Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El debate teórico-político sobre Gramsci en los años 70

Guido Liguori

Resumen

Los años setenta constituyen el momento de máximo desarrollo de la presencia de Gramsci en el debate público italiano. Y, al menos en algunos aspectos decisivos, representan también el apogeo de los estudios gramscianos en Italia, que sigue siendo, a pesar de las fases de declive que se han alternado con las de mayor difusión, el país en el que el desarrollo del estudio del autor sardo ha alcanzado sin duda –por razones fácilmente comprensibles, ligadas sobre todo a la lengua en la que fueron escritas y editadas sus obras y a su dificultad intrínseca– los resultados más relevantes, en términos de profundización y comprensión.

De hecho, es cierto que hay países o contextos político-culturales en los que hoy Gramsci parece estar más presente en la escena pública que en Italia –esto es cierto o era cierto, creo, sobre todo en lo que se refiere a Brasil–, el mito de un Gramsci más leído o estudiado en el extranjero que en su propio país. No faltan estudiosos notables en muchos contextos diferentes. Pero en la mayoría de los casos se trata de estudiosos capaces de leer a Gramsci y la literatura secundaria relacionada en italiano. El esfuerzo por traducir y publicar, sobre todo, los escritos completos de Gramsci en otros idiomas, y en ediciones críticas, debería, por tanto, esperarse y fomentarse, como requisito previo para un estudio cada vez más profundo de su investigación.

1. Cagliari 1967

Para entender el debate sobre Gramsci en la Italia de los años setenta, probablemente convenga dividir la década en dos partes. La primera parte, que llega hasta la publicación en 1975 de la edición crítica de los Cuadernos de la cárcel a cargo de Valentino Gerratana, se caracteriza por una serie de estudios innovadores para la época, que reaccionaron en algunos aspectos a la conferencia gramsciana de Cagliari de 1967 (de la que hablaré) y que supusieron un verdadero salto cualitativo en el conocimiento de Gramsci y sobre todo de su pensamiento. La segunda parte de la década, en cambio, es más relevante desde el punto de vista político, es decir, del debate público, y se cruza: a) con la llamada «cuestión comunista», es decir, con la esperanza de un adelantamiento electoral del PCI sobre la DC, y luego con los gobiernos de solidaridad nacional y las polémicas que siguieron; b) con la creciente polémica entre comunistas y socialistas de la época, a partir del «nuovo corso» craxiano, una polémica sin cuartel, en la que Gramsci también estuvo implicado.

Detrás de la década de 1970 estaba la larga ola del segundo bienio rojo 1968-1969, que provocó en Italia una fortuna sin precedentes y prolongada de todos o casi todos los autores de la tradición marxista, y con ellos también de Gramsci. En cuanto a los estudios gramscianos propiamente dichos, el antecedente más inmediato fue el congreso de Cagliari de 1967, cuyas actas se publicaron dos años después1. Un congreso que, si bien no era unívoco, ya desde el título –Gramsci y la cultura contemporánea– corría el riesgo de encasillar a Gramsci en el papel de «gran intelectual» que se le había asignado después de la guerra y hasta mediados de los años cincuenta, cuando tanto la publicación de los escritos del Bienio Rojo como las noticias del XX Congreso habían contribuido a devolver a la escena, justa e inevitablemente, al Gramsci pensador militante, ejecutivo y político. Incluso Togliatti había propiciado esa nueva temporada de interpretaciones gramscianas, no sólo con sus célebres escritos de 1958 sobre Gramsci y el leninismo, sino también insistiendo mucho en la necesidad de contextualizar históricamente el pensamiento del gran comunista sardo, so pena de no comprender plenamente su elaboración teórica2.

