Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Libertad y creatividad en la obra de Cristóbal Aguilar

Andrés Martínez Lorca

Perdura todavía en algunos el mito del artista como un ser ajeno al mundo que le rodea y que espera del cielo la inspiración. Y también una pobre concepción del arte que lo reduce a pura imitación, cuando no a sublimación de la realidad terrena en un alejamiento buscado de la vida social. Aquí nos acercaremos a la obra de Cristóbal Aguilar desde otra perspectiva, desde la teoría ligada a la historia, de una historia desgraciada en el caso de España.

El arte como conocimiento y actividad creadora

Partimos del pensador que primero teorizó sobre estos temas y cuya huella sigue viva en nuestra cultura, el griego Aristóteles. Para él en una temprana obra titulada Sobre la filosofía hay una evolución en el conocimiento humano que va desde lo cercano y necesario hasta lo especulativo e inútil: artes útiles para las necesidades de la vida, bellas artes, la política, el estudio de la naturaleza o física y la reflexión sobre las cosas divinas o teología. En la Metafísica distingue tres clases de tékhne (término traducido como ars en latín y como arte en castellano): artes útiles, bellas artes y artes teóricas o ciencia. El arte o tékhne es un tipo de conocimiento que consiste en saber cómo hacer las cosas y que a través de otros peldaños (sensación, memoria y experiencia) culmina en la sabiduría o sophía. Perfilando conceptualmente el contenido del arte, apunta Aristóteles que se opone al azar, tykhe, y es distinto de la naturaleza, physis, llegando a definirlo con expresión sugestiva y casi moderna como “cierto hábito con razón poética”, es decir, cuya racionalidad no queda encerrada en el propio sujeto pensante sino que se proyecta en la obra producida. En ocasiones, lo califica también de “demiurgo”, o sea, “creador” a partir de una materia preexistente. En resumen, en lo que llamamos arte y que los griegos llamaban tékhne se unen para el filósofo griego dos conceptos, el logos humano y el dominio técnico de las cosas, en una esfera vital que se caracteriza por la actividad creadora.

Superado el estado de la necesidad, las bellas artes se han enmarcado en el paradigma de la belleza. Las estatuas griegas reflejaban más un modelo ideal que un retrato físico de sus personajes (quizá hayan sido los etruscos con el naturalismo de sus retratos los primeros en romper con esa tradición idealizante). Reflejo del poder, llegamos a identificar sus grandes obras arquitéctonicas con una civilización en su conjunto: así, la Grecia clásica con el Partenón, las Pirámides con el Egipto faraónico, la basílica de San Pedro con el papado y El Escorial con el imperio de los Austrias.

En la Edad Media se oscureció la personalidad del artista. ¿Quiénes construyeron las catedrales góticas o tallaron los vitrales que nos deslumbran? No conocemos sus nombres sino solo el de los obispos que mandaron edificarlas. Con el nacimiento de los modernos estados nacionales serán los reyes los que adscriban a sus cortes a los mejores artistas del siglo (pintores, escultores y arquitectos). En el siglo XIX esas colecciones reales pasarán a convertirse en museos (así el Museo del Prado, una de las mejores pinacotecas del mundo). Más tarde, nacerán las galerías de arte privadas. El mercado capitalista se impondrá en el mundo del arte.

Desde una visión ilustrada y crítica Adolfo Sánchez Vázquez ha destacado el arte como “una actividad humana esencial” mediante la cual el hombre enriquece la realidad humanizada por el trabajo y se eleva la conciencia de su dimensión creadora. También ha prestado atención a la mercantilización del arte. «La obra de arte se convierte cada vez más en mercancía, y el arte se vuelve una rama de la actividad económica. La transformación del producto artístico en mercancía significa que el valor de uso (estético) del producto se sujeta al valor de cambio en el mercado y que, por tanto, la creación tiene que ajustarse a las leyes de la economía». Según él, el arte puede contribuir a la construcción de una nueva sociedad de dos formas, con su propia actividad creadora y con su función crítica.

La formación de un artista y la gestación de un luchador por la libertad

«La real para ti no es esa España obscena y deprimente
en la que regentea hoy la canalla,
sino esta España viva y siempre noble
que Galdós en sus libros ha creado.
De aquélla nos consuela y cura ésta».
Luis Cernuda

El panorama de la vida pública en España tras la Guerra Civil fue realmente desolador. La represión, el hambre y la eliminación física de de los simpatizantes del campo republicano, desde católicos demócratas hasta anarquistas pasando por masones, socialistas, nacionalistas y comunistas, convirtió el país en una gigantesca cárcel. El mundo de la cultura sufrió el odio del fascismo español en sus propias carnes. Federico García Lorca fue fusilado en Granada; Antonio Machado murió en su exilio en Francia; Miguel Hernández agonizó en la cárcel de Alicante; Luis Buñuel, José Bergamín, León Felipe, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados y otros escritores marcharon al exilio. Entre los artistas, Pablo Picasso, nombrado director del Museo del Prado durante el Frente Popular, seguía proscrito, mientras que el escultor toledano Alberto Sánchez, el pintor murciano Ramón Gaya y el pintor y muralista valenciano Josep Renau se exiliaron junto a miles de compatriotas.

