Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El espectro del pico del petróleo

B

Publicamos en una única entrada la traducción de las dos partes que un autor que firma simplemente como «B» ha publicado en su blog The honest sorcerer. Nos parece una buena presentación del concepto del pico del petróleo.

¿Por qué es inevitable el pico y la caída de la extracción de petróleo?

Cada vez hay más pruebas de que estamos cerca (o lo más probable es que ya hayamos superado) el pico de suministro de petróleo. Pero, ¿por qué es tan difícil saberlo? ¿Cómo es posible que haya quien sostenga que no existe mientras otros no dejan de advertirnos de un declive inminente de la producción de petróleo? ¿Qué es el pico del petróleo? ¿Cómo sabemos si existe y, en caso afirmativo, cuándo llegará? Bien, para entender qué es el pico del petróleo (o una producción máxima diaria de petróleo que ya no podrá superarse nunca más) tenemos que familiarizarnos con algunos conceptos básicos. Empecemos con algunas ideas muy básicas y vayamos avanzando hacia temas cada vez más complejos, que he intentado mantener lo más sencillos que he podido.

1. La Tierra tiene un volumen finito –como toda esfera o cuerpo en física– y, por tanto, no puede contener una cantidad infinita de ningún líquido. Esto significa que, al menos en teoría, podemos poner un número finito a la cantidad de barriles de petróleo que se pueden extraer de este planeta.

2. Pero la Tierra no es un bombón lleno de petróleo. El petróleo sólo puede encontrarse en lugares concretos donde se dieron las condiciones ideales para que se acumularan grandes cantidades de organismos marinos muertos (como plantas, algas y bacterias). A lo largo de millones de años y bajo el peso y el calor de la corteza terrestre, este cementerio de plancton muerto se convirtió en una masa sólida de materia orgánica mezclada con rocas sedimentarias. A continuación, el petróleo se filtró lentamente desde esta llamada «roca madre» a yacimientos subterráneos (formaciones rocosas porosas o agrietadas) de donde puede extraerse. Los geólogos son plenamente conscientes de este proceso y, gracias al estudio de la historia antigua de la Tierra, también saben dónde buscar petróleo… y dónde no. Dicho esto, la prospección de petróleo dista mucho de ser siempre un éxito. La mayoría de las veces, las empresas de prospección terminan en agujeros secos, y relativamente pocos de sus buenos hallazgos se convierten en una reserva valiosa que pueda explotarse posteriormente con beneficios.

3. El petróleo sale a la superficie perforando estos yacimientos. Al principio, la presión de las formaciones rocosas subterráneas basta para sacar el petróleo a la superficie, pero después hay que instalar bombas para transportar el petróleo restante. En fases posteriores hay que bombear CO2, agua (¡o incluso agua de mar!) para mantener el flujo de petróleo. Como consecuencia, sin embargo, la sustancia extraída contendrá cada vez más agua, lo que aumentará el llamado «corte de agua». A partir de un cierto punto (o por encima de un cierto corte de agua), simplemente hace falta bombear demasiado para extraer los últimos barriles de petróleo que quedan y el pozo se tapona con algo de petróleo todavía en su interior. Como resultado, cada pozo tiene una curva de producción: sube rápidamente al principio, luego alcanza su punto máximo y finalmente cae lentamente hasta cero. En el caso del petróleo de esquisto bituminoso (o, más exactamente, del petróleo «compactado»), este proceso es aún más pronunciado.

4. Obviamente, estamos bombeando petróleo a un ritmo mucho más rápido del que se reponen los pozos en las rocas de origen. Por tanto, debemos seguir perforando cada vez más pozos nuevos cada año para que el petróleo siga fluyendo hacia la economía. Cuando un pozo, o todo un yacimiento, se agota, hay que perforar uno nuevo. Esto ocurre a diario: algunos pozos se secan, otros acaban de empezar. Hay un delicado equilibrio entre ambos: mientras haya más pozos (con más producción) que empiecen a producir que los que empiecen a agotarse, tendremos una creciente producción mundial de petróleo. Si, por el contrario, no perforáramos tantos pozos nuevos –o dejáramos de perforar por completo, como proponen algunos activistas–, la extracción de petróleo caería en picado al agotarse uno tras otro los pozos más antiguos.

