Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Respondiendo a la historia oficial: Excluidos, rebeldes y resistentes en la obra de Miquel Izard

Alejandro Andreassi Cieri

(Universitat Autonoma de Barcelona)

Resumen: Este artículo analiza el significado de la figura de los rebeldes y «cimarrones», fugitivos o desertores de la sociedad occidental en la obra de Miquel Izard, y destaca que el estudio de los mismos ha sido uno de sus aportes fundamentales en la interpretación de los fenómenos de colonización y resistencia a la colonización en el continente americano.

Hace unos pocos años Miquel Izard me contaba entusiasmado su experiencia de convivencia con los descendientes de una comunidad cimarrona brasileña, entre los cuales había hallado el espíritu y la práctica de una verdadera comunidad libertaria. Confirmaba así, según el decía, todo lo que como historiador había estudiado e intentado rescatar de lo que la desmemoria y las deformaciones de la historia oficial (a la que él denomina HS-Historia Sagrada) habían negado, la posibilidad práctica de realización de los sueños de emancipación que han albergado los oprimidos, los desposeídos, los marginados a lo largo de los siglos. Y rápidamente conectaba esa experiencia reciente con la que había realizado el proletariado catalán y aragonés con las colectivizaciones durante la Guerra Civil Española. Ese entusiasmo de Miquel Izard estaba motivado porque confirmaba de un modo concreto la factibilidad de los sueños de emancipación humana que él no sólo estudia sino comparte, y porque además revelaba la importancia de la figura del «renegado» o «cimarrón» -del que huye de la sociedad dominante para rebelarse contra ella y se integra a otra sociedad que la niega o construye su propio modelo social-, para explicar las dinámicas de conflicto político y social, de lucha de clases que nos permiten comprender el proceso histórico. La figura del marginado o excluido de la sociedad oficial ha sido durante mucho tiempo más un objeto de la antropología o la sociología que de la historiografía, tal vez porque por estar excluido de la sociedad burguesa de origen europeo occidental, la estructura humana por excelencia o la estación terminal de su evolución, a juicio de los defensores y justificadores del capitalismo, termina siendo un ser humano «sin historia» para la HS.

Es en este sentido que me atrevo a afirmar que Miquel Izard ha sido, en la historiografía reciente, uno de los más consecuentes seguidores de la consigna establecida por Walter Benjamin en la tesis XII de su Filosofía de la Historia (Benjamin, 1984: 138-139)1. Tácitamente toda su obra está atravesada por el afán de dar voz a los vencidos, a los expulsados a los márgenes de la sociedad y al olvido. Pero no sólo su trabajo es el de rememorar sino el de situarse, para interpretar los diversos acontecimientos históricos, en la perspectiva de los desheredados. También su trayectoria vital, y no sólo su formación intelectual, favorecieron esa forma de aproximación al análisis histórico, ya que debió exiliarse en Venezuela como consecuencia de su compromiso antifranquista que le costó la expulsión de la Universidad de Barcelona. Antes de ésta, había enfocado su investigación al estudio del movimiento obrero catalán, ya desde su tesina de licenciatura, dirigida por Vicens Vives, en donde abordó el estudio del movimiento huelguístico, que más tarde culminaría en dos obras que son hoy en día clásicos en los estudios de historia social y obrera así como en historia del desarrollo capitalista en Cataluña: Industrialización y obrerismo y Manufactureros, Industriales y Revolucionarios (Izard, 1973; 1979). Sin abandonar en sus estudios la referencia a los explotados europeos, irá incorporando a otros protagonistas de resistencias y luchas de liberación, especialmente aquéllos que comienza a estudiar al dedicarse a la historia de América Latina. Uno de sus primeros trabajos sobre el tema fue Orejanos, cimarrones y arrochelados, donde explicaba las formas de organización autónomas de los llanos de Venezuela, y denunciaba los mitos de la historia convencional sobre el alcance del dominio español en esos territorios (Izard, 1988). Al ampliar el campo de su mirada historiográfica, concluyó que podían detectarse dos tipos de exclusiones, que no eran tan perceptibles si el ámbito de estudio se limitaba a Europa, las cuales se hacían más visibles, si se las deseaba buscar, en los territorios colonizados de América que en las metrópolis. La primera era la exclusión física, personal, del seno de la sociedad dominante, entre los que se contaban quienes huían de la servidumbre a la que estaban sometidos; quienes rechazaban a la sociedad de origen y se rebelaban contra la opresión, tanto social como cultural, abandonándola; como quienes sufrían persecución y exterminio porque ocupaban territorios ansiados por los colonizadores. Los primeros serían los esclavos fugitivos que se refugiaban en la profundidad de los territorios fuera del alcance de las autoridades estatales coloniales o nacionales; los segundos los llamados «renegados», europeos o americanos descendientes de europeos que buscaban refugio en comunidades aborígenes, y los últimos serían los propios pueblos americanos autóctonos, quienes además muchas veces los acogían en refugio o ayudaban a los miembros de los dos primeros grupos. El segundo tipo de exclusión, ésta también perceptible en Europa, era de tipo cultural, el producto de una HO que sólo considera digno el estudio de las experiencias vitales de las clases subalternas cuando éstos explican su adaptación al orden social y político prevaleciente; y cuyo resultado paradójico es una especie de desmemoria, o una memoria sesgada, del tipo de la que es impugnada por Benjamin, en tanto la sociedad moderno-occidental aparece, incluso con sus defectos, como la única portadora de las claves del futuro.

