Desde un punto de vista crítico y documentado
Salvador López Arnal
Reseña de: Rafael Poch de Feliu, La invasión de Ucrania, Barcelona: Contextos-¡Movilizaos!, 2022, 93 páginas.
Interesante libro de Rafael Poch de Feliu [RPdF] que deseamos sea anuncio de un estudio más extenso y detallado del que ya tenemos numerosas muestras en su blog: https://rafaelpoch.com/. Su preocupación poliética central está recogida en sus palabras de cierre: «En un siglo que exige la más estrecha cooperación e integración internacional para afrontar los retos, la humanidad asiste a esta criminal pérdida de energía, vidas y tiempo. Un tiempo del que no disponemos y que estamos malgastando como especie.»
No es necesario presentar al autor pero sí recordar que el que fuera corresponsal de La Vanguardia durante unos 20 años en Moscú y Pekín escribió dos libros imprescindibles sobre Rusia, Tres preguntas sobre Rusia y La gran transición: Rusia, 1985-2022, que solicitan y merecen nuestra lectura o relectura.
«De una guerra fría a otra caliente de la mano de la OTAN» es el subtítulo del libro. Lo componen seis artículos y un podcast de Daniel Denvir y Volodymyr Ishchenko, este último un sociólogo ucraniano que RPdF tiene en gran consideración (véase una entrevista suya publicada en Brecha: «Esta guerra no era inevitable».) Los títulos de los capítulos y, sucintamente, algunas de sus tesis más importantes:
«Hacia una quiebra en Rusia» es título del primer apartado. Se recogen en él algunas de sus consideraciones centrales: para RPdF la guerra de Rusia en Ucrania «repite el guion de las guerras de agresión de los últimos años». Ocho años de bombardeos y rupturas del alto el fuego en el Donbás en absoluto justifican la invasión y los bombardeos rusos. La violación del derecho internacional por parte del gobierno Putin «no se justifica ni aminora por las violaciones de ese mismo derecho cometidas por Estados Unidos y sus aliados». Putin merece tanto castigo como en su día los Clinton, Bush y Obama. «Sus mentiras, mitos y exageraciones, el “genocidio” de la sufrida población rusófila del Donbás, la demencial consideración imperial sobre la “artificialidad de la nación ucraniana o el pretendido “nazismo” de su régimen están en línea con las”armas de destrucción masiva” de Sadam, el “genocidio” en Kosovo o la agresión del Golfo de Tonkin». RPdF no olvida que las «víctimas de la guerra y de las sanciones son las poblaciones, la ucraniana, la rusa y, de rebote, también la europea, especialmente los sectores más vulnerables».
Una segunda consideración, no menos importante: «Llegados hasta aquí, hay que preguntarse: ¿cómo ha podido el Kremlin meterse en esto? ¿Cómo se explica tamaña torpeza?» Para RPdF la enfermedad imperial produce ceguera. «Incapacidad para comprender los procesos históricos y los movimientos sociales. Esa ceguera típica de las autocracias en crisis es particularmente peligrosa en los imperios menguantes». RPdF nos recuerda que todas las potencias coloniales europeas pasaron por ello en la segunda mitad del siglo XX, no entendían aquellos movimientos de liberación nacional. «Antes de apearse de sus estatus coloniales y reconvertirlos en otras formas imperiales de dominio más modernas, las potencias europeas cometieron crímenes enormes en el mundo. Francia guerreó en Argelia y dejó un millón de muertos. En Indochina ocasionó otros 350.000. Inglaterra saldó con un millón de muertos y 15 millones de desplazados la separación imperial de India y Pakistán. En Kenia, la descolonización provocó 300.000 muertos y un millón y medio de presos. Hasta la pequeña Holanda acaba de reconocer la factura de 100.000 muertos que causó en su guerra colonial de cuatro años en Indonesia.»
«La maldición de la autocracia» es el título del segundo apartado. Se recoge en él una de la tesis en la que más ha insistido RPdF en sus conferencias e intervenciones de estas últimas semanas: «En mi opinión, el fortalecido papel de la Rusia de Putin, en su entorno y en el mundo, es más engañoso que real. Bajo su aparente contundencia se oculta una inquietante fragilidad. Fragilidad interna y fragilidad en las relaciones con su entorno territorial postsoviético». Más allá del propósito general de echar al adversario de sus patios, controlar más recursos y ampliar su propio corral, insiste RPdF, «la política occidental no tiene calidad ni visión. Hay en ella mucha chapuza y aún más irresponsabilidad, pero entonces, ¿Por qué gana? No es la agresividad occidental, sino la debilidad rusa la que explica la situación. Y la clave de esa debilidad reside en el propio sistema ruso de poder».
