Crisis financiera, crisis en América Latina, ¿crisis del imperialismo?
En este verano de 2008 parece que se condensan toda una serie de tendencias explícitas o latentes que vienen desarrollándose desde hace tiempo y que dibujan en conjunto un panorama de cambios inciertos para los próximos meses e incluso años.
La política imperialista de EE.UU. impulsada especialmente a partir de los atentados del 11-S del 2001 y orientada al control de las fuentes de materias primas, sobretodo energéticas[1], ha ido encontrando sucesivos obstáculos que la han llevado a una situación de impasse: los dos conflictos más serios, el de Irak y Afganistán, distan mucho de haber sido encauzados por la política de EE.UU. y sus aliados, incluso puede hablarse de un retroceso en el segundo de los casos. El contencioso con Irán se mantiene al nivel de las amenazas, mientras este país parece seguir avanzando en su programa de desarrollo nuclear, sin que esté despejada la incógnita de la reacción última de EE.UU. o Israel.
A ello se ha añadido de manera virulenta un enfrentamiento con Rusia, focalizado en este momento en Georgia, pero que deriva de las tensiones existentes en el glacis ruso. La sensibilidad histórica de este país a los intentos de ser acordonado ha alcanzado un nivel que le ha llevado a responder violentamente al desafío que se le venía planteando desde hace tiempo y en el que dos acontecimientos importantes recientes ayudan a explicar el desenlace del mes de agosto en Georgia; de un lado la amenaza del despliegue del escudo antimisiles en antiguos países del Pacto de Varsovia, interpretado por Rusia como una medida concebida contra ella misma, de otro lado la independencia reconocida a Kosovo respecto a Serbia por parte de las principales potencias de la OTAN a la que se oponía Moscú.
Otro acontecimiento menos dramático que los anteriores ha marcado también los desafíos del que algunos analistas denominan como imperialismo decadente. Los Juegos Olimpicos celebrados en Pekín han sido interpretados como una puesta en escena de la presentación de China como candidata a gran potencia en el siglo XXI, después de su espectacular crecimiento en el último cuarto del siglo XX, y cuando desde hace ya tiempo que disputa a nivel internacional por la influencia y el control de zonas ricas en materias primas y energía. En este caso, la solitaria superpotencia desde 1989 ve emerger un rival pausible a disputarla su posición.
Pero el final de este verano no va a ser marcado solo por la secuencia de huracanes que han azotado al Caribe sino por el huracán económico desatado por la crisis de diversas entidades financieras en EE.UU. y por lo que puede convertirse en otro huracán político en América Latina con la crisis en Bolivia y sus consecuencias en el subcontinente. El primer evento es la culminación, por el momento, de algunas de las consecuencias originadas por el neoliberalismo: En primer lugar, el estallido de la burbuja inmobiliaria en agosto de 2007 en EE.UU. que empieza a desestabilizar a los mercados financieros mundiales. En noviembre del año pasado, por ejemplo Eric Toussain ya advertía de la situación en un artículo en el que se autocitaba:
“El mecanismo de varias bombas de tiempo se ha puesto en marcha en todas las economías del mundo. Entre estas bombas están: la del sobreendeudamiento de las empresas y de las familias, el mercado de derivados (que, según la expresión del multimillonario Warren Buffet, son «armas financieras de destrucción masiva»), la burbuja de la especulación inmobiliaria (que es la más potente en Estados Unidos y en Gran Bretaña), la crisis de las sociedades de seguros y de fondos de pensiones… Ha llegado el momento de desactivar estas bombas y de pensar en otro sistema, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Por supuesto no hay que contentarse con desactivar las bombas y soñar con que otro mundo es posible, es necesario atacar la raíz de los problemas y por lo tanto conseguir una redistribución de la riqueza sobre la base de la justicia social.»[2]
En segundo lugar encontramos el rápido aumento de los precios de alimentos básicos y el petróleo: mientras el trigo y el arroz se duplicaron entre 2007 y 2008, el petróleo escaló hasta cerca de los 150 dólares el barril en el verano de este último año. Toussian se refiere a dos de las principales causas de este fenómeno :
“Frente a un precio de los cereales históricamente bajo hasta 2005, las grandes empresas privadas de los negocios agrarios consiguieron que los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea subvencionaran la industria de los «agrocarburantes». Estas grandes empresas querían ganar en dos frentes: vendiendo sus cereales más caros y rentabilizando la producción de biocombustibles. Y lo han conseguido (…)La especulación sobre los productos agrícolas fue muy fuerte en 2007 y 2008, acentuando un fenómeno que comenzó a principios de los años 2000 tras el estallido de la burbuja de Internet. Después de la crisis de las subprimes, que explotó en Estados Unidos durante el verano de 2007, los inversores institucionales (apodados en francés zinzins) se retiraron progresivamente del mercado de las deudas construido de forma especulativa a partir del sector de los bienes inmuebles estadounidenses y se fijaron en el sector de los productos agrícolas e hidrocarburos como probable abastecedor de interesantes beneficios (…)Es decir, los mismos que provocaron la crisis en Estados Unidos con su avaricia, especialmente aprovechando la credulidad de las familias poco solventes de EEUU que pretendían convertirse en propietarias de una vivienda (el mercado de las subprimes), jugaron un papel muy activo en la fuerte subida de los precios de los hidrocarburos y productos agrícolas. De ahí la extrema importancia de cuestionar la omnipotencia de los mercados financieros.”[3]
Ambos fenómenos han incidido sobre unas entidades financieras volcadas en el negocio de la especulación que han llevado a lo que ya empieza a conocerse como la crisis económica más grave desde el crack de 1929. Hay quienes opinan que esta crisis es la puntilla a un neoliberalismo fuertemente contestado y ya debilitado en partes importantes del mundo. Pero la crisis del neoliberalismo, incluso la crisis del capitalismo no implica necesariamente su final, como nos ha demostrado la historia, lo que ha significado hasta ahora cada crisis es una reestructuración a través de un período de sufrimientos y sacrificios para los más débiles de la sociedad mundial, es decir una inmensa parte de ésta.
