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China: una «profunda revolución» hacia el objetivo de una nueva «prosperidad común»

Alberto Cruz

Alberto Cruz

CEPRID

El debate ya es abierto, por más que desde sectores de la pretendida izquierda –y bajo las supuestas banderas obreristas– se trate de desprestigiar y situándose donde siempre, en el poder hegemónico occidental: en China hay un giro anticapitalista evidente producto de una «profunda revolución» que se enmarca en el objetivo, diseñado en el XIV Plan Quinquenal (octubre de 2020), de lograr una «prosperidad común» para el año 2035.

Guste o no, los acontecimientos políticos en China no dejan de ser portada en los medios financieros capitalistas desde que en noviembre del año pasado se iniciase lo que ha sido denominado como «represión» de los grandes capitalistas, un movimiento que se inició cuando se detuvo la oferta pública de adquisición de acciones del Grupo Ant, propiedad del multimillonario Jack Ma y «el brazo financiero» de su gran emporio Alibaba (1). Ni siquiera el (casi) todo poderoso Wall Street fue consciente en ese momento, pese a fruncir el ceño y hacer las críticas acostumbradas de «represión comunista», de lo que conllevaba. Pero luego ocurrió otro tanto con otras grandes empresas, tanto de tecnología financiera como de transporte, y se llegó a la educación, a la tecnología de entretenimiento y a la construcción. Y el pánico se desató por completo.

El penúltimo movimiento, porque el último está aún por llegar, es el tema de la especulación inmobiliaria que representa China Evergrande y cómo lo ha enfrentado el gobierno, en las antípodas de lo que hizo en su momento el capitalismo con la crisis de Lehman Brothers. El capitalismo occidental se relamía con lo que iba a ser «el momento Lehman Brothers de China», el golpe definitivo a los chinos y su empuje geopolítico. Pero no, China ha demostrado que se puede actuar de otra forma porque la diferencia entre el caso de Lehman Brothers, que generó la crisis capitalista de 2008 (de la que aún no se ha salido, y que se suma a la generada ahora por el COVID-19), es que en China hay un Estado y en Occidente ha sido destruido por el neoliberalismo.

En China se evitó el tsunami de 2008 con medidas económicas impulsadas por el Estado (construcción de casas, infraestructuras…) para evitar costes sociales y abordar el desempleo que se podría haber producido de no actuar así puesto que todo el sistema económico basado en la producción de bienes para la exportación quedó casi paralizado por la crisis occidental. Todo eso sirvió para la población china (hay que comparar esta actuación, pensada para la gente, con el despropósito occidental que conllevó un significativo incremento del paro y de las privatizaciones). Pero eso tuvo un coste que reforzó el capital especulativo, sobre todo del ladrillo, porque estas medidas, si se quiere de emergencia, terminaron fortaleciendo el capitalismo chino al tiempo que terminaron salvando al capitalismo occidental.

Ya ha pasado más de un mes desde que «la crisis de Evergrande» parecía que se iba a llevar por delante la «amenaza» china pero no solo no ha sido así, sino que el gobierno la ha utilizado para afrontar uno de los grandes retos lanzados en el XIV Plan Quinquenal y que, en el lenguaje chino, ha sido llamado «abordar las tres grandes montañas»: educación, vivienda y sanidad. Son los tres grandes retos para lograr la «prosperidad común», en gran objetivo proclamado hace un año y que se espera lograr en 2035.

Si a la educación privada ya le dio un golpe importante a principios de este año (aunque aún no se abordado su modificación definitiva), ahora llega el turno de la vivienda. Por que utilizando la crisis, ya se ha dicho algo que debería tenerse en cuenta en otros parámetros fuera de China: «la vivienda es para vivir, no para especular». Es decir, el gobierno chino va a actuar, pero no en interés de los grandes capitalistas de Evergrande sino de la gente. Eso se va a traducir, se está traduciendo ya, en que muchas de las viviendas vacías ya construidas van a ser viviendas sociales y a incentivar a la empresa a que las venda mucho más baratas. Eso ya se puede cuantificar porque desde que se hizo ese anuncio supersensato, aunque parece que solo allí, de que «la vivienda es para vivir, no para especular», el precio ya ha bajado entre un 28% y un 52% dependiendo de la zona. Pero eso no afecta solo a las casas de Evergrande, sino en general. El Estado está interviniendo en los precios y no «el mercado». Otro ejemplo: por ley, los alquileres no pueden incrementarse más del 5% anual. Por dar un dato, en España el precio medio del alquiler entre abril y septiembre de este año fue del 4’3%, es decir, en medio año lo mismo casi que en todo el año en China. Y sin los límites máximos que allí sí se imponen.

Curiosamente, «no es eso lo que el mercado quiere escuchar», como se queja Bloomberg. Y se critica que se esté pagando a los acreedores locales de Evergrande «mientras que los acreedores extraterritoriales están en el limbo». ¿Y cuáles son algunos de esos acreedores extraterritoriales? Pues nada menos que BlackRock o HSBC. O Blackstone, que se olió la tostada y se deshizo de la práctica totalidad de sus bonos en Evergrande.