El tercer capítulo, el cuaderno de corresponsal, «Kiev, hace ochos años», se abre el 19 de febrero de 2014, finaliza el 24, y muestra un análisis detallado de los días del Maidan, con pasajes, en mi opinión, no exentos de polémica. Este por ejemplo: «Durante tres meses, decenas de miles de ciudadanos ha dicho “basta” y han aguantado el tipo aquí, demostrando una voluntad y un tesón ejemplar. Los brutos de diversa ideología, con predominio del nacionalismo ultra, que aportan el músculo de la revuelta popular, no son particularmente simpáticos, pero sin ellos el Maidán, simplemente, no habría sido posible, porque habría sido barrido por la policía en diez minutos». Estos grupos, admite RPdF, «han ejercido una tremenda e ilegal violencia, que en cualquier país europeo habría sido inmediatamente declarada “terrorista” y aplastada». No solo eso: «Europa y América han bendecido, financiado y teledirigido todo esto, que no comenzó el pasado noviembre, sino hace más de veinte años con la disolución de la URSS. Desde entonces, Estados Unidos se ha gastado en Ucrania más de 5.000 millones de dólares en promover el “cambio de régimen” vía organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y compras de lealtades, explicó hace poco la vicesecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland.»
Descripción y valoración a la que el autor añade en el punto siguiente: «Todo eso, que es fundamental para comprender lo que pasa aquí, apenas cambia la esencia del impulso ético de este narod contra la corrupción, la injusticia y la oligarquía, perfectamente equiparable a la de los movimientos sociales del resto de la Europa en crisis. Este narod, sus brigadas de choque, han disparado, matado e incendiado». Tal es la legitimidad de las revueltas y revoluciones populares, en su opinión. “Nadie está vacunado contra esto en el resto de Europa. La violencia no es una figura del pasado, es la fiebre de las luchas de la historia». La duda se impone: ¿perfectamente equiparable? ¿Legitimidad homogénea de las revueltas y revoluciones populares?
Cierra su diario de corresponsal con este recuerdo muchas veces olvidado: «En eso el papel de Occidente es fundamental. Una vez más: en materia del pleito alrededor de la integración económica de Ucrania con la UE, Putin propuso desde el principio –y Ucrania lo apoyaba– discutir el asunto a tres bandas: Moscú, Bruselas y Kiev». El papel de Míster Niet lo ejerció la UE, «con su señora Merkel en el centro, flanqueada por los polacos y bajo la estratégica batuta de Estados Unidos, lo que es sumamente desestabilizador. Canadá, con una fuerte población de origen ucraniano, ha amenazado a Rusia con sanciones, “si Putin se inmiscuye”, ha dicho su ministro de emigración. La Casa Blanca ya ha advertido a Rusia contra una “injerencia” en Ucrania». La conclusión de RPdF ya en aquel entonces: «La guerra fría llama a la puerta y en una de estas, alguien va y le cede el paso».
Enlazando, «Una nueva guerra fría» es el título del siguiente capítulo, una reflexión que finaliza señalando que «mientras Occidente ampliaba su esfera de influencia contra Rusia, se denunciaba la actitud “trasnochada” de Moscú por exigir respeto y llamar la atención sobre su propia esfera de influencia». Es decir, según una concepción que califica de postmoderna, «el concepto solo era “trasnochado” y “arcaico” cuando se trataba del adversario». Desde su punto de vista, la génesis de lo que se ha llamado «segunda guerra fría» estaba «ya servida en los años noventa; ofreció señales constantemente pero no estalló oficialmente hasta 2014, cuando Occidente apoyó la protesta del Maidán convirtiendo la particular fractura nacional ucraniana en un conflicto civil armado». La reacción ha estallado finalmente «cuando Rusia ha dejado de ser tan débil y coincide con China en el propósito de integrar económica y comercialmente el espacio euroasiático». Más aún: «en palabras del historiador alemán Herwig Roggemann, aquella “victoria” occidental en Kiev fue “el mayor fracaso de la historia europea tras el histórico cambio de 1990”. Bienvenidos a la nueva guerra fría».
