Sobre el codirector de una gran orquesta de emancipación humana
Salvador López Arnal
Reseña de: Óscar Martínez (coordinador), Friedrich Engels. Dialéctica, naturaleza y crítica de la economía política. Lima: Editorial Ande, 2021, 630 páginas.
Es muy fácil para ti hablar. Puedes acostarte en la cama y estudiar las condiciones agrarias rusas en particular y la renta en general sin nada que te moleste; pero yo debo sentarme en el duro banco, beber el frío vino, interrumpir de repente todo de nuevo y abordar al aburrido Dühring.
Friedrich Engels
A lado de Marx, escribió Engels en 1884 a un viejo amigo, «me correspondió el papel de segundo violín». Otra prueba de su modestia, una de las principales virtudes del filósofo, del intelectual concernido. Sin embargo, el joven autor de La situación de la clase obrera en Inglaterra fue mucho más que eso: un codirector de lo que con el tiempo sería una orquesta, una potente tradición político-filosófica internacional e internacionalista, la engelsiana-marxista (del mismo modo: Obras de Engels y Marx, no obras de Marx y Engels), un potente y sensible pensador práxico que, con apenas 18 años, escribía –al igual que Marx– su carta al padre en los siguientes términos: «La pobreza terrible prevalece entre las clases bajas, particularmente los trabajadores de la fábrica de Wuppertal; la sífilis y las enfermedades pulmonares están tan extendidas que apenas son creíbles; solo en Elberfeld, 1.200 niños de un total de 2.500 en edad escolar se ven privados de educación y crecen en las fábricas, simplemente para que el fabricante no tenga que pagar a los adultos, cuyo lugar ocupan, el doble del salario que paga a un niño. Pero los fabricantes adinerados tienen la conciencia tranquila, ya que causar la muerte de un niño más o menos no condena el alma de un pietista al infierno, especialmente si va a la iglesia dos veces cada domingo. Porque es un hecho que los pietistas entre los dueños de las fábricas son los que peor tratan a los trabajadores; usan todos los medios posibles para reducir los salarios de los trabajadores con el pretexto de privarlos de la oportunidad de emborracharse; sin embargo, en la elección de los predicadores, siempre son los primeros en sobornar a la gente» (traducción de Nicolás González Varela). El padre de Engels era pietista.
Paul Blackledge ha comentado recientemente que, entre los académicos angloparlantes (y no solo entre ellos), la valoración usual de los escritos filosóficos de Engels había sido hasta hacía muy poco casi totalmente negativa. Se había tendido a juzgarlo como un fracaso filosófico, como un simple aficionado cuyo diletantismo cargó a las izquierdas marxistas del siglo XX con una triple cruz: «una ontología reduccionista, una epistemología positivista y una política fatalista». Según esa línea de interpretación, el problema nodal del pensamiento de Engels fue su aceptación del concepto hegeliano de una dialéctica de la naturaleza que, aparentemente, le habría llevado «a atribuir características humanas de intencionalidad a la naturaleza mientras adjudicaba las (supuestas) características mecánicas de la naturaleza a los asuntos humanos».
Pues bien, el libro que el lector/a tiene entre sus manos (o en su pantalla) es una falsación a la totalidad, si bien no apologética, de esa aproximación unilateral (y en ocasiones muy indocumentada) a la obra del amigo, compañero y camarada de Karl Marx. Para alguien tan bien informado y ecuánime como J. B. S. Haldane, Engels fue «probablemente el hombre más educado de su época»: «No solo tenía un conocimiento profundo de la economía y la historia, sino que sabía lo suficiente como para discutir el significado de una oscura frase latina sobre la ley romana del matrimonio, o los procesos que tienen lugar cuando un trozo de zinc impuro se sumerge en ácido sulfúrico. Y se las arregló para acumular este inmenso conocimiento, no llevando una vida de aprendizaje enclaustrado, sino mientras jugaba un papel activo en la política, dirigía un negocio e incluso cazaba zorros».
Entrando en materia, lo esencial de esta reseña puede ser dicho en los siguientes términos:
1. Friedrich Engels. Dialéctica, naturaleza y crítica de la economía política es un ensayo excelente, deslumbrante en muchas ocasiones, que exige lectura atenta, estudio, subrayados, anotaciones y espíritu crítico, el mismo que muestran todos los colaboradores/as.
2. Es libro para engelsianos y, sobre todo, para no engelsianos e incluso para antiengelsianos no dogmáticos.
2.1. También para filósofos y pensadores de otras tradiciones, especialmente los vinculados a líneas de pensamiento analíticas y postpositivistas.