5. Para seguir el ritmo del declive natural y garantizar la producción de petróleo año tras año, debemos disponer de un inventario de reservas de petróleo. Pero el petróleo no se encuentra en una única gran reserva interconectada, sino en algunos yacimientos más grandes y en una cantidad casi innumerable de yacimientos más pequeños. Hemos descubierto la mayoría de nuestros yacimientos petrolíferos –los supergrandes– ya a mediados del siglo XX, y desde entonces hemos hecho ajustes en la mayoría de los casos sobre la cantidad de petróleo que contienen estas formaciones o sobre la cantidad que puede recuperarse económicamente. Hace tiempo que hemos superado el pico de descubrimientos, o el año en que hemos descubierto más petróleo. Nuestros descubrimientos actuales apenas cubren 1/4 del consumo anual mundial. (El hecho de que los descubrimientos resulten ser tan malos como se predijo hace veinte años demuestra que es posible calcular la tasa de descubrimientos con bastante precisión basándose en un método científico llamado curva de Creaming).

6. Quemar más petróleo del que se descubre o repone significa que estamos agotando nuestra cuenta de ahorros, acumulada sobre todo en los años cincuenta y sesenta. Tarde o temprano, todos los yacimientos petrolíferos económicamente accesibles se agotarán, y los restos de petróleo que queden en pozos mal taponados –y luego abandonados–, cuya recuperación es costosa, dejarán una bomba de relojería ecológica para las generaciones futuras (además del cambio climático provocado por todo este frenesí de combustión). Un día toda nuestra cuenta de ahorros se reducirá a cero, pero no ahora –ni en un futuro próximo–, no se trata de eso.

7. Si tenemos una cantidad finita de materia, que no se repone mágicamente de la noche a la mañana, entonces su consumo no puede crecer indefinidamente. Esto es una certeza matemática arraigada en la física, no una teoría. De ello se deduce que debe haber un ritmo máximo de extracción de esta sustancia en algún punto entre el primer descubrimiento y el momento en que la última gota abandona el último pozo. En teoría, podríamos aumentar la extracción hasta el último día y quedarnos sin petróleo a la mañana siguiente (y, lamentablemente, hasta aquí llega la reflexión sobre el suministro futuro hoy en día…). En la práctica, sin embargo, esto es totalmente imposible debido a la naturaleza de la extracción explicada anteriormente. El proceso de aumento, pico y caída de la producción mundial de petróleo es una suma de pozos individuales que aumentan y disminuyen, así como de yacimientos que se añaden y luego se retiran. Si el petróleo es finito, que lo es, y la producción de cada pozo sube y baja, que lo hace, entonces el pico del petróleo debe producirse en un momento determinado. La única cuestión a debatir es: ¿cuándo ocurrirá?

8. Hay que tener en cuenta dos factores a la hora de calcular el pico de suministro. Uno es que los seres humanos siempre escogemos la fruta que cuelga más baja, o explotamos primero las reservas más fáciles y baratas de perforar, para luego pasar a las cada vez más difíciles de explotar. Nadie en su sano juicio empezaría a construir plataformas flotantes capaces de perforar reservas bajo miles de metros de agua y rocas, cuando todavía se tiene un pozo a borbotones en un terreno cercano (un pozo poco profundo del que brota petróleo como una fuente). Este principio de la fruta al alcance de la mano se refleja perfectamente en la energía invertida en sacar un barril de petróleo a la superficie. Antes se necesitaba un barril de petróleo (en términos de contenido energético) para hacer aflorar 100 barriles de petróleo, ahora un barril sólo hace aflorar 15 o menos de media. Así pues, la perforación en busca de petróleo requerirá cada vez más materiales y energía a medida que avancemos en el tiempo, lo que elevará cada vez más los costes de perforación y el coste del barril de petróleo. Hemos perforado primero todas las grandes reservas fáciles de explotar y ahora lo que queda es cada vez más pequeño y difícil de conseguir. Tendríamos que perforar cada vez más pozos, con un coste energético cada vez mayor, para mantener el mismo nivel de producción de petróleo. Sin embargo, a medida que nos quedemos sin petróleo fácil de extraer, llegaremos a un punto en el que se necesitaría más energía para obtener un barril de petróleo que la que obtendríamos refinándolo y llenándolo en nuestros tanques. En ese momento, el petróleo dejaría de ser un recurso energético y perforar en busca de más ya no tendría mucho sentido.

