Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Prólogo a Cartas desde la cárcel

Francisco Fernández Buey

El 25 de agosto de 2022 hizo diez años del fallecimiento de Francisco Fernández Buey. Se han organizado diversos actos de recuerdo y homenaje y, desde Espai Marx, cada semana a lo largo de 2022-2023 estamos publicando como nuestra pequeña aportación un texto suyo para apoyar estos actos y dar a conocer su obra. La selección y edición de todos estos textos corre a cargo de Salvador López Arnal.

Prólogo de Antonio Gramsci, Cartas desde la cárcel, Madrid: Veintisieteletras, 2009 (traducción de Esther Benítez).

 

1. Antonio Gramsci ha sido seguramente el pensador marxista más original del período de entreguerras y, con Guevara, probablemente el más apreciado por los comunistas marxistas que vivieron en la segunda mitad del siglo XX. Cuando el siglo tocaba ya a su fin el historiador británico Eric Hobsbwam recordaba que Antonio Gramsci se había convertido en el pensador italiano más repetidamente citado en las publicaciones de humanidades y ciencias sociales. No es nada habitual que coincidan el aprecio político y el aprecio académico en una misma persona. Pero, sin duda, esto tiene su explicación en el caso de Gramsci. Se debe a que él fue también un hombre de acción, a que su biografía conmueve a toda persona sensible y, sobre todo, al gran interés que despertaron en muchos países del mundo tres colecciones de escritos suyos: las intervenciones periodísticas y político-culturales de los años 1917 a 1926; los treinta y tres cuadernos que redactó durante el largo período carcelario al que fue condenado por el fascismo mussoliniano, conocidos como Quaderni del carcere; y el aproximadamente medio millar de cartas que, desde aquellas prisiones, envió a familiares y amigos entre l926 y l937.

Antonio Gramsci había nacido en 1891, en Ales, en la isla de Cerdeña, en el seno de una familia modesta y numerosa. Su padre era empleado del Estado. A los cinco años, y probablemente a consecuencia de una caída y de una enfermedad mal curadas, sufrió una deformación de la columna vertebral que empezaría a ser visible desde los siete años. Para colmo, por entonces el padre fue detenido, acusado de irregularidades administrativas, y encarcelado durante los seis años siguientes. La familia, a cargo de la madre, tuvo que trasladarse a Ghilarza en condiciones casi de miseria. Y, como consecuencia, Antonio Gramsci tuvo que combinar desde niño los estudios en la escuela con trabajos varios en la oficina del catastro del lugar.

En el Instituto se interesó por el movimiento autonomista sardo y por el llamado «socialismo campesino» de Gaetano Salvemini. Allí empezó a leer, entre otras cosas, a dos de los exponentes de la cultura italiana de la época, a Croce y a Papini. A los veinte años Antonio Gramsci ganó una beca estatal para estudiantes pobres y pudo ir a estudiar a Turín. Se matriculó en la Facultad de Letras de la universidad de aquella ciudad industrial para cursar filología moderna. Asistió también a cursos de Derecho, en cuyas aulas coincidió e hizo amistad con Palmiro Togliatti. Poco antes de que estallara la primera guerra mundial el joven Gramsci vivía en Turín en condiciones de pobreza. Ingresó en el partido socialista y en los dos años siguientes, entre 1914-1916, publicó sus primeros artículos periodísticos sobre temas de política, educación y cultura. Hizo además crónica teatral y ciudadana.

En sus años de estudiante universitario en Turín Gramsci sufrió frecuentes cefaleas, tuvo algún que otro desvanecimiento y pasó por una depresión nerviosa. Tampoco esta vez le curaron bien. Eso motivó que tuviera problemas para presentarse a los exámenes universitarios y terminar así la carrera de filólogo que había iniciado. Siguió dedicándose al periodismo y, como tantos otros jóvenes universitarios europeos de aquella época, experimentó el impacto de la revolución rusa de octubre de 1917. Al año siguiente Antonio Gramsci tenía el alma dividida: dudaba entre doctorarse con una tesis de historia del lenguaje o dedicarse a la actividad político-cultural. Llegó a bosquejar entonces lo que podría haber sido su tesis de filólogo y publicó varios artículos, alguno de ellos muy agudo, de interpretación de la revolución rusa. Por entonces leyó a Lenin y en 1919 contribuyó a fundar una de las más interesantes publicaciones de orientación socialista de la época: L’Ordine nuovo.

