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Chile: ¿elecciones de consecuencias históricas?

Jesús Sánchez Rodríguez

Las elecciones chilenas de enero de 2010 no podían leerse exclusivamente en clave nacional, a pesar de que por si mismas ya tuviesen un interés especial en cuanto estaba en juego el final de la etapa de gobiernos de la Concertación y el acceso al gobierno de la derecha pinochetista. Pero la coyuntura histórica en la que se encuentra América Latina proyectaba el interés de estas elecciones más allá del ámbito chileno.

En este sentido no se pueden olvidar otras dos coyunturas históricas, no excesivamente lejanas en el tiempo, en las que unas elecciones nacionales supusieron una encrucijada importante para las fuerzas de izquierda, con unas consecuencias negativas profundas en el segundo de los casos.

La primera de las coyunturas fueron las elecciones presidenciales francesas de 2002. Recordemos brevemente aquel momento. Las elecciones se celebraban después de un período de cohabitación de cinco años entre el Presidente Jacques Chirac y el Primer Ministro, el socialista Lionel Jospin. En la primera vuelta electoral habían concurrido 16 candidatos diferentes, desde la izquierda radical a la extrema derecha. La previsión era que en la segunda vuelta se enfrentasen, como los dos candidatos más votados, Chirac y Jospin, pero Francia entró en shock cuando conoció que los dos candidatos más votados eran Chirac y Le Pen. Este último había sobrepasado a Jospin por algunas décimas (16,86% frente al 16,18%). Un duro dilema para la izquierda. También en aquella primera vuelta la suma de la abstención y los votos blancos representó un tercio del electorado. El desencanto con los partidos de la cohabitación e incluso con el PCF, que había participado en el gobierno Jospin, produjo, además de la abstención mencionada, el crecimiento de la votación al trotskismo, que entre sus diferentes expresiones acumuló el 11%, pero sobretodo permitió que el ultraderechista Le Pen fuese uno de los dos candidatos a la segunda vuelta.

Entre la primera y la segunda votación se produjo une fuerte reacción en Francia, especialmente en los sectores de izquierda, los sentimientos antifascistas brotaron con fuerza y se produjeron movilizaciones. El resultado electoral en la segunda vuelta mostró, de un lado, que la abstención se redujo en un 9% respecto a la primera vuelta, y, de otro lado, tampoco dejó ninguna duda de que la izquierda se volcó mayoritariamente a votar por Chirac “con las narices tapadas”. Chirac pasó del 19,88% al 82,05% mientras que Le Pen obtuvo el 17,95%.

Francia, en general, mostró la persistencia de un vivo sentimiento republicano y antifascista, y la izquierda, además, mostró una reacción de supervivencia. El resultado fue que Francia continuó siendo una democracia burguesa gobernada por la derecha y la izquierda continuo, luchando, discutiendo, y buscando desde distintas posiciones una estrategia adecuada a las condiciones históricas en que la tocaba vivir. Algunos de los frutos de esos desarrollos les hemos visto recientemente con el NPA o los distintos ensayos de alianzas en el seno de esa izquierda. La derrota de Le Pen no fue un hecho glorioso y el sapo que tuvo que tragarse la izquierda en aquella segunda vuelta no fue de un tamaño menor, pero salvó una situación difícil, aunque algunos se escudasen en que no cabía de ninguna manera la victoria de Le Pen.

La situación de desencanto y apatía que mostraban los resultados de la primera vuelta se transformó en una viva reacción que impidió el triunfo de Le Pen. Quedo claro que el cuerpo social francés no toleraba un ensayo neofascista en el gobierno. Si la situación hubiese sido diferente y Le Pen hubiese contado con posibilidades sociales y políticas para acceder al gobierno, posiblemente Europa hubiera entrado en un período turbulento y peligroso. Pero afortunadamente no fue así.

