Notas de lectura: la Ética de Benedetto Croce
Cristina García González
Un aviso precede a los Fragmentos de ética del filósofo italiano Benedetto Croce [1]: el tiempo de los grandes tratados sobre preceptos morales, eternos y exteriores como los astros rutilantes [2], ha terminado. A lo largo de las siguientes páginas, el lector encontrará 48 fragmentos reflexivos o “esbozos morales”. Para una aproximación más sistemática a lo que es entendido por ética, Croce nos deriva a su texto titulado Filosofía de la práctica (1909) [3].
Todos los fragmentos expuestos en el presente ensayo plantean problemas o situaciones de la vida comunitaria y cotidiana, que permiten reflexionar sobre valores más amplios y sobre la contemporaneidad histórica del momento. Al plantear este tipo de conflictos concretos, rehuyendo una ética prescriptiva y fuera de la historia, Croce no se postula a sí mismo como un defensor del relativismo moral, sino como un pensador de la inmanencia histórica, de la verdad y de la realidad como aquello que la humanidad va configurando en su hacer.
A través del formato de los pequeños fragmentos en ningún caso Croce pretende otorgar una importancia menor y anecdótica a la ética; se trata, por el contrario, de un aspecto fundamental en la organización de los mundos históricos – en palabras de Aristóteles, se trata de los hábitos y costumbres que reproducen la vida total de una comunidad.
“El interés por los problemas éticos disminuyó cuando la conciencia religiosa empezó a decaer sin encontrar, hasta ahora al menos, un adecuado sustituto en la conciencia filosófica” (1952: 58), opinaba Croce, no sin invitar a los lectores a “intentar nuevos ensayos según sus propias experiencias y necesidades” (1952: 12).
Religión y serenidad
Dar una importancia elemental a la ética, tal y como se ha definido, es plantear una firme oposición al individualismo antropológico.
A principios del siglo XX y en una Italia fundamentalmente católica, hablar de ética y de comunidad requería enfrentar abiertamente el debate de la religión, vital también para tantos otros pensadores cercanos a Croce como, por ejemplo, el nada sospechoso de misticismo abstracto, Antonio Gramsci.
Benedetto Croce era un ateo sereno, capaz de comprender la función ética titánica de masas y de siglos de la religión, sin cóleras incontroladas hacia una educación católica escolar y familiar que sembró de terrores su infancia ya escéptica, ni tampoco hacia un Dios distraído que permitió la muerte de sus padres en un terremoto a muy temprana edad. Ese ateísmo no prefigura únicamente una disposición individual, sino que se trata de una cuestión de peso en la historia de la cultura italiana; entrelazado con la tradición hegeliana había constituido un motor práctico para las luchas en algunos sectores del Risorgimento (Gallo 2019).
La corriente croceana (y gramsciana) podría llamarse religión de la inmanencia, y se encuentra expuesta en los fragmentos titulados Religión y serenidad, Los difuntos o Los ídolos, aunque permea la completa filosofía de Croce.
La religión, entre muchas otras cosas, ha funcionado como horizonte de sentido y orientación para la vida humana. Este punto no solo atañe a fantasías contemplativas, sino que determina en una comunidad aquello que está bien o mal y aquello que se hace o no, en la materialidad más rudimentaria. Así, pues, frente al horizonte consolatorio de vida eterna y redimida del cristianismo,
«también la filosofía afirma la inmortalidad ultraterrena y sobreindividual, y demuestra que todo acto nuestro se destaca de nosotros apenas cumplido para vivir una vida inmortal, y que nosotros mismos (que en verdad no somos más que el proceso de nuestros actos) somos inmortales, porque haber vivido es vivir siempre» (Croce 1952: 22).
Es decir: la comunidad es herencia de aquellos que nos han precedido, y a la vez la propia praxis, pequeña o heroica, generosa o catastrófica, es un legado a quienes nos rodean y a las generaciones futuras, beneficiarios y jueces. Aquello que la religión explica mediante mitos consistentes en paraísos celestiales y balanzas morales se corresponde con una dinámica inmanente y práctica del devenir de la humanidad. Los muertos viven en nosotros al subsumirlos, al rescatar y continuar sus obras.
«¿Qué es nuestra vida sino precisamente un “correr hacia la muerte”, hacia la muerte de la individualidad? ¿Qué es el trabajo sino la muerte en la obra, que se destaca de su autor y se vuelve extraña a él? Esta es, al fin, la gloria, la gloria verdadera, la supervivencia real, tan diferente del rumor mundano en torno de los nombres y las apariencias» (Croce 1952: 28) [4].
De este modo, el pensamiento de Croce se sobrepone a la mitología religiosa pero no a las nociones profundas que implican la religiosidad (1952: 181) entendida como pasión civil. Antonio Gramsci lo explicaba así:
Admitiendo la definición de la religión propuesta por Croce, o sea, la idea de una concepción del mundo que llega a ser norma de vida, como norma de vida no puede entenderse en sentido libresco, sino como actuada en la vida práctica, se puede decir que la mayor parte de los hombres son filósofos, en cuanto que actúan prácticamente y su actuar práctico (las líneas directrices de su conducta) contiene implícitamente una concepción del mundo, una filosofía. Cuaderno 10 (XXXIII).
El Estado ético
En este nuevo mundo laico, los ideales son inmanentes e históricos. Más allá de la oposición a toda autoridad religiosa o exterior, Croce, filósofo, se oponía asimismo a cualquier tipo de trascendencia, por ejemplo “la tendencia a esperar que la filosofía nos indique qué acciones debemos cumplir” (1952: 41) [5].
La ética, el quehacer práctico, es siempre propio de comunidades de masas y sus voluntades; “la historia se cumple y se ha cumplido siempre no gracias a las órdenes de un individuo que la dirige, sino por obra de todos los individuos” (Croce 1952: 166). Así, cuando Croce afirma que la canalla formó “los ejércitos que escribieron luminosas páginas en las historias de los pueblos de Europa” o que ella suministraba “los ejecutores de altas obras de justicia” (1952: 52), más allá de evidentes tintes aristocráticos, está afirmando que la historia no la deciden los aristócratas.
«Las obras que se les celebran [a Alejandro y César, Cromwell y Napoleón] fueron obras en que contribuyeron innumerables otros individuos. […] Cierto es que solemos reunir en uno solo esos procesos de acciones y reacciones; y les erigimos estatuas, los cantamos en poemas y sus figuras viven resplandecientes y gloriosas en el recuerdo de la posteridad. Pero tal atribución y celebración no está sustentada por la crítica histórica.» (Croce 1952: 105)
De este modo, en el fragmento titulado El desdoblamiento, Croce explica que la voluntad, así como la reflexión y el juicio que guían las acciones pertenecen a cualquier hombre (1952: 135). Los seres humanos contribuyen al universal profundizando su propia labor en el mundo y creando comunidad de vida; la conciencia ética es sin duda conciencia de la humanidad como totalidad. En esta encrucijada, el Estado se identifica con los individuos en su obrar práctico (Croce 1952: 160), teoría que quedará plenamente dibujada en la obra de Benedetto Croce titulada Elementos de política, en la que se configurará, por ejemplo, una noción de hegemonía que debió resultar muy inspiradora para Antonio Gramsci, y de la que se hablará más adelante.
Bibliografía
Croce, B. (1952) Ética y Política seguidas de la Contribución a la crítica de mí mismo. Ediciones Imán, Buenos Aires
Gallo, F. (2019) The Rise of the Ethical State in Italy. Neapolitan Hegelians and Risorgimento Political Thought (1848-1871): https://www.academia.edu/40020525/_The_rise_of_the_ethical_state_in_Italy._Neapolitan_Hegelians_and_Risorgimento_political_thought_1848_1871_
Gramsci, A. (1974) Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. Siglo veintiuno, Madrid
Notas
[1] Los Fragmentos de ética fueron publicados alrededor de 1915 en la revista La Critica, y aparecieron recopilados en el año 1922. Posteriormente, se editaron junto a los Elementos de política (1925) y la Contribución a la crítica de mí mismo (1918) en 1931, publicados en castellano en 1952 en Argentina.
[2] “Cuando el oprimido no encuentra Derecho en ninguna parte, / cuando el peso se hace insoportable, alza la mano / valeroso y confiado hacia el cielo / y se busca allí sus derechos eternos, / que penden inalienables en lo alto / e indestructibles como las estrellas mismas”. Versos de Guillermo Tell (1804), Friedrich Schiller.
[3] La Filosofía del Espíritu, que recoge el sistema filosófico croceano, se compone de cuatro volúmenes: Estética como ciencia de la expresión y lingüística general (1902), Lógica como ciencia del concepto puro (1905), Filosofía de la práctica. Economía y ética (1908) y Teoría e historia de la historiografía (1917). En la filosofía de Croce, el espíritu humano se encuentra dividido en cuatro grados no opuestos ni excluyentes entre sí: estética y lógica por un lado, y economía y ética por el otro. En cada ser humano se da la totalidad del espíritu, aunque en distintas proporciones.
[4] Croce rinde homenaje al filósofo Francesco De Sanctis (1817-1883), hegeliano laico y democrático encarcelado tras la revuelta de 1848, quien, en conmemoración a Maquiavelo, dijo: “i grandi uomini non si onorano né con le statue, né diversamente; ma con il rivalerne lo spirito e farlo rivivere”.
[5] A pesar de ello, Antonio Gramsci reprochaba a Benedetto Croce no haber luchado lo suficiente por popularizar su filosofía (Gramsci 1974: 433). Para Gramsci, los intelectuales debían velar contra la estratificación intelectual de las masas, no coartando a sus pensadores más brillantes sino trabajando para elevar el nivel cultural general de los bloques.
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