La publicación de L’Ordine nuovo coincidió con un periodo revolucionario en Italia que afectó particularmente a la ciudad industrial de Turín: los obreros ocuparon las fábricas y así nació el movimiento de los consejos, el consejismo, que desbordó enseguida a los sindicatos. Gramsci fue entonces uno de los impulsores y teóricos de este movimiento, inspirado en parte en lo que habían sido los soviets en Rusia. En 1921 nacía el partido comunista de Italia, al que Gramsci se afilió. Desde entonces quedaría ya definitivamente vinculado a la actividad política revolucionaria. Aquel mismo año empezaban también en Italia las actividades violentas del fascismo. En 1922 Antonio Gramsci salía para Moscú con los delegados italianos de la III Internacional. Pero en Moscú volvió a sentirse enfermo y tuvo que ser ingresado en el sanatorio de Serebraniani bor, donde conoció a Julia Schucht (a través de su hermana Eugenia que estaba también ingresada allí).

Estando Gramsci en Moscú, el 28 de octubre de 1922, se produjo la Marcha sobre Roma, que permitiría a Benito Mussolini hacerse con el poder en Italia. No mucho después empezaría la caza de comunistas (que por aquellas fechas no debían llegar a diez mil en toda Italia). Para Antonio Gramsci aquellos fueron años vividos con una gran intensidad, tanto en el ámbito político como en el sentimental. En 1924 pasó a formar parte del núcleo dirigente del PCI y en las elecciones de aquel mismo año fue elegido diputado al parlamento por Venecia. Aun a sabiendas del riesgo que corría ante el endurecimiento de las medidas represivas del fascismo, Gramsci regresó a Italia, desde Viena, en mayo de 1925, poco antes del asesinato de Matteotti, que significaría una nueva fase en la historia del fascismo italiano. Cinco meses después nacía, en Moscú, el primer hijo de Antonio Gramsci y Julia Schucht, Delio.

Entre el otoño de 1925 y el otoño de 1926 Antonio Gramsci desplegaría un desbordante y agotador trabajo político y organizativo sólo paliado por un descanso para las vacaciones familiares durante el verano. Julia Schucht, con su hijo Delio, estuvieron en Italia unos pocos meses, entre octubre del 1925 y agosto de 1926, fecha, esta última, en la que, a punto de dar a luz de nuevo y ante el auge del fascismo en Italia, prefirió regresar a Moscú. Allí nació también el segundo hijo de Gramsci, Giuliano.
De las múltiples cosas que hizo Gramsci en los meses inmediatamente anteriores a su detención hay dos que conviene mencionar aquí por la influencia que tuvieron en los años que iba a pasar en la cárcel: protestó por la forma en que se estaban llevando las discusiones políticas en el núcleo dirigente del PCUS (lo que daría origen a un conflicto con su amigo y compañero Palmiro Togliatti) y escribió un ensayo sobre la cuestión meridional en Italia (que está en el base de muchas interesantes anotaciones de los Quaderni del carcere). Esto iba a coincidir con la supresión de las garantías constitucionales en Italia y con la persecución, abierta ya, del partido comunista. Antonio Gramsci fue detenido por la policía fascista el 8 de noviembre de 1926.

Tenía entonces treinta y cinco años y actuaba como primer secretario del partido comunista de Italia.

