Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Dossier sobre los últimos premios Nobel de Economía

Ya sabemos que, estrictamente, no deberían llamarse Nobel de Economía, porque no los entrega la fundación homónima, pero tampoco hay mucha diferencia entre que te premie un banco o una organización creada con el dinero de fabricar explosivos. Como cada año, la noticia ha provocado algunas reacciones de economistas críticos con respecto a los premiados. Recogemos en este pequeño dossier tres de ellas. Las de Michael Roberts, Juan Torres y Dmitri Pozhidaev.

Por qué las naciones triunfan o fracasan: una causa Nobel

Michael Roberts

Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A Robinson han sido galardonados con el Nobel (en realidad, el premio del Riksbank) de Economía «por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y afectan a la prosperidad» Daron Acemoglu es profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Simon Johnson es profesor en la misma universidad. Y James Robinson es profesor en la Universidad de Chicago.

He aquí lo que los jueces del Nobel dicen que fue la razón para ganar:

«Hoy en día, el 20% de los países más ricos son unas 30 veces más ricos que el 20% de los países más pobres. Las diferencias de renta entre países han sido muy persistentes en los últimos 75 años.39 Los datos disponibles también muestran que las disparidades de renta entre países han aumentado en los últimos 200 años. ¿Por qué las diferencias de renta entre países son tan grandes y tan persistentes?

Los galardonados de este año han sido pioneros en un nuevo enfoque para dar respuestas creíbles y cuantitativas a esta cuestión crucial para la humanidad. Al examinar empíricamente el impacto y la persistencia de las estrategias coloniales en el desarrollo económico posterior, han identificado las raíces históricas de los entornos institucionales extractivos que caracterizan a muchos países de renta baja. Su énfasis en el uso de experimentos naturales y datos históricos ha iniciado una nueva tradición de investigación que sigue ayudando a descubrir los motores históricos de la prosperidad, o de la falta de ella.

Sus investigaciones se centran en la idea de que las instituciones políticas conforman fundamentalmente la riqueza de las naciones. Pero, ¿qué determina estas instituciones? Integrando las teorías de las ciencias políticas sobre la reforma democrática en un marco teórico de juegos, Acemoglu y Robinson desarrollaron un modelo dinámico en el que la élite gobernante toma decisiones estratégicas sobre las instituciones políticas -en particular, si se amplía el derecho de sufragio- en respuesta a amenazas periódicas. Este marco es ahora estándar para analizar la reforma política institucional y ha tenido un impacto significativo en la literatura de investigación. Y cada vez hay más pruebas que apoyan una de las principales implicaciones del modelo: los gobiernos más inclusivos promueven el desarrollo económico.»

A lo largo de los años (¿o décadas?) he publicado artículos sobre el trabajo de varios premios Nobel de Economía.

Lo que he descubierto es que, sea cual sea la calidad del trabajo del ganador, él o ella (ocasionalmente) solían obtener el premio por su peor trabajo de investigación, es decir, un trabajo que confirmaba la visión dominante del mundo económico, mientras que en realidad no nos llevaba más lejos en la comprensión de sus contradicciones.

Esta conclusión creo que se aplica a los últimos ganadores.  El trabajo por el que recibieron el premio de un millón de dólares es por una investigación que pretende demostrar que los países que alcanzan la prosperidad y acaban con la pobreza son los que adoptan la «democracia» (y con ello se refiere a la democracia liberal de estilo occidental en la que la gente puede expresarse (en su mayoría), puede votar a los funcionarios de vez en cuando y esperar que la ley proteja sus vidas y propiedades (con suerte). Las sociedades controladas por élites sin ninguna responsabilidad democrática son «extractivas» de recursos, no respetan la propiedad ni el valor y, por tanto, no prosperan con el tiempo. En una serie de artículos en los que se aplican algunos análisis empíricos (es decir, en los que se correlaciona la democracia (tal y como se define) con los niveles de prosperidad), los ganadores del Nobel pretenden demostrarlo.

