Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Poemas

El 25 de agosto de 2022 hizo diez años del fallecimiento de Francisco Fernández Buey. Se han organizado diversos actos de recuerdo y homenaje y, desde Espai Marx, cada semana a lo largo de 2022-2023 estamos publicando como nuestra pequeña aportación un texto suyo para apoyar estos actos y dar a conocer su obra. La selección y edición de todos estos textos corre a cargo de Salvador López Arnal.

Anexo 1: «1966: un recuerdo personal» (10/V/1995)

Anexo 2: Carta a Perfecto Andrés Ibáñez (27/1/1994)

 

No un profesor de historia de las ideas que, además, lee poesía, sino un amante de la historia razonada de las ideas que busca ideas, e incluso anticipaciones ideales, en los poetas. Eso querría ser yo.

Francisco Fernández Buey (1995)

 

Paradoja

Cuando yo era joven
los jóvenes a quienes trataba
lo tenían todo claro.
Si uno decía «no sé, no sé»
le llamaban vacilante y caga dudas.
Ahora que empiezo a ser viejo
y creo empezar a saber algo de algo,
los jóvenes a los que trato
me dicen:
«No sé, no sé, el mundo es muy complejo»
Tal vez por eso
hoy me gustan los jóvenes de ayer
tanto como ayer
me gustaban los jóvenes de hoy.

Nota edición: sobre los «jóvenes de ayer y de hoy», véanse (¡léanlos, por favor!) los dos anexos incluidos en esta antología.

 

Esperando a los bárbaros llegaron los nuestros

A José María Valverde

I

A los amigos y compañeros que siguen llamándose
a sí mismos cristianos
sin duda ni vacilación alguna,
pero que, en cambio, prohiben a los otros,
amparándose en la razón histórica,
el uso del nombre de comunistas marxistas
o les exigen que,
para seguir viviendo en este mundo,
se arrepientan de lo que han sido
arrodillándose
ante el Alto Tribunal del Liberalismo Laico-Cristiano,
les digo amistosamente,
como se lo diría a una hermana
del alma:
¿ya no quedan espejos en el mundo?
El terror y la barbarie
no los inventó el camarada Stalin;
ni siquiera los inventó
el pintor de brocha gorda
que le robó al otro
la palabra socialismo
para amasarla con odio
y diluirla luego
en la otra vieja palabra
que siempre acaba dando cuerpo
al malestar cultural de los pueblos
que se sienten avasallados
por otros pueblos.
El terror y la barbarie, amigos,
existió en esta Tierra nuestra
mucho antes
del esperpento,
mucho antes
de la era polar
del Bigotudo y del Bigotito,
mucho antes
de esta otra era
del hombre-máquina
en la que los media
del Imperio único
confunden día tras día
dictadores y poetas
en lo que fue la Unión Soviética.
Cuando alboreaba eso
que hoy llamais con orgullo irreflexivo
modernidad
uno de los vuestros
que ahora es de los nuestros.
contó esta verdad:
«Probaban las espadas en ellos,
apostando que henchería por miedo el indio
y le cortaría de un piquete el pescuezo.
Echábanlos a perros bravos
para aquel oficio amaestrados,
que en un credo los despedazaban.
Henchían los bohíos
de mujeres preñadas y paridas, niños y viejos,
y pegábanles fuego
donde todos se quemaban.
Poniánlos en lechos hechos sobre horquetas
baxas,
y sobre ellas varas atadas a manera de parrillas,
y sobre ellas atados dos y tres y cuatro,
y debaxo encendido fuego bravo,
y allí los asaban.
Tirano hubo
que, porque le diesen oro,
prendió al rey y señor de aquella tierra,
hízolo asar de la manera dicha
y él andávase, paseando,
rezando el rosario,
y de rato en rato decía
que se añadiese fuego
y se volviese del otro lado.
Ahorcaban muchas mujeres.
Y los niños que criaban,
de los pies de ellas
se los ahorcaban.
Otras empalaban,
desde abajo hasta arriba,
abríanles los híjares
y metiánles las criaturas
por las cabecitas
donde luego
con la sangre de las madres
se ahogaban».
No había televisión entonces
para contemplar aquellas moderneces.
Pero lo vió Bartolomé
dice
con los ojazos del horror
hartos de llorar duelos ajenos.
También aquéllos
se llamaban cristianos.
Y eran de los nuestros.
Como los asesinos del Golfo ayer.
Como tantos violadores
serbios y croatas hoy.
Eran,
hablando con la propiedad requerida,
los nuestros.
No mataron más,
no quemaron más,
no violaron más,
no destruyeron más,
no acabaron con todos los demás,
acaso,
porque la barbarie tiene un límite,
un solo límite:
el atraso tecnocientífico
de las gentes
que sólo han logrado
en su historia
un escaso desarrollo
de las otras fuerzas productivas
que no son la fuerza productiva hombre.
Tal es,
me temo,
la base material
de la poética esperanza,
tan popular, por otra parte,
en la llegada de los otros bárbaros
que no son nuestros bárbaros.