2. Se han conservado casi quinientas cartas escritas por Antonio Gramsci desde noviembre de 1926 hasta comienzos de 1937, pocos meses antes de su muerte. Este epistolario ha sido habitualmente editado con el título de Cartas de la cárcel o, como es el caso aquí, desde la cárcel, aunque, hablando con propiedad, no todas ellas fueron escritas desde las distintas prisiones por las que Gramsci pasó. Algunas de estas cartas fueron redactadas desde el destierro en la isla de Ustica, lugar al que fue trasladado junto con otros militantes antifascistas, después de la detención, a la espera del juicio, y donde vivió, vigilado, pero en una casa particular, entre diciembre de 1926 y enero de 1927. Otras cartas fueron escritas desde las clínicas a las que fue enviado, ya muy enfermo, desde finales del año 1933: la clínica del doctor Cusumano, en Formia (desde diciembre de 1933 a agosto de 1935) y la clínica Quisisana, de Roma, en la que Gramsci permaneció, ya en libertad pero vigilada, desde esa última fecha hasta muy poco antes de morir, en abril de 1937.

Con esta precisión, se puede añadir ya que el título con el que se publican las cartas está justificado, pues la mayoría de ellas fueron efectivamente escritas desde la prisión: desde la cárcel de San Vittore, en Milán, y desde la casa penal de Turi de Bari, en la que Gramsci, ya condenado, estuvo encarcelado durante cinco años, desde 1928 hasta 1933. Las cartas están dirigidas preferentemente a los familiares: a la cuñada, Tatiana o Tania (una parte de ellas también para Julia, su esposa, o con la intención de que fueran conocidas por Piero Sraffa, el amigo economista que hacía de enlace con la dirección del partido comunista); otra parte importante de las cartas están dirigidas a la propia Julia Schucht, y a los hijos, Delio y Giuliano (los dos, con la madre, en Moscú). Un número mucho más reducido del epistolario de ese período está formado por cartas dirigidas a la madre (que murió en Ghilarza, Cerdeña, en diciembre de 1932, aunque Gramsci no lo supo hasta bastante tiempo después), a los hermanos y a otros parientes.

Teniendo en cuenta la acusación por la que Gramsci había sido detenido, juzgado y encarcelado, así como la ilegalización del partido comunista por el régimen mussoliniano, Gramsci apenas podía escribir directamente desde la cárcel a los amigos políticos. Esto explica que haya pocas cartas con tales destinatarios. Además, los avatares de la lucha política en aquellos tiempos han hecho que la mayoría de las cartas que Gramsci escribió a amigos políticos entre 1927 y 1935 se hayan perdido. Por otra parte, a partir de 1934 el epistolario con su principal corresponsal, Tatiana Schucht, decae debido al hecho de que ésta y Piero Sraffa podían visitar periódicamente a Gramsci en la clínica de Formia en que estaba ingresado, cosa que efectivamente hicieron, de manera que casi todas las cartas desde esa fecha hasta 1937 están dirigidas a los familiares que vivían en la URSS, o sea, a la mujer, Julia Schucht, y a los hijos.

Una parte importante de la correspondencia de Gramsci entre 1926 y 1937 fue dada a conocer por primera vez después de acabar la segunda guerra mundial, en 1947, con el título de Lettere dal carcere. Aquella edición hizo de Gramsci un héroe de la resistencia antifascista. El valor literario de las cartas fue reconocido con la concesión del Premio Viareggio y alabado por Benedetto Croce, Eugenio Garin, Italo Calvino y otros muchos relevantes intelectuales italianos de la época. La edición de 1947 incluía 218 textos, algunos de ellos expurgados de los pasos que el entonces grupo dirigente del PCI, encabezado por Palmiro Togliatti, consideró inconveniente hacer públicos, bien porque en ellos se aludía a cuestiones familiares delicadas, bien a controversias políticas sobre las que no se quería volver en aquel momento.