Para Miquel Izard esa expulsión de la historia, esa marginación, era el resultado de la imposición, de lo que él llama sociedades y estados excedentarios sobre aquéllas que denomina autónomos o autosuficientes (Izard, 2000: 113; 123). En definitiva aquellas sociedades cuya finalidad y motor es la acumulación de riquezas -ya sea mediante relaciones de producción esclavistas o capitalistas, o ambas combinadas, como se produjo en las economías atlánticas entre los siglos XVI y XIX- frente a las que primaban el reforzamiento de lazos sociales solidarios y el desarrollo y maduración autónoma de sus miembros y subordinaban la producción a la efectiva satisfacción de esas necesidades. Por lo tanto, sugiere Miquel Izard que la cultura del capitalismo contribuye a legitimar los mecanismos de explotación y dominio, de tal modo que el desplazamiento o deformación del recuerdo de los oprimidos, permita la metamorfosis de los opresores. Por lo tanto, la perspectiva histórica puede acabar siendo funcional a los intereses del modelo hegemónico, aunque en el mismo acto de reconocer en la historiografía esa potencialidad legitimadora, afirma también la potencialidad contraria, que es posible darle vuelta a ese papel, y ahí reside el desafío para el historiador comprometido con los perdedores. Miquel Izard considera que el conflicto social y político básico no sólo puede observarse como un fenómeno que se produce en el interior y es inmanente a las sociedades excedentarias, la lucha de clases, sino también como la confrontación con otras formas de organizar la vida distintas al modelo europeo occidental desarrollado entre los siglos XVI y XIX, aunque no debe confundirse ese conflicto con los conflictos nacionales, que pertenecen a un período histórico posterior, y que ostentan otras características. Por ejemplo, refriéndose a las consecuencias de la conquista y colonización española en América, diferencia el enfrentamiento entre los conquistadores y los imperios azteca e inca de los que se producen como consecuencia de la ocupación de zonas habitadas por sociedades nómadas. Si bien en ambos casos señala el carácter brutal con que los conquistadores arrasaron esas sociedades, destaca que en el primer caso se trata de la colisión entre sociedades excedentarias organizadas como estados, mientras que el segundo los afectados por la conquista son sociedades auto-suficientes, y a ese carácter diferente atribuye el que las primeras, más complejas pero jerárquicas, resistieron mucho menos que las sociedades auto-suficientes, con lo cual les otorga a estas últimas una cualidad que las hace superiores: su estructura social igualitaria y libre (Izard, 2005 a, 2009). Se trata de diferencias culturales y no sólo nacionales, si se puede hablar de tal concepto en los siglos XVI y XVII. Conflictos entre culturas distintas que revelaban la existencia de sociedades alternativas y contemporáneas al capitalismo que se desplegaba en Europa y en las áreas que los europeos y sus descendientes criollos (tanto norte como sudamericanos) pretendían colonizar y someter.