El congreso de Cagliari –aunque se proponía volver a situar a Gramsci en una división tradicional del saber, de tipo académico– había contribuido a la labor de historización del pensamiento de Gramsci, sobre todo gracias al informe de Ernesto Ragionieri (gran historiador comunista), que había intentado situar a Gramsci en el contexto del movimiento comunista internacional: un considerable salto adelante en la dirección de una correcta comprensión del autor de los Quaderni. La de Ragionieri fue probablemente también una respuesta (creo que no del todo suficiente, sin embargo) a la cultura marxista de los años inmediatamente anteriores, por ejemplo a las posiciones teóricas de Louis Althusser, que también había hecho incursiones en el marxismo italiano: baste pensar en Cesare Luporini, que se convirtió en su abanderado, promoviendo la publicación del Pour Marx althusseriano en Editori Riuniti en 1967, con su autorizada nota introductoria.3

La conferencia de Cagliari, sin embargo, pasó a la historia (al menos en la pequeña historia de las interpretaciones gramscianas) sobre todo por un aspecto diferente: la impronta fundamental que le dio Norberto Bobbio con una ponencia –reimpresa varias veces y que pronto se hizo famosa– sobre Gramsci y la concepción de la sociedad civil. El estudioso turinés vio en él una especie de «inversión» de Gramsci con respecto a Marx. Porque en Gramsci «el momento activo» de la historia residiría efectivamente en la sociedad civil. Pero mientras que para Marx este «momento activo» («el teatro de toda la historia») estaba en la estructura, para Gramsci se encontraría en la superestructura4. Es decir, la sociedad civil comprendería para Gramsci «no el “complejo de relaciones materiales” sino todo el complejo de relaciones ideológico-culturales» . Para Marx el «teatro de la historia» era la estructura, la economía, para Gramsci la superestructura, la cultura, el mundo de las ideas. Gramsci era pues, para Bobbio, sobre todo el teórico de las superestructuras.

La lectura de Bobbio tuvo un amplio eco y aún hoy se encuentran generosos reconocimientos de la misma. Pero esta lectura de Bobbio –que no es un detalle menor– era en gran medida errónea. En primer lugar porque presuponía una visión simplificada de la relación entre estructura y superestructura: se basaba en una lectura mecanicista de la relación entre los dos términos de la famosa metáfora marxiana, donde la determinación de uno se leía como una determinación fuerte e inmediata del otro.

Esta distinción en Gramsci era en realidad metódica y no orgánica5. Gramsci es el marxista dialéctico por excelencia, por eso el concepto de «bloque histórico», o la unidad dialéctica de estructura y superestructura, es central en su obra de madurez. No cabe duda de que en Gramsci hay una primacía de la subjetividad y de la política, pero su intento de construir una teoría de la política y de las formas ideológicas seguía basándose en Marx.

En el marxismo de Gramsci, además, irrumpen las novedades registradas en la relación entre economía y política en el siglo XX: la expansión de la intervención estatal en la esfera de la producción, el trabajo de organización con el que la política se relaciona con la sociedad. Bobbio no captó este elemento fundamental debido también al carácter fuertemente dicotómico de su pensamiento antidialéctico y a la naturaleza en última instancia idealista de su discurso, en el que se va de doctrina en doctrina, de teoría en teoría, sin que aparezca nunca su referente real: la historia y la política. Uno se quedaba siempre en la esfera de la cultura.

El informe de Bobbio suscitó numerosas reacciones en la conferencia de Cagliari. Algunas de estas críticas a Bobbio ya estaban presentes en la intervención en caliente de Jacques Texier, y luego, en 1968, en un ensayo suyo aparecido en Critica marxista, en el que sostenía que la categoría fundamental de los Quaderni no era la de «sociedad civil», sino la de «bloque histórico»: era necesario partir de la unidad dialéctica de estructura y superestructura para no caer ni en el determinismo ni en el subjetivismo6.

En la práctica, Bobbio convirtió a Gramsci en crociano al ver en la sociedad civil del marxista sardo sobre todo el conjunto de relaciones ideológicas y culturales. En cambio, la sociedad civil tiene también, en Gramsci, un contenido económico. Para Gramsci, la hegemonía tiene también –se dice explícitamente– un fundamento económico y un contenido económico y social, además de político y cultural: las actividades superestructurales están todas marcadas por un carácter de clase.