Muchas de las cartas no publicadas en 1947 fueron recuperadas en una nueva edición preparada para la editorial Einaudi por Sergio Caplioglio y Elsa Fubini en 1965. Este volumen, que en los años siguientes fue traducido a numerosas lenguas, contenía ya 428 cartas de Gramsci, 119 de las cuales eran inéditas por entonces. Además, se restauraron en él los pasos que el primer editor había considerado inconvenientes. Esta edición de Fubini y Caprioglio ha sido la habitualmente manejada en la época de mayor auge de los estudios gramscianos en Europa, desde la segunda mitad de la década de los sesenta hasta finales de la década de los setenta, época que coincidió también con la conversión del partido comunista en la organización política más importante de Italia. Es también la que utilizó Esther Benítez para la traducción al castellano de su selección de las cartas.

Ya en los años setenta el diario L´Unità, el semanario Rinascita y otras publicaciones periódicas italianas fueron dando a conocer algunas piezas más del epistolario gramsciano de los años de la cárcel. Después de la muerte de Julia Schucht, la mujer de Gramsci, en 1980, su hijo Giuliano hizo donación al partido comunista italiano de las últimas cartas inéditas que había conservado la familia en Moscú y éstas, a su vez, incluidas en diversas recopilaciones prologadas o comentadas por Valentino Gerratana, Nicola Badaloni, Paolo Spriano, Mimma Paulesu Quercioli, Aldo Natoli, Giuseppe Fiori y Antonio A. Santucci.

Una nueva edición de las cartas de la cárcel, sin duda la más completa hoy disponible, apareció en 1996, al cuidado también de Antonio A. Santucci.1 La edición de Santucci incluye un total de 478 cartas, cincuenta más que la edición Fubini-Caprioglio. Teniendo en cuenta las particulares circunstancias en que fueron escritas las cartas gramscianas de la cárcel y los complicados vericuetos por las que algunas de ellas llegaron a sus destinatarios tampoco se puede descartar del todo que aún queden algunas por conocer; pero, aun así, en lo que hace a este periodo, la opinión más extendida entre los estudiosos es que la investigación posible está prácticamente concluida y que el trabajo llevado a cabo por Santucci puede considerarse prácticamente definitivo.

3. Al leer las cartas de la cárcel de Antonio Gramsci conviene tener en cuenta las diferentes condiciones en que las escribió en los distintos lugares en los que estuvo detenido, encarcelado o vigilado, pues él mismo ha dado mucha importancia a esto y es algo que se nota, sobre todo por el tono de la redacción. No es lo mismo escribir desde una casa particular de la isla de Ustica, en el destierro, sí, y con la preocupación de lo que se ve venir, pero con cierta libertad a la hora de decir lo que se quiere decir a los próximos, que escribir en el aislamiento de una celda, sin interferencias y con tiempo por delante para redactar, o en los pupitres de los ámbitos comunitarios reservados para estos menesteres en una casa penal y, por tanto, a la vista de otros. Para un varón que a veces se consideraba a sí mismo «una isla dentro de una isla» eso tiene importancia. Y también acaba influyendo, en la redacción y en el tono que adopta el epistolario, el que se pueda escribir una o dos cartas a la semana, según las cárceles y los momentos.

Otro factor al que hay que atender al meterse en la correspondencia carcelaria de Gramsci es el de la conciencia que él siempre tuvo en el sentido de que no estaba escribiendo cartas estrictamente privadas, o sea, que sólo iban a ser leídas por la persona a la que éstas iban dirigidas. También a esa circunstancia ha aludido el propio Gramsci en varias ocasiones. Y es que, en efecto, una de las particularidades de esta correspondencia, o al menos de una parte importante de ella, viene a ser que su escritura está parcialmente condicionada desde el principio por el hecho de que quien escribe sabe, por una parte, que está escribiendo cartas que serán leídas por el censor de la cárcel (y probablemente por las autoridades del régimen fascista), pero sabe, además, que sus cartas a la cuñada Tatiana han de ser leídas por Julia, sus cartas a Julia y a los niños, leídas por Tatiana, y que seguramente la mayoría de estas y otras cartas serán leídas por Piero Sraffa y, en última instancia, también por la dirección del partido comunista. Esta es una circunstancia excepcional de la correspondencia carcelaria de Antonio Gramsci, aunque, a decir verdad, no muy diferente de la situación por la que, a lo largo del tiempo, han pasado otros presos políticos de partidos clandestinos o semi-clandestinos en regímenes dictatoriales. Lo cual no quita, obviamente, para que la tal circunstancia, por aceptada que haya sido desde el principio, produzca inquietud, desasosiego e incluso desconfianza en la persona presa, sobre todo cuando lo que esta persona quiere decir es realmente íntimo.