De hecho, los ganadores del Nobel sostienen que la colonización del Sur Global en los siglos XVIII y XIX puede ser «inclusiva» y convertir a países como Norteamérica en naciones prósperas (olvidando a la población indígena) o «extractiva» y mantener a los países en la pobreza extrema (África).

Este tipo de economía es lo que se llama institucional, es decir, que no son tanto las fuerzas ciegas del mercado y la acumulación de capital las que impulsan el crecimiento (y las desigualdades), sino las decisiones y estructuras establecidas por los seres humanos.  Apoyando este modelo, los vencedores afirman que las revoluciones preceden a los cambios económicos y no que los cambios económicos (o la falta de ellos ante un nuevo entorno económico) preceden a las revoluciones.

En primer lugar, si el crecimiento y la prosperidad van de la mano de la «democracia» y se considera que países como la Unión Soviética, China o Vietnam tienen élites «extractivas» o no democráticas, ¿cómo explican nuestros nobelistas su indudable rendimiento económico?Aparentemente, se explica por el hecho de que empezaron siendo pobres y tenían mucho que hacer para «ponerse al día», pero pronto su carácter extractivo les pasará factura y el hipercrecimiento de China se agotará.

En segundo lugar, ¿es correcto decir que las revoluciones o las reformas políticas son necesarias para encaminar las cosas hacia la prosperidad? Bueno, puede que haya algo de verdad en ello: ¿estaría Rusia a principios del siglo XX donde está hoy sin la revolución de 1917 o China donde está en 2024 sin la revolución de 1949?Pero nuestros nobelistas no nos presentan esos ejemplos: los suyos son la obtención del voto en Gran Bretaña en el siglo XIX o la independencia de las colonias americanas en la década de 1770;

La guerra civil inglesa de la década de 1640 sentó las bases políticas para la hegemonía de la clase capitalista en Gran Bretaña, pero fue la expansión del comercio (incluido el de esclavos) y la colonización en el siglo siguiente lo que hizo avanzar la economía.

La ironía de este premio es que el mejor trabajo de Acemoglu y Johnson ha llegado mucho más recientemente que en los trabajos anteriores en los que se han centrado los jueces del Nobel.  Sólo el año pasado, los autores publicaron Poder y progreso, donde plantean la contradicción en las economías modernas entre la tecnología que hace aumentar la productividad del trabajo pero también con la probabilidad de que aumenten la desigualdad y la pobreza.Por supuesto, sus soluciones políticas no tocan la cuestión de un cambio en las relaciones de propiedad, salvo para pedir un mayor equilibrio entre capital y trabajo.

Lo que se puede decir a favor de los ganadores de este año es que al menos su investigación trata de entender el mundo y su desarrollo, en lugar de algún teorema arcano de equilibrio en los mercados por el que muchos ganadores anteriores han sido galardonados;

Creo que tenemos una explicación mucho mejor y convincente de los procesos de recuperación (o no) en el reciente libro de los economistas marxistas brasileños Adalmir Antonio Marquetti, Alessandro Miebach y Henrique Morrone que han producido un importante y perspicaz libro sobre el desarrollo capitalista global, con una nueva e innovadora forma de medir el progreso de la mayoría de la humanidad en el llamado Sur Global para «alcanzar» los niveles de vida del «Norte Global».Este libro aborda todos los aspectos que los ganadores del Nobel ignoran: la productividad, la acumulación de capital, el intercambio desigual, la explotación, así como el factor institucional clave de quién controla el excedente.

Fuente: blog del autor, 15 de octubre de 2024 (https://thenextrecession.wordpress.com/2024/10/15/why-nations-succeed-or-fail-a-nobel-cause/)

Otro No-Premio Nobel de Economía que patina

Juan Torres

Un año más, los medios de comunicación anuncian que la Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel de Economía, en esta ocasión a Daron Acemoglu, Simon Johnson, ambos profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Estados Unidos, y a James A. Robinson, de la Universidad de Chicago.