 

II

Sigue habiendo en este mundo nuestro
más llanto
del que pueden comprender
los niños del País de las Hadas del hermano Yeats
que somos
finalmente
los humanos.
Por eso
es aún pertinente tu vieja pregunta,
compañero Constantino.
Dijiste: ¿qué será ahora de nosotros sin bárbaros?
Y pertinente era también
la sospecha de tu verso paradójico:
aquellos hombres,
los bárbaros,
que antaño se dejaban deslumbrar
por las insignias del mando
traían a nuestro mundo
alguna solución
con su odio de la retórica y de los largos discursos.
¿«Después de todo» o «al fín y al cabo»?
Dudan los traductores del griego moderno
a las lenguas románicas.
Y duda el burgués europeo atormentado
entre belleza y verdad, forma y muerte:
¿aman los bárbaros el silencio
porque no saben hablar
o porque saben que casi todo está ya dicho?
Pero ¿y nosotros,
los que no teníamos ni una sola cana en el alma
y pretendíamos transformar en labios
la energía eléctrica de los gatos abandonados
en las barriadas de las pobres gentes?
Nuestra duda es ahora más honda
que la de los traductores.
Más honda que la del poeta.
El sabía al menos que sus bárbaros
no hablaban griego.
Podía reconocerlos.
La vieja sospecha se ha cumplido:
los bárbaros de Constantino no llegarán
a las plazas y mercados de Occidente.
Pero a cambio
nosotros ni siquiera sabemos
quiénes son en verdad los bárbaros.
Duda eterna y nostalgia del silencio
somos nosotros, ahora, en Europa.
Por suerte
la ignorancia obliga a revisar la historia una vez más.
Pues está escrito:
hay que llamar a las cosas por su nombre.
Y la cosa
hablando con propiedad
no es
invasión de los bárbaros,
como todavía siguen diciendo los libros de texto
para los niños que somos en el País de las Hadas.
Gran migración
fue y es
el nombre de la cosa que empieza
buscando dioses propios.
Migración de varones y mujeres
de las otras culturas
que creyeron lo que la propaganda predica de la nuestra,
gentes,
amigos Constantino y Vladimir,
hambrientas y maltratadas
ni siquiera explotadas ya:
la nueva ilustración que se enciende
en la cabeza
de los filósofos europeos
es también la nueva servidumbre
de los pobres proletarios,
el despotismo nuevo.
Ahora ya podemos decirlo así.
Vivimos
el pasado en el presente,
porque la contemporaneidad acabó:
sólo existe la visión automática y simultanea de la desgracia
a través de las imágenes
de las diez cadenas de televisión
del mundo grande y terrible
cuyos mandamientos sin mandato
se resumen
también
en dos: come y calla, marrano-fin-de-siglo.
Lo que hay que esperar hoy en día
es
el ocultamiento del símbolo del poder
y el nacimiento de una nueva retórica.
Porque nuestros bárbaros
aman la retórica del poder evaporado
que debe legitimarse.
Cae la noche
y aquí están de nuevo nuestros bárbaros
vestidos como antes, como siempre, sin ser reconocidos
por la multitud que puebla las calles
gritando contra las barbaridades de los otros bárbaros
imaginarios
que no llegaron nunca.
El poeta que no tenía canas en el alma
se suicidó aún joven.
¿Qué verdad vino después de aquel suicidio?
Para la forma belleza, una anécdota más
de la vieja cosa conocida por los siglos de los siglos.
Pero el porquero de Agamenón replica:
la tragedia de Maiacovski
es sólo el preludio
de la tragedia en griego del coro de masas del siglo XX.