«Claves de un polvorín», el quinto capítulo, abre con apuntes históricos que no deben pasarse por alto y se centra de nuevo en el Maidán y en la situación previa. Finaliza con una consideración geopolítica de alcance: «Todo esto hay que tenerlo en cuenta –sobre todo a efectos de la imprevisible evolución interna de Rusia en los próximos años– pero es bastante secundario e irrelevante al lado del hecho principal: por primera vez en un cuarto de siglo una gran potencia regional, como es Rusia, paró los pies a la superpotencia hegemónica del conglomerado imperial Estados Unidos-OTAN-Unión Europea. Este desafío crea un precedente intolerable y fue contestado con sanciones y escenarios de nueva guerra fría. Tras la invasión, todo se radicaliza». Cómo encajarían Estados Unidos y la OTAN tamaño desafió militar en Europa, se pregunta RPdF. Si el principal matón de este mundo «pierde la cara en Ucrania por causa de la criminal fechoría de su competidor regional, las señales para la correlación de fuerzas global y para la recomposición de las alianzas del mundo multipolar serán inequívocas y nefastas para el hegemonismo. Eso determina una dura lucha en Europa». Concluye RPdF que el gran peligro de esta partida insensata «el de una gran guerra entre potencias nucleares, con la hipótesis del desmoronamiento de Rusia gravitando a su alrededor».
«Una partida insensata» es el último capítulo, el más breve, pero tan sustantivo como los anteriores. Su tesis: «La estrategia occidental de rodear militarmente a potencias nucleares adversarias como Rusia y China es sumamente temeraria. Ignorar sus reacciones y amenazas es algo que va más allá de la temeridad y linda con la demencia. La misma demencia que Occidente reprocha a Putin por jugar con el mismo fuego capaz de quemar a todas las partes de esta partida insensata». Añade: como dijo Oskar Lafontaine, el dimitido dirigente de Die Linke, «en el mundo hay muchas bandas de asesinos pero si contamos los muertos que causan, la cuadrilla imperial de Washington es la peor». ¿Los crímenes de unos justifican los de otros? Por supuesto que no «pero nos sitúan en la perspectiva general. Presunción de inocencia hacia las propias fechorías, focalización en los crímenes del adversario y personalización de los complejos conflictos entre potencias: Sadam, Milosevic, Gadafi, El Assad, Putin. La práctica inexistencia de medios de comunicación y laboratorios de ideas influyentes y medianamente independientes impide toda visión sobria y seria de las relaciones internacionales». En la época de los imperios combatientes, «avanzan la censura y el espíritu de rebaño. Las palomas blancas de la paz y la dignidad están cansadas en Europa». Para RPdF, el continente más guerrero de la historia perdió una oportunidad histórica hace treinta años, tras la disolución de la URSS: «La guerra fría se cerró en falso y hoy nos cobra una factura bélica. De un peligro a otro. De una ceguera a otra. De una guerra fría a otra caliente de la mano de la OTAN».
La otra cara, que es la misma en esencia, de este periodista imprescindible, la de historiador atento y con capacidad de vislumbrar escenarios de futuro, se muestra en reflexiones como esta de su cuaderno de corresponsal (¡escrito hace ocho años!): «Gorbachov perdió, voluntariamente, la Europa del Este. Yeltsin el Báltico, Transcaucasia y el Asia Central. ¿Perderá Putin Ucrania? No sin pelear. Esta no es la Rusia de los noventa, sino algo más gallito y mucho más endurecido por las lecciones de los últimos veinte años. ¿La principal de ellas? Occidente no respeta a los débiles. Habrá respuesta. Nada de todo aquello sobre lo que este diario ha venido advirtiendo como gran peligro estos días (el este de Ucrania, Crimea, la lengua) va a estallar ahora. A medio y largo plazo es otro asunto. Mucho depende de cómo se maneje». Acertó: se ha manejado con la batuta del Gran Imperio, sacando pecho de «gran potencia indiscutible» y ha habido respuesta. Ha estallado en febrero de 2022.
Unas breves observaciones finales: 1. Las aproximaciones del autor a lo sucedido en Kiev en 2014-2015 no siempre presentan idénticos matices y descripciones. 2. Lo mismo cabe afirmar respecto a su valoración de la invasión de Ucrania por Rusia (cuya tesis central crítica, como señalamos, se exponen en las primeras líneas del primer capítulo). 3. Es necesario no olvidar la importancia de los acuerdos de Minsk y a su incumplimiento. 4. Toda aproximación al papel de China a lo largo de estos años, también ahora, tiene un interés central. 5. No debe habitar nuestro olvido sobre el tema de los laboratorios biológicos financiados y dirigidos por Estados Unidos. 6. Rusia, sin atisbo para ninguna duda, ha incumplido (destrozado si se quiere) el derecho internacional pero no es el primer país que ha obrado con ese guion en el escenario ucraniano.
RPdF se pone estupendo en muchos momentos. Esta, en mi opinión, es uno de los mejores: «Mención especial merece la península de Crimea, tierra ancestral rusa, poblada por rusos y rusoparlantes en un 80%, por donde llegó el primer cristianismo a la Rus de Kiev (¿el primer Estado ruso fue ucraniano o es que el primer Estado ucraniano se llamada Rusia?; he aquí un interesante objeto de disputa entre besugos)…»