Estos factores han influido, desde luego, en la redacción de las cartas y han de ser tenidos en cuenta. Pero de todas formas, con ser esto importante, y Gramsci lo consideró así en varias de sus misivas, el factor más determinante del tono de las cartas de la cárcel fue el de las enfermedades que el preso sufrió, pues el dolor, el sufrimiento e incluso el sentimiento de muerte próxima, con las obsesiones que esto suele provocar, fueron cambiando su estado de ánimo inicial.

Las cartas enviadas por Gramsci desde Ustica revelan tranquilidad de espíritu e incluso, en algún momento, una cierta euforia. La euforia desaparecerá después del traslado desde la isla a la cárcel de San Vittore, en Milán, a principios de febrero de 1927, pero la serenidad ante una situación tan adversa seguirá siendo durante meses el rasgo principal de las cartas de la cárcel. Incluso el símil con que Gramsci transmite a Julia su estado de ánimo de entonces, imaginándose como uno de los marineros que acompañaron a Fridtjof Nansen al Polo Norte, sugiere cierta serenidad doblada de ironía: avanzar lentamente, muy lentamente, después de dejarse aprisionar por los hielos, aprovechando el empuje de los mismos a medida que éstos se van separando.2

Y de hecho, durante más de un año, hasta después del proceso al que Gramsci y otros dirigentes comunistas fueron sometidos en Roma y de su traslado, ya condenado, a la casa penal de Turi de Bari, la gran mayoría de las cartas que escribió a Tatiana, a Julia, a su madre y a otros familiares sólo dejan entrever a ratos la tragedia que se avecinaba. En ellas, además de la tranquilidad de espíritu, afloran la fortaleza moral, el autocontrol en el plano de los sentimientos, la reserva en el juicio político, el sentido práctico y realista, la crítica de los convencionalismos y, sobre todo, el humor, una vena irónica no siempre bien comprendida por sus interlocutores.

Entre el destierro en Ustica y la celda de San Vittore, en Milán, Gramsci ha ido construyéndose una ética de la resistencia basada en la observación lúcida y distanciada del nuevo mundo que estaba descubriendo y en la acentuación de lo que cree que son los principales rasgos de su propia personalidad. No quiere dejarse dominar por la aflicción ni quiere ser consolado. Como dice una y otra vez a Julia, a Tatiana y a su madre, ha conocido el aislamiento, ha sabido en otras ocasiones estar solo entre la multitud y no cree que la nueva situación le vaya a superar.3

Mientras se encontró físicamente bien, o medianamente bien, Gramsci se ha preocupado más por disipar los temores de los otros ante un futuro incierto, pero en cualquier caso sombrío, que de solicitar ayudas o pedir clemencia. En este sentido ha recordado a la madre su propia fortaleza física y moral, bromeando con ella sobre curas y rezos, pero sobre todo advirtiéndola de que hay algo peor que la cárcel, con ser ésta malísima, y que ese algo es el deshonor por debilidad moral o por villanía.4 Ha llamado la atención del hermano Carlo, en términos cortantes, sobre lo poco que éste sabe de lo que ha sido su vida hasta ese momento y sobre el principio moral de la resistencia: las convicciones profundas que no se venden por nada de este mundo.5 Ha ironizado con Tatiana Schucht sobre las deficiencias de su italiano y a cuenta de sus propias lecturas, aconsejándola cuando ella se ha encontrado enferma. Ha mantenido durante esos meses una relación epistolar esporádica pero relativamente equilibrada con Julia. Y ha elegido a Tatiana como corresponsal principal para seguir manteniendo, a través de ella y con Piero Sraffa, el contacto con el partido comunista6 y, de paso, mitigar así el peso de la losa que más le abrumaba: el convencionalismo epistolar al que obliga el reglamento carcelario con todas las derivaciones que esto supone cuando se trata de comunicar sentimientos amorosos.

