Los viajes de Carlo Guinzburg
Los viajes de Carlo Ginzburg.
(Justo Serna y Anaclet Pons)
Publicado en Archipiélago, núm 47 (2002), Carpeta: “Pensar, narrar, enseñar la Historia”, págs. 94-102.
Pregunta[1]. En este mismo número de Archipiélago, se reproduce un artículo suyo de 1994 en el que reflexiona sobre la profesión que ejerce. ¿Añadiría ahora alguna cosa más sobre ese oficio que desempeña, sobre su concepción? ¿Se reafirma en el perfil que allí trazaba?
Respuesta. El oficio que he aprendido es el de historiador. Es un oficio que me complace porque me permite moverme en muchas direcciones. Hay historiadores que conciben su disciplina como si ésta fuera una fortaleza en la que refugiarse; hay otros que la consideran (o al menos la consideraban) como si de un imperio se tratara, como un impero cuyo confines fuera necesario extender. Para mí, por el contrario, es un puerto de mar, un lugar del que se parte y al que se regresa, un lugar que permite encontrar gentes, objetos y variadas formas de saber. Por eso me place. Sin embargo, debo añadir que, cuando me hallo en una biblioteca desconocida, frente a una balda en donde se exponen y se suceden las revistas más recientes, prefiero ponerme a hojear las publicaciones de historia del arte, mientras que dejo para después, para más tarde, los ejemplares de historia.
P. Hemos de admitir que es ésta, la del puerto de mar, una imagen muy bella, porque da idea de libertad y de tránsito intelectual. Pero para concederse esa libertad se necesitan buenos maestros, alguien que tutele con mano firme. ¿Cuáles fueron los suyos?
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