Entrevista al escritor Rafael Chirbes: «Mi generación estaba destinada a moralizar y educar a un país que salía del franquismo y hemos acabado en este basurero de cemento».
Isabel Bugallal
¿Casi dos años sin escribir?
-Sí, me asusta decirlo pero casi siempre es así, es un proceso de cocción lento. También tardé cuatro años en escribir la última.
¿Quedó exhausto después de Crematorio?
-Sí, porque tiene algo de testamento. Si fuera consecuente no debería escribir ningún otro libro.
¿Hurga en la misma herida?
-No, escribí un libro de artículos que va a salir ahora.
¿Y la novela?
-Como el mesías de Maimónides, ‘llegará pero quizá se retrase’.
¿Se le han quejado los propios por Crematorio?
-Las críticas más desfavorables al libro fueron de gente de ideas parecidas a las mías, me decían que es una novela nihilista’. Yo no lo creo. El mayor piropo que recibí fue el de un señor en Granada que me dijo: ‘Usted es el único que hace literatura para adultos, porque en este país todos nos cuentan historietas y cosas como de autoayuda para consolarnos’. Es una novela sobre cómo están las cosas y cómo estamos.
¿Y cómo estamos?
-Estamos en ese momento en el cual los viejos dioses han muerto y los nuevos no acaban de llegar, hay una desazón muy grande porque no hay proyectos colectivos. Hemos vivido una etapa en la cual el único objetivo era ‘coge el dinero y corre’, vive rápido y disfruta lo más que puedas. Antes, cuando un señor plantaba una viña en Burdeos sabía hasta 50 años después su familia no iba a probar el vino. Ahora, esos viñedos son de las agencias de seguros y lo que quieren es que en dos años el vino esté en el mercado. Ese concepto de herencia burguesa ha desaparecido incluso en la gente normal: ‘Yo quiero vivir mi vida y cada uno que se apañe’. Esto lleva a un vacío enorme.
¿Crematorio es una expiación?
-Mi generación estaba destinada a cumplir un objetivo moralizador y educador de un país que salía del franquismo y hemos acabado en este basurero de cemento y contaminación. Se le echa la culpa al franquismo, cuando en treinta años de democracia siempre ha mandado lo que ellos llaman la izquierda. La gente de nuestra generación, que estaba en el Frap, en el MC, en la ORT o en la Liga, acabó cambiando los ideales -que podían ser locos y descabellados- por un despacho, un cargo, una contrata o lo que fuera.
¿Usted lo vio venir y salió corriendo?
-A partir de 1977 empecé a ver algo. No me gustaba mandar y tampoco sabía muy bien qué hacer. Sí, me fui y procuré apartarme del mundillo ese.
¿Le salvó la literatura?
-No sé si la literatura salva, pero purifica.
‘Más de la mitad de las personas de mi generación están alcoholizadas, en los bares o viendo el fútbol’. ¿Tenía la opción del bar y la del poder?
-El bar ahora lo frecuento bastante menos. Azaña ya hablaba de las sucesivas traiciones de las generaciones progresistas españolas. Yo veía que eso lo impregnaba todo pero que de eso no se hablaba.
¿Se quedó sin amigos?
-No, mis amigos siempre fueron de fuera, no tengo amigos políticos, mi siquiera tengo amigos escritores. En mi pueblo no hay muchos escritores y yo con quien me tomo una cerveza es con los albañiles, los fontaneros… Y me gusta más; los escritores están en los libros.
‘Soltero, depresivo e inestable de carácter’, le han descrito.
-¿Quién es el sinvergüenza que dice estas cosas?
Gregorio Morán.
-Quiso conocerme tras leerme y comimos juntos, es muy simpático. Me interesa mucho lo que escribe.
Hasta hace poco su biografía no aparecía en internet más que en alemán.
-¿Qué culpa tengo yo?
En Alemania tiene gran éxito, allí le leen mucho más.
-A los alemanes les gustan bastante los libros. La larga marcha y La buena letra tuvieron mucho éxito y la crítica las puso por las nubes.
Vivió bastante tiempo de los lectores alemanes.
-Sí, pero procuro gastar poco.
¿Por qué tiene más lectores en Alemania que en España?
-Quizá porque escribo sobre mi tiempo. Antes, todo eso de la memoria no existía y, ahora, que se ha puesto de moda, soy muy crítico: es de buitres andar enterrando y desenterrando cadáveres. Se hace un uso partidista y mezquino, y descerebrado, de la memoria. Ahora está de moda la República y ha dado una literatura apologética y beata de republicanos fusilados que no me interesa.
¿Por qué le leen menos aquí?
-Porque he ido a destiempo. En catorce años de gobierno felipista no se podía encontrar un libro de Max Aub, ni la Memoria de la melancolía, de María Teresa León; ni las memorias de Constanza de la Mora. Lo que interesaba era Jünger, Popper, Heidegger, y cuando el PSOE vio que no se diferenciaba en nada del PP, se inventaron que eran hijos de republicanos y venían de la República, ¿y quieren que yo participe en esta reinvención para que ganen las elecciones para cuando las ganan volver a tapar las fosas, como han hecho?
No deja títere con cabeza.
-Es que es así. Ahora se extrañan de la corrupción: si los alcaldes están para financiar los partidos.
¿Y qué dice de Camps?
-Han decidido meter el diente en Valencia y en Madrid porque no ganan allí las elecciones. Si lo hiciesen en Andalucía seguramente saldría mucho más que en Valencia.
¿Se pasa el día leyendo?
Salgo poco de casa y me paso el día leyendo. Releo mucho: Proust, Galdós; La Celestina, que me gusta mucho, me parece el libro más destructivo; Cervantes…
¿Vivir en un pueblo, alejado de escritores, editores y grupos de comunicación, le tranquiliza?
-Me da el malestar suficiente para saber que estás solo y que te soportas sobre tus propias fuerzas. El novelista es el ser más libre del mundo, le basta con un papel y un bolígrafo. Lo terrible es tener un papel en blanco pero si sale bien es cojonudo. Los libros se sostienen solos. Viene muy bien estar un poquito fuera y ver las cosas desde lejos.