Ya en estas cartas, sin embargo, la fortaleza moral y el alto concepto del honor y de la dignidad personal que Gramsci tenía chocan con una educación sentimental que él mismo reconoce insuficiente. Tiene un alto concepto de su propia fortaleza moral y se exige mucho, pero quiere que los otros (Julia, Tatiana, su madre, su hermano Carlo) le consideren «un hombre normal» cuando, obviamente, no lo es.

Gramsci declara odiar todo lo que es convencional. No quiere verse reducido a una correspondencia convencional. Así era ya en Viena, cuando empezaba a escribir a Julia. Solo que esta sensación se le agudiza ante un carteo que sabe que será, además, convencionalmente carcelario.7 Dedica mucho tiempo a la introspección, casi tanto como a la lectura, y pronto cree estar perdiendo «el hábito externo de la sensibilidad», su «meridionalismo». Gramsci está haciendo un esfuerzo voluntarista por controlar sentimientos y afectos. Ve en ello una forma de autodefensa, pero duda de si los resultados de este esfuerzo son siempre positivos, consecuentes con su afirmación de que hay que ser prácticos y realistas hasta en la bondad. Se diría que toda la seguridad con que argumenta sobre el principio moral de la resistencia se le convierte en duda, incluso en inseguridad, cuando ha de hacer frente a los propios sentimientos. Y así oscila entre valorar positivamente la frialdad y la indiferencia externas, el reconocimiento esporádico de que él mismo ha llegado a adquirir «cierta sensibilidad morbosa» y la aceptación forzada de la confusión que le produce el tener que hablar o escribir de sus cosas íntimas. Sabe que su correspondencia es en cierto modo «pública» porque la están leyendo otras personas (funcionarios de la cárcel y amigos políticos) y no consigue vencer el pudor que le produce hablar de sentimientos íntimos ante terceras personas.8

Desde el primer momento, ya en Ustica, Gramsci ha pensado que su capacidad de resistencia como prisionero tenía que estar directamente vinculada a un programa de lecturas y estudios. Y ha hecho planes a este respecto. Pero también desde el primer momento ha sabido que la probabilidad de llevar a cabo estos planes desciende cuanto más detallados son. Se aplica a sí mismo el concepto que tiene de la utopía. Y no sólo por razones externas, de tipo general o relacionadas con los obstáculos que el destierro y la cárcel suponen, sino también por autoconciencia, por conocimiento del propio carácter, porque se considera un hombre polémico y dialogante que necesita medirse intelectualmente con otros interlocutores.

Precisamente por eso lo mejor de las cartas que ha escrito desde la cárcel de San Vittore está en la descripción irónica y vivaz de sus conversaciones con otros, en el uso metafórico de algunas de sus lecturas carcelarias para contar la evolución de los propios estados de ánimo y en la forma en que ha narrado, para las personas a las que quiere, el descubrimiento de un mundo cuya existencia apenas podía sospechar en los meses anteriores: el mundo subterráneo de los desterrados y de los presos, de los «no cristianos», un mundo que le hace pensar en lo difícil que es captar la verdadera naturaleza de los hombres a partir de los rasgos externos. Digna de recuerdo es su descripción de la cuerda de presos que como una inmensa serpiente se arrastra desde Palermo a Milán dejando en cada cárcel una parte de sus anillos para luego recuperarlos en otras madrigueras.9 E igualmente memorable la narración —entre el distanciamiento propio del antropólogo y la perplejidad crítica del político— de ese mundo subterráneo que vive y se reproduce en los márgenes del otro y que acaba configurando el subsuelo humano dostoievskiano: beduinos de Cirenaica, mafiosos sicilianos, camorristas de Nápoles, remedos de Farinata y violadores con aire bonachón: «Todo un mundo complicadísimo, con una vida propia de sentimientos, puntos de vistas, códigos del honor, jerarquías férreas y un particular sentido de la solidaridad»10.