Wall Street ahora está rabiando porque habla de «nacionalización suave» de Evergrande porque se preocupa de los locales y no de los extranjeros (Reuters, 20 de octubre) y porque el gobierno provincial de Guangdong ha suspendido un acuerdo de venta de una compañía subsidiaria de Evergrande (Servicios Propiedad de Evergrande) porque no ve clara la operación. Porque esta es la clave: no es la empresa, o sea, los empresarios privados, quienes supervisan la situación sino los gobiernos, en este caso, el local de Guangdong donde está situada esa subsidiaria. Supongo que no hace falta decir que el gobierno es Partido Comunista de China. Porque el gobierno, o sea, el PCCh, ha dado instrucciones a los gobiernos locales para mitigar las consecuencias sociales y económicas, como que las empresas estatales y municipales se hagan cargo de todas las propiedades locales de Evergrande para ponerlas a disposición de la gente.

Por cierto, los temores de Wall Street sobre «nacionalización suave» no son nuevos porque ya fue anunciado por el gobierno chino: Evergrande es capaz de salir de su situación sin ayudas, ella misma, pero si eso no fuese así se impulsaría una nacionalización, la empresa sería dividida en sectores y se daría, así, un nuevo golpe al capitalismo chino tras los que ya se han dado (y los que aún se darán). Aún no se ha llegado a eso porque Evergrande, respaldada en ello por el gobierno, está luchando por salir de la crisis por sus propios medios. Pero esa posibilidad siempre está ahí, presente y anunciada. Porque lo que no se sabe en Occidente, o se oculta, es que en China es el Estado el propietario de los terrenos donde se construye y los alquila a los promotores de vivienda por períodos de tiempo fijos. Por lo tanto, lo que hace es recuperar esa tierra con todo lo que contiene, aunque compensando a la empresa en función del tiempo que falte para el fin del alquiler.

En Occidente ya saben que el capitalismo chino está en dificultades porque el Partido Comunista así lo ha querido, porque el gobierno ha decidido combatir el peligro de los gigantes financieros, un peligro que podría, condicional, trastocar el camino hacia esa «sociedad moderadamente próspera», hacia esa «prosperidad común» que se anunció en el XIV Plan Quinquenal. De ahí parte todo. Lo que estamos viendo es otra muestra más de cómo se está segando la hierba debajo de los pies de los partidarios de un sistema financiero que se miran en el espejo occidental, ultraespeculativo y desregulado. Por eso en China se habla de «profunda revolución».

Este es el quid de la cuestión: en China la «prosperidad común» está por encima de los acreedores extranjeros, en Occidente es al revés. Porque la diferencia entre Lehman y Evergrande es como el agua y el aceite, el primero operaba en «el mercado libre», donde el Estado es inexistente, y el segundo en uno regulado donde el Estado es quien decide.

El retorno al pueblo…

Es evidente que hay un retorno del capitalismo a las personas, de una transformación económica de treinta años centrada en el capital a una que en los últimos diez años ha ido mirando a las personas y que ahora se comienza a centrar en ellas de cara a ese 2035. Eso es la «profunda revolución», una especie de vuelta a la intención original del PCCh, como recogía el Diario del Pueblo en su edición china el 1 de septiembre: «hay que combatir el caos del gran capital (…) porque el mercado de capitales ya no puede convertirse en un paraíso para que los capitalistas se enriquezcan de la noche a la mañana (…) y la opinión pública ya no estará en posición de adorar cultura occidental». Y un dato muy a tener en cuenta de este artículo: «Si China confía en los capitalistas para luchar contra el imperialismo estadounidense podría sufrir la misma suerte que la Unión Soviética».

El Diario del Pueblo es el órgano oficial del Partido Comunista, por lo que hay que tener en cuenta lo que en él se publica. Por lo tanto, ese artículo de lo que está hablando es de que hay una nueva era en China y que la etapa de Deng Xiaoping de «no importa si el gato es negro o blanco, sino que cace ratones» está comenzando a pasar a la historia.

En sentido estricto, la etapa Deng (1980-2000) fue como el trampolín oficial hacia una Nueva Política Económica al estilo leninista, es decir, donde la «etapa primaria del socialismo» requería mercados y capital privado para crecer. Pero, al contrario que la NEP de Lenin, lo que se hizo fue dar carta blanca al capital privado y al mercado.

En el año 2000, un año después de la muerte de Deng, China se unió a la Organización Mundial del Comercio con el beneplácito occidental, sobre todo de EEUU, entusiasmados por el auge del capitalismo chino. Pero, a partir de ahí, se inició un cambio que está cristalizando ahora: en 2003, con Hu Jintao en la secretaría general del PCCh, se inició una tímida vuelta a los orígenes hablando de «socialismo científico», de bienestar social y de «sociedad socialista armoniosa» que, curiosamente, fue interpretada por Occidente como reforzamiento del capitalismo chino y una mayor liberalización política.