Los tres son extraordinarios académicos, de gran prestigio, y autores de obras de gran influencia, pero eso no quita que ese premio sea un fraude y que el modo en que se concede confunda a la gente, dando a entender que sus autores defienden tesis que deben considerarse científicas y fuera de duda.

Es un fraude porque no puede hacerse mención a Alfred Nobel. Como expliqué en mi libro Econofakes. Las 10 grandes mentiras económicas de nuestro tiempo y cómo condicionan nuestra vida, Nobel conocía perfectamente el desarrollo de la economía de su tiempo y no quiso que esa disciplina fuera honrada con el premio que instituyó. Con toda seguridad, porque era consciente de que se trataba de una rama del saber incapaz de proporcionar verdades científicas como las otras a las que quiso premiar legando para ello su gran fortuna.

El premio lo instauró el Banco de Suecia en 1968, precisamente cuando enfrentaba sus tesis neoliberales a las socialdemócratas del gobierno sueco, tal y como comenzaba a suceder en todos los demás países. Haciendo creer que se trataba de un Premio Nobel, lo que se buscaba era que la gente creyera que las tesis económicas en ascenso que se irían premiando eran verdades científicas que había que acatar como tales, y frente a las cuales, por tanto, no había alternativa.

Es cierto, no podía ser de otro modo si se quería tener algo de credibilidad, que también se ha concedido en varias ocasiones a economistas enfrentados con más o menos matices al paradigma neoliberal. Pero la inmensa mayoría de los premiados son economistas (muy en masculino, por cierto) que defienden las teorías y políticas que han beneficiado a las grandes corporaciones y a las finanzas, produciendo la mayor concentración de riqueza y poder en pocas manos de la historia humana.

El premio de este año se ha concedido a los tres economistas mencionados, según el Banco de Suecia, por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones, por haber demostrado su importancia para la prosperidad de los países, y cómo «las sociedades con un Estado de derecho deficiente e instituciones que explotan a la población no generan crecimiento ni cambios para mejor».

En sus diversas obras, estos tres economistas sostienen la idea de que hay instituciones buenas que son las que motivan a las personas a volverse productivas: la protección de sus derechos de propiedad privada, la aplicación predecible de sus contratos, las oportunidades de invertir y mantener el control de su dinero, el control de la inflación y el intercambio abierto de divisas. Aunque, sin embargo, afirman que no son esas instituciones económicas las fundamentales para determinar si un país es pobre o próspero, puesto que su existencia depende y viene determinada por la política y las instituciones políticas.

La tesis es, sin duda, fundamental, aunque no muy novedosa en realidad, puesto que ya fue intuida o incluso desarrollada por los grandes economistas clásicos, incluso del siglo XVIII, como Adam Smith. Y, desde luego, muy importante a la hora de formular políticas económicas.

¿Por qué dije al principio, entonces, que se trata de un premio que nuevamente vuelve a confundir a la gente, haciéndole creer que la Economía es una ciencia y que los economistas premiados defienden verdades indiscutibles?

Sencillamente, porque las principales tesis que han sostenido Acemoglu, Johnson y Robinson, así como sus resultados y conclusiones de política económica han sido ampliamente criticadas y puestas en duda por otros muchos economistas. Y galardonar a una sola de las interpretaciones da a entender que esa es la versión científica y, por tanto, la que se debería poner en práctica.

Cualquier persona que tenga interés en conocer esas críticas puede encontrarlas fácilmente en internet y yo no puedo dedicar este comentario, necesariamente breve y de actualidad, a desarrollarlas con detenimiento.

Me limitaré, pues, a señalar de la forma más sencilla posible las más importantes que se le han hecho, para que cualquier persona entienda que, efectivamente, las tesis de estos tres economistas no son, ni mucho menos, verdades absolutas.