Quería recordar brevemente esta discusión de 1967-1968 para explicar por qué en los años setenta, e incluso después, hasta nuestros días, las lecturas de Gramsci se diversificaron. Para algunos, siempre será ante todo el teórico de la hegemonía cultural, y por tanto fundamentalmente un crociano (de izquierdas, huelga decirlo). Para otros, Gramsci fue y sigue siendo un marxista dialéctico.

2. Gramsci del Bienio Rojo a los Quaderni

Tras estos debates, la década de 1970 comenzó con una serie de obras relevantes, dedicadas principalmente al Gramsci de los años de Turín: el libro de Leonardo Paggi, Gramsci e il Moderno Principe7, y el de Franco De Felice, Serrati, Bordiga, Gramsci8. Sobre todo, Paggi desempeñó un papel importante en aquellos años, no sólo con su libro, sino también con un amplio y ambicioso trabajo de 1973 titulado La teoria generale del marxismo in Gramsci 9.

Había en el libro de Paggi una fuerte valorización de los años de Turín, de su experiencia como periodista militante, que ni siquiera la Revolución de Octubre pareció superar del todo, aunque situándola en otro nivel. El autor destacó la influencia no sólo de Croce y Gentile, sino de la «Voce», de Bergson y Sorel, e incluso del pragmatismo americano. En definitiva, todas las filosofías que habían reaccionado contra el positivismo, que a Gramsci le parecían armas contra el marxismo y el reformismo de la II Internacional.

Paggi rechazó la datación del pensamiento gramsciano basada en una fuerte cesura entre el período del «consejo» y el de los primeros años del Pcd’I, tanto entre los años de libertad como entre los años de prisión, que había sido la periodización propuesta por Paolo Spriano en los años sesenta.

El propio Paggi, en el texto de 1973, proporcionó una lectura de Gramsci que consideraba toda la elaboración gramsciana como un sistema teórico coherente y unitario, argumentando también claramente que el pensamiento de Gramsci se caracterizaba fundamentalmente por una fuerte motivación política. Gramsci había supuesto también un momento de profunda ruptura con la historia de los intelectuales italianos. Porque el grupo de jóvenes intelectuales del Ordine Nuovo se había relacionado no tanto con otros intelectuales y pensadores y filósofos, sino con la historia real y la lucha entre clases.

Contrariamente a lo que había sostenido Althusser, Gramsci en los Quaderni había criticado realmente a Croce, se había negado a reducirlo todo a la cultura y a la filosofía. Y había rechazado, por otra parte, el modelo de las ciencias naturales o exactas. Que en cambio constituía un fuerte paradigma para toda una tendencia, aunque compuesta, hegemónica en el marxismo de los años sesenta, de la que Paggi se distanció.10

Gramsci había escrito, recordaba Paggi, que «sólo se puede prever en la medida en que se opera»10. He aquí el espacio de la praxis, para modificar el mundo. Por tanto, el concepto de previsión debía ser sustituido –argumentó Paggi, siguiendo a Gramsci– por el de posibilidad objetiva, que debe ver cómo la política entra en acción para convertirse en realidad11.

Franco De Felice, se ha dicho, es en cambio el autor del volumen sobre Serrati, Bordiga, Gramsci, un estudio pionero sobre el socialismo italiano del Bienio Rojo, dedicado por tanto (al menos en parte) sobre todo al primer Gramsci, a los dos años cruciales que siguieron a la Revolución de Octubre, donde Gramsci estaba bien contextualizado en las luchas del Partido Socialista de la época. De Felice, sin embargo, también es importante por un breve escrito posterior, aparecido en Rinascita en 1972, en el que se llama la atención por primera vez sobre uno de los textos hasta ahora más incomprendidos de los Quaderni, las notas sobre el americanismo y el fordismo12. Partiendo de la muy moderna opción de leer todo Gramsci a la luz de sus acontecimientos políticos, el autor explicitaba la conexión entre las notas de Gramsci sobre el «americanismo» (Cuaderno 22) y los temas más generales de los Quaderni: hegemonía, revolución pasiva, análisis del fascismo, etc. De Felice señaló el americanismo y el fordismo como el centro mismo de la reflexión carcelaria de Gramsci, la prueba más clara de que no constituía una lectura del pasado, sino un intento de fundar un nuevo discurso teórico-político dirigido al presente.