2.2. Y para activistas, para militantes, que tengan presente en su totalidad la XI sobre Feuerbach, nunca olvidada por el propio Engels.
3. Es ensayo que nos enriquece con muy buenas aproximaciones, como no podía ser de otra forma, a otros grandes gigantes del pensamiento como Aristóteles, Hegel o Marx, por ejemplo.
3.1. También a temáticas tan de nuestro hoy como la (polisémica) dialéctica, el ecologismo o la buena crítica a la economía política.
4. Formulado a la Brecht: hay libros que nos acompañan un día o una semana, y son buenos; hay otros que nos acompañan durante todo un año y son mejores; los hay que están cerca nuestro durante muchos años y son muy, muy buenos, y están, por último, los que acompañan durante décadas y décadas, durante toda la vida. Estos son los imprescindibles. Friedrich Engels. Dialéctica, naturaleza y crítica de la economía política es de estos últimos.
El coordinador Óscar Martínez explica en la presentación la finalidad del libro: «Mucha tinta se ha vertido en torno a este fundamental personaje, tantas veces de manera exagerada, reduccionista y tergiversada. Frente al problema señalado, ¿cómo debemos leer a Engels en pleno siglo XXI? Este libro es un intento de responder esa pregunta tan general que acabamos de formular.» Se trata de presentar las «múltiples y heterogéneas posturas en torno al pensamiento y la obra de una omnímoda figura dentro del marxismo: el general, Friedrich Engels.» Heterogéneas no es adjetivo que esté de más.
El resumen del índice: introducción (del coordinador), prefacio (Marcello Musto), cuatro partes: 1. Las complejas relaciones entre Engels y Marx (con textos de Rogney Piedra Arencibia, José Guadalupe Gandarilla Salgado, Terrell Carver y Héctor Flores Iberico ), 2. Las aventuras de la dialéctica de Engels: alcance y límites (con textos de Helena Sheehan, Nicolás González Varela, Kaan Kangal, Cristian Gillen 3. Las ciencias y la crítica ecológica desde la dialéctica de Engels (con textos de John Bellamy Foster, Fernando Huesca, Kohei Saito y Estefanía Silva Cabrera). 4. Engels: teoría del valor y crítica de la economía política (con aportaciones de Christopher Arthur, Michael Roberts, Roberto Escorcia Romo & Ricardo Reyes Amezcua, Mario Robles Báez y Gastón Caligaris & Guido Starosta) y, por si faltara algo, un anexo con cuatro apéndices (el tercero con nueve reseñas engelsianas sobre el primer libro de El Capital) que contienen textos poco o muy desconocidos de un filósofo que dominaba más de 10 lenguas (el castellano y el catalán, entre ellas).
Sin poder entrar en detalle en los 19 trabajos que componen el libro ni en los apéndices (con impecables traducciones del coordinador, Óscar Martínez, y este gran marxólogo-engelsiano, autor también de uno de los artículos incorporados, Nicolás González Varela), apuntaré, a modo de aperitivo del lector/a, algunas breves consideraciones de una obra en la que, afortunadamente (matiz es concepto), no todos los autores bailan al mismo compás ni tocan la misma música:
1. Algunos de los textos incluidos, especialmente los de las secciones II y III, muestran una densidad filosófica que exige una lectura no precipitada. Solicitan del lector/a paciencia, estudio, relectura, subrayado y reflexión. El premio está garantizado.
2. No conozco ninguna introducción sucinta a la biografía político-filosófica de Engels que esté a la altura del sabio y hermoso Prefacio de Marcello Musto. Lo mismo puedo afirmar de las páginas que dedica Nicolás González Varela a la dialéctica del joven Engels, o de las excelentes (imprescindibles) aportaciones de John Bellamy Foster, Kohei Saito y Michael Roberts.
3. No hay idealización-mitificación de Engels ni de la tradición. Un ejemplo entre muchos posibles: «El episodio que involucró las opiniones de Marx y Engels sobre los eslavos debería causar vergüenza, ya que tenían desafortunados prejuicios con respecto a los pueblos eslavos y dudaban de su capacidad para formar estados nacionales viables. Tanto Marx como Engels presentaron en ocasiones puntos de vista como éste que los marxistas contemporáneos no pueden sostener.» (p. 141).