Al mismo tiempo la existencia de un territorio diferenciado, en conflicto y al mismo tiempo limítrofe con la potencia colonial, creaba las condiciones de posibilidad del surgimiento de la figura histórica a la que Miquel Izard ha dedicado gran parte de su producción historiográfica: el cimarrón, el huido o no tan huido, como el que resiste cambiando de medio de convivencia, de experiencia social. Las comunidades de acogida o las que surgían por iniciativa de los mismos fugitivos se caracterizaban en general por un elevado nivel de igualitarismo y de escasa presencia e incluso ausencia de jerarquía interna; por ello resultaban tan atractivas y acogedoras para aquéllos que decidían o eran forzados a «desertar» del ámbito de la cultura occidental. Las sociedades de acogida de esos «cimarrones» o «renegados» eran por sus características incompatibles, y por lo tanto, una negación de los sistemas de producción y apropiación desigual de excedentes, y se enfrentaban con las avanzadas del área colonial no desde una perspectiva nacional sino eco-social (Izard, 2000: 178-180). También deben incluirse dentro de esta categoría los que casi construyeron de novo sociedades marginales a partir de su «deserción» del mundo europeo, entre los cuales ocupan un lugar privilegiado los piratas, en este caso no por olvidados sino por mal recordados. Considerados por la HS el epítome de la crueldad y las perversiones en los siglos XVII y XVIII, la piratería no sólo fue una vía de escape para los tripulantes de los barcos reales sometidos a una disciplina feroz, mal alimentados y sometidos a jornadas extenuantes y de riesgo, sino que acabó siendo una especie de organización social alternativa, un «mundo al revés» al menos respecto a las sociedades europeas y coloniales. Como aseguran algunos autores: «El barco pirata era democrático en una época no democrática [.] era una organización igualitaria en una época jerárquica» (Linebaugh y Rediker, 2005: 190). Los grupos piratas constituían, en general, grupos multiculturales y cosmopolitas y el único refugio seguro, junto a las comunidades de cimarrones del continente americano, para esclavos fugitivos y desertores (Izard, 2000: 124-127, 146-148)2. No es casual que uno de los grupos de resistentes a la dictadura nazi en Alemania, se auto-denominara Piratas EdelweiB, formado por jóvenes generalmente de clase obrera, que escapaban de la obligatoria inclusión en las juventudes hitlerianas y del reclutamiento en el ejército y se situaban en los márgenes de la sociedad alemana y constituían en la clandestinidad grupos que recreaban asociaciones clandestinas que se cimentaban en una estrecha vinculación y solidaridad entre sus miembros, que en lugar de adherir a una determinada ideología política manifestaban el rechazo general de un sector de la juventud alemana a la barbarie nazi, aunque aunque algunos de estos grupos, como el de Düsseldorf, llegaban a colaborar con la resistencia comunista, lo que demuestra la vigencia a través del tiempo y de otras circunstancias y geografías, de la imagen de democracia e igualdad que mostraba la hidrarquía «desde abajo» que se instaló en el Mar Caribe y también en las costas africanas en los siglos XVII y XVIII (Benz y Pehle, 2001: 202-204; Ueberschar, 2006: 120-125).

Por lo tanto, la figura del cimarrón, del renegado, del que rechaza la sociedad de la que es originario, y busca integrarse en otra sociedad, aunque ello implique un riesgo, permite otra visión complementaria de la lucha de clases, en la que opresores y oprimidos no compartían el mismo ámbito territorial o de actividad social -la fábrica, la hacienda, la plantación, o la mina- donde al no existir ese espacio social compartido como escenario y fundamento de sus proyectos y objetivos sociales y políticos alternativos, adquiría una gran importancia el carácter antagónico de los sistemas culturales que estructuraban a las sociedades en colisión, que además eran percibidos por sus miembros como tales sin mediaciones, a diferencia de lo que sucede en la lucha de clases en el seno de la sociedad actual, en los cuales ni siquiera los medios y objetivos de la producción pueden ser los mismos. Eso explica que la alocución del jefe Seattle haya expresado con total claridad la diferente relación con la Naturaleza que mantenía su pueblo con la que mantenían los representantes del gobierno USA que les quería reconducir a una reserva.

Las condiciones de posibilidad de este tipo de conflicto histórico dependían de que existieran efectivamente áreas del planeta que, al mismo tiempo de estar fuera de la cultura agresora, fueran limítrofes con la misma y por lo tanto pudieran ser alcanzadas por aquéllos, que al huir de Occidente, se rebelaban contra éste y, o adoptaban las modalidades de la sociedad de acogida o contribuían a su transformación sincrética pero no a su aculturación. Ello explica que a medida que se hizo efectiva la globalización capitalista, la posibilidad espacial del cimarronismo fue desapareciendo, y por lo tanto las rebeliones e insurrecciones contra la cultura dominante o adoptaban muchas de las pautas de aquélla, transmutadas en principios a-históricos, obligatoriamente observables cualquier fuera su naturaleza social, o en un esfuerzo de recuperación de la memoria y las tradiciones de la lucha emancipatoria «imaginar» sociedades alternativas en el seno de la sociedad dominante que las negaba. En ese sentido los cimarrones tuvieron la inmensa ventaja de disponer de sociedades alternativas remanente existentes, de las que hoy en día en este planeta sólo aquellas pocas que por condiciones muy especiales han podido sobrevivir, como la que tuvo Miquel Izard la suerte de conocer.