Ha sido criticado que sus estudios se han centrado en las instituciones formales, dejando a un lado expresamente a las informales que tienen que ver con la cultura. De hecho, fue precisamente otro premiado por el Banco de Suecia, Douglas North, quien subrayó que estas últimas (“encarnadas en costumbres, tradiciones y códigos de conducta”) tienen un papel tanto o más importante que las formales para generar desarrollo económico.

Se critica también que estos tres autores establecen una relación de causa-efecto (buenas instituciones producen crecimiento y desarrollo económico) que no demuestran que se dé siempre en el mismo sentido. Se les critica que no presentan ningún argumento concluyente que permita sostener que los resultados finales se lograron porque los Estados establecieron primero derechos de propiedad estables y buena gobernanza, de los que luego brotó el desarrollo. Se les argumenta que las mismas evidencias que aportan podrían usarse para sostener que primero se dispuso de recursos y de ahí pudieron nacer las instituciones. Se ha dicho, por eso que Acemoglu, Johnson y Robinson elaboran su teoría como si las instituciones aparecieran al azar o de la nada.

Por el contrario, muchos economistas han mostrado que es más realista sostener que la relación entre las instituciones políticas y económicas es, en realidad, bidireccional.

También se pone en cuestión su tesis según la cual las instituciones son el resultado de la elección colectiva. Algún economista ha señalado que es difícil aceptar la suposición de que el orden institucional en los regímenes autoritarios, y especialmente en los totalitarios, lo sea.

Se critica también que los economistas premiados este año se hayan centrado casi exclusivamente en subrayar el fuerte impacto beneficioso de las instituciones del capitalismo, soslayando el papel de los fallos del mercado o el papel del sector público para resolverlos y promover el desarrollo, tergiversando en algún caso la historia de algunas economías. Se les ha criticado que sistemáticamente minimizan el papel de la política industrial y de un Estado activo como factor de despegue y progreso económico.

Las derivaciones de política económica de las tesis de estos recién galardonados también han sido cuestionadas. Y, sobre todo, no tener en cuenta que la trasposición de instituciones capitalistas a muchas economías atrasadas (como suelen recomendar el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial) no ha generado precisamente progreso, sino atraso, sufrimiento y miles de muertes innecesarias.

Para no extenderme en este aspecto, me referiré tan solo a la crítica del economista colombiano Guillermo Maya a las propuestas que el recién premiado James Robinson hizo para su país: mantener la propiedad latifundista de la tierra, renunciar a su reparto entre el campesinado para generar producción agraria y, en su lugar, promover su migración a las ciudades para educarse.

La supuesta defensa de las buenas instituciones, como la educación, se traduce en realidad, dice Maya, en mantener el gran latifundio, «la peor institución excluyente en Colombia, cuyos dueños se apropian de los recursos fiscales regionales, mientras pagan ínfimos impuestos, y se apropian de la plusvalía social que generan las obras de infraestructura, al mismo tiempo que “derraman” el costo social del latifundio, en forma de violencia, exclusión social y democracia limitada, sobre la sociedad toda».

No quiero decir, en ningún caso, que el reconocimiento a los tres galardonados sea inmerecido por su trabajo y su obra. Simplemente quiero señalar que, una vez más, el Banco de Suecia se comporta como una institución parcial, ideologizada y al servicio del poder dominante que tiene al mundo en la situación de gran inestabilidad y riesgo en la que está.

Fuente: Página web del autor, (https://juantorreslopez.com/otro-no-premio-nobel-de-economia-que-patina/)

El Premio Nobel de las Instituciones: Una crítica al marco de Acemoglu y Robinson

Dmitry Pozhidaev

Introducción

El mismo día en que el Comité Nobel anunció su decisión de conceder el Premio Nobel de Economía 2024 a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson por su trabajo sobre instituciones y prosperidad, me encontré criticando su marco explicativo en el contexto de mi nuevo proyecto sobre la administración pública en Serbia. Su argumento, extraído principalmente de Why Nations Fail (2012), postula que el crecimiento a largo plazo depende de la presencia de instituciones políticas y económicas inclusivas, aquellas que promueven la participación democrática y las prácticas económicas justas. Pero, ¿qué validez tiene esta teoría en el caso de Serbia?