Después, en la primera mitad de los años setenta, aparecieron otros libros que razonaban meritoriamente en torno al concepto de «hegemonía», que hasta entonces no había sido suficientemente ilustrado. Pensemos a este respecto en el libro de Giorgio Nardone sobre El pensamiento de Gramsci, influido por Bobbio13, para quien la lucha por la hegemonía se desarrollaría en la sociedad civil. O al libro del autor francés Hugues Portelli de 1973 sobre Gramsci y el bloque histórico14, que también seguía la interpretación de Bobbio. Definiendo el concepto de bloque histórico como en realidad un bloque social, lo que en Gramsci no es.

O el libro de Luciano Gruppi Il concetto di egemonia in Gramsci, que proponía una interpretación diferente a partir de la relación entre el concepto de hegemonía y la tradición leninista15, oponiéndose así a Bobbio. En realidad, en los Cuadernos, el concepto de hegemonía presenta un notable conjunto de facetas, lo que no permite ignorar su matriz en el seno de los debates de la III Internacional, pero tampoco dejar de ver inmediatamente cómo Gramsci va más allá de la concepción leninista de la hegemonía. Los grupos vieron bien el nexo hegemonía-ideología en Gramsci, pero no vieron las formas y aparatos a través de los cuales se forma una «concepción del mundo», que no desciende desde arriba, como el famoso caciocavalli de Labriola. Sin destacar el papel del Estado, del «aparato hegemónico» del que habla Gramsci, se corría el riesgo de reintroducir algunos aspectos de la lectura bobbiano-idealista que el autor quería combatir.

También el libro de Giuseppe Vacca, Saggio su Togliatti e la tradizione comunista (Ensayo sobre Togliatti y la tradición comunista), respondía a la pretensión de Bobbio de reproducir una visión dicotómica de la relación Estado-sociedad y política-sociedad, en una época caracterizada por nuevas formas de relación recíproca, de intersección, a veces de ósmosis. Vacca, sin embargo, veía la relación Gramsci-Togliatti sin ninguna discontinuidad, incluso a través de una especie de lectura sintomal de Togliatti que parecía forzar algunos pasajes de su elaboración y de su historia.

En muchos aspectos diferente de los resultados de Vacca, en términos de lectura de Gramsci, vino Nicola Badaloni, quien en 1975 proporcionó algunas indicaciones interpretativas que iban en la dirección opuesta que en el libro El marxismo de Gramsci16. Para Badaloni, el marxismo de Gramsci era una combinación original de diferentes elementos. La influencia de Sorel tenía un gran peso. Luego Gramsci había conocido a Lenin, y fue un encuentro decisivo. Pero Gramsci –para Badaloni– era irreductible a Lenin, también porque este encuentro había tenido lugar cuando el comunista italiano tenía a sus espaldas una formación y un bagaje teórico ya consolidados.

Gramsci había derivado del teórico del sindicalismo Sorel el antipositivismo, la aversión al reformismo, la crítica radical de la democracia parlamentaria, la exaltación de la ‘clase de los productores’, el ‘espíritu de escisión’ que el proletariado debe tener respecto a la burguesía. A través de esta red conceptual, Gramsci había extraído de Sorel una especie de «primacía de lo social» que se modificó, pero no se perdió, en su encuentro con Lenin y su «primacía de la política». Gramsci veía la democracia como el ocaso de la vieja formación social, no como el ascenso de la nueva; mientras que fue Togliatti (aquí había un importante elemento de discontinuidad), después de la Segunda Guerra Mundial, quien la convirtió en el lugar de la transición.