En esos negros tiempos Cristóbal, hijo de familia obrera, comienza a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios. Casi un niño, inicia así un lento aprendizaje vinculado a la artesanía. Años más tarde, ingresa en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla donde perfecciona sus conocimientos orientándose hacia unas especialidades que marcarían su carrera artística: el grabado, la calcografía y la estampación. Su viaje a París en 1960, donde entra en contacto con el pintor comunista José Ortega, determinaría su futuro. Allí, al tiempo que profundiza con él en las técnicas de la litografía y xilografía, surge el proyecto de creación del grupo sevillano Estampa Popular que integrarían junto a Cristóbal, Francisco Cortijo y Francisco Cuadrado. Conocimiento, técnica y lucha por las libertades se unen ya para siempre en el joven artista. «Entendíamos el arte como protesta inteligible para todos y dirigida a la inmensa mayoría», declararía en su madurez.

Sus primeros grabados reflejan el severo rostro de unos demacrados campesinos. Los emigrantes con sus maletas de cartón atadas con unas cuerdas serán los protagonistas de posteriores obras. El mundo de la pobreza, escondido por el franquismo, sale a la luz. Entre la implacable censura y la atracción del mercado del arte, Estampa Popular emprende bajo su dirección un nuevo rumbo, abierta a los movimientos sociales y de espaldas a las galerías de arte.

La recuperación de las libertades democráticas y la incorporación de Cristóbal al mundo de la enseñanza pública como profesor de dibujo enmarcan desde entonces su vida como ciudadano y artista del pueblo. Durante más de 30 años fue sembrando en miles de estudiantes andaluces el gusto por el arte, el aprendizaje del dibujo, el conocimiento de las técnicas que conforman las artes plásticas (grabado, cerámica, diseño, cartelería, entre otras).

En las luchas populares desarrolladas en Andalucía desde los años 60 la presencia del arte de Cristóbal ha sido una constante. Denuncia de la represión policial, petición de amnistía, apoyo a las luchas sindicales, oposición a la OTAN, crítica al neoliberalismo, solidaridad con los movimientos pacifistas… Era de carácter alegre, fraternal con todos y de espíritu tolerante. La pasión política que conservó siempre, manifiesta a través de su militancia en el Partido Comunista de España (PCE) y en Comisiones Obreras, tenía raíces profundas: «No me interesa la política más que como medio de lograr justicia y libertad».

Una parte no menor de su incansable trabajo consistió en la recuperación en inolvidables retratos de los intelectuales y artistas andaluces olvidados por el franquismo: Francisco Giner de los Ríos, Antonio Machado, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Joaquín Peinado, Pablo Picasso, Rafael Alberti. Junto a ellos, reaparecieron los héroes anónimos de la cultura popular andaluza: jornaleros, cantaores, arrieros, bailaoras gitanas, artesanos de todo tipo y antiguos bandoleros.

Técnicas distintas, estilos diferentes, temas que abarcaban todo el arco vital y social, desde la naturaleza hasta los rincones callejeros, desde las luchas obreras hasta la inocencia de los villancicos navideños. En su obra laten en armónica sinfonía el encanto de los alfareros andalusíes, la luminosidad velazqueña, el realismo literario de su generación, el barroco sevillano, el expresionismo europeo de preguerra, la viveza y colorido de los bodegones, la transparencia del cielo serrano, la finura oriental de su pincel, la mirada poética del paisaje.

Sus ojos de pintor se abrieron a todo el horizonte de la condición humana. Mezcló técnica y conocimiento, arte y pasión, libertad y creatividad. Podríamos calificar el conjunto de su obra como permanente búsqueda de un nuevo humanismo.

La Ronda andalusí, la Ronda de los escritores románticos, la Ronda redescubierta por Rilke, la Ronda de los cantes flamencos, la Ronda ilustrada de Giner, la Ronda popular, necesitaba un pintor que la recreara y la inmortalizara con el pincel, la pluma y la gubia en lienzo, papel, madera o cerámica. Éste ha sido Cristóbal Aguilar, pintor enamorado de la ciudad del Tajo a cuya vera, sobre el abismo del barranco, vivía en los últimos años soñando una Andalucía renovada y un mundo más solidario.

Al recordar su figura y su obra, me vienen a la mente estos versos de Vicente Espinel que bien los podemos dedicar a su memoria:

«Salud y paz, peñascos, montes, breñas,
arboledas, corrientes;
salud, paz y alegría,
nobleza, amigos, sangre, patria mía».

Fuente : Memorias de Ronda, Revista de Historia y Estudios Rondeños, Época 2ª, nº 9, Mayo 2021, pp. 38-41.

 

 

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