Y a Hu le sucedió Xi Jinping y lo que se había iniciado de forma tímida, adquirió velocidad. Hasta llegar a lo de ahora y que conmociona a todo el capitalismo occidental aunque ya en 2017 se sentaron las bases sólidas para ello. Ese año fue el del XIX Congreso del PCCh y lo que se aprobó está en el origen de todo lo de hoy y que se desarrolla en el XIV Plan Quinquenal. Entre otras cosas, muy simplificado todo y resumido, ese congreso dijo que el PCCh debe optar por un enfoque centrado en las personas para el bienestar público; mejorar los medios de vida y bienestar de las personas como objetivo principal; practicar los valores fundamentales socialistas, incluido el marxismo, comunismo y socialismo con características chinas, y mejorar la disciplina en el Partido.

O sea, una mayor ideologización y sentido de lo colectivo. Puede que en Occidente se pensase que esto no está mal, a excepción de lo último, puesto que es un discurso que también se usa aunque no se practique. La diferencia es que en China van en serio a practicarlo y que el último punto es crucial porque se añadía: «el análisis de Marx y Engels de los contradicciones en la sociedad capitalista no está desactualizado, ni la visión materialista histórica de que el capitalismo está destinado a morir y el socialismo está destinado a ganar. (…) La razón fundamental por la que algunos de nuestros camaradas tienen ideales y creencias vacilantes es que sus puntos de vista carecen de una firme base en el materialismo histórico».

En otras palabras, China se está deshaciendo del capitalismo compulsivo al estilo occidental (capitalismo financiero improductivo, desestabilizador, monopolista) para construir capital social y girar hacia una dirección más estatal de la economía (una NEP leninista). China no se deshace del capitalismo, al menos por ahora, pero sí establece límites cada vez más estrictos para los capitalistas y siempre en función de los intereses del Estado. Eso incluye, cómo no, al capital extranjero. Por eso el capitalismo occidental está en estado de choque, con una bajada repentina de su flujo sanguíneo por las medidas chinas.

…sin olvidar el pasado

El discurso oficial en la China de hoy está, también, mirando al pasado. Al pasado maoísta. El término «prosperidad común» se utilizó por primera vez en 1953 y con él se identificaba al socialismo entre los campesinos. Luego fue un concepto utilizado, a su manera, por Deng enfatizando que la «prosperidad común» se podía lograr cuando ciertas regiones (las Zonas Económicas Especiales) y personas se enriqueciesen primero como medios para enriquecer a todos.

El dilema, desde fuera de China, está en saber si la interpretación que se da ahora a la «prosperidad común» tiene la connotación maoísta o no. Por ahora no se puede concretar que sea la versión maoísta, pero lo que está claro es que tampoco es la de Deng.

En China siempre hay experiencias piloto de casi todo: Al igual que hicieron con las ZEE, ahora lo están haciendo con el yuan digital (en algunas ciudades) y -lo desconocido- con la «prosperidad común». En este caso se está haciendo en la provincia de Zhejiang (60 millones de habitantes), justo al sur de Shanghai, y las áreas donde se está trabajando son: reducir el coste de las necesidades básicas, con una focalización directa en la desigualdad; construcción de viviendas sociales; mayor gasto en servicios sociales (por el gobierno local que, a su vez, incentiva -Occidente dice que se obliga- a los millonarios locales a que hagan donaciones); resaltar el valor de lo colectivo sobre lo individual; préstamos a bajo interés para los sectores más pobres de la sociedad; impulso a las infraestructuras por parte de las empresas estatales y locales; reducción de las tiendas de lujo e incentivación de las locales (pequeño comercio)…

Algunas de estas cosas no tendrían por qué chirriar en los oídos occidentales, pero en conjunto es lo opuesto al capitalismo occidental. Porque, por ejemplo, si los trabajadores pueden comprar viviendas públicas baratas (las viviendas sociales) ¿por qué van a comprar viviendas caras?. Desaparece el factor especulación, sin la menor duda. Porque, en términos marxistas, si las casas no tienen valor de uso (es decir, no se venden), lógicamente no tienen valor de cambio (quedan inhabitadas y sus precios bajan hasta hacer insostenible su posesión).

En China se ha venido actuando casi como en Occidente, con la diferencia que ahora se está actuando a la inversa. También hubo una época (sobre todo mientras existió la URSS) en la que Occidente solía construir viviendas públicas, pero tras la desaparición de ese peligroso espejo dejó de hacerlo por aquello del «mercado libre» y de «los flujos del mercado». Ahora, como consecuencia de no haber salido aún de la crisis de 2008, acentuada por la del COVID-19, se vuelve a hablar tímidamente de ello pero poniendo el calificativo de «temporal». O sea, para capear el temporal. Y esto es importante. Porque en China no es una medida temporal sino permanente y si funciona eso de la «prosperidad común» (y por eso es importante la experiencia piloto de Zhejiang) será un espejo importante donde la gente de todo el mundo podrá mirarse. Por eso para Occidente la política que está siguiendo China es un gran desafío, porque le pone frente al espejo.

Nota

(1) Alberto Cruz: «China da un giro anticapitalista» https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2615

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es Las brujas de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org También se puede encontrar en librerías.

albercruz@eresmas.com

Fuente: CEPRID

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