De manera automática se evoca la crisis de 1929 y todas sus consecuencias, sin embargo las instituciones capitalistas se han venido perfeccionando desde entonces y reaccionan ante una emergencia que en algunos casos ya intuyeron pero ante la que no pusieron remedio. Y de esta manera asistimos entre atónitos e indignados a la orgía de miles de millones de ayudas rápidas de los bancos centrales de EE.UU., Europa y Japón a las entidades financieras en quiebra, a la socialización de las pérdidas de los escandalosamente ricos, mientras en ese mismo momento la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) hacia público que en el último año se añadían 75 millones de personas en el mundo a la cifra de desnutridos que así se elevaban a un total de 923 millones de hambrientos. Se aleja así la consecución de los Objetivos del Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas que se planteaba reducir a la mitad el numero de personas hambrientas en 2015 respecto a 2008. [4]
Pero no es solamente que este insoportable doble rasero sea inmoral sino que:
“Se trata de operaciones que solo agravan el problema. En primer lugar, porque lo que hacen los bancos con esa liquidez es continuar con lo que hoy día saben y les conviene hacer: especular con productos financieros muy arriesgados (como las hipotecas subprime o los «paquetes» compuestos con ellas) que son los que han provocado la crisis. Y, en segundo lugar, porque así no abordan la cuestión de fondo fundamental: acabar de una vez con la regulación tramposa que ha permitido que las finanzas internacionales sean un auténtico espacio opaco de chanchullos, de engaños, de corrupción, de opacidad y de riesgo extraordinario aunque muy rentable para los bancos yespeculadores.
Estas dos circunstancias son las que permiten afirmar sin ningún género de dudas que los bancos centrales han sido, primero, corresponsables de la crisis (por haber establecido la regulación que ha permitido que pase lo que ha pasado); luego, cómplices de los bancos que han llevado a cabo las operaciones que han provocado la crisis (por hacer oídos sordos a las demandas de intervención que se han hecho para evitar las corruptelas y el riesgo); y, a la postre, pirómanos metidos a bomberos (por aplicar políticas y tomar decisiones que no hacen sino alimentar la crisis que dicen abordar”[5]
Los efectos de esta crisis, descargados como es habitual en las espaldas de los más débiles, no encuentra, sin embargo, respuestas adecuadas por parte de éstos ante la evidente debilidad de sus organizaciones y conciencia, situación que se agravó a partir del vendaval que en los 80 arrasó el mundo del socialismo real. En ausencia de capacidad de respuestas de carácter anticapitalistas se asiste a otras de tipo egoísta que pueden desembocar en brotes de xenofobia alimentado y explotado por los sectores reaccionarios. Solo en una región del mundo parece que esta crisis económica del capitalismo encuentra la respuesta adecuada, en América Latina, donde desde hace años se asiste a una fuerte contestación al neoliberalismo.
Y es justamente en América Latina donde va a coincidir con este momento crítico de la crisis económica a nivel mundial un momento álgido en el enfrentamiento entre las fuerzas de la oligarquía y las clases populares. La crisis desatada en Bolivia tras la celebración del referéndum que ganó ampliamente el Presidente Evo Morales frente a los gobernadores de las regiones sediciosas, no es más que un intento de las fuerzas derechistas de revertir por la fuerza su derrota en las urnas. Se trata de un punto crítico más de los varios vividos en los últimos años en América Latina, especialmente en Bolivia y Venezuela, pero también en otras partes como en Argentina o Ecuador. La ruptura con el neoliberalismo, sin entrar por el momento a definir de forma más precisa el sentido de esta ruptura, si bien se esta realizando sin abandonar los cauces y la institucionalidad democrática, está sometida a los intentos de los sectores sociales y políticos ligados al neoliberalismo por provocar una ruptura de dicha institucionalidad, como manera de conseguir mediante una solución de fuerza lo que, por el momento, son incapaces de conseguir en las urnas.