Si observamos el crecimiento del PIB como indicador de la capacidad de gobernanza de Serbia para fomentar el desarrollo económico, la tendencia revela algunas contradicciones. El crecimiento del PIB alcanzó su punto máximo en torno a 2008, se estancó durante unos siete años y luego se aceleró en torno a 2015, coincidiendo con el ascenso del Gobierno liderado por el Partido Progresista Serbio (SNS). Según la coalición gobernante, este resurgimiento reivindica su superior gobernanza en comparación con administraciones anteriores. Curiosamente, sin embargo, el Índice de Democracia Electoral (IDE) de Serbia y el crecimiento del PIB fueron paralelos hasta 2012 aproximadamente, año a partir del cual divergieron. Mientras los estándares democráticos de Serbia se erosionaban, el crecimiento económico seguía aumentando, lo que sugiere que la prosperidad se ha desvinculado cada vez más de la gobernanza democrática.

Figura 1. Índice de democracia electoral y PIB de Serbia, 2001-2023

Fuente: El autor se basa en datos de V-Dem y del Banco Nacional de Serbia

Esta observación plantea una cuestión fundamental: ¿En qué medida encajan los recientes resultados económicos de Serbia en el marco Acemoglu-Robinson?

El marco Acemoglu-Robinson: Un breve repaso

La investigación de Acemoglu y Robinson, galardonada con el Nobel, se centra en la relación entre instituciones y prosperidad. En su opinión, las instituciones inclusivas -aquellas que permiten una amplia participación, respetan el Estado de Derecho y limitan el poder de las élites- son esenciales para el crecimiento económico a largo plazo. Por el contrario, las instituciones extractivas, controladas por élites sin responsabilidad democrática, suprimen una amplia participación económica y conducen al estancamiento y al declive final.

Su teoría, más conocida en Why Nations Fail, postula que las instituciones inclusivas fueron históricamente esenciales para el desarrollo de las economías occidentales. Sostienen que sin tales instituciones, la innovación permanente y el crecimiento sostenible son imposibles, ya que las élites de los sistemas extractivos tienden a bloquear cualquier desarrollo que amenace su poder.

La distinción entre instituciones inclusivas y extractivas es fundamental para explicar por qué algunos países son ricos y otros pobres. En su opinión, los países que adoptan instituciones democráticas liberales inclusivas experimentan prosperidad, mientras que los gobernados por élites rentistas sufren bajo instituciones extractivas.

Crítica: La excepción serbia y más allá

Sin embargo, Serbia representa un desafío para este marco. A pesar del deterioro de las normas democráticas y de la creciente centralización del poder bajo el SNS, Serbia ha experimentado un crecimiento sostenido del PIB. Esta divergencia sugiere que los resultados económicos de Serbia no dependen del tipo de instituciones inclusivas que defienden Acemoglu y Robinson.

Los críticos han observado discrepancias similares en otros lugares. De Vries, por ejemplo, sostiene que la relación entre democracia y crecimiento económico es mucho más compleja de lo que sugieren Acemoglu y Robinson. Señala que las democracias eran muy escasas durante el despegue económico de la mayoría de los países, y no hay pruebas claras de que la gobernanza democrática sea necesaria para el crecimiento, sino más bien lo contrario en algunos casos. Además, la democracia no garantiza un crecimiento sostenido una vez logrado el despegue.

No se trata de una crítica aislada. Estudiosos como Branko Milanovic han sido especialmente críticos con el marco de Acemoglu y Robinson, al que Milanovic denomina «Wikipedia con regresiones». Destaca una omisión llamativa y no accidental en el trabajo de Acemoglu y Robinson la ausencia total del comunismo, que es obviamente un conjunto de instituciones complejas. Esto se debe a que el funcionamiento de las instituciones bajo el comunismo no puede explicarse dentro de su marco. El comunismo tenía malas instituciones, pero no se pusieron ahí para servir a una «minoría extractiva». En Capitalismo, solo, Milanovic señala el éxito económico de China y Vietnam, que no poseen las instituciones «inclusivas» descritas por Acemoglu y Robinson y, sin embargo, han logrado algunas de las tasas de crecimiento más altas del mundo. En Why Nations Fail, Acemoglu y Robinson tachan de temporales los éxitos de China y Vietnam, prediciendo que su crecimiento decaerá cuando sus instituciones extractivas les alcancen. Esta predicción, sin embargo, sigue sin cumplirse incluso cuando China se acerca al estatus de superpotencia económica mundial.

Michael Roberts, criticando desde una perspectiva marxista, destaca las limitaciones del marco de Acemoglu y Robinson. Cuestiona cómo explican los resultados económicos de Estados como la Unión Soviética y China si se califica a estos regímenes de extractivos. Roberts señala que su modelo simplifica en exceso la compleja relación entre las estructuras políticas y el crecimiento económico, ignorando el papel del desarrollo impulsado por el Estado en los sistemas socialistas. Además, señala que los ejemplos de AJR -como la democratización de Gran Bretaña en el siglo XIX o la independencia de Estados Unidos- no tienen en cuenta las fuerzas económicas más amplias, como la expansión del capitalismo, el comercio y la colonización, que impulsaron el crecimiento.

Una crítica marxista más amplia

En muchos sentidos, el marco de AJR se hace eco de la tesis del «fin de la historia» popularizada por Francis Fukuyama, que proclama la democracia neoliberal de corte occidental como la cúspide del desarrollo político y económico. Su teoría reduce esencialmente el camino hacia la prosperidad a la adopción de las instituciones liberales occidentales, ignorando el papel histórico que el capitalismo ha desempeñado en la perpetuación del desarrollo desigual. Como argumentaron Baran y Sweezy, el capitalismo en el Sur global está estructuralmente limitado por su relación con el Norte global, que sigue extrayendo plusvalía de las economías en desarrollo.

Acemoglu, Johnson y Robinson construyeron su marco sobre los cimientos de la economía institucional, basándose en gran medida en Douglass North. Sin embargo, aunque North y sus seguidores aportaron ideas valiosas, su enfoque era a menudo demasiado general, demasiado neutral en cuanto a los valores y se centraba principalmente en los costes de transacción de las instituciones. En la década de 1990, a medida que la euforia postcomunista del «fin de la historia» se apoderaba de los campos intelectuales occidentales -desde la filosofía hasta la historia y la ciencia política-, crecía la demanda social de una mayor claridad ideológica. Esta demanda se extendió también a la economía, lo que condujo a la búsqueda de un marco que fuera más allá del análisis neutral de valores de North. Acemoglu y Robinson respondieron a esta demanda desarrollando un modelo más orientado ideológicamente que situaba a las instituciones democráticas liberales en la cúspide del desarrollo.

Mi investigación (con Boris Kagarlitsky) sobre la Inversión Extranjera Directa (IED) en el Sur Global muestra cómo la plusvalía es extraída de la periferia por estas mismas instituciones democráticas liberales del centro, que Acemoglu y Robinson consideran el pináculo del desarrollo institucional. En el caso de Serbia, el crecimiento económico bajo un régimen que no se ajusta a la definición de «inclusivo» desafía el binario simplista de instituciones inclusivas frente a extractivas. El crecimiento de Serbia subraya las formas en que la desigualdad global, impulsada por los mismos mecanismos capitalistas que Acemoglu y Robinson pasan por alto, sigue canalizando el excedente de la periferia al centro.

Esta visión limitada de la democracia tiene consecuencias significativas, especialmente para la izquierda. Como advierte Boris Kagarlitsky (2024) en su libro más reciente: «Pero si nuestros conceptos de democracia y libertad están limitados por el horizonte de las instituciones políticas liberales, entonces nosotros, miembros de la izquierda, corremos el riesgo de perder tanto nuestros derechos sociales como nuestras libertades políticas.» Esta crítica subraya el peligro de aceptar definiciones estrechas de democracia que se alineen únicamente con el capitalismo liberal, dejando así de lado alternativas más radicales o socialistas.

En mi opinión, el marco de Acemoglu y Robinson es producto del giro neoliberal que se produjo en Occidente en las décadas de 1970 y 1980, un periodo marcado por el colapso del bloque socialista. Siguiendo la tradición intelectual descrita por Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas (1962), el trabajo de Acemoglu y Robinson puede considerarse la culminación de un paradigma en la economía institucional. Su marco se ha consolidado como parte del discurso dominante en economía, dando forma a la manera en que los académicos y los responsables políticos entienden el desarrollo dentro del orden capitalista liberal. Su trabajo proporciona una justificación ideológica para la expansión del capitalismo liberal occidental como único camino hacia la prosperidad. Sin embargo, al igual que Kuhn sostenía que los paradigmas acaban dando paso a nuevos marcos más precisos, las limitaciones de la teoría de Acemoglu y Robinson indican que el campo puede estar pronto maduro para ese cambio de paradigma.

Marx dijo una vez: «la teoría también se convierte en una fuerza material en cuanto se ha apoderado de las masas». La fuerza del trabajo de Acemoglu, Jackson y Robinson no radica en su precisión empírica, sino en su adecuación a las exigencias políticas y económicas de su tiempo. Su teoría del desarrollo institucional, aunque defectuosa, se ha convertido en un punto de referencia estándar en los debates sobre crecimiento económico y gobernanza. Han contribuido notablemente a establecer firmemente las instituciones como parte importante de la economía y el análisis económico dominantes. El hecho de que su enfoque fuera ideológicamente coherente con los ideales dominantes de la democracia liberal ayudó a superar la vacilación y la sospecha generalizadas y arraigadas de las instituciones en la ciencia económica, que a menudo consideraba que el análisis institucional olía a marxismo a pesar de los avances pioneros de Douglass North y Elinor Ostrom (ambos galardonados con premios Nobel anteriormente).

Aunque discrepo en gran medida de sus conclusiones, incluí su trabajo en la revisión bibliográfica de mi nuevo proyecto sobre la administración pública serbia. Su marco, aunque incompleto, ha dado forma al debate sobre las instituciones y el desarrollo de una manera que no puede ignorarse. A pesar de las pruebas en contra, su teoría sigue siendo válida, al igual que el orden capitalista liberal que defienden. Señalando la orientación ideológica del premio, Juan Torres argumenta que los premios Nobel de economía son inherentemente parciales e ideológicos, por parte de una institución al servicio de la potencia dominante que tiene al mundo en una situación de gran inestabilidad y riesgo en la que se encuentra.

Cuando analistas como Michael Roberts sugieren que Acemoglu y Robinson han producido recientemente trabajos mejores y más relevantes, se refleja, en cierto modo, el declive del poder de la economía institucional liberal burguesa. Esto plantea la pregunta: ¿Refleja aún el premio la realidad contemporánea, o es un paso atrás? Si les hubieran concedido el Nobel unos años antes, la reacción podría haber sido más entusiasta. Pero la reacción mixta dentro de la profesión económica es ahora una señal prometedora. Sugiere que el campo ha superado el paradigma restrictivo completado por Acemoglu y Robinson y está buscando activamente nuevas y mejores respuestas a los retos del desarrollo en el mundo actual

Fuente: blog del autor, (https://deveconhub.com/the-nobel-prize-for-institutions-a-critique-of-acemoglu-and-robinsons-framework/)

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