Este primer periodo carcelario en San Vittore, que se abría con el símil de los marineros de Nansen sugiriendo la imagen de la serenidad conscientemente elegida ante la dificultad, se cerrará, entre febrero y abril de 1928, con otro símil y la manifestación de una sospecha. En sus cartas a Julia Gramsci advierte que se ha cumplido ya todo un ciclo de transformaciones que han afectado a su estado de ánimo, y luego que un periodo de su vida carcelaria está a punto de terminar. Son los prolegómenos del proceso que tendría lugar finalmente en Roma. Gramsci sugiere ahora que él mismo está cambiando la táctica de la ética de la resistencia. Se ha hecho más estoico. Ha decidido dejar de oponerse a lo que es necesario e ineluctable «con los medios y maneras de antes» y quiere dominar ahora el proceso en curso acentuando el espíritu irónico. En ese contexto vuelve a la metáfora:

A la celda llega una luz a mitad de camino entre la luz de una cantina y la luz de un acuario. De todas formas, no debes pensar que mi vida transcurre tan monótona e igual como puede parecer a primera vista. Una vez que se ha acostumbrado uno a la vida del acuario, adoptando el sensorio para captar las impresiones amortiguadas y crepusculares que llegan hasta allí (y siguiendo, desde luego, en una posición un tanto irónica) se descubre todo un mundo que bulle alrededor, con sus peculiares leyes y con su curso esencial. Ocurre como cuando después de echar una ojeada rápida a un viejo tronco medio deshecho por el tiempo y la intemperie nos paramos a mirarlo más fijamente y con atención. Primero se ve únicamente algo así como una fungosidad humectante, con alguna babosa soltando baba y arrastrándose lentamente. Pero luego, casi de repente, se ve todo un mundo de colonias de pequeños insectos que se mueven y afanan, haciendo y rehaciendo los mismos esfuerzos, el mismo camino. Si uno sigue conservando la propia posición externa, si no se convierte en una babosa o en una hormiguita, todo eso acaba interesándole y le permite pasar el tiempo.11

La ironía empieza a hacerse negra. El mundo subterráneo sigue siendo para Gramsci una curiosidad interesante cuando se la observa con la adecuada distancia, pero ya no es un mundo de hombres, por primitivos y elementales que fueran (mafiosos, camorristas o delincuentes) sino un mundo poblado de babosas e insectos, lo que sugiere cierta inquietud psicológica. Gramsci se encuentra aún relativamente bien de salud, pero justamente por eso, en la siguiente carta a Julia, a finales de abril, manifiesta su disgusto por la forma en que los compañeros han enfocado la campaña de solidaridad ante el proceso y alude a una preocupación que en los años siguientes se le convertiría en obsesiva: «He recibido recientemente una extraña carta firmada Ruggero, que solicitaba respuesta. Quizá la vida en la cárcel me haya hecho más desconfiado de lo que exigiría la prudencia, pero el hecho es que esa carta, a pesar de su sello y de su matasellos, me ha sacado de quicio»12.

Esta carta de Ruggero Grieco, fechada el 10 de febrero de 1928 y conocida por su destinatario en marzo, se ha convertido en uno de los asuntos más repetidamente tratados entre los biógrafos e intérpretes de Gramsci.13 Y se comprende. No tanto por lo que la carta misma decía, ni siquiera por lo que Gramsci dice a Julia al mes siguiente de haberla recibido, pues, al fin y al cabo, el que eso «le sacara de quicio» está probablemente todavía dentro de lo que llamaríamos prudencia, sino por la forma terrible en que se ha referido a ella varios años después. Gramsci trató de esa carta en un coloquio con Tatiana, en la cárcel de Milán, poco después de haberla recibido, unos meses antes del proceso. Entonces manifestó su disgusto al respecto, pero añadió, además, y esto es significativo, que el juez instructor le había advertido de que aquella carta podía costarle unos cuantos años más de cárcel sugiriéndole que sus amigos políticos le estaban traicionando. Así nacía una sospecha que iba a atormentarle durante años y que acabaría dando un nuevo giro a su manera de entender la relación entre lo público y lo privado.

