Robert Mundell, el genio del mal del euro
Greg Palast
La idea de que el euro ha ‘fallado’ es peligrosamente ingenua. El euro está haciendo exactamente lo que su progenitor –y los ricos del 1% que lo adoptaron– predijeron y planearon que hiciese.
Ese progenitor es el execonomista de la Universidad de Chicago Robert Mundell. El arquitecto de la «economía de la oferta» es ahora profesor en la Universidad de Columbia, pero lo conocía por su conexión con mi profesor de Chicago, Milton Friedman, antes de que las investigaciones de Mundell sobre divisas y tasas de cambio hubiesen creado el modelo para la unión monetaria europea y una moneda europea común.
Mundell, entonces, estaba más preocupado por las reformas en su cuarto de baño. El profresor Mundell, que tenía tanto un premio Nobel como una villa antigua en la Toscana, me dijo, indignado:
«Ni siquiera me dejarán tener un inodoro. ¡Tienen reglas que dicen que no puedo tener un inodoro en esta habitación! ¿Te lo puedes imaginar?»
De hecho, no puedo. Pero yo no tengo una villa italiana, así que no me puedo imaginar las frustraciones de los reglamentos que rigen la instalación de inodoros.
Pero Mundell, un dinámico canadiense-estadounidense, tenía la intención de hacer algo al respecto: idear un arma que acabara con las normas gubernamentales y las regulaciones laborales. (Él odiaba de verdad los sindicatos de fontaneros que cobraban un dineral por mover su trono.)
«Es muy difícil despedir trabajadores en Europa», se quejaba. Su respuesta: el euro.
El euro haría realmente su trabajo cuando golpease la crisis, explicaba Mundell. Eliminar el control gubernamental sobre la moneda impediría que pequeños y desagradables funcionarios electos usasen el jugo monetario y fiscal para sacar a un país de la recesión.
«Pone la política monetaria fuera del alcance de los políticos», dijo. «[Y] sin política fiscal la única forma en que los países pueden conservar sus empleos es mediante la reducción competitiva de las reglas sobre los negocios».
Citó las leyes laborales, las regulaciones medioambientales y, por supuesto, los impuestos. Todo sería barrido por el euro. No se permitiría que la democracia interfiriese con el mercado –o la fontanería–.
Como señala otro premio Nobel, Paul Krugman, la creación de la eurozona violó la regla económica básica conocida como «zona monetaria óptima». Esta fue una regla diseñada por Bob Mundell.
Esto no preocupaba a Mundell. Para él, el euro no iba de convertir a Europa en una unidad económica unificada poderosa. Iba de Reagan y Thatcher.
Ronald Reagan no hubiera sido elegido presidente sin la influencia de Mundell, escribió en cierta ocasión Jude Wanniski en el Wall Street Journal. La economía de la oferta liderada por Mundell se convirtió en el marco teórico para la Reaganomics –o como Georges Bush el Viejo la llamaría, «economía vudú»: la creencia mágica en la panacea del mercado libre que también inspiró las políticas de la señora Thatcher.
Mundell me explicó que, de hecho, el euro es parte de la Reaganomics:
«La disciplina monetaria también obliga a los políticos a la disciplina fiscal».
Y cuando se produce una crisis, los países desarmados económicamente poco pueden hacer excepto eliminar totalmente las regulaciones, privatizar de forma masiva las empresas estatales, recortar impuestos y echar el estado del bienestar europeo por el desagüe.
Así vemos como el primer ministro (no elegido) Mario Monti pide la «reforma» de las leyes laborales en Italia para que sea más fácil para los empleadores como Mundell despedir a esos fontaneros toscanos. Mario Draghi, el (no elegido) jefe del Banco Central Europeo, pide «reformas estructurales» –un eufemismo para planes que aplasten a los trabajadores–. Citan la nebulosa teoría de que esta «devaluación interna» de cada país los hará a todos más competitivos.
Monti y Draghi no pueden explicar de una forma creíble cómo, si todos los países del continente abaratan su fuerza de trabajo, alguno puede conseguir una ventaja competitiva.
Pero no tienen que explicar sus políticas. Solo tienen que dejar que los mercados trabajen con los bonos de cada país. Por lo tanto, la unión monetaria es guerra de clase a través de otros medios.
La crisis en Europa y las llamas de Grecia han creado el cálido resplandor de lo que el rey-filósofo de la economía de la oferta, Joseph Schumpeter, llamaba «destrucción creativa». El acólito de Schumpeter y apologista del libre mercado Thomas Friedman voló a Atenas para visitar el «santuario improvisado» del banco quemado en el que murieron tres personas después de que fuese atacado con bombas incendiarias por manifestantes anarquistas, y utilizó la ocasión para ofrecer una homilía sobre la globalización y la «irresponsabilidad» griega.
Las llamas, el desempleo masivo, la venta forzosa de activos nacionales, provocarían lo que Friedman llamaría una «regeneración» de Grecia y, en última instancia, toda la eurozona. De manera que Mundell y aquellos otros con villas puedan poner sus inodoros donde narices quieran.
Lejos de fracasar, el euro, que era la criatura de Mundell, ha tenido un éxito probablemente más allá de los más salvajes sueños de su progenitor.
Traducción de Carlos Valmaseda
Fuente: The Guardian, 26 de junio de 2012 (https://www.theguardian.com/commentisfree/2012/jun/26/robert-mundell-evil-genius-euro)