La pregunta pertinente al final de este relato es la de porque en Chile un candidato tan directamente vinculado a la herencia del pinochetismo no ha suscitado en el cuerpo social chileno una reacción de tipo antifascista como ocurrió ocho años antes en Francia. Algunos analistas han apuntado a la profunda decepción producida por las políticas aplicadas por los gobiernos de  la Concertación. En Francia también esa decepción se mostró en la abstención de la primera vuelta y los resultados del PS y el PCF, pero reaccionó ante la simple posibilidad de una victoria de Le Pen.

Cualquiera que sean las razones, y es importante conocerlas, en 2010 Chile no reaccionó como Francia en 2002. En otros países, y en diferentes momentos, también se han producido derrotas de gobiernos progresistas o socialdemócratas, que aplicaban programas claramente derechistas, en favor de opciones políticas genuinamente de derechas. En una gran parte de estos casos las consecuencias internas en esos países o en ámbitos internacionales no han sido de gran calado e, incluso, al cabo de algunos años se volvió a revertir la situación.

Pero, en ciertas ocasiones, en condiciones históricas especiales, algunos de estos ascensos derechistas iniciaron cambios de profundidad, como por ejemplo la victoria de Margaret Thatcher en Inglaterra que abrió políticamente el ciclo histórico del neoliberalismo. En su victoria de 1979 se impuso contra el candidato laborista, y Primer Ministro, James Callaghan.  Éste había ganado las elecciones en 1974 con un programa de izquierdas que abandonó en 1976 con un giro a la derecha a partir de la crisis financiera de ese año. Al año siguiente Ronald Reagan derrotaría a Jimmy Carter en las elecciones presidenciales norteamericanas y la contrarrevolución conservadora que se desencadenó transformó profundamente el aspecto del mundo e hizo retroceder las conquistas de años anteriores de la clase trabajadora y las clases populares. La agresiva ofensiva contra la Unión Soviética y las fuerzas de izquierda en todo el mundo, y de manera especial en América Latina, terminó en un grave retroceso del proyecto socialista.

La mayoría de la izquierda no había previsto, en su momento, las consecuencias que se podían derivar de estas victorias electorales – como tampoco había previsto el hundimiento del socialismo eurosoviético – y en consecuencia no tenía una estrategia adecuada para enfrentar esa coyuntura, y menos aún para haber intentado evitarla impidiendo el triunfo de la derecha.

La victoria de la derecha pinochetista en Chile tendrá repercusiones profundas para las clases populares chilenas y abre un período de incertidumbre y graves dificultades para la izquierda de ese país, como ya han puesto de manifiesto diversos analistas. Pero su proyección puede ser de mayor alcance. Después de los importantes triunfos alcanzados por las fuerzas antineoliberales en América Latina en los países que engloban el ALBA, y de manera especial en Venezuela y Bolivia, la contrarrevolución no ha cesado ni un momento en intentar abortar estas experiencias con todos los recursos posibles a su alcance, sabotaje económico, insurrecciones, golpes de Estado, etc.

Tras el acuerdo con Colombia para establecer siete bases norteamericanas y el golpe de Estado de Honduras, finalmente convalidado y bendecido por la Administración Obama, la victoria derechista chilena será un elemento más en la estrategia por frustrar los procesos de emancipación en curso en América Latina, intentando abrir un nuevo curso de victorias electorales derechistas en países de la región, si se produce este efecto imitación sus repercusiones pueden ser serias.

Hemos aludido brevemente a las desastrosas consecuencias que supuso para el proyecto socialista la victoria de Margaret Thatcher. Las fuerzas de izquierda no deberían olvidar estas experiencias históricas ¿Será posible que el conjunto de la izquierda mundial establezca una estrategia que impida un derrota de los avances de las clases populares en América Latina? ¿Existe conciencia de las implicaciones históricas que tendría una derrota de este tipo?

(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog: http://miradacrtica.blogspot.com/

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