 

A los amigos de Cuba

Sé que leyendo la prensa norteamericana entran ganas de callarse.
Sé que leyendo La razón y ABC la indignación pide silencio.
Sé que la democracia mata más.
Sé que el capitalismo mata mucho más.
Sé que el imperialismo mata hasta a los amigos del Imperio.

Sé que hay que distinguir entre ética y política
por razones analíticas y de método.
Sé que en el escándalo del mundo es difícil ser amistosos.
Sé que una frente lisa revela insensibilidad.
Sé que hay mucho que decir
del viejo no matarás.
Sé que la violencia es la partera de la historia
y que la historia la escriben ellos, los violentos,
cuando vuelven a casa.

Sé que estáis cercados.
Sé que corréis peligro
y que ahí al lado, en la misma isla,
la barbarie de la Compañía del Gran Poder
humilla a hombres a los que trata de subhombres.
Sé incluso que lo por venir
puede ser peor que lo que hay
y hasta peor que lo que hubo.

Y, a pesar de todo,
como marxistas y cristianos,
que decís ser,
querría recordaros
las palabras del laico fundador
de la orden:
«Para defender la pena de muerte
se suele presentar
como un medio de corrección e intimidación.
Pero la historia y la estadística
prueban plenamente que desde Caín
el mundo jamás se ha corregido o intimidado
por ese castigo.
¡Miserable sociedad
la que no ha encontrado
otro medio de defenderse
que el verdugo
y que proclama su propia brutalidad
como una ley eterna!».

También para ti, Cuba,
y para nosotros, que te queremos,
se escribió la fábula.

 

Querido Kalve (5/II/2009)

Querido Kalve:
dices que la paz no es sólo no matar,
que dice la Biblia,
sino hacer vivir,
que es lo que dicen
todas las mujeres y niños del mundo,
desde el origen del mundo,
ante la guerra y la barbarie
de los que no saben lo que hacen,
ni ayer ni hoy.
Ser pacifistas sin ser tibios es eso.
No es el miedo a la muerte,
que también,
es la voluntad de no matar
para que vivan los otros,
las otras,
el otro
que somos también nosotros
cuando nos hacemos desobedientes.
Pienso como tú piensas
y para agradecer tu dibujo
te cuento aquí una historia de afinidades electivas.
Tengo una foto del 68,
el año en que tú naciste,
en la que estoy delante de una pintada
en un muro de Santiago, en Galicia,
en la otra punta de donde tú naciste.
La pintada dice:
«Colabora con la policía, pégate a tí mismo».
¿Te suena?
68-99: treinta años.
Y luego dicen que nos repetimos.
Pero en el fondo siempre es eso:
no matar, desobedecer, parodiar, hacer vivir
Salud, Kalve.

