Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El Imperio barranca abajo. Las malas noticias de la petroguerra

Jorge Beinstein

(jorgebeinstein@yahoo.com)

El atentado de Londres puede ser visto como la culminación de una serie de “malas noticias” para el Imperio llegadas durante las últimas semanas y que constituyen claras señales del empantanamiento  de la “petroguerra” . La confrontación se inició hace algo más de tres años a partir del ataque contra las Torres Gemelas aunque es posible constatar que el aumento vertiginoso de los gastos militares de los Estados Unidos no comenzó el 11 de Septiembre de 2001 sino mucho antes (ver gráfico “Gastos militares de Estados Unidos”). Lo que avala las hipótesis acerca de la complicidad activa o pasiva de las autoridades estadounidenses con esos hechos buscando así aprovecharlos políticamente. Dicho de otra manera, existe una dinámica militarista lanzada hacia el fin de la presidencia de Clinton (guerra del Kosovo) coincidente con el auge de la burbuja consumista-bursátil y síntomas notorios de degradación institucional, ese primer envión contribuyó a preparar las condiciones para la llegada de los neoconservadores al gobierno quienes desataron una segunda burbuja financiera y aceleraron la carrera bélica. Si profundizamos el análisis deberíamos remontarnos hacia comienzos de los años 1980 cuando la presidencia de Reagan dio el empuje decisivo al proceso de deterioro de la cultura productiva norteamericana combinado con enormes gastos militares y la emergencia de redes de negocios especulativos: el cáncer parasitario terminó por hacer su gran metástasis dos décadas después.

Podemos destacar tres “malas noticias” previas a los hechos de Londres: el avance arrollador de la resistencia irakí, la victoria electoral en Irán de la línea dura antinorteamericana y la expansión de la guerrilla afgana, dichos acontecimientos marcan un giro decisivo en el panorama internacional.

Irak

Las declaraciones triunfalistas en mayo pasado del vicepresidente Dick Cheney (“la insurgencia irakí esta dando sus últimos suspiros”) aparecen ahora como provenientes de un lejano pasado, solo un mes después el jefe del Pentágono Donald Runsfeld señalaba que “la  insurgencia podría seguir durante cierto número de años… cinco, seis, siete, ocho, 10, 12 años» para agregar a renglón seguido que las autoridades norteamericanas habían realizado contactos con ella. Al mismo tiempo  circulaban documentos y declaraciones originados en la CIA o en el alto mando militar (con diversos grado de respaldo formal) augurando por lo general un porvenir negro para la aventura afgano-irakí, desde el General John Abizaid, máximo jefe militar estadounidense para Asia Central y Medio Oriente, admitiendo un incremento decisivo en las operaciones de la guerrilla irakí durante el último semestre, hasta el informe “secreto” de la CIA (pero difundido por el New York Times) señalando el surgimiento de una nueva generación de combatientes islámicos a lo largo de todo el mundo musulmán comparable por su magnitud con la nacida a partir de la guerra de Afganistán en los años 1980. Aquella vez la guerra santa estaba dirigida contra los soviéticos pero ahora (sobre a todo a partir de la invasión a Irak) asume un definido perfil antinorteamericano (1).

En realidad las declaraciones de Cheney fueron los últimos suspiros  de una campaña mediática tan avasalladora como mentirosa, desde los primeros meses de la ocupación  norteamericana era evidente que la resistencia se extendía de manera irresistible y que los ocupantes en lugar de ampliar su base social la reducían  cada vez más. Este proceso dio un verdadero salto cualitativo en el último trimestre: por una parte se hizo patente el fracaso en la construcción de una policía militar irakí títere, sus reclutas son blanco de ataques devastadores y cuando entran en operaciones suelen eludir el combate o desertar. En segundo lugar, y esto es lo más grave, la resistencia ha pasado de los pequeños ataques iniciales de muy reducida duración a grandes operativos, prolongados en el tiempo, muy bien coordinados y eficaces: la guerrilla dispersa del 2003 es ahora una articulación de ejércitos populares sólidamente enraizados en la población. Un ejemplo reciente de ello fue el ataque masivo a mediados de junio contra el cuartel policial de Baya’a, el más importante de Bagdad. Duró cerca de dos horas, en sucesivas oleadas y mostrando una férrea disciplina varios centenares de combatientes (tal vez un millar) mantuvieron en jaque a las fuerzas estadounidenses y sus subordinados irakíes. Es el inevitable paso, bien conocido en la historia de la guerra de guerrillas, de la pequeñas unidades de combate que hostigan el enemigo a grandes estructuras que entablan verdaderas batallas (2). En el plano irakí las fuerzas ocupantes aparecen aisladas de la población en una actitud estratégica defensiva y sin poder consolidar un subsistema de poder local mínimamente estable, frente a ellas la guerrilla deviene ejercito, poder. Coincidente con esto en el territorio norteamericano las encuestas de opinión empiezan a mostrar que el grueso de sus habitantes oscila entre el pesimismo respecto del futuro de la guerra hasta llegar a la exigencia del retiro de las tropas.

