La arqueología está cambiando lo que sabemos sobre la antigua Mesoamérica
Gary M. Feinman y David M. Carballo
La arqueología reciente de la antigua Mesoamérica está cambiando la comprensión general de la gente y las instituciones que habitaron este mundo: la evidencia nos dice que el Gobierno cooperativo y plural era, por lo menos, tan común como los Estados despóticos y más resistente que estos.
La complejidad de este escenario y los logros de los pueblos de Mesoamérica son aún más impresionantes si se tiene en cuenta la accidentada orografía y la escasez de recursos de la zona. En comparación con la antigua Eurasia, los habitantes de Mesoamérica – la región que se extiende desde Costa Rica hasta el centro de México – carecían de bestias de carga y de transporte rodado, y el uso de metales era generalmente limitado.
Hasta hace poco, nuestra comprensión de cómo se desarrollaron la mayoría de las sociedades y los primeros Estados se basaba en gran medida en interpretaciones de las sociedades urbanas de Eurasia. Se asumían Gobiernos despóticos y coercitivos (excepto en la antigua Atenas y la Roma republicana), se atribuía gran importancia a las acciones de la élite y se suponía que las funciones básicas de la economía estaban en manos del gobernante.
La Mesoamérica precolonial no encaja en este marco: ni la producción económica ni la distribución estaban controladas centralmente por gobernantes despóticos, ni la gobernanza en sociedades con poblaciones muy numerosas era universalmente coercitiva.
Esta nueva perspectiva es el resultado de décadas de cambio en el enfoque de la investigación arqueológica, que ha pasado de los templos y las tumbas a los patrones de asentamiento regional, los trazados urbanos, las excavaciones de casas, las economías domésticas y la producción agrícola.
Al concentrarse en el registro arqueológico, las generaciones recientes de investigadores e investigadoras han prestado una atención renovada a características de la Mesoamérica precolonial que no encajaban en estereotipos arraigados, muchos de los cuales tenían sus raíces en el siglo XIX. Las ciudades y sociedades a gran escala de Mesoamérica surgieron independientemente de otras regiones globales, engendradas por sus propias poblaciones regionales. El desarrollo tecnológico mesoamericano nunca experimentó el impacto centralizador de la monopolización del armamento de bronce a través del control de los escasos yacimientos de estaño, ni los efectos “democratizadores” o “descentralizadores” de la adopción de un hierro más ampliamente disponible.
Mesoamérica también se libró de las marcadas desigualdades en tecnología militar y de transporte que aparecieron en Eurasia cuando algunas sociedades desarrollaron el carro, capacidades navales serias y palacios fortificados, mientras que otras se quedaron rezagadas. En Mesoamérica, el poderío militar se conseguía mediante el control de grandes infanterías que utilizaban armas fabricadas principalmente con piedra de fácil acceso, lo que propiciaba unas relaciones políticas más equilibradas que en Eurasia.
Por tanto, la Mesoamérica prehispánica se perfila como un lugar ideal para examinar las diferentes formas en que los seres humanos se unieron en contextos urbanos, tanto en formaciones políticas colectivas como autocráticas, sin algunos de los factores clave que los estudiosos anteriores han considerado tradicionalmente necesarios o transformadores para el surgimiento de las sociedades premodernas.
¿Cómo se organizaron estos grandes centros urbanos preindustriales de Mesoamérica? ¿Eran duraderos? Y si es así, ¿qué explica sus grados comparativos de resiliencia a través del tiempo?
En un estudio de 2018, codificamos datos de una muestra cuidadosamente seleccionada de 26 ciudades mesoamericanas precoloniales y centros políticos prominentes. Descubrimos que más de la mitad de ellos no estaban gobernados despóticamente y que los centros políticos más colectivos tenían mayor resiliencia frente a sequías e inundaciones, y guerras o cambios en el comercio. Las ciudades que afrontaban sus retos sociales utilizando formas más colectivas de Gobierno y gestión de recursos eran más grandes y algo más resistentes que las ciudades con un Gobierno personalizado y un poder político más concentrado.
En general, los centros políticos organizados colectivamente dependían en mayor medida de la generación de financiación interna, como los impuestos, en comparación con los centros más autocráticos que dependían más de la financiación externa, como las redes comerciales monopolizadas y el botín de guerra. Cuanto más pueden mantenerse las élites políticas sin depender de la financiación de la población general, menos se enfrentan a la rendición de cuentas por parte del pueblo, y mayor es la probabilidad de que se acaparen el Gobierno y el poder. Además, los niveles más altos de financiación interna y recursos comunales se correspondían a menudo con pruebas de la mayor circulación de bienes públicos y la burocratización de los cargos cívicos. Los centros organizados colectivamente con estas características, así como las disposiciones espaciales, como las grandes plazas abiertas y las calles anchas, que ofrecían oportunidades a los propietarios y a los habitantes urbanos para comunicarse y expresarse, parecen haber fomentado la persistencia de la comunidad como centros principales.
En un estudio posterior que incluía una muestra actualizada y ampliada de 32 ciudades mesoamericanas bien investigadas, descubrimos que los centros con un Gobierno más ascendente y colectivo eran más resistentes. Mientras que algunas de estas ciudades tenían palacios y monumentos a los gobernantes como puntos centrales, otras presentaban formas de infraestructura urbana más compartidas y distribuidas equitativamente. Esto incluye complejos de apartamentos, terrazas o murallas compartidas dentro de los barrios, plazas vecinales, templos y otros edificios cívicos, y carreteras y calzadas compartidas, todo lo cual requería cooperación y trabajo colectivo para su construcción y mantenimiento y habría facilitado una interacción cara a cara más regular y reuniones públicas periódicas.
Las implicaciones de esta investigación arqueológica son demasiado informativas y poderosas para quedarse en los libros de texto. Resuenan con las visiones en evolución de nuestro mundo actual, que está descubriendo que el espacio público, la comunicación abierta, los impuestos justos y una burocracia eficaz pueden ser piedras angulares del bienestar. Estos paralelismos y conocimientos del pasado pueden servirnos hoy como modelos para orientar nuestra planificación futura e identificar los modelos sociales que mejor nos posicionan para sobrevivir a las pruebas del tiempo.
Gary M. Feinman es arqueólogo y curador MacArthur de antropología en el Museo Field de Historia Natural de Chicago.
David M. Carballo es profesor de arqueología, antropología y estudios latinoamericanos y vicerrector de educación general de la Universidad de Boston.
Fuente: Instituto Independiente de Medios
Línea de créditos: Este artículo fue producido por Human Bridges, un proyecto del Independent Media Institute.