Bienvenido, Mr. Ratzinger (1993)

Cuando el asunto parecía finalmente liquidado
y era seguro que «aquello» no regresaría
para inquietar atormentadas mentes infantiles,
cuando su crisis había sido diagnosticada como última
y «aquello» era sólo materia para chistes académicos,
cuando podíamos ya airear nuestras miserias
sin las viejas restricciones moralistas,
cuando ya el otro Karl no tenía adversarios
de talla
y el canto al final de las ideologías
bajaba de la Academia a la calle,
cuando ya nada se oponía, amigos,
a que pudiéramos ser tan cínicos
como nuestros enemigos,
cuando empezábamos a identificarnos con la Auténtica Vida,
esto es, la de los otros,
y el ser de una pieza resultaba de mal gusto,
cuando la divisa del día era ya todo vale
y todos estábamos de acuerdo
en que todo está permitido
menos alterar las sabias leyes del mercado,
la bicha volvió.
La desenterró el Inquisidor Ratzinger, oh maravilla,
contra los nuevos teólogos.
Y entonces quedó definitivamente demostrado
que el marxismo no era una ciencia,
compañeros.

Elegía del fumador empedernido que fue nariz del poeta

A José Viñals, 2003

Lástima que no pueda yo,
viejo rojo también,
despedirme de vosotros,
como quisieron Brecht y Lukács,
con el puro virginiano o cubano
entre los dientes.

La divina mímesis me empujaba a eso.
Y, al fin y al cabo, su fin del mundo,
que es siempre nuestro fin en el mundo,
no es muy distinto
del fin del mundo
que preveo yo.

Los Gemelos me susurraban al oído
una historia soñada:
las volutas de mi davidov
enlazadas de tal forma
que en el blanco cuarto blanco
de hospital posmoderno
se hacía la síntesis de las volutas
de los puros,
virginiano y cubano,
de aquellos dos que,
queriendo lo mismo,
prefirieron despedirse
pagando su cuenta cada cual.

Pero, ay, en este fin del mundo,
que es el fin de nuestro mundo,
no dejan ya fumar en ningún sitio.
Y para colmo
mis pulmones no resisten ya
los puros
ni cubanos ni virginianos.

Ceniza somos tu nariz de ahora
y ceniza en tiempos de cenizos.
Voy a tener que dejar
de fumar
antes de despedirme de vosotros.
Y no habrá sueño
ni volutas de síntesis
y los Gemelos serán contradicción.

A cada cual su fin del mundo.
También a mí
que fui nariz de poeta mestizo y fronterizo.

¿Será este el misterio
que los fumadores de puros
llamaron
presente como historia
en las noches rojas y negras?

¿O será, simplemente,
que estoy perdiendo ya el olfato?

Anexo 1. 1966

Texto fechado el 10/V/1995. No sé si llegó a publicarse.

Yo tenía que haber terminado los estudios de filosofía aquel año. Durante el verano del 65 me había puesto a redactar la tesina de licenciatura. Me interesaban entonces la historia y la crítica del gusto del marxista italiano Galvano della Volpe. Etica y estética me parecían dos rostros del mismo dios; buscaba cómo volver a juntar clasicismo ilustrado y romanticismo.

Me ayudaban y me aconsejaban entonces Manuel Sacristán y José María Valverde. El primero acababa de ser expulsado de la Universidad de Barcelona por comunista. En aquella época los rectores no necesitaban mentir sobre esas cosas. Así es que Francisco García Valdecasas, el rector de entonces, podía estar convencido de que Sacristán era una autoridad en el campo de la lógica formal y al mismo tiempo echarle de la Universidad, sin escrúpulos, por rojo. Valverde era ya un cristiano de otra galaxia. De la galaxia William Morris: sensible, social, solidario, socialista de los de verdad.

Para mí el curso 65-66 empezaba así: con Sacristán en la calle y Valverde yéndose por lo de la compañía solidaria. Sin ética ni estética el curso universitario del 66 sólo podía ser monotonía o rebelión. Fue rebelión. Y eso que todavía no habían llegado al país noticias de otras rebeliones estudiantiles en marcha o en preparación.

