Crisis global, alternativas globales
Jesús Sánchez Rodríguez
La crisis económica derivada del vendaval financiero desatado en el último cuatrimestre del año pasado muestra ya claramente las distintas aristas del conflicto que está generando. Conflicto que se desarrolla en diveros niveles, en el seno del sistema capitalista mundial, en el enfrentamiento entre diversas fracciones de la burguesía, entre empresarios y trabajadores, y en el seno de la propia clase obrera. Podemos observar el desarrollo de cada arista por algunos de los acontecimientos claves en diferentes países, aunque al final debemos hacer una lectura global con todos estos datos.
En Islandia, país poco acostumbrado a ser noticia en los medios, se ha producido la primera crisis política de importancia con la caída de gobierno.
En EEUU, después del diferente tratamiento aplicado al capital financiero e industrial, ejemplarizados en los bancos y la industria automotriz; sobresale ahora la actitud claramente populista de Obama; sus dos aspectos principales son el proteccionismo de sus preconizaciones a favor de los productos y empresas norteamericanas, y su limitación de los altos salarios de los ejecutivos de las empresas con ayudas estatales como medida orientada a contrarrestar el malestar popular generado por las supermillonarias ayudas a los grandes bancos y corporaciones. Se trata de dos decisiones que se están siendo extendiendo con rapidez por otros países europeos y que están, en el caso de la primera, haciendo saltar las alarmas contra el proteccionismo.
En Inglaterra hemos asistido a una huelga xenófoba de los trabajadores de la energía que muestra la profundidad de la penetración de los valores egoístas e individualistas en las conciencias obreras, el conflicto entre empresarios y trabajadores en torno a la destrucción de empleo y a las condiciones de trabajo es derivado a un enfrentamiento entre trabajadores nacionales y extranjeros. Resta por ver si esta deriva xenófoba es atajada o se extiende a otras partes. De momento parecen oponerse, de un lado este fenómeno inglés y, do otro, la huelga general de Francia realizada, como otras movilizaciones parciales en Europa, en torno a reivindicaciones defensivas, pero también las más radicales movilizaciones que tuvieron lugar en Grecia.
En España, como último ejemplo, se puede observar también el enfrentamiento abierto entre el capital financiero y el capital productivo, entre la banca y las pequeñas y medianas empresas, que agonizan ante la sequía de créditos que las imponen los primeros, y cuyo enfrentamiento se ha trasladado al interior del propio gobierno socialista que intenta mediar entre ambos sectores.
De esta manera asistimos a un guión cuyas líneas generales de desarrollo son conocidas históricamente, la crisis financiera deriva en crisis económica y está, posteriormente, en crisis social y política. Los primeros síntomas son ya evidentes, la incógnita es la intensidad, velocidad y sentido que iran adquiriendo. Pero con esas líneas generales, el contenido y el desenlace siempre lo escriben los actores sociales y políticos en cada coyuntura histórica.
El guión que se va a desarrollar en esta ocasión tiene unos condicionantes históricos propios en relación con ocasiones anteriores. Vamos a evocar algunos de ellos, deteniéndonos al final en el que tiene más relevancia para la izquierda como proyecto alternativo al capitalismo, y en el que se ha insistido en artículos anteriores.
El nivel de interconexión de la economía internacional es más intenso que en cualquier época anterior – la globalización – por lo cual es de suponer que una huida hacia el proteccionismo provocaría mayores estragos incluso que en épocas anteriores, incluida la gran depresión de los años 30. El debate se centra en las consecuencias de una posible desglobalización, con la caída del comercio mundial, y en las propuestas de un proceso de desconexión de los países del Sur para seguir un camino propio.
La crisis económica vino anticipada y es acompañada, a su vez, de una crisis energética, alimentaria y ecológica sin precedentes cuya solución se hace más difícil en este contexto. Existe una fuerte presión por abandonar los limitados objetivos acordados en diferentes cumbres internacionales contra la pobreza y el hambre, y contra las graves consecuencias ecológicas denunciadas y prácticamente aceptadas ya por todo el mundo. La prioridad asignada a la superación de la crisis económica posiblemente se haga a expensas no ya solamente del abandono de aquellos objetivos limitados, sino del agravamiento de las consecuencias que las crisis mencionadas estaban ocasionando.
Las recetas para una solución dentro del propio status quo parecen agotadas, las tendencias neokeynesianas levantan ahora la voz frente a los neoliberales en retirada, pero tampoco dan muestras de tener la solución. En este contexto no es imposible, pero si discutible, que termine por imponerse una fase ascendente de una nueva onda Kondrátiev. Como se puede suponer no se trata simplemente de verificar empíricamente la validez de una teoría, sino de la continuidad o no del capitalismo.
Pero, tampoco aparecen alternativas claras en el horizonte. Veamos un poco más detenidamente este condicionate histórico y hagamos, para ello, un pequeño repaso histórico, avanzando una hipótesis interpretativa.
El período final de la fase descendente de la primera onda Kodrátiev coincidió con la sacudida revolucionaria de 1848-50 que se saldó con su fracaso. La interpretación que se avanzó posteriormente fue la de que la alternativa socialista de la clase obrera aún no estaba madura en esos momentos para imponerse.
El período final de la fase descendente en la segunda ola, entre 1895-1900, cogió al movimiento obrero en pleno ascenso del modelo representado por la socialdemocracia alemana en el seno de la II Internacional y en plena ofensiva del sindicalismo revolucionario, sin embargo, ambos terminaron por fracasar como alternativa y pusieron en evidencia la dificultad para encontrar la vía adecuada para la superación del capitalismo.
Cuando el capitalismo alcanzó el final del período de la fase descendente de la tercera ola a finales de los años treinta se enfrentó por primera vez a una alternativa real – o al menos así lo parecía en esos momentos – con el modelo implantado en la Unión Soviética. Los movimientos revolucionarios de la época señalaban a la que era entonces la patria del socialismo como su alternativa frente a la gran depresión mundial que atenazaba al capitalismo. Como ya comentamos en un artículo anterior[1], la dramática crisis económica, política e internacional que desembocó en la II Guerra Mundial abrió nuevas perspectivas al movimiento comunista en todo el mundo, después del repliegue que conoció en los años 30. Pero el capitalismo fue capaz de sobrevivir a sus horas más difíciles hasta ese momento y apareció una fase ascendente de un nuevo ciclo largo.
Y va a ser justamente durante la fase descendente de éste último, iniciada a principios de los 70, cuando el movimiento socialista va a conocer sus mayores derrotas históricas, expresadas sobretodo en el derrumbe del socialismo real en la Unión Soviética y Europa del este y en la deriva china hacia el capitalismo. Todo aquello que en un momento histórico apareció como alternativa superadora del capitalismo fue barrido de la historia. Lo que se ponía en evidencia con esa debacle era la dificultad para construir una sociedad alternativa que cumpliera con las promesas de las que es portador el proyecto socialista. Los retos aumentaban para éste.
Así, pues, este condicionante histórico peculiar de la actual crisis al que nos estamos refiriendo se expresa en que cuando se asiste a uno de los momentos más difíciles para el capitalismo, el proyecto socialista esta huérfano, por un lado, de modelos organizativos y estratégicos con los que alcanzar sus objetivos; ni tampoco tiene, por otro lado, un modelo de sociedad con el cual pueda enfrentar los graves retos de la humanidad que la actual crisis pone crudamente al desnudo. La consigna del socialismo del siglo XXI sigue siendo absolutamente imprecisa, más allá de expresar un claro alejamiento del modelo que en el siglo XX representó el socialismo realmente existente.
Por esta razón, cuando algunos autores definen la actual crisis como civilizatoria, y apuntan para demostrar esta tesis al conjunto de crisis que han confluido en esta coyuntura histórica, hay que pensar que, efectivamente, es civilizatoria porque a todas las crisis que se mencionan también hay que añadir la del proyecto socialista, que pocos parecen querer mencionar. El problema es que disponiendo de los conocimientos suficientes para diagnosticar una grave enfermedad con todo lujo de detalles, no se disponga, sin embargo, de los conocimientos, instrumentos y habilidades necesarias para poder enfrentarla.
[1] La izquierda y la “refundación del capitalismo”, publicado por diversos medios en Internet.