Irán

La segunda mala noticia llegó también desde el Medio Oriente. Un pieza decisiva de la estrategia de ocupación de Irak fue la manipulación de rivalidades étnicas (siguiendo el modelo yugoslavo), uno de cuyos objetivos centrales era obtener la complicidad de una porción importante de los shiitas enfrentándolos con los sunitas considerados la base principal de la resistencia. Pero los shiitas irakíes tienen su retaguardia cultural en Irán donde el shiismo protagoniza un proceso revolucionario desde hace un cuarto de siglo. Además en el 2003 los halcones de Washington aspiraban a replicar en Irán su victoria militar de Irak, pero con el correr del tiempo esas ilusiones se fueron enfriando a medida que se hundían en el pantano irakí. Sin embargo siguieron hostilizando a Irán creyendo que así terminarían por doblegar al gobierno moderado  del presidente Khatami, representante de la alta burguesía local, en especial en su política energética pero también obligándolo a presionar a los shiitas irakíes para que estos se sometan a la estrategia del ocupante. Pero la prolongación de la masacre colonial en Irak sumada a las bravuconadas imperiales contra Irán han contribuido de manera decisiva no a amedrentar  a los iraníes, como suponían ciertos estrategas de la Casa Blanca, sino a enfurecerlos contra el Imperio. La victoria electoral del futuro presidente Mahmud Ahmadinejad expresión de la radicalización de los sectores más pobres, del país profundo, levantando las banderas originales de la revolución islámica, de Khomeini, claramente antinorteamericanas; significa un duro revés para los Estados Unidos, no solo en su política para el Gofo Pérsico sino también en su estrategia petrolera global. No es casual que una de las primeras felicitaciones que recibió Ahmadinejad fue la enviada por Hugo Chavez (3).

Afganistán

La tercera mala noticia llegó desde la lejana Afganistán, casi “olvidada” por los medios internacionales de comunicación. Allí, según nos lo explicaban ciertos evaluadores occidentales, la colonización tendía a estabilizarse, la resistencia (en especial la conducida por los talibanes) estaba en camino a la extinción. Pero esos análisis eran falsos, a lo largo del segundo trimestre de este año Afganistán reapareció en las grandes publicaciones y pantallas de televisión de Occidente con cada vez mayor frecuencia. La multiplicación de las operaciones de la resistencia crecientemente mortíferas tratan de ser contrarrestadas sin mayor éxito por las fuerzas de ocupación con abundancia de masacres de población civil (los famosos “daños colaterales”).  Algunos expertos en el tema no dudan en hablar de la “irakización”  de la guerra afgana (4), es decir: emergencia de una guerrilla técnicamente eficaz y descentralizada, contando con apoyo el activo ascendente de la población y el desconcierto de los invasores y su gobierno títere local.

En la Casa Blanca con la llegada de Bush fue elaborada la teoría de que la superpoderosa potencia militar norteamericana era capaz de ganar dos guerras importantes al mismo tiempo. La experiencia irakí demuestra que el Imperio no puede enfrentar ni una sola guerra prolongada en la periferia, si a ese fracaso se le suma un segundo frente de gran envergadura (y las noticias provenientes de Afganistán señalan que eso podría llegar a suceder) es muy probable que en un futuro no muy alejado  veamos a los halcones  en serios apuros.