Nunca he vuelto a vivir una experiencia comunitaria y democrática como aquélla del año 66. Y no lo digo por nostalgia de los años jóvenes. Ni tampoco por falta de experiencias sociopolíticas posteriores. Luego he visto nacer el movimiento de los profesores parias universitarios [los PNN]. He visto nacer el movimiento ecologista en Cataluña. Me ha tocado de cerca el nuevo movimiento feminista. He tenido algo que ver con el movimiento pacifista de los 80. Pero nada de esto se puede comparar a la experiencia del 66.

Había tantas mentiras oficiales en el país y se respiraba un ambiente de remurimiento tan metido hasta el tuétano en los que mandaban por entonces que quizás tampoco tuvo tanto mérito aquella rebelión. Decir la verdad y comunicársela a otros que tienen ante los ojos el remurimiento es más fácil que contar verdades a medias. La política en situación así suele hacerse ética colectiva. Es luego, en la construcción de las democracias imperfectas y hasta demediadas, cuando todo se hace complejo, complejo, complejo y todo depende, depende, depende. Que se dice ahora.

Por suerte, ignorábamos las palabras «complejo», «depende». Y sabíamos que el «si, pero» tampoco dice mucho en boca de alguien a quien le piden comprometerse.

Así que dejé de ser una joven promesa de la filosofía licenciada barcelonesa y contesté que sí a lo de arrimar el hombro a la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona. Todavía recuerdo bien el cuchitril del viejo patio de la Facultad de Letras donde ocurrió eso. Alguien me dijo luego, a un paso de allí, en los mingitorios de la Facultad de Letras, a un paso del viejo bar: «La has parido». Efectivamente, la parí: ya no iba a ser el pingo almidonado que pude ser cuando tenía veintitrés años.

La experiencia comunitaria y democrática, entre enero y octubre del 66, fue buena no sólo porque teníamos la razón de nuestra parte, sino porque la gente que se metió en ella era buena, generosa y casi siempre inteligente.

Aquella experiencia comunitaria fue para mí al mismo tiempo la vivencia del amor. En ella conocí a Neus Porta, sin cuya sensibilidad e inteligencia yo hubiera sido otra cosa distinta de lo que soy ahora. Los del remurimiento decían que fuimos a la Capuchinada para dormir juntos las chicas con los chicos. Si no hubieran sido unos obsesos podríamos haberles dicho, sin problema, que algo de eso hubo también. Y creo que ahora, con el paso del tiempo, se puede decir ya. Por lo demás, Marsé lo había escrito antes en Últimas tardes con Teresa. Y que me perdonen los combatientes que decían no tener vida privada por aquellos tiempos.

Como toda experiencia social interesante, aquella del 66 fue cosa de muchos y de gentes diferentes. Importa poco dónde esté cada uno ahora. Las cosas sanas no se hacen escribiendo recuerdos deformados por la memoria y por lo que cada cual ha llegado a ser cuando se escribe. Luchando contra Franco y buscando una fórmula de organización autónoma de los estudiantes en Barcelona se inventó algo que hubiera encantado a uno de los nuestros héroes de entonces: el viejo Lukács, el que nos había enseñado con sus libros que Mann tenía razón frente a Kafka y con su vida que Kafka tenía razón frente a Mann.

Aquel algo nuevo fue juntar viejos delegados estudiantiles con experiencia en la lucha contra el SEU con jóvenes delegados estudiantiles convencidos de que había que crear una organización propia y nueva. No era mucha la diferencia de edad, pero los veteranos nos enseñaron mucho a los más jóvenes. Hay que nombrarles porque casi nunca se les nombra al hablar de aquel año: Enric Argullol, Joan Clavera, Albert Corominas, Javier Paniagua, Andreu Más Colell, Albert Ortega, Quim Viaplana…