9. El otro factor que determina el pico de suministro es el económico. El número de pozos perforados en un momento dado es el resultado de un cálculo de coste-beneficio basado en los costes de perforación y el precio a largo plazo (previsto) del petróleo. Esto no quiere decir que mientras el precio del petróleo siga subiendo la producción aumente igual: como hemos visto anteriormente en un momento dado en el futuro no tendrá sentido aumentar la producción ya que costaría más energía de la que podríamos obtener a cambio. Lo que este cálculo de coste-beneficio nos ayuda a entender es por qué tenemos múltiples picos y por qué es extremadamente difícil predecir cuándo hemos pasado el pico final y más alto.

10. Pero lo que la economía puede pagar por un barril de petróleo tiene un límite. Llegará un momento –que quizá ya hayamos superado– en que el petróleo nuevo será demasiado caro para los compradores y, al mismo tiempo, demasiado costoso para los productores. A medida que aumente la cantidad de dinero, energía y materias primas que se gastan en petróleo, también lo hará el coste de cultivar alimentos, extraer metales y transportar mercancías (ya que el petróleo se sigue utilizando para alimentar todas estas actividades). Esto seguirá alimentando la inflación y dejará aún menos dinero en el bolsillo de la gente para gastar en conducir o comprar productos de consumo (incluidos paneles solares y vehículos eléctricos), todos ellos fabricados con petróleo. Como consecuencia, la demanda disminuiría, dejando cada vez más petróleo para que lo compren las partes más ricas del mundo. Y si bien la oferta global puede caer (en respuesta a la caída de la demanda) también lo hará el precio del petróleo, impidiendo que se realicen nuevas inversiones para reemplazar los viejos pozos.

Dicho todo esto, les doy un poco de tiempo para digerir esta información. Le dejo que investigue por su cuenta y quizá reflexione sobre las consecuencias lógicas de estos conceptos fundamentales. ¿Cuáles son las posibles ramificaciones? ¿Cómo será el futuro después del pico del petróleo? ¿Qué haremos cuando lleguemos efectivamente a un escenario de rendimiento energético cero? Estos serán los temas de la segunda parte de esta serie.

B

Descargo de responsabilidad: aunque no soy geólogo petrolero de profesión, el tema siempre me ha fascinado. Para llenar, al menos en parte, este vacío de conocimientos, he leído innumerables artículos y estudios publicados en revistas científicas, y he escuchado a expertos hablar del tema durante horas y horas. Si eres un geólogo experto, puedes corregirme los errores que haya cometido (que he intentado evitar al máximo cotejando cada información con la literatura científica y las opiniones de los expertos en el tema).

Ramificaciones: las consecuencias a largo plazo del pico del petróleo

El pico del petróleo no es el fin del mundo. Es un fenómeno sutil, casi imperceptible. No significa que vayamos a quedarnos sin petróleo de un día para otro, provocando la paralización de todos los transportes, provocando hambrunas, caos, disturbios y fusiones nucleares por doquier. Llegaremos a eso a su debido tiempo, no nos equivoquemos, pero no en el momento del pico de suministro de petróleo. ¿Por qué tanto alboroto?

Como hemos visto en la primera parte de esta serie, el suministro mundial de petróleo tiene varios límites. En primer lugar, la Tierra tiene un volumen finito. De este volumen finito sólo hay un número limitado de lugares en los que se puede formar y posteriormente encontrar petróleo. Las mayores reservas de petróleo ya han sido identificadas y explotadas y, a medida que se acercan al final de su vida útil, nos vemos obligados a recurrir a yacimientos cada vez más pequeños, que consumen cada vez más energía y recursos, o a explotar la propia roca madre (por ejemplo, pizarra). Aparte de eso, poco podemos hacer. Estamos consumiendo los ahorros de toda una vida de nuestra civilización a un ritmo exponencial.