4. Recalquemos la oportuna reivindicación de un marxista italiano, un gran pensador materialista, injustamente olvidado: «Sebastiano Timpanaro evalúa todo el abanico de la literatura anti-Engels, criticando tanto la línea de autores como Fetscher y Schmidt como la de autores como Colletti. Intenta explicar cómo y por qué entran en juego estas tendencias. Su planteamiento es que cada vez que una corriente intelectual particular toma la delantera en la cultura burguesa, ciertos marxistas se apresuran a interpretar el pensamiento de Marx de tal manera que sea lo más homogéneo posible con la tendencia predominante. Timpanaro desprecia bastante el intento de hacer esto contraponiendo un Marx problemático a un Engels dogmático.» (p. 142)
5. Justo y razonable énfasis en la importancia de La situación de la clase obrera en Inglaterra, una obra clásica, una obra imperecedera escrita por el joven Engels con apenas 25 años: «Tal como enfatiza el subtítulo, esta obra está basada en la observación directa y en fuentes genuinas, y Engels escribió en el prefacio que el verdadero conocimiento de las condiciones de vida y de trabajo del proletariado era absolutamente necesario para brindarle un fundamento sólido a las teorías socialistas. En la dedicatoria de su introducción, A la Clase Obrera de Inglaterra, Engels insiste en que su trabajo de campo le dio un conocimiento directo, no abstracto, de las condiciones de vida reales de los trabajadores. Dice que nunca lo discriminaron ni lo trataron como a un extraño, y que estaba contento de ver que la clase obrera carecía de la terrible maldición de la estrechez y la arrogancia nacionales.» (p. 14)
6. Destaquemos el regalo que representa, otro de los muchos méritos del coordinador, haber incluido las nueve reseñas que el compañero de Mary Burns escribió sobre el primer libro de El Capital en el apéndice III.
7. Observemos la admirable sensatez de afirmaciones como la siguiente: «Los fragmentos de un proyecto en el cual Engels trabajó esporádicamente entre 1873 y 1883, publicados bajo el título Dialéctica de la Naturaleza, han sido objeto de una gran controversia. Para algunas personas, esta obra es la piedra de toque del marxismo, mientras que para otras es la principal causa del nacimiento del dogmatismo soviético. En la actualidad debe ser leída como una obra incompleta, que muestra los límites de Engels, pero también el potencial contenido de su crítica ecológica. Mientras que su uso de la dialéctica ciertamente reduce la complejidad teórica y metodológica del pensamiento de Marx, sería incorrecto buscar en Engels –como hizo mucha gente– las causas de todo lo que no nos agrada en los escritos de Marx, o culpar exclusivamente a Engels por los errores teóricos e incluso por las derrotas políticas.» (p. 17)
8. Subrayemos también la cuidada aproximación al dueto Marx-Engels: «Pero de todos los numerosos ataques al supuesto autor del “diamat”, pocos son tan injuriosos y persistentes como el intento de separar, e incluso de contraponer abiertamente a los dos fundadores históricos del marxismo. De esta forma, el “dialéctico” Marx suele presentarte como el fundador del “auténtico” marxismo (i.e., de las tergiversaciones que del marxismo hacen los antiengelsianos), mientras que el “positivista” Engels es presentado como el diseñador del espantajo terriblemente “vulgar” del marxismo soviético con el que estos autores se asustan entre sí. Esta tentativa es doblemente fallida En primer lugar, porque Marx apoyó a Engels en su concepción dialéctica de la naturaleza y, en segundo, porque esta última es un requerimiento indispensable para la concepción materialista de la historia que ambos fundaran. Sólo podemos imaginar el enorme sacrificio que significó para un alma de naturaleza universal y libre como la de Engels el verse confinada por tantos años al “vil comercio” que desmoralizaba su carácter y oxidaba su intelecto con tal de apoyar económicamente a su amigo.» (p. 26).
9. Resaltemos los numerosos e interesantes apuntes de historia de las ideas y de la ciencia: «Más que cualesquiera de sus contemporáneos, Marx y Engels se esforzaron por comprender las implicaciones más profundas de las fuerzas que se agitaban en su época. Estaban en sintonía con el materialismo imperante inspirado en la confianza en los grandes avances de las ciencias naturales, pero también vieron que las ciencias naturales habían llegado a una nueva etapa que exigía que el materialismo también pasara a una nueva etapa. La evolución necesitaba integrarse en la estructura misma del materialismo. Mientras que el siglo XVIII había visto el mundo como un orden de la naturaleza atemporal, el siglo XIX percibía el mundo como un proceso temporal y en desarrollo. El espíritu de la época estaba impregnado de un El espíritu de la época estaba impregnado de un profundo sentido del tiempo y del proceso histórico, un nuevo sentido de la mutabilidad de todo lo que existía. Pero el Zeitgeist aún no había alcanzado la coherencia filosófica Sin embargo, estaba llegando. Mirando hacia atrás en la historia, Marx y Engels creyeron haber descubierto el patrón subyacente, la dinámica interna que empujó implacablemente la historia hacia adelante. La clave estaba en el proceso de trabajo, en el modo de producción, en los medios que los hombres empleaban para procurarse la existencia material.» (p. 93).