De ahí salieron, entre enero y octubre del 66, algunas de las cosas que tal vez quedarán para la historia de la democracia reciente en Cataluña, cuando, por imperativo legal, las Neus eran todavía Nieves y los Jordis, Jorges. Por ejemplo, el aprendizaje de la tolerancia mutua, empezando por la tolerancia entre las lenguas, en las asambleas. O, por ejemplo, el invento de la Capuchinada, donde se produjo el encuentro de los estudiantes universitarios con la generación de la República y de la autonomía (¡qué descubrimiento la personalidad de Jordi Rubió durante aquellas horas!). O, por ejemplo, la posibilidad de la comparación entre la vivencia universitaria y la vivencia en los barrios obreros y en las fábricas (¡cuánta misteriosa espera y cuánta idealización recíproca en los primeros contactos barceloneses entre el SDEUB y CCOO!).

No todos aprendimos ni vivimos todas estas cosas ni todos queríamos exactamente lo mismo. Entonces ya lo sospechábamos. Luego lo hemos sabido. Y hemos sabido por qué. Pero un movimiento comunitario y democrático, como fue aquel, está siempre hecho de cosas así: de diferencias, de azares dominados en el último momento y de generosidades que rebaten intereses.

Total: que en vez de terminar la carrera de filosofía terminé el año 66 en la vieja cárcel modelo, de galería en galería. He estado a punto de escribir, «como era de esperar». Pero no es verdad: esperábamos cosas mejores, aunque lo que vimos durante el referéndum del 66 nos puso pesimistas a algunos. En octubre del 66 perdí la beca con la que había estudiado toda la carrera. Me abrieron un expediente que se cerró con la prohibición de estudiar en cualquiera de las universidades españolas durante tres años. Me detuvieron cuatro veces entre abril y diciembre y me abrieron cuatro sumarios en el Tribunal de Orden Público. El Día de los Santos Inocentes de 1966 me detuvieron por última vez. En esta ocasión en Palencia, donde pasaba las Navidades con mis padres y hermanas. Me condujeron en tren hasta Barcelona dos policías de allá. Uno decía ser poeta. El otro, un enamorado de los castillos contemplados desde el tren. La realidad empezaba a ser compleja. Era la primera vez que aquellos policías venían a Barcelona. Les engañó, ya en la Estación de Francia, nada más llegar, el más listo, el más simpático, el más rojo de los abogados que hemos tenido: Josep Solé Barberà. (¿Para cuándo el homenaje que se merece su memoria?).

Siempre me produce mucha risa el recuerdo de aquel fin de año del 66. Estaba en la Modelo, pensaba en lo que iba a ser de Neus y de mí y veía venir que no saldría de allí si no era para hacer el servicio militar obligatorio. Sabía ya que me iban a enviar al Sahara. Allí estuve, en efecto, muchos meses del 67 y del 68 barriendo el desierto. Pero, mientras tanto, en la celda de la Modelo, o en el Virgen de Africa, mientras navegábamos hacia El Aiún, entre vómito y vómito, no podía dejar de reirme recordando la monumental bronca que los Creix echaron en Vía Layetana a aquellos dos policías principiantes, el poeta y el de los castillos, por haberse dejado acompañar en coche desde la Estación de Francia por un tal Josep Solé Barberà, que durante el viaje iba dando instrucciones, en catalán, al joven estudiante que yo era sobre lo que había de contestar a la Brigada Político Social.

Más tiempo tardé en cambio en aprender aquello otro de que: Lo peor es creer que se tiene razón/ por haberla tenido.

 

Anexo 2: Carta a Perfecto Andrés Ibáñez.