Todos estos trabajos que he mencionado tenían una limitación objetiva. Todavía tenían que basarse en la edición temática de los Quaderni de 1948-1951. El primer libro que se benefició del trabajo de Gerratana, todavía en forma de borrador –Gerratana introdujo la fundamental e indispensable dimensión diacrónica en los Quaderni–, fue el de una alumna francesa de Althusser, Christine Buci-Glucksmann, autora de Gramsci y el Estado17, que tuvo un éxito considerable en Italia, donde orientó el debate sobre Gramsci.

Buci-Glucksmann rechazó el juicio de Althusser sobre el historicismo de Gramsci. Tuvo, sobre todo, el mérito de releer las categorías de los Quaderni para liberarlas de toda hipótesis idealista (tipo Bobbio): e decir, subrayando cómo Gramsci había unido el concepto de hegemonía al de aparato («aparato hegemónico») –es decir, escuelas, iglesia, bibliotecas, información, periódicos, etc.– para dar una base material al discurso sobre la hegemonía. De este modo se dotó al discurso sobre la hegemonía de una base material. La diferencia con los althusserianos «aparatos ideológicos del Estado» se identificaba en el hecho de que el «aparato hegemónico» está plagado de contradicciones, no es unívoco. Y entonces Buci-Glucksmann vio bien cómo, mientras en las Quistione meridionali (1926) la hegemonía era un atributo (potencial) del proletariado, en el Primer Cuaderno (1929) ya se ocupaba sobre todo de las prácticas de las clases dominantes. Y así, en los Quaderni, mediante la aparición del concepto de «aparato hegemónico», el autor pasó de un análisis de la hegemonía en términos de constitución de clase a un análisis de la hegemonía en términos de Estado18. Gramsci rechazaba cualquier distinción orgánica entre Estado y sociedad civil, pero ambos términos –señalaba Buci-Glucksmann– ni siquiera se identificaban (como en la concepción gentilicia del Estado totalitario). «Estado integral», que es la expresión utilizada por Gramsci, no significa que el Estado «lo sea todo», sino que «integra» dialécticamente a la «sociedad política» y a la «sociedad civil».

Otro tema importante de Buci-Glucksmann es la creencia de que se necesitaba una verdadera «anti-revolución pasiva»19, para evitar que el partido revolucionario quedara atrapado en las redes de los «aparatos hegemónicos» y que triunfara un modelo anodinamente reformista. A muchos les parecía un poco como el riesgo que corría el PCI en el periodo de la solidaridad nacional. La revolución pasiva significaba en Gramsci, de hecho, esencialmente reformismo.

3. Una disputa política

Así pues, ya hemos entrado, con los dos discursos Buci-Glucksmann, en la vertiente más inmediatamente política de la discusión sobre Gramsci en los años setenta.

Después de 1975, año de la edición gerratana de los Quaderni, comienza una fase diferente, al menos en algunos aspectos, incluso en el ámbito de las lecturas de Gramsci. Comienza una particular temporada política, con el PCI, el partido de Gramsci, que llega al umbral del gobierno. No sin conexiones recíprocas, 1976-1977 vio el apogeo de su expansión e, inmediatamente después, el comienzo de un largo declive, tanto de la fortuna electoral del PCI como de la difusión del pensamiento de Gramsci en Italia, tanto en la escena pública como en términos de estudios gramscianos. Es evidente que ambas cosas están relacionadas.

En aquellos años se libraba una batalla política en torno a Gramsci. La acción del PCI había sido el principal vector de difusión del pensamiento de Gramsci y este pensamiento había sido el medio a través del cual el PCI había conseguido hablar a diferentes ámbitos de intelectuales y militantes.

El debate sobre Gramsci alcanzó –en el 40 aniversario de su muerte, en 1977– un punto caracterizado por una considerable politización.

