qué finalidades?

La mitohistoria latinoamericana la construyeron las oligarquías triunfantes para dotarse de una base teórica que les sirviera para justificar sus políticas funestas contra sus propios pueblos. Ello implicaba glorificar a su propia clase o casta en la figura de los llamados libertadores; en presentar las independencias como el culmen de la historia y, por supuesto, en denostar cuanto fuera posible el periodo colonial, echando la culpa de todos los infortunios de los países a la supuesta herencia de España. La mitohistoria oligárquica encontró en el argentino Domingo Faustino Sarmiento el ideólogo que necesita. El libro de Sarmiento “Civilización o barbarie” tuvo un éxito asombroso, pues daba un sustento intelectual de primer orden a las oligarquías. La ‘civilización’, para Sarmiento, la representaba el imperio británico y los anglosajones como raza superior. La barbarie, el campo y sus habitantes: campesinos, peones, indígenas, negros… Un libro profundamente racista y clasista que fue el mayor best-seller en su género en el siglo XIX. Lo peor es que la sustancia del pensamiento de Sarmiento sigue vigente. Hoy la raza superior son los gringos y los bárbaros siguen siendo los pobres de la tierra. El muro de Trump es la expresión del desprecio que sienten los WASP hacia los latinoamericanos, pero quienes primero expresaron ese desprecio fueron las oligarquías latinoamericanas.

La consideración de América Latina como patio trasero parece seguir rigiendo la política exterior de Estados Unidos.  Rusia, China o la UE, ¿van en la misma dirección?

Vivimos en un mundo multipolar en el que viejos conceptos como el de ‘patio trasero’ tienen cada vez menos vigencia y muchísimos menos formas de hacerlos realidad. En otros tiempos, el gobierno venezolano, ante la enemiga declarada de EEUU, hubiera caído en días y allí sigue. China y Rusia representan una gran alternativa de mercados, comercio y relaciones como no se ha visto nunca en nuestra historia. El mundo multipolar nos abre  inéditos caminos para buscar nuestra verdadera independencia. No obstante, existe el riesgo real de que, si no se produce un verdadero cambio estructural en nuestros países, quedemos en las mismas, es decir, exportando materias primas y auto-expulsados del desarrollo científico-técnico, fuera del mundo.

 Sin idealismo enseñador, sin confundir deseos con realidad, teniendo en cuenta la geopolítica realmente existente, ¿los países latinoamericanos pueden dar verdaderamente un paso adelante en su emancipación? Aunque las movilizaciones ciudadanas populares en Chile, Colombia, Bolivia y en otros países abonan la esperanza, los casos de Bolivia, Brasil o Ecuador parecen moverse en sentido contrario. ¿Qué opina usted?

Creo que el modelo de Estado oligárquico nacido de las independencias está agotándose y que tiene pocas perspectivas de sobrevivir. Cada vez menos pueblos, menos gente, acepta esos sistemas de atroces desigualdades, de falta de oportunidades, de nulas expectativas de una vida menos mísera. Pero puede pasar, también, que ese hartazgo, si la izquierda no se actualiza, no asume y entiende los nuevos tiempos, derive por derroteros peores, como ha ocurrido en Brasil, donde el evangelismo fanático de sectas llegadas de EEUU ha alcanzado el gobierno con Bolsonaro y está en el epicentro del golpe de estado en Bolivia.

Hay un reto ideológico de primera magnitud en un mundo revuelto, que debe ser comprendido en sus nuevas realidades, con Internet y las redes sociales como grandes protagonistas. El desafío es enorme.

 Me salgo de guión y no abuso más: ¿cómo ve usted la situación política venezolana en estos momentos?

Creo que Venezuela está llegando a un punto límite. Creo también necesario que países como México y Argentina echen una mano bendita para ayudar a desatascar la situación venezolana. El nuevo gobierno español podría jugar un papel muy constructivo si rectifica el error garrafal que cometió al reconocer al payaso de Guaidó como presidente. El gobierno venezolano tiene tiempo pidiendo apoyo exterior para resolver la crisis interna porque ellos saben que, sin apoyo exterior, EEUU seguirá destruyendo el país. 2020 es un año cardinal para encausar esa crisis por el camino del diálogo interno, con un fuerte apoyo externo que neutralice la funesta injerencia del gobierno estadounidense. Si eso se lograra, Venezuela podría volver a la normalidad y empezar a reconstruir la economía del país. Ojalá así sea.

Que así sea. Gracias por su tiempo, por su valiente libro y por sus respuestas.

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