La economía cubana, por la que luego de la implosión soviética nadie daba un céntimo, ha salido de su gravísima crisis y crece desde hace un lustro a ritmo sostenido. Los problemas están lejos de haber sido resueltos, pero el gobierno y la sociedad `‑ esa pequeña isla han atraído inversiones y diversificado su producción, incluso energética, manteniendo un Estado fuerte, severas regulaciones y lo esencial de sus conquistas sociales. Todo ello a pesar de la intensificación del bloqueo de Estados Unidos, que habla apostado a un rápido hundimiento de la revolución.
A comienzos de los ’90, luego del derrumbe soviético dos acontecimientos solían ser presentados como inminentes: la descomposición china y la debacle de Cuba. Los medios internacionales confrontaban las penurias chinas con la emergencia de tigres y dragones asiáticos, paraísos del nuevo capitalismo. La comparación regional mostraba al país comunista abrumado por la burocracia mientras las inversiones fluían alegremente hacia Filipinas, Corea del Sur o Indonesia. Pero ya a mediados de la década, la expansión económica china ‑con más aportes externos de capitales que el conjunto de naciones emergentes asiáticas‑ no podía ser ignorada. En 1997 llegó la crisis que arrasó con los países modelos de la región, pero China siguió creciendo a tasas anuales espectaculares.
El caso cubano es aún más llamativo, ya que si en el anterior podía ser esgrimido el argumento de la inmensidad del país, de su aparato dirigente, de las masas humanas encuadradas por el Partido Comunista Chino, con Cuba nada de eso es válido. Se trata de un Estado pequeño (unos 11 millones de habitantes), pobre en recursos naturales, con fuerte dependencia de los suministros externos de petróleo, alimentos y una amplia gama de insumos productivos indispensables. ¿Que ocurrió? ¿Por qué no sufrió el mismo destino que el conjunto de naciones del bloque soviético, al que estaba estrechamente integrado? Hacia fines de los ’80, cerca del 85% del comercio exterior de la isla era realizado con ese grupo de países, pero a comienzos de los ’90 la vinculación se quebró y desaparecieron de la noche a la mañana cuantiosas inversiones productivas, el suministro de combustibles, de materias primas y el apoyo militar que le servía de seguro frente ala hostilidad de Estados Unidos. También la gran referencia ideológica y política que mostraba a los cubanos que su aislamiento regional y la tozudez del enemigo estadounidense eran gradualmente superados por sus aliados socialistas, cuya influencia se iba extendiendo por el planeta. La URSS desapareció, hundida en el fracaso. Estados Unidos creyó entonces, luego de tres décadas de confrontación ininterrumpida, que era el momento del golpe de gracia y agravó el bloqueo, ahogando aún más a esa pequeña economía.
En 1989 las exportaciones de Cuba llegaban a 5.400 millones de dólares y las importaciones a 13.500 millones, pero en 1994 las primeras habían descendido a 1.300 millones y las segundas a 3.600 millones.[1] El déficit comercial ‑un mal crónico‑ seguía, pero ahora alimentando a un sistema productivo notablemente reducido. Durante el periodo 1989‑93 el PBI y la productividad del trabajo cayeron a un ritmo anual real promedio del 12% [2] y el impacto sobre la población fue devastador: el consumo per capita de carne cayó de 39 Kg. en 1989 a 21 en 1994; el de pescados de 18 a 8 Kg.; el de productos lácteos de 144 a 53 Kg.; el de hortalizas de 59 a 27 Kg..[3] La penuria energética, provocada por la desaparición de los suministros soviéticos de petróleo, aparecía como el hecho más espectacular de un panorama de desastre. La economía estaba al borde del derrumbe, la revolución parecía haber entrado en su hora final, la mayor utopía latinoamericana del siglo XX agonizaba.
En América Latina, mientras tanto, la combinación de liberalismo económico y democracia formal aparecía como una marea irresistible. Algunas voces críticas alertaban acerca de las crecientes desigualdades que acarreaban esos modelos acompañados por regímenes políticos corruptos y elitistas donde la participación de las clases bajas era inexistente, pero eran sepultadas por el triunfalismo reinante.
México era presentado corto el ejemplo a seguir, con sus privatizaciones y apertura a la entrada indiscriminada de capitales bajo el liderazgo de Carlos Salinas de Gortari. En Argentina, el peronismo habla regresado al poder, pero sepultando su vieja historia nacionalista adoptaba el liberalismo extremo, eliminaba las barreras proteccionistas, vendía las empresas estatales, restringía la seguridad social y la legislación obrera. En Perú, Alberto Fujimori abría las puertas al capitalismo salvaje y liquidaba el peligro guerrillero.
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