10. Contrariamente a lo que en muchas ocasiones se ha afirmado, no fue menor ni superficial la formación científica del «diletante» Engels: «Además, Engels en ocasiones anticipó los descubrimientos científicos del futuro. Señaló la posibilidad de la existencia de materia sin masa en reposo y propuso la teoría del papel decisivo del trabajo en el moldeado de las formas físicas y sociales de la existencia humana. Después de revisar los diversos puntos en los que las ideas de Engels son algo anticuadas, Haldane (1940) observó: “Una vez hechas todas esas críticas, es asombroso cómo Engels anticipó el progreso de la ciencia en los sesenta años que han transcurrido desde que escribió” (p. xii). Sin embargo, lo más importante es la metodología y la concepción general del libro. Mirando hacia atrás en los años que habían pasado entre la época de Engels y la suya, Haldane comentó, además: “Si el método de pensamiento de Engels hubiera sido más familiar, las transformaciones de nuestras ideas sobre física que se han producido durante los últimos treinta años habrían sido más fluidas”» (p. 103).
11. Merecidísimo homenaje a Wenceslao Roces: «Este propósito nos sirve para recordar la tan importante labor que para la difusión del trabajo de los clásicos del marxismo desempeñó el exiliado español comunista Wenceslao Roces que, luego de la caída de la República, desarrolló dos períodos de su vida en México (hasta su fallecimiento) […] Encontraríamos una notable coincidencia de Wenceslao Roces con el propio Engels; esa actitud de entrega del esfuerzo personal por una especie de valor superior o supremo: la constitución o difusión del marxismo» (pp. 59-60).
(Cuando el gran poeta sevillano Antonio Machado llegó a Barcelona (España) en abril de 1938, huyendo del fascismo, fue recibido, al igual que otros muchos intelectuales, en el Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad por dos grandes personalidades: el ministro Segundo Blanco González y el subsecretario de Estado, Wenceslao Roces).
Unas observaciones marginales para finalizar, para futuras reediciones:
1. Se habla en repetidas ocasiones del primer tomo de El Capital. Tal vez sería mejor hablar del primer libro.
2. Convendría sopesar la posibilidad de incluir algún escrito de un gran engelsiano alemán, Michael Krätke, quien seguro que recibirá con gozo y reconocimiento la edición de este ensayo.
3. Acaso no quede totalmente clara, para el lector/a medio, qué cosa es la dialéctica: ¿un método de investigación?, ¿un método de exposición?, ¿una metafísica general del Ser?, ¿un programa científico-filosófico de investigación?, ¿una teoría del conocimiento?, ¿una lógica alternativa que pretende superar los límites de la lógica formal?,…
4. Las traducciones de obras de Engels (y de otros autores) podían evitar el excesivo uso (germánico) de mayúsculas.
5. La incorporación, ciertamente laboriosa, de un índice nominal-analítico mejoría la edición.
En síntesis: nada sustantivo, pelillos a la mar.
Si, pongamos por caso, yo fuera responsable cultural, profesor universitario o persona encargada de la formación de activistas o militantes no tendría ninguna duda: sugeriría un seminario sobre este libro deslumbrante, apoyado en obras de Engels. La ganancia político-intelectual estaría garantizada; los momentos de puro goce intelectual también.
PS: En nota al pie de página, se cita en varias ocasiones al marxista español Manuel Sacristán Luzón (1925-1985), traductor de Anti-Dühring, de los dos primeros libros de El Capital y de numerosos autores de la tradición engelsiana-marxista: Lukács, Heller, Màrkus, Adorno, Marcuse, Gramsci, Labriola, Habermas, Della Volpe, Korsch, Harich, Zeleny, Geymonat,…. Una de sus más destacadas aportaciones a la tradición fue su presentación a la traducción castellana del Anti-Dühring. Texto que fue esencial en la formación de varias generaciones de intelectuales, universitarios y militantes comunistas españoles.
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