El aspecto más novedoso en esta última crisis boliviana no ha sido la capacidad del bloque derechista para tomar la iniciativa en una movilización social contra el gobierno de Evo Morales, pues Venezuela, por ejemplo, también conoció estos intentos de crear un caos social que diera cobertura a una intervención militar. Lo novedoso es que se haya producido una intervención de la mayoría de los Estados latinoamericanos en la crisis, orientada a respaldar la estabilidad institucional en Bolivia.
Sobre la reunión de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) se ha especulado con el posible papel jugado por Lula como árbitro en el conflicto basado en el peso de Brasil, también se ha especulado sobre si Washington ha dejado en manos de Lula y Bachelet la recondución de la crisis de una manera favorable a sus intereses, pero lo cierto es que ha significado una implicación de doce países de la zona, aparentemente de manera autónoma, en el conflicto boliviano y, por extensión, se puede añadir en el conjunto del proceso que tiende a revertir el neoliberalismo por una política de control de las riquezas de cada país a favor de sus poblaciones.
El claro desafío del gobierno boliviano a EE.UU. al señalarle como instigador de la estrategia sediciosa de la oposición y expulsar a su embajador – seguido por una reacción en el mismo sentido de Venezuela a manera de solidaridad y como gesto claro de que el apoyo a Evo no es solo una cuestión de declaraciones vacías – seguido por el respaldo obtenido por la UNASUR puede considerarse una batalla claramente ganada por las fuerzas antineoliberales.
El referéndum en Bolivia no sirvió, como se esperaba previsiblemente, para despejar lo que se ha venido denominando como empate catastrófico, pero relegitimó al gobierno de Evo Morales que, así, obligaba incluso a los gobiernos reticentes con su política a apoyarle frente a los gobernadores sediciosos. Este respaldo, a su vez, puede haberle fortalecido frente a posibles tentaciones de soluciones de fuerza militar y de cara al referéndum sobre la nueva Constitución que el gobierno quiere hacer aprobar. El precio por romper la legalidad constitucional por parte de las fuerzas desplazadas del poder político en Bolivia se ha vuelto ahora mucho más costoso. Y lo mismo se puede hacer extensivo a procesos parecidos como Venezuela o Ecuador.
Se han venido vertiendo criticas al carácter excesivamente institucionalista de estos procesos, a los objetivos limitados y ambiguos que se plantean, se ha pronosticado su inevitable derrota si no emprenden una decisiva orientación socialista, aludiendo con ello no solo a los objetivos, sino también en algunos casos a la estrategia de resolver el problema del poder según los canones clásicos ya conocidos[6]. Pero lo cierto es que estos procesos están avanzando en medio de obstáculos, contradicciones y problemas graves no resueltos.
A pesar de la dureza de la confrontación, en ninguno de los dos países más avanzados en este proceso antineoliberal y de rescate de las riquezas nacionales, Bolivia y Venezuela, está al orden del día el paso al socialismo, su lucha se comprende mejor en clave antiimperialista y latinoamericanista. En Venezuela, donde más frecuentemente se ha aludido a la expresión de socialismo del siglo XXI, ésta sigue ubicada en el reino de la ambigüedad, más allá de significar un distanciamiento claro de los modelos que representaron al socialismo real en el siglo XX.
Así las cosas, entre las políticas socialdemócratas que, como en Europa, intentan mantener en las actuales circunstancias lo que puedan de un Estado de Bienestar en retroceso, y los que preconizan, incansable pero ineficazmente, la necesidad de construir partidos revolucionarios que orienten una salida socialista a la crisis, en América Latina se está desarrollando las únicas luchas en profundidad contra el neoliberalismo, con los actores sociales, las direcciones políticas y las condiciones históricas que hoy existen. Y en su desarrollo mantiene atenta su principal atención toda la izquierda, sea cual fuere su opinión al respecto.
[1] Ver, por ejemplo, Jim Cason y David Brooks, Ataque a Irak, cuestión de seguridad energética en EEUU, Rebelión, 04-01-2003
[2] Toussain, Eric, Coyuntura económica internacional dominada por la explosión en el Norte de las burbujas de la deuda privada y del sector inmobiliario, Rebelión, 11-11-2007
[3] Toussain, Eric, y Millet, Damien, Repaso de las causas de la crisis alimentaria mundial, El economista de Cuba, Edición OnLine, 25-08-2008
[4] http://www.fao.org/newsroom/es/news/2008/1000923/index.html
[5] Torres López, Juan, Docenas de miles de millones para salvar a los bancos; nada para salvar a las personas, Rebelión, 17-09-2008
[6] Un ejemplo de estas posiciones puede verse en Molina, Eduardo, ¿Adónde va América Latina?, http://www.ft-ci.org/article.php3?id_article=113