Todo ello, como lo refleja el trabajo de Miquel Izard, va vinculado al desarrollo de complejos ideológicos, representados principalmente por la narración utópica y por las herejías, que vienen no sólo a reflejar las inquietudes de libertad y rebeldía de quienes eran oprimidos por el sistema-mundo en expansión, sino también a legitimarlas mostrando la construcción concreta, la factibilidad de una sociedad cuya vida estuviera regida por los principios de igualdad, justicia, fraternidad y libertad y que constituyera la negación de la sociedad excedentaria, su antagonista, ya que en su frontera con otras civilizaciones ese sistema-mundo fue expandiéndose y consolidándose a expensas del trabajo servil que no afectó solo a los africanos sino también a europeos, disidentes políticos o religiosos, o simplemente pobres de solemnidad, considerados población «improductiva» en las metrópolis imperiales, donde gobernantes y potentados consideraban que podía ser utilizada «productivamente» en las plantaciones de las colonias americanas.

Otro de los aspectos que permitió esa supervivencia del cimarronismo fue la escasa penetración territorial europea en relación a la dimensión nominal de los respectivos imperios, en los territorios colonizados. Miquel Izard cita la existencia de estas áreas libre de dominio colonial en: llanuras al oeste del Mississippi, que servía de refugio a quienes huían de Nueva España; la Costa Atlántica centroamericana, de Belice a Panamá, el Llano al sur de Caracas y al este de Bogotá, la cuenca amazónica, las pampas de Cangallo en Perú, y la Patagonia argentino-chilena (Izard, 2005b). Estas eran grandes áreas libres de la presencia no sólo de colonos de origen europeo sino incluso de los aparatos administrativos y militares de la potencias. La ocupación y colonización occidental de estas áreas se produjo con gran intensidad y rapidez en el siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando las demandas de materias primas por el mercado internacional y especialmente por las naciones más industrializadas pusieron en valor esas tierras todavía no incorporadas económica y socialmente a los estados-nación resultantes de los procesos de independencia, las que fueron ocupadas en rápidas expediciones militares que supusieron la destrucción de esas culturas autóctonas y la muerte de muchos de sus miembros, un proceso que tuvo las características de un genocidio, y que sirvió para consolidar el dominio económico y político de esas naciones por las élites descendientes de los colonizadores europeos, desde la «Conquista del Oeste» norteamericana hasta la «Conquista del Desierto» argentina, unas denominaciones que parecen extraídas de algún anuario de una sociedad geográfica, que ocultan la masacre de pueblos enteros que sostenían un modus vivendi absolutamente incompatible con el que practicaban los portadores de la «civilización».

Sin embargo, y a pesar de la originalidad de sus planteamientos, Miquel Izard no se detuvo en lo que podríamos llamar la figura clásica del excluido, cuya recuperación de por sí asegura una adecuada respuesta a la HS. Del cimarrón posible en un mundo en el cual todavía había rincones libres de la manía «civilizadora», pasa a hablar de la exclusión casi masiva de aquellos derrotados por esa misma «civilización» en un mundo abarcado por ésta y del cual no hay escapatoria geográfica posible, un mundo en el cual los Shangri-la han desaparecido. Si esos excluidos hasta el siglo XIX habían sido condenados por la sociedad burguesa, incluyéndolos en la categoría de sujetos de depravación y bandolerismo, una acusación habitual utilizadas por quienes, como los generales Roca y Sheridan, destruían minuciosamente sin respetar a mujeres o niños, especialmente durante la historia del siglo XX, sufrirían un nuevo extrañamiento bajo la forma del olvido o de su negación: la desmemoria. Aquí Izard introduce lo que abrevia con el acrónimo Lal, que significa Leyenda apologética y legitimadora; la que trata de encubrir con el pretexto de la difusión de la civilización y la cultura la destrucción de otras civilizaciones y culturas, como los crímenes resultantes de la conquista de América y de la esclavización de África de los siglos XVI a XIX. Una Lal que intenta que olvidemos que solamente en Colombia entre 1535 y 1560 la población indígena habría pasado de 4 millones a 1 millón doscientas mil personas, o sea una reducción de casi el 75% en sólo un cuarto de siglo -el tiempo de una generación (Izard, 1987: 59-61).