Barcelona 27 de enero de 1994

Querido Perfecto:

Aprovecho el hueco que me deja la huelga general para agradecerte como se merece tu carta del 14, los recortes del 66 y el texto tomista de Miguel Ángel, ¿del 59, de 67? La reseña y la foto son de un acto que hubo en en el paraninfo de la Universidad de Barcelona nada más comenzar el curso 66/67, entre octubre y noviembre. Lo recuerdo muy bien. Ya nos habían expedientado a todos los de la junta de delegados del «sindicato libre» que se constituyó formalmente en marzo del 66 y yo estaba en una de esas situaciones en las que te lo dan todo hecho: de una sola tacada me quitaron la beca con la que había estudiado desde el bachillerato, me echaron de la universidad («de todas las universidades españolas», decía el papelito de turno) por tres años y, consiguientemente, me quitaron la prórroga militar; de manera que más o menos hacia el Pilar estaba yo esperando saber a dónde me iban a mandar los mandamases que de verdad mandaban. Por entonces llegó a Barcelona el tal «don» Luis Ortega Escós, presidente de las APE (Asociaciones Profesionales de Estudiantes) con la intención de convencer a los universitarios barceloneses de que les iba a ir mejor en la legalidad que en aquella «ilegalidad semiclandestina» en que, según él, les habíamos metido nosotros. Y convocó a bombo y platillo, con entrevista de televisión incluida, una reunión en el paraninfo para convencer a la gente. Como nosotros no habíamos podido disponer nunca de un lugar tan hermoso, grande y adecuado para decir lo que pensábamos, se me ocurrió que podíamos transformar «su acto informativo de las APE» en «nuestro acto informativo del Sindicato». Desde el particular ángulo de las convicciones de los rojazos que entonces éramos, la cosa salió más que bien: los estudiantes se pusieron otra vez de nuestra parte, «don» Luis Ortega Escós tuvo que reconocer que la mayoría del personal quería el Sindicato y, al cabo de poco tiempo, dimitió. Y le dieron un cargo, claro. Desde el otro punto de vista el personal en el que yo no me fijaba para nada en aquellos tiempos (nos enseñaron nuestras chicas a pensar de otra manera, ¡ay!), las cosas fueron, sin embargo, un poco peor. Aunque «lógicamente», como dice el ABC, me preocupé de pedir la anulación de las sanciones impuestas a profesores y alumnos, también «lógicamente» no solo no hubo tal anulación sino que las autoridades académicas nos echaron encima a la policía. Total que allá por Los Santos mi vida estaba decidida: estaba yo expedientado por tres años, sin beca, sin prórroga militar, preso en la cárcel Modelo de Barcelona, con tres sumarios abiertos por preocuparme «lógicamente» de la anulación de las sanciones de profesores y alumnos, y con un comunicado de capitanía general en el bolsillo por el que mandaban a hacer la mili al Sahara…

Remiro ahora las caras sonrientes de los asistentes a aquella reunión y pienso, una vez más, con la bobalicona complacencia de siempre, claro, cuánta suerte he tenido en estos años: Ortega Escós murió de cáncer hace lustros, la mayoría de esos chicos sonrientes en la foto son ahora gobernadores, directores generales y señores importantes del nuevo régimen que claman contra la huelga general e intentan cabalgar sobre la espaldas de sus trabajadores como los monos de los chistes de Chumy Chúmez.. Y yo, que iba entonces, decían, de joven promesa de la filosofía, me salvé aquel día de convertirme en un pingo almidonado y hasta puedo escribirte el 27 de enero del 94 estas cosas haciendo huelga, en minoría de a uno en mi facultad. ¡Gran suerte la de la libertad, vive Dios! Me veo ahí en la foto y pienso: solo estoy más gordo y más calvo. Y no te digo que sigo pensando igual que entonces, porque mientras tanto leí a Brecht y me enteré de que decir eso ahora sería como no haber aprendido nada en este mundo grande y terrible.

Tendré muy presente tu beccariano encargo. Y, mientras, te mandaré un trozo de mi rollo filosófico-moral sobre Las Casas; ¡a ver si te gusta!

Gracias por todo, Perfe. Me fue muy estimulante el encuentro en Medina.

Hasta pronto, un fuerte abrazo,

Paco

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