Fue de nuevo Bobbio quien inició aquel «debate sobre el pluralismo» que constituyó el antecedente inmediato de las discusiones teórico-políticas de 1977. En un discurso pronunciado en una conferencia de la revista oficial socialista Mondoperaio en julio de 1976 (el mismo mes en que Craxi fue elegido secretario del PSI), Bobbio se detuvo en las diferencias básicas que, en su opinión, diferenciaban a socialistas y comunistas, hablando de «una concepción secular de la historia frente a una concepción totalizadora […] en la que ya no hay lugar […] para el nuevo príncipe al que Gramsci confió la tarea de transformar la sociedad»20.

Y en una entrevista posterior a La Repubblica, el filósofo turinés declaró en septiembre siguiente:

Gramsci habla de la hegemonía de clase a través del partido que la representa […] compara el partido con el ‘príncipe’ […] Ahora bien, ¿cómo podría un príncipe, que por definición es uno, admitir la multiplicidad? […] si afirmamos que el pluralismo es necesario en este momento y en esta sociedad, entonces debemos renunciar al concepto de partido hegemónico21.

Así pues, Bobbio atacó al PCI contraponiendo hegemonía y democracia. La «discusión» (en realidad una recopilación de artículos críticos con Gramsci) que tuvo lugar en Mondoperaio entre octubre de 1976 y mayo de 1977 representó la reanudación y el desarrollo del discurso de Bobbio sobre el presunto carácter autoritario del concepto de hegemonía y, por tanto, sobre la no legitimidad de los comunistas para gobernar, si no es cortando sus propias raíces histórico-teóricas y convirtiéndose en pocas palabras… ¡en socialistas!

Junto a Bobbio intervinieron intelectuales entonces próximos al PSI, como Massimo Salvadori, Lucio Colletti, Galli della Loggia y Luciano Pellicani. El debate concluyó con una mesa redonda con los socialistas Amato, Diaz y Salvadori, y dos intelectuales comunistas: Gerratana y Spriano.22 Mientras Spriano parecía aceptar algunas de las posiciones socialistas, el editor de los Quaderni Gerratana replicó a los socialistas que el pluralismo no es incompatible con la hegemonía, porque siempre hay una hegemonía en la sociedad, sólo es cuestión de ver cuál prevalece23. Dicho de otro modo, el sujeto de la hegemonía es una clase y no un partido. Y siempre hay una clase hegemónica. Luego, en 1977, en el ámbito comunista, hubo dos momentos importantes: a principios de año, el seminario organizado en Frattocchie sobre «Hegemonía, Partido, Estado en Gramsci»; y a finales de año, el congreso de Florencia sobre «Política e Historia en Gramsci»24. Fueron dos eventos muy concurridos, en los que la teoría y la política se mezclaron demasiado estrechamente. Es imposible recordar todas o muchas de las intervenciones (remito necesariamente a quienes deseen profundizar a mi Gramsci conteso, ya citado). La referencia a Gramsci estuvo presente sobre todo en aquella parte de dirigentes e intelectuales comunistas que veían el choque político actual como un choque de hegemonías y se empeñaban en elaborar una posible salida del capitalismo. Un escenario, el de la transición, que entonces se consideraba posible, creíble, aunque en realidad ya habían comenzado los procesos (también estructurales) que determinarían la revolución neoliberal y neoconservadora de los años ochenta.

Sólo recuerdo dos o tres puntos que surgieron en aquella ocasión y que me parecen de los más relevantes. En primer lugar, lo que Leonardo Paggi25 argumentó en Frattocchie sobre Gramsci (el Gramsci precarcelario sobre todo) y la democracia: es cierto que el pluralismo no está tematizado en Gramsci, pero hay una propuesta de democracia más rica que la de la sociedad burguesa, que no puede tomarse como la única democracia posible y piedra de toque. Es una referencia a la democracia de los Consejos, de la que Gramsci fue quizás el mayor teórico europeo-occidental. Y que sólo unos años antes, en el “segundo bienio rojo”, parecía haber vuelto a ser relevante o, al menos, una fuente de inspiración renovada.