El fin de la impunidad colonial

Las tres malas noticias fueron más que completadas por una cuarta el 7 de Julio de 2005. El atentado de Londres, algo más de un año después del producido en Madrid, está marcando un hecho nuevo: el fin de la impunidad colonial. En las guerras coloniales del pasado (desde la conquista de América hasta la guerra de Vietnam) las metrópolis podían seguir con su vida pacífica normal mientras sus tropas masacraban a los pueblos periféricos. Pero el siglo XX no transcurrió en vano, los procesos de independencia y recuperación o recreación de identidades culturales en la periferia, la interpenetración global (comunicacional, industrial, financiera, comercial, migratoria, etc.), y luego la marginación y el aplastamiento de los pueblos pobres del planeta (aunque sometidos a una modernización intensa) han ido creando una realidad diferente donde los más oprimidos al mismo tiempo que ven agravada su situación perciben que pueden rebelarse y extender su mano hasta el centro imperial del mundo. A través de redes humanas complejas los “daños colaterales” y otras humillaciones coloniales ocurridas en un remoto rincón de Irak, Afganistán o Palestina pueden ser ahora respondidas en el corazón del territorio imperial, han desparecido las inhibiciones culturales y los bloqueos técnicos que lo impedían en el pasado. Al ocurrir esto las poblaciones de los países ricos descubren que la  guerra colonial produce una suerte de “efecto boomerang” que lleva la violencia hasta su propia casa, en otras palabras, la guerra colonial ba dejando de ser lo que era, una guerra  en el “otro mundo” , subdesarrollado, es decir una subguerra asimétrica, para convertirse en guerra integral donde ambos espacios, el imperial y el colonizado, constituyen teatros de operaciones militares.

Los españoles sacaron sus conclusiones sobre esto de manera inmediata cuando luego de los atentados de Madrid: acabaron con el gobierno de Aznar e impusieron el retiro de sus tropas de Irak. la paz fue su respuesta.

Repercusiones económicas

La evolución de la “petroguerra” empieza a impactar sobre las economías de los países centrales y desde allí al resto del mundo. La conexión entre las “malas noticias” enumeradas y el aumento del precio del petróleo es evidente, se trata de factores de la coyuntura que agravan, convergen, con una tendencia pesada del sistema global hacia el techo de máxima producción de petróleo que estamos a punto de alcanzar y a partir del cual la economía mundial enfrentará la opción siguiente: seguir creciendo para estrellarse con el colapso energético o retardar dicho colapso con tasas de crecimiento económico  próximas a cero o negativas. Aunque para que esta última alternativa sea socialmente viable y no derive en una explosión de caos y desempleo sería necesario introducir cambios revolucionarios en la economía y la cultura que excederían de lejos las posibilidades del capitalismo, de su lógica de rentabilidad a cualquier costo. El bloqueo energético global era técnicamente previsible desde hace más de tres décadas cuando la hipótesis de King Hubbert restringida a la explotación petrolera en Estados Unidos empezó a cumplirse (la superpotencia inició su declinación como productor de petróleo) y su extrapolación a la producción mundial señalaba que el máximo sería alcanzado entre la primera y la segunda década del siglo XXI a partir del cual se instalaría la penuria energética. Pero las vías alternativas de ahorro energético e introducción de nuevas fuentes de energía (solar, eólica, biotecnológica, etc.) pudieron desarrollarse de manera muy limitada, no solo debido a dificultades tecnológicas (superables a largo plazo) sino básicamente a su no adaptabilidad a la dinámica de acumulación del capital, sus tasas de beneficios, su ritmo creciente de innovación e incremento de la productividad, su cultura de consumo, etc.

El actual empantanamiento militar del Imperio trae o traerá también a corto plazo otras consecuencias negativas para el sistema, entre ellas la persistente baja del dólar, resultado de los desajustes fiscales y comerciales de Estados Unidos, y la desaceleración de la euforia consumista en dicho país, único mega motor de la demanda global. De ese modo la solución neoconservadora (militarista) a la decadencia del Imperio deviene un catalizador de la misma, la crisis sigue su curso.

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(1) Pepe Escobar, Asia Times; “Iraq, the new Afghanistan” (Jun 24, 2005) y “The first, not the last throes” (Jun 25, 2005).
(2) ibid.

(3) M.K. Bhadrakumar, “Left, Right: Iran and Venezuela in lockstep”, Asia Times, Jul. 8 2005.

(4) Goinaz Esfandiari, “Afghanistan, Iraq-style”, Asia Times, Jul. 13 2005.

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