A medida que los yacimientos ricos y fáciles de explotar –que proporcionan prodigiosos rendimientos de la inversión– van abandonando poco a poco el fantasma, la era del suministro flexible pero fiable llega a su fin. El aumento persistente de la demanda de energía y recursos para perforar el siguiente pozo y obtener el siguiente barril –a medida que avanzamos en la explotación de yacimientos cada vez más complicados– requerirá un precio de venta cada vez más alto para equilibrarse.

El único problema es que los precios del petróleo por encima de cierto punto acaban matando al anfitrión, la propia economía. A pesar de ser un insumo tan vital –e insustituible– para la economía, la asequibilidad del petróleo acabará por asfixiar su propio futuro. El coste del petróleo se acumula en todos los productos que se compran –especialmente alimentos–, dejando cada vez menos dinero en el bolsillo para gastar en otros productos y viajes (ambos cortesía del petróleo). Este proceso acaba por diezmar la demanda tanto de energía como de materias primas y, al mismo tiempo, limita las inversiones en la futura producción de petróleo al poner un enorme signo de interrogación sobre los beneficios.

Llegará un momento en que el petróleo será demasiado caro para los compradores y demasiado caro para los productores.

Todo esto está ocurriendo en tiempo real ante nuestros ojos. De hecho, estamos bien adentrados en este proceso desde 2005, cuando la producción de petróleo convencional tocó techo y la humanidad empezó a recurrir a formas de suministro cada vez más exóticas (petróleo de «esquisto» fracturado, arenas bituminosas o petróleo ultrapesado de Venezuela) para mantener al menos un simulacro de crecimiento.

Como los combustibles líquidos son indispensables para la economía, su producción recibe ahora subvenciones masivas de otros recursos energéticos. Ya se trate de plataformas de perforación alimentadas por centrales hidroeléctricas cerca de las costas de Noruega, o de energía proporcionada por el carbón, el gas natural e incluso las «renovables» (por no hablar de la mezcla de biocombustibles en la gasolina), la humanidad lo fía todo a la cuestión de mantener la cantidad necesaria de combustible fluyendo en la economía. Nuestra situación es tan calamitosa que temporalmente podríamos incluso intentar alcanzar niveles de equilibrio para subvencionar la producción de hidrocarburos (invertir más de un barril de petróleo en energía para obtener a cambio un barril de combustible). Pensemos en crear combustible de la nada o diesel nuclear –no es broma–.

Sin embargo, la disminución de la energía neta no afecta sólo al petróleo. Los mismos principios se aplican a todos los recursos minerales, del carbón al gas natural, del uranio al litio e incluso al cobre. A medida que se agoten los yacimientos de fácil acceso, el siguiente lote será cada vez más intensivo en energía para obtenerlo. Con el tiempo, llegaremos a un punto en el que las fuentes de energía que ahora se utilizan para subvencionar la producción de combustibles líquidos resultarán cada vez menos rentables y, por tanto, dejarán de ser una subvención. Si tenemos en cuenta que los combustibles líquidos retroalimentan la extracción, producción y transferencia de todas las formas de energía (sí, incluidas las «renovables», la hidroeléctrica y la nuclear también), empezaremos a entender cómo este declive de la energía neta hará que nuestra era de alta tecnología se vaya al garete.

Es una putada vivir en un planeta finito, ¿verdad?

Dicho esto, conviene recordar que el pico del petróleo no es una fecha a partir de la cual nos quedamos sin petróleo, sino un día a partir del cual ya no somos capaces de «producir» tanto como antes. No es un apocalipsis repentino, sino el inicio de un largo declive. Algo que puede permanecer invisible durante un periodo de tiempo relativamente largo, a medida que las regiones más pobres del mundo renuncian silenciosamente a la mayor parte de su consumo de petróleo y regresan, una a una, a una economía mucho más simple, local y de baja tecnología.

A medida que el proceso se desarrolle, grandes franjas de nuestra población civilizada se verán obligadas a renunciar al uso del automóvil y al consumo de productos procedentes de tierras lejanas. Los productos de todo tipo se volverán prohibitivos a medida que aumente el coste de la minería, la fabricación y el transporte. La demanda de petróleo empezará a disminuir: no porque lo deseemos, sino porque ya no podremos permitírnoslo.