Al reivindicar la importancia histórica de la figura del excluido y del resistente, Miquel Izard recupera varias cosas, pero la primera es la paradójica centralidad e importancia de los marginales en los procesos históricos (y obviamente en nuestro presente, que al actualizarse se convierte en historia, y por ende en historizable) ya que fue contra ellos, contra su cultura que culminó la construcción de la civilización excedentaria, y es a través de mostrarnos cómo se produjo esa agresión la forma elegida por nuestro autor para desnudarla, analizarla y criticarla. Pero no se detiene en mostrarnos que la supervivencia de esas sociedades autosuficientes eran un obstáculo para la expansión del capitalismo, tema frecuente en los estudios críticos sobre el mismo, sino que argumenta que constituían formas de vida y organización social alternativas, tal vez no tan complejas pero mucho más humanas que el productivismo excedentarista y por lo tanto una evidencia de que aquel no era la única estación posible de llegada de la aventura humana, lo que explica su alborozo al comprobar directamente, sin cronistas ni intérpretes, esa posibilidad en la comunidad brasileña que había visitado. Ha hecho respecto a las sociedades amerindias y a quienes huyendo de Occidente se refugiaban en ellas, lo que otro gran historiador, Edward Palmer Thompson hizo con respecto a los habitantes «excluidos» de las Islas británicas por efecto de la primera Revolución industrial: no tratarlos sólo como víctimas de una agresión física y cultural, sino como portadores de otro sistema cultural, de unas economías morales antagónicas a la que contenía el imperialismo occidental. Por eso considera que el historiador que quiere contribuir a la recuperación de la memoria de los oprimidos, debe intentar captar su punto de vista y desarrollarlo con las herramientas intelectuales que su disciplina le provee, elaborando argumentos que refuten lo que la HS y la Lal han pretendido y pretenden afirmar como verdades definitivas (Izard, 2005: 149-168).

Notas:

1.»El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de tantas generaciones de vencidos. Esta conciencia, que por corto tiempo volvió a tener vigencia con el movimiento Spartacus, ha sido siempre desagradable para la socialdemocracia. En el curso de treinta años ha logrado borrar casi por completo el nombre de un Blanqui, cuyo timbre metálico hizo temblar al siglo pasado. Se ha contentado con asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras, cortando así el nervio de su mejor fuerza. En esta escuela, la clase desaprendió lo mismo el odio que la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados»

2. Miquel Izard cita el discurso que el capitán pirata Bellamy dirigió al patrón de una balandra de Boston, llamado Beer: «Detesto perjudicar a nadie cuando no saco ningún provecho [… pero] es vuesa merced un perro faldero, como todos los que se dejan gobernar por leyes que han hecho los ricos para su propia seguridad, porque los muy cobardes no tiene valor para defender lo que sacan con sus bellaquerías […] los muy granujas nos vilipendian, cuando sólo se diferencian de nosotros en que roban a los pobres, naturalmente amparados en la ley, mientras nosotros saqueamos a los ricos amparados en nuestro propio valor.»

Bibliografía citada

BENJAMIN, Walter (1984). Art i Literatura. Vic: Eumo.

BENZ, Wolfgang y PEHLE, Walter H. (2001). Lexikon des deutschen Widerstandes, Frankfurt am Main, S. Fischer Verlag. (1973). Industrialización y Obrerismo: Las Tres Clases De Vapor 869-1913. Barcelona: Ariel quincenal, 98. 1979). Manufactureros, Industriales y Revolucionarios, Barcelona: Crítica. (1987). Tierra Firme. Historia de Venezuela y Colombia. Madrid: Alianza. (1988). Orejanos, cimarrones y arrochelados. Barcelona: Sendai. (2000). El rechazo a la civilización. Sobre quienes no se tragaron que las Indias fueran esa maravilla. Barcelona: Península. (2004). «Creación, poder y pasado». En: VV.AA. Relaciones sociales e identidades en América. IXo Encuentro Debate América Latina ayer y hoy. Barcelona: Publicacions i Edicions Universitat de Barcelona (2005a). «La memoria callada». Boletín Americanista, n» 55 (Barcelona), pp. 149-168. (2005b) «Cimarrones a Brasil: conferencies i testimonis d’una experiencia llibertaria». Revista HmiC http://ddd.uab.es/pub/hmic/16964403n2005p221. pdf (21/12/2009). (2006).»Del diezmo a la totalidad». En: VV.AA. Homogeneidad, diferencia y exclusión en América. Xo Encuentro Debate América Latina ayer y hoy. Barcelona: Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona.

LINEBAUGH, Piter y REDIKER, Marcus (2005). La hidra de la revolución. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico. Barcelona: Crítica.

UEBERSCHÁR, Gerd R. (2006). Für ein anderes Deutschland. Der deutsche Widerstand gegen den NSStaat 1933-1945. Frankfurt am Main: S. Fischer Verlag.

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