En segundo lugar, quisiera recordar lo argumentado por Valentino Gerratana26 también en Frattocchie. El editor de los Quaderni llamaba la atención sobre lo diversas que eran, en el Gramsci maduro, las formas de la hegemonía, en función de las fuerzas sociales que la ejercen. En otras palabras, las formas concretas de ejercer la hegemonía también cambian a medida que varían los sujetos: burguesía y proletariado no pueden ejercer el poder de la misma manera. Las características básicas de la hegemonía proletaria deben ser distintivas, democráticas y expansivas. También aquí se trata de fomentar la expansión de la democracia real, de la participación real en la política y en la democracia del mayor número posible de personas.

En tercer lugar, en los trabajos de Florencia27 (pensemos de nuevo en la contribución de Franco De Felice, pero no sólo) surgió por primera vez la gran importancia que adquirió el concepto de revolución pasiva, que a partir de entonces se convertiría en uno de los conceptos principales de los Quaderni.

A este respecto, Remo Bodei planteó la hipótesis de que el amplio espacio analítico reservado a la categoría de revolución pasiva reflejaba el hecho de que en aquel momento se percibían los límites de la posibilidad de «avance» del PCI, sumido en la política de solidaridad nacional. La revolución pasiva podía indicar, afirmaba Remo Bodei por ejemplo, la «corresponsabilidad» del PCI «en la gestión fallida de una crisis que se había vuelto endémica o ingobernable»28. Era necesario evitar el riesgo, argumentó Nicola Badaloni, de caer en lo que Gramsci llamó estatolatría, es decir, un énfasis excesivo en el Estado en lugar de en la «socialización de la política».

Por último, más de uno (Paggi, Tortorella y otros) advirtió del peligro de buscar en Gramsci la solución a los problemas contemporáneos. Hoy diríamos: sin un trabajo adecuado de traducción, una categoría gramsciana que ahora se encuentra entre las más difundidas y útiles, o asignando un valor «normativo» a la teoría. La cuestión era saber si las categorías-clave de Gramsci seguían siendo útiles para leer los grandes cambios del capitalismo. La respuesta de toda la conferencia de Florencia fue básicamente afirmativa, también a sabiendas de que la experiencia del PCI había ido más allá del pensamiento de Gramsci29, por diversos motivos, como el pluralismo, pero también la concepción del partido. (Podríamos añadir, sin embargo, que el pensamiento de Gramsci, en muchos niveles, también estaba más allá del PCI, como el tiempo demostraría). Hay que recordar, sin embargo, que ninguno de los protagonistas de la época, creo, podía imaginar el brusco giro político mundial, en dirección neoliberal, destinado a relegar a Gramsci durante no pocos años –los ochenta y parte de los noventa– a un segundo plano.

Porque a la era de la ampliación del Estado estaba a punto de seguir la de su contracción. Y así los caminos del regreso de Gramsci a la escena mundial, como el autor italiano más popular, citado  y mundialmente conocido, seguirán en parte caminos separados a partir de los años setenta.

Una señal de este cambio general de clima la dio en 1978 una famosa entrevista de Luciano Lama30, el poderoso jefe de la CGIL, a Scalfari en La Repubblica, en la que declaraba que los trabajadores debían renunciar a los beneficios salariales para favorecer el empleo futuro. Esta línea sindical, también apoyada y teorizada en el PCI por Giorgio Amendola, remitía a una cierta lectura de la teoría de la hegemonía: para Amendola, la clase obrera debía favorecer la recuperación económica renunciando a su propio interés, haciendo sacrificios en vista de un beneficio futuro debido al desarrollo capitalista que así favorecería.

Sin embargo, esta lectura del concepto de hegemonía no tiene ninguna base real en Gramsci: el ‘política de los dos tiempos’ (como se llamaba la de Amendola y Lama, entre otras cosas en fuerte desacuerdo con Berlinguer31 ) era más bien un caso de dialéctica distorsionada, que no ve, como dice Gramsci, que «todo miembro de la oposición dialéctica debe buscar extenderse todo lo posible y lanzar a la lucha todos sus propios “recursos” políticos y morales»32.