¿Hay alguna salida a este desastre? ¿Pueden las fuentes de energía alternativas sacarnos de este agujero? Bueno, como hemos visto antes, los precios relativamente altos (inasequibles) del petróleo también frenan la demanda de «renovables» al aumentar los costes de extracción y transporte, lo que paradójicamente hace imposible la propia transición energética. Se trata de un problema mucho más general y grave de lo que la mayoría supone. Sea cual sea la tecnología con la que soñemos, todas ellas requieren la extracción y el transporte de materias primas a una escala inmensa. Si a esto añadimos que carecemos de reservas de cobre y otros minerales –además de la energía necesaria para obtenerlos– para electrificar el mundo, nos damos cuenta de que tenemos un grave problema matemático. Y si no podemos construir (y mucho menos mantener) la infraestructura alternativa necesaria para el futuro, realmente no importa cómo planeemos alimentarla.

Un suministro cada vez menor de petróleo, caminando de la mano de un flujo vacilante de minerales, es una sentencia de muerte para la economía de consumo. El largo declive nos dejará con un mercado cada vez más reducido de productos de gama alta dirigidos a los ricos, dejando poco o nada para los pobres y la clase trabajadora. A medida que el proceso se desarrolle durante las próximas décadas –primero lentamente y luego a un ritmo cada vez más rápido– se espera una avalancha de quiebras, desempleo masivo, colapso de los servicios, disturbios y todo lo que suele venir con la agitación política. (Lo que le ha ocurrido a Sri Lanka en los últimos años es un buen ejemplo).

Las comunidades valladas con toda la alta tecnología que uno pueda imaginar seguirán siendo una vía de escape para los ricos, mientras que el resto de la población no tendrá más remedio que intentar ganarse la vida con el trabajo manual, cultivando alimentos y fabricando productos sencillos de baja tecnología para uso local. Para quienes aún puedan permitírselo, las «renovables» proporcionarán temporalmente al menos algo de energía para acceder a Internet, alimentar algunos electrodomésticos o bombear agua de un pozo. Dado que la base de la economía y el comercio mundiales se desvanecerá con una producción de petróleo cada vez menor, la sustitución de las turbinas eólicas, los paneles solares y las baterías será primero un reto y luego casi imposible. (Puede hacerse una idea de cómo podría evolucionar esto escuchando la historia de Joslin Faith Kehdy, del Líbano, un país que nos lleva mucha ventaja en un mundo postpetróleo. Un relato fascinante, por no decir otra cosa…)

En el mundo occidental todo esto se verá como el resultado de una serie de crisis económicas, una caída del mercado financiero, falta de liquidez, malas políticas, dictadores malvados, gente que viene de lejos, lo que sea. Todo menos la verdadera causa subyacente: el vacilante rendimiento energético de las inversiones y el agotamiento de los recursos. En consecuencia, los gobiernos intentarán resolver el «problema» arrojando una cantidad de dinero sin precedentes, restringiendo la competencia (así como lo que queda de la propia democracia) o rebajando las normas medioambientales en las «zonas de sacrificio» para hacerse con el último lote de recursos. Lo único que se conseguirá con ello es aumentar la inflación, la agitación política, la contaminación y el cambio climático, hasta que el consumo acabe por frenarse y se produzca otra oleada de quiebras.

Pero no todo es pesimismo. Como afirma el profesor William E. Rees, creador del concepto de «huella ecológica», en un artículo reciente:

La globalización y el comercio sin trabas –es decir, la dependencia de «otros lugares» lejanos para obtener alimentos y muchos otros recursos– ya no serán posibles en un mundo emergente con recursos y clima limitados. Esto no es del todo malo. La globalización es uno de los motores del rebasamiento (overshoot): el llamado libre comercio, sobre todo en el último medio siglo, ha acelerado enormemente la (sobre)explotación de los recursos y la contaminación, y ha facilitado el crecimiento de la población. De ahí que las ecoeconomías adaptativas sean economías locales más ecocéntricas. La agricultura y la manufactura ligera esencial –por ejemplo, el procesado de alimentos, los textiles, la ropa, los muebles, las herramientas– se relocalizarán proporcionando un amplio empleo significativo. Resurgirán las habilidades personales y el orgullo por el trabajo bien hecho. Como beneficio adicional inmediato, cuando los ciudadanos toman conciencia de su dependencia de los ecosistemas locales, se preocupan más activamente por la salud y la integridad de esos sistemas. Un sentido de participación consciente en el propio ecosistema no es posible si los ecosistemas pertinentes están a medio planeta de distancia.

