Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Después de la huelga, después de otro hermoso día de movilización ciudadana pletórica de razones.

Salvador López Arnal

Cuesta entender -o probablemente no, y sea de interpretación inmediata- que el conseller de Educación de Catalunya de un gobierno que se dice de izquierda haya afirmado en un entrevista de esta misma mañana que ya ha pasado el tiempo del grito y que irrumpe el tiempo de negociación con toda la comunidad educativa. ¿Qué gritos son esos a los que alude el conseller? ¿Las voces que claman contra la posibilidad de una mayor privatización de la enseñanza pública contemplada en la nueva Ley de Educación de Catalunya? ¿Las que se oponen a la gestión empresarial de los centros educativos? ¿Las que se manifiestan en contra del constante apoyo, no modificado, a la privada concertada? ¿Las que siguen protestando contra el ataque sufrido por los estudios nocturnos de bachillerato? ¿Las que afirman con poderosas razones que es imposible impartir una clase de lengua, matemáticas, inglés o biología en una clase con 30 o 33 alumnos de diferentes orígenes, con diferentes currículos, diversas capacidades de aprendizajes y muy diversas necesidades? ¿Esas voces son gritos?

Por lo demás, qué se puede esperar de esas negociaciones anunciadas, ahora que la ley ya está en el Parlament de Catalunya, después de que el conseller haya manifestado públicamente que las posiciones que él encarna están muy, pero que muy alejadas del sindicato mayoritario del profesorado, de USTEC, es decir, de la mayoría de los maestros y profesores de secundaria. Nada, nada puede esperarse razonablemente. Palabras, sólo palabras. Retórica política vacía para quien quiera contentarse dirigida, sin duda, al sector más conservador de la sociedad. El conseller por lo demás ya ha demostrado su espíritu negociador en ocasiones: asiste a unas jornadas sobre software libre en un instituto del extrarradio y se niega a recibir a unos alumnos de nocturno que le piden, con la máxima educación imaginable, sin protestar, sin montarle ningún cirio, una entrevista para comentar su situación.

Pasemos página. No vale la pena detenerse.

No tengo datos del seguimiento de la huelga en el momento en que escribo, media hora después de haber finalizado la manifestación de esta hermosa mañana  13 de noviembre de 2008 donde hasta el tiempo, como quería Gil de Biedma, ha sido partidario de la felicidad, la lucha y la justicia. En TV-3, cada vez más gubernamental, cada vez menos independiente, se ha hablado al mediodía de un 19% de incidencia. No sé cómo se elaboran esas estadísticas. No me cuadran los datos y mis percepciones pero aunque así fuera no sería ningún fracaso. Todo lo contrario: que dos de cada diez maestros/as o profesoras/os hayan ido hoy, 13 de noviembre, a la huelga es todo un síntoma de la rebeldía e insatisfacción que subyace en el corazón del profesorado catalán.

No sería ningún fracaso, no sería ningún paso atrás aunque así fuera, porque parte del profesorado, me consta, no ha seguido la huelga no por oposición a las razones de la convocatoria sino por lo que entienden, erróneamente en mi opinión, su responsabilidad social, su responsabilidad frente a la ciudadanía que vive con dificultades que niños y adolescentes no puedan acudir a sus lugares de estudio.

La manifestación, por lo demás, ha sido casi tan masiva, tan combativa, tan centrada en sus finalidades, como lo fue la del pasado mes de febrero.

Este gobierno tiene, pues, en su historial, dos de las huelgas y manifestaciones más importantes que se han dado en estos últimos treinta años en Catalunya. Peor imposible.

Queda, por otra parte, la actitud de partidos de izquierda y de dos sindicatos.

EUiA, el referente de IU como a veces se hace llamar, no ha dicho esta boca es mía. O, si lo ha dicho, no se le ha oído. Que una organización que dice ser de “izquierda transformadora” y afirme en documentos, papeles y manifiestos su arista anticapitalista opuesta a privatizaciones e ideologías neoliberales, que una organización de estas características, decía, no tenga nada que decir ante a una convocatoria como ésta lo dice todo o casi todo. Dice lo que es sabido: la debacle de IU en Catalunya es de libro y sus votantes y militantes siguen, seguimos, una pendiente resbaladiza que nos conduce a ninguna parte. EuiA se está convirtiendo poco a poco, duele decirlo, en una agencia de colocación laboral para antiguos luchadores de izquierda, casi en un lobby experimentado en búsqueda de poder. El que sea. No importa a qué precio. No todos los sectores desde luego. No todos sus militantes obviamente.

ICV, por boca de la diputada Dolors Camats, ha prometido, ha hablado más de bien y acaso con buenas intenciones, de cambios en la tramitación parlamentaria de la ley. ¿Con qué fuerzas? ¿Con el apoyo del PP y Ciutadans? ¿Oponiéndose a las propias orientaciones del gobierno del que forma parte que cuentan en este caso, y el dato no es irrelevante, con el entusiasta apoyo de CiU? ¿Es convicción profunda o es un intento de guiñar el ojo sabiendo que no hay posibilidad de incidencia parlamentaria real, sin plante o rebeldía gubernamental, para decir cuando toque en alguna contienda electoral que ICV ha hecho todo lo posible, y mucho más, para mejorar la ley? ¿Todo lo posible? ¿Hay que tragarse también este sapo?

Quedan los sindicatos. UGT cuenta poco en la enseñanza catalana. Apenas nada. Cuando habla, que habla poco, los compases suenan siempre a la música del partido hegemónico del gobierno catalán, el PSC-PSOE, con algún toque de distinción. Queda CC.OO.

La transformación de una federación, la de enseñanza, fundada en un proceso de discusión admirable, y que aún se recuerda en sectores de la izquierda, a finales de los setenta por Manuel Sacristán, Miguel Candel, Joaquín Miras, Francisco Fernández Buey, Giulia Adinlfi, Antoni Doménech, Dolores Albiac, Biel Dalmau, Carola Ribaudí, Nuria Bergé, Lidia Tua,  Joan Tafalla[1] y muchos otros, injustamente no recordados por mi, no tiene parangón. ¿Dónde queda la defensa de la educación pública, laica, democrática, de calidad? ¿Dónde queda el deseo de eliminar injusticias y desigualdades a través de a educación? ¿Dónde está el proyecto de combatir la privatización educativa? Dicen que se oponen a la ley pero que están en desacuerdo con el procedimiento. Han consultado dicen. Es decir, han obrado para que los profesores no secundaran una convocatoria necesaria. Hablan de una jornada lúdica, ese es el término, para un sábado o domingo de finales de mes. Este es el método de lucha anunciado por un sindicato que se dice de clase. No es improbable que en la federación de enseñanza de CC.OO, dominada actualmente por la derecha sindical más conservadora, haya regido algún cálculo estratégico: desgastemos a USTEC para hacernos de nuevo con la mayoría en las próximas elecciones, amparándose para ello en el sector más moderado y despolitizado del profesorado. Puede ser, pero la estrategia merecería un rotundo fracaso.

Es imposible que CC.OO. pueda contar con algún voto de izquierda en las próximas elecciones sindicales. Es una contradicción en los términos. Su desprestigio entre los sectores de izquierda del profesorado, hoy por hoy, es la crónica de un desastre anunciado. Que así sea, se lo merecen. Es la única forma para que puedan rectificar y cambiar de dirección y orientación. Baste pensar en su actuación ante el ataque a los estudios nocturnos de bachillerato: pasividad total. Esto, aunque digan lo contrario con la boca pequeña, no va con ellos.

La comunidad educativa debería valorar como un éxito importante esta hermosa jornada de movilización. Las razones se agolpan y están de su parte. El seguimiento, a pesar de los nubarrones y el trabajo hecho en contra, especialmente por CC.OO. y las instancias gubernamentales, ha sido importante. Desde luego, no hay que ceder ni caben pragmatismos de cálculo: el programa de privatización, de desprestigio indirecto de lo público, el no hacer nada para rectificar el rumbo, ése es el programa de la derecha, lo que desea la señora Aguirre para la comunidad de Madrid y que aquí, en Catalunya, desgraciadamente tiene seguidores en sectores que deberían oponerse por convicción y principios.

Por lo demás, el mismo hecho de plantear esta ley como principal finalidad de la conselleria dice poco a favor de la política que defiende. Leyes de Educación ha habido cinco en España, si no cuento mal, en los últimos 15 años. Ninguna de ellas ha mejorado sustantivamente la educación pública. La cuestión de fondo, o una de las cuestiones esenciales de fondo, no reside en la promulgación de nuevas leyes que huyan, como de la peste y la contaminación atmosférica y el riesgo nuclear, de los grandes problemas y de las grandes esperanzas. La cuestión es tan simple como la siguiente: ¿alguien que sepa algo de lo que significa enseñar en la enseñanza obligatoria a adolescentes de 12 a 16, puede creer en su sano juicio, con alguna experiencia directa o indirecta de lo que significa pisar un aula, que es posible explicar (insisto: explicar) catalán, matemáticas o física en una clase abarrotada con 30 o 33 alumnos en circunstancias muy heterogéneas y en algunos casos con profundos desconocimientos idiomáticos o de formación básica, por no hablar de alumnos que necesitan ellos mismos un tratamiento muy singular? ¿Alguien lo puede creer? ¿Cómo se puede entender que, en Catalunya, el 85% de los jóvenes inmigrantes estén cursando estudios en institutos públicos y sólo un 15% o menos en privados concertados, cuando además, la concentración es mucho mayor en algunos institutos por la localización urbana de los personas recientemente llegadas a nuestro país? ¿Es tan difícil admitir que mejorar la enseñanza pública en los cursos de ESO, el cuello de botella de la enseñanza preuniversitaria, pasa por reducir, sustantivamente, el ratio del alumnado a menos de la mitad? ¿Qué significaría ello? Aumento sustantivo de las plantillas. ¿Cuál es el  problema? Que el dinero público se regala a centros privados, que se usa para obras tan necesarias como el AVE (obras que costaron la muerte de más de una docena de trabajadores que no contaron en ningún caso con ningún cargo gubernamental en sus entierros y sí con hijos e hijas en aula abarrotadas y desprestigiadas) o para apoyar a entidades tan generosas y cívicas como los bancos-paraísos fiscales de Santander y el BBVA, o que, simplemente, se deja de recaudar porque está muy bien y es muy moderno que los patrimonios y las herencias de los poderosos y clases medias aposentadas no tributen. El cambio de finalidad lo dice todo: de el ni tribunos de la Primera Internacional al ni tributos de la Segunda Internacional.

Por lo demás, la manifestación barcelonesa que ha iniciado su marcha en Plaza Universidad y ha finalizado ante la sede del gobierno de la Generalitat, ha cruzado lugares emblemáticos de la ciudad. La Ramblas por ejemplo. Al inicio del paseo barcelonés que desemboca en el puerto cinco o más camionetas de la policía, dels mossos d’esquadra, vigilaban el transcurso de una manifestación pacífica, responsable, vindicativa y festiva en ocasiones. Seis o siete policías impedían el paso de  los viandantes. Su actitud chulesca, varonil, muy varonil, ofensiva incluso, recordaba las formas y estilos de la policía franquista. El responsable político de esa nueva-vieja policía es actualmente Joan Saura, el máximo responsable de la coalición ICV-EUiA, las fuerzas que pretenden organizar y representar a los sectores catalanes de izquierda. ¡Qué risa tía Felisa!

Una pancarta sostenida por un estudiante solicitaba al presidente Montilla que devolviera su título de bachiller conseguido en el nocturno de un instituto de Cornellà si no ando errado. No era una simple ocurrencia crítica de un presidente que sigue apoyando a su conseller de Educación. Era otro tema de la manifestación y de la movilización general: la incomprensión, la rabia contenida de jóvenes estudiantes y de profesores ante la falta de sensibilidad de un gobierno autodenominado –sólo autodenominado- de izquierdas.

Me olvidaba. La presencia de jóvenes estudiantes en la manifestación de hoy era, pero que muy importante. Los tiempos están cambiando.

 

[1] Joan Tafalla, uno de esos luchadores imprescindibles a los que aludía Brecht en su poema, me ha llamado cortésmente la atención sobre un error previo en este punto, indicación que agradezco muy sinceramente

 

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