Frente a esta cultura de la mediación a ultranza, se dejaba una amplia apertura a esa cultura de lo inmediato, del «todo y ahora», del hipersubjetivismo, del deseo, de la crítica de la razón y de la historia, que fue uno de los componentes que provocaron la escisión entre el PCI y las clases subjetivamente anticapitalistas (la «segunda sociedad», se decía en 1977).

La limitación de la intelectualidad de Gramsci consistió entonces en mirar poco a los procesos reales que ya estaban cambiando la sociedad, lo que habría exigido como mínimo una rápida «reforma» del concepto de hegemonía, para permitir que la clase obrera no perdiera aliados en el mismo momento en que comenzaba su abrupto declive numérico (y político); y en segundo lugar en aplanar a Gramsci sobre las necesidades políticas del presente, encerrando su capacidad expansiva dentro de los estrechos confines y destinada a la derrota del «compromiso histórico».

Después, la clase obrera, derrotada en el terreno político, sería destronada en la década siguiente también en el plano teórico. No es que en la década siguiente vayan a faltar estudios sobre Gramsci, aunque sean importantes. Pero el debate sobre Gramsci ya no estará en el centro de la escena teórica y política. Marx y Gramsci serán sustituidos por otros autores, incluso en la izquierda.

El cambio de paradigma, el abandono del análisis en términos de «lucha por la hegemonía», fue la prueba de la emergencia de otra hegemonía, la neoliberal e individualista. Y en pocos años, la crisis y casi la disolución de la cultura gramsciana como cultura de masas, incluso dentro del PCI.

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Notas

1 Véase Rossi (1969).

2 Para consultar los escritos de Togliatti de las distintas épocas interpretativas sobre el antiguo camarada del Ordine nuovo, véase Togliatti (2013).

3 Althusser (1967).

4 Bobbio (1969, 85).

5 Voza (2009), (subpunto).

6 Texier (1968).

7 Paggi (1970); (el «segundo volumen» no saldría en realidad hasta 1984 bajo el título Le strategie del potere in

Gramsci, presentándose, tanto formal como sustantivamente, como un volumen aparte).

8 De Felice (1971).

9 Paggi (1974).

10 Ibid. 1354.

11 En mi opinión, el concepto de praxis en Gramsci no debe equipararse al concepto labrioliano (y marxiano) de trabajo, sino que debe entenderse ante todo como política.

12 De Felice (1972).

13 Nardone (1971).

14 Portelli (1973).

15 Cf. Gruppi (1972), en el que el autor publicó conferencias pronunciadas en el Istituto Gramsci de Roma en 1970. El origen de la obra explica su carácter popular y quizá incluso esquemático.

16 Badaloni (1975).

17 Buci-Glucksmann (1976).

18 Ibid, 63-4.

19 Véase Buci-Glucksmann (1977). Cf. Liguori (2022, 45 y ss.) sobre estas cuestiones.

20 Bobbio (1977, 247).

21 Bobbio (1976).

22 Hegemonía y democracia, mesa redonda con G. Amato, F. Diaz, Valentino Gerratana, M. L. Salvadori, P. Spriano, en Mondoperaio, 1977, n. 5, ahora en Hegemonía y democracia, cit., 199-222.

23 Ibid, 201.

24 Las actas del seminario están recogidas en (de Giovanni, Gerratana, Paggi 1977).

25 Paggi, ibid.

26 Gerratana, ivi.

27 Ferri (1977 y 1979).

28 Bodei (1979, 229-230).

29 Ibid, 212.

30 Lama (1978).

31 Permítanme remitirme sobre estas cuestiones a mi Liguori (2014).

32 Gramsci (1975, 1768).

Fuente: Dialettica e Filosofia, Nuova Serie, XVIII, 2024 Il marxismo italiano nella crisi degli anni Settanta (https://www.dialetticaefilosofia.it/index.html?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTAAAR1RljzX13QfqD2DS2exDowOf7Qz6jQFF5lNwGIktTD807I2zOQUPZZ14i8_aem_MIDPS-grXtkA8HsOz8z95Q)

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