Es muy importante comprender que ha sido el uso de combustibles fósiles en general y del petróleo en particular lo que nos ha permitido sobrepasar masivamente la capacidad de carga de la Tierra y contaminar la Naturaleza más allá de cualquier nivel tolerable. Su uso ha provocado el cambio climático y ha causado estragos en ecosistemas enteros. Pero fue la llegada del petróleo lo que ha alimentado (y sigue alimentando hasta hoy) toda la minería, así como todo el transporte intercontinental de recursos y productos. Ha permitido a la agricultura industrial cultivar una cantidad de alimentos sin precedentes gracias al diesel, los fertilizantes y los pesticidas. Su uso desenfrenado ha acabado por reducir tanto todas las materias primas como la Naturaleza, y nos ha dejado en una situación desesperada. Sin embargo, con una producción de petróleo que no deja de disminuir, de aquellos polvos vendrán estos lodos.

La humanidad pronto tendrá que aceptar la pérdida de lo que Catton denominó «capacidad de carga fantasma» y el fin del rebasamiento humano. ¿Será un asunto pacífico? Se podría argumentar que, debido al rápido descenso de las tasas de fertilidad, el aumento del coste de criar a los hijos, la muerte por desesperación y con una generación masiva de baby boomers abandonando la escena, este proceso podría seguir siendo manejable, pero es demasiado pronto para saberlo. Los efectos combinados de un suministro de petróleo cada vez más insuficiente y de un aumento de la temperatura global por encima de los 1,5°C en 2030 y de los 2°C en 2040 (con un grado adicional derivado de la eliminación del «efecto de enmascaramiento de los aerosoles») podrían acelerar fácilmente el declive de la civilización más allá de lo imaginable. Los sistemas complejos, como los ecosistemas o la economía mundial, tienen múltiples puntos de inflexión más allá de los cuales las cosas pueden fácilmente quedar completamente fuera de control.

Una cosa parece segura: cuando se agote el último pozo de petróleo, a nadie le importará nada. Para entonces, conducir un coche será un lejano recuerdo en el pasado, así como comprar artilugios de plástico en un supermercado o encargar algo por Internet. El declive de la extracción de petróleo obligará a la humanidad a volver a vivir en un solo planeta y a desintoxicarse de su adicción a la tecnología (suponiendo que para entonces todavía quede un planeta con un ecosistema viable que habitar). El consiguiente declive de la civilización en las siguientes décadas tras el pico del petróleo se parecerá inquietantemente a una cura radical de deshabituación, pero como en el caso de abandonar cualquier adicción grave, no hay garantías de supervivencia.

Hasta la próxima,

B

Notas:

Para aquellos que apuntan al cielo divagando sobre «minaremos asteroides entonces» tengo un duro recordatorio que hacer: necesitamos recursos rápidamente y por millones de toneladas. ¿De dónde sacar la tecnología (por no hablar del combustible para cohetes) para conseguirlo? El pico del petróleo no es algo que ocurra en un futuro lejano, sino un acontecimiento que se desarrolla aquí y ahora… (Esto sin mencionar el hecho de que el desastre ecológico (provocado por el consumo excesivo, el crecimiento y la contaminación) empeoraría infinitamente si importáramos aún más cosas a este pequeño planeta).

Fuente: The honest sorcerer (1ª parte: https://thehonestsorcerer.medium.com/the-spectre-of-peak-oil-part-1-4c677eea93ce; 2ª parte: https://thehonestsorcerer.medium.com/the-spectre-of-peak-oil-part-2-30360fe1b24d)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *