Volver a empezar
Francisco Fernández Buey
Publicado inicialmente en mientras tanto, n.º 42, septiembre-octubre de 1990, pp. 18-22 (El artículo está fechado el 21 de mayo de 1990). Fue recogido en Francisco Fernández Buey, 1917. Vilassar de Dalt: El Viejo Topo, 2017.
La decadencia del mundo grecorromano, con sus soldados violentos sus jóvenes atletas de un oscuro caoba, fue muy grande, pero sugiere pompas de vida mutada en mármol. En cambio, lo que nos aguarda a nosotros, democráticos y primarios, puede sugerir pompas en un estanque helado, luz estelar y matemática de Babilonia.
Yeats, Visión
Lo que está pasando durante estos últimos meses en la Europa central y oriental agrava la ya larga crisis del movimiento comunista. Sobre este agravamiento caben pocas dudas. Pues con independencia de cómo se esté viviendo este final de época entre los comunistas occidentales, una cosa está clara: todos los países inmersos en los cambios caminan hacia el capitalismo. No lo llaman así, porque allí igual que aquí, está mal visto llamar capitalismo al capitalismo, pero no hay que dejarse coger en discusiones sobre nombres.
Es cierto que varían los ritmos, el entusiasmo de las poblaciones y hasta las palabras empleadas para referirse a la restauración según los países. Pero la dirección única del proceso es a estas alturas evidente. Más aún: a medida que van pasando los meses las zancadas que se dan hacia la restauración se hacen más largas, más decididas, menos cautas, más rápidas de lo que hace un año podían esperar incluso los partidarios más decididos de este tipo de cambio. Todo ocurre como si los dirigentes se hubieran calzado las botas de siete lenguas para encontrar el idolatrado mercado. Los resultados de las elecciones en la RDA [1], Hungría, URSS y Polonia, favorables en todas las partes a las fuerzas sociales y políticas glorificadoras del capitalismo a la occidental, han contribuido a imprimir un ritmo más vivo al proceso restaurador. La palabra «imperialismo» ha dejado de emplearse. Seguramente para no ofender al Blanco Mundial.
Hay excepciones, claro está. Pero la excepción de Albania cuenta poco. La otra excepción, más al Este, la de China, sólo lo es en parte: allí se restaura en lo económico y se conserva en lo político, cosa que, como se vio en Pekín, todavía puede ser peor para las gentes, para los de abajo. De lo que un día se llamó con tanta euforia como impropiedad «sistema socialista» no queda más de aquel trozo de Este incrustado en el Oeste que es la Cuba de Fidel Castro, excepción en tantas cosas, justamente considerada ahora, al parecer, como la Numancia del Imperio Americano. No escribo esto para alimentar nostalgias, desde luego. Pero si para añadir que la «anormalidad» de Cuba permite percibir mejor lo que se ha convertido en norma, el símbolo de los tiempos que corren. Ese símbolo es de la empresa multinacional apresurándose a comercializar las piedras del muro de Berlín para vendérselas a los hijos de aquellos que fueron obligados a construirlo.
¿Y por qué dicen que el marxismo está en crisis, si no muerto? Quienes así hablan que nos traigan una caracterización mejor de lo que esta pasando en el mundo, bajo nuestros ojos, que aquella según la cual este sistema «no ha dejado en pie, entre hombre y hombre ningún otro vínculo que el interés desnudo, el insensible pago al contado». En las gélidas aguas del calculo egoísta, decían Marx y Engels. Y ahí estamos. En el Este como en el Oeste. Pompas en el estanque helado [2], escribiría el poeta unas cuantas décadas después contemplando la evolución del hogar clásico del capitalismo. El pez cornudo, aquel innatural animal de benjaminiana memoria con el que los marxistas críticos de los años treinta compararon la monarquía obrera de Josef Stalin, se agotó nadando en círculo en el estanque helado, en las gélidas aguas del mercado mundial.
Los marxistas críticos tienen un buen motivo, por tanto para la satisfacción intelectual. Acertaron, acertamos. Luxemburg, Trotski, Korsch, Pannekoek, Bordiga, Gramsci, acertaron. Cada cual con su trozo de razón. Aquella innatural creación de campesinos y soldados desesperados teorizada y dirigida por marxistas y populistas revolucionarios, que habían leído a Marx mucho mejor que todos los profesores y académicos de la Europa occidental juntos, no pudo superar sus defectos de partida. Empezó a morir de falta de democracia, como previera Rosa Luxemburg; continuó muriendo de burocratismo, como pronostico Trotski; acabó consumida por el exceso estatalista, como sospecharon los otros. Mientras tanto, la socialdemocracia había entrado ya en crisis mucho antes.
Era una muerte anunciada, desde luego. Otra más. Pero, como suele ocurrir, el paciente murió de lo que no se esperaba y cuando no se esperaba. Repasemos, por favor, lo que decíamos unos y otros, marxistas críticos, hace un par de años. O, si se prefiere, lo que decían gentes que hoy están en el poder en la Europa del Este, gentes como Dubcek o Havel, o como el propio Gorbachov. Unos y otros poníamos el acento en la revolución política, en la democratización que sienta las bases del auténtico socialismo, en la participación de las masas que barre a los burócratas. Y, sin embargo, ha sido en lo esencial una «revolución» que por el momento no quiere ni oír pronunciar el nombre de socialismo (en Checoslovaquia, en Polonia, en Hungría, en la RDA; pronto en la URSS). Transformismo de políticos e intelectuales y culto al mercado supuestamente libre se imponen hoy sobre los ideales democráticos, libertarios y socialistas.
De manera que la satisfacción por el relativo acierto en el pronóstico queda velada, ensombrecida, por la sospecha en unos casos, y por la comprobación en otros, de que la nueva fase histórica que empieza en 1990 va a hacer difícil a los hombres que sigan luchando por la emancipación conservar el nombre de comunistas. El fantasma vuelve a recorrer el mundo. Las cosas están mas claras, pero el comunismo -como movimiento y como organización- sigue siendo, en esta parte del mundo, muy minoritario. Tanto que el más numeroso de los partidos de Occidente que aún conservaban el nombre (que no la sustancia) se rinde para convertirse en cosa, en mera cosa [3]. Decir esto no tiene por qué implicar apuntarse a las ya amplias huestes de Jeremías. Si se dice es para que la pizarra quede bien negra y pueda contrastar bien en ella el blanco de la tiza con la que hay que pintar el futuro. Porque el criterio para volver a empezar no puede ser el tratar de alegrarse en la nostalgia del buen tiempo pasado, sino al contrario: enlazar con el mal tiempo presente, con el mal allí en el Este de Europa, y aquí, entre nosotros.
Para volver a empezar hay que reconstruir los conceptos, no basta con echar mano a las palabras por importantes que estas sean en nuestra tradición. En relación con esto lo más importante sigue siendo no desnaturalizarse, revisar, rehacer, renovar sin perder la naturaleza propia, sin echar por la borda los valores, los ideales, los fines por los que se lucha. Es un viejo propósito, ciertamente. Pero de los que no pierden actualidad. Sobre todo en tiempos de pragmatismos, cuando los optimismos y los pesimismos de los militantes se hacen depender exclusivamente de la contabilidad electoral en el espectáculo que es la gran política.
Reconstruir los conceptos y tratar de hacerlo juntos, discutiendo y pensando juntos. ¿Quiénes? Quienes, a pesar de todo, siguen considerándose socialistas en un sentido amplio: desde la UGT y la corriente de izquierdas del PSOE hasta los varios anarquismos pasando por los varios comunismos. Muchas de las viejas querellas históricas que nos han dividido caducaron hace tiempo. Otras han caducado estos últimos meses. Nos enfrentamos a un mundo nuevo. Algunos de los viejos debates han quedado definitivamente resueltos. Reconocerlo no es difícil; pero decirlo abiertamente entre gentes organizadas exige dar pasos para encontrarse. Y, sin embargo, organizar ahora un debate amplio entre gentes de izquierda que actúan como tal es esencial. No sólo para los ya organizados, sino sobre todo pensando en los más jóvenes, en los que han nacido ya mamando mercado y americanismo y oligopolios televisivos.
Reconstruir los conceptos de la tradición socialista. Eso es previo, tal vez, al programa, a la formulación de alternativas. Pero, ¿qué quiere decir propiamente reconstruir los conceptos? Ponernos de acuerdo -en el marco del pluralismo que ha de caracterizar al socialismo del fin de siglo y con el respeto debido a la autonomía de los movimientos de masas- sobre unas cuantas cosas esenciales que, por obvias, no se discuten casi nunca y luego nos desbordan hasta hacernos casiirreconocibles los unos para los otros. Por ejemplo: ¿qué pensamos del concepto de “trabajo” en una época en la que se imponen altísimas tasas de desempleo y se extiende la idea del subsidio universal garantizado? O por poner otro ejemplo. ¿qué es y cómo se practica la solidaridad de clase en la época de las grandes migraciones intercontinentales y cuando el racismo llega a nuestras ciudades? O: ¿qué idea de comunismo libertario para el fin de siglo? O: ¿qué nuevo internacionalismo para acabar con el etnocentrismo europeísta que aún domina en la izquierda? O: ¿cómo oponerse a la privatización de lo público que está caracterizando el despiece del estado asistencial? O: ¿qué democracia alternativa y qué tipo de superación de la división social clasista del trabajo cuando sabemos de la complicación que tiene la administración de las cosas en la época del hombre-máquina? O: ¿qué economía ecológicamente fundamentada en un mundo tan interrelacionado en el que sea entrecruzan crisis ecológica, ampliación de la brecha entre países ricos y subdesarrollados, parisitismo y hambre? O: ¿qué feminismo que dé cuenta a la vez de la diferencia sexual y del malestar y las contradicciones que comporta la progresiva emancipación de las mujeres en nuestras sociedades? O: ¿qué forma de organización para luchar por el comunismo cuando la crisis de la forma-partido se hace evidente y las posibilidades de manipulación oligopolística de las masas aumenta sin cesar?Termino con otra pregunta: ¿se puede hablar siquiera de alternativa sin tener una respuesta precisa para cada una de las preguntas anteriores? Por lo demás, esas preguntas no son exclusivamente nuestras. No son preguntas a las que tengan que contestar sólo los comunistas, socialistas, libertarios o radicales de Cataluña o España. Son a la vez preocupaciones compartidas con quienes tienen los mismos ideales al otro lado de la puerta de Brandeburgo.
[1] La República Democrática de Alemania, la Alemania del este, la Alemania no capitalista (NE).
[2] William Yates, de la cita con la que FFB abría este artículo (NE).
[3] FFB hace aquí referencia al PCI, a su cambio de denominación y de finalidades (NE).