4. El proceso contra los dirigentes del Partido Comunista tuvo lugar en Roma entre finales de mayo y comienzos de junio de 1928. Gramsci fue condenado a 20 años, 4 meses y 5 días de reclusión. Él había calculado que sería condenado a un máximo de 14 o 17 años. A pesar de que tuvo la oportunidad de hablar sobre la carta de Ruggero Grieco con otros compañeros mientras permaneció en la cárcel de Roma durante el proceso, es posible que la diferencia de años entre este cálculo y lo que fue la condena haya hecho aumentar en su cerebro la sospecha que le sugirió el juez instructor. O que Gramsci haya pensado que aquella carta desbarataba gestiones diplomáticas en curso que podían haber favorecido su situación. Pero no hay confirmación de estas conjeturas para esa fecha.14 Es notorio, en cambio, que con la condena y el traslado a la casa penal de Turi empieza una nueva fase de la vida de Gramsci. En la cárcel de Turi estuvo desde julio de 1928 hasta noviembre de 1933. Allí le matricularon con el número 7047.

En la cárcel de Turi, Gramsci trató de organizarse siguiendo los mismos criterios de resistencia y supervivencia que le habían sostenido desde su detención en 1926. El fiscal fascista había puesto énfasis en que el régimen quería impedir que aquel cerebro siguiera pensando y, según el testimonio de quien luego iba a ser presidente de la república italiana, Sandro Pertini, que estuvo en aquella misma cárcel, algunos de los carceleros colaboraron en esto. Él hizo todo lo que pudo para que aquel designio no se cumpliera: elaboró un nuevo plan de estudios, se organizó para ganar tiempo que dedicar a la lectura, pidió y obtuvo libros que consideraba indispensables, siguió con su trabajo de aprendizaje de distintas lenguas y empezó a traducir textos del alemán, del inglés y del ruso, consiguió permiso para escribir en la celda, entabló un interesante diálogo intelectual con Piero Sraffa y redactó lo esencial de lo que conocemos con el nombre de «cuadernos de la cárcel».

Pero hay al menos tres factores que en la cárcel de Turi determinaron un cambio notable en su manera de entender la relación entre las razones de la razón y las razones del corazón, entre lo público y lo privado, entre el compromiso político-moral y el mundo de los sentimientos. El primero de estos factores fue el constante empeoramiento de su salud. El segundo, el deterioro de su relación afectiva y sentimental con Julia Schucht. Y el tercero, el distanciamiento político respecto de sus compañeros más próximos. Las tres cosas juntas producirían en Gramsci una considerable inestabilidad emocional: cambios de humor muy acentuados, tendencia al aislamiento, irritabilidad en el trato con los más próximos, dificultad temporal para la concentración intelectual, desconfianzas que a veces se le convirtieron en obsesiones, oscilación entre la ironía todavía alegre y distanciada y el sarcasmo amargo, acentuación de la acribia de filólogo en la correspondencia íntima, progresivo sentimiento de derrota personal hasta llegar al sentimiento de muerte.

Lo más notable es que de todo esto, y del sufrimiento que tuvo que conllevar, apenas hay huellas en los cuadernos que simultáneamente estaba escribiendo en la cárcel. Se diría que en las horas, muchísimas horas, que Gramsci dedicó a redactar los cuadernos en Turi de Bari hizo abstracción casi absoluta de su dolor, de su sufrimiento, de sus cambios de humor, de sus irritaciones, de sus sospechas y de sus obsesiones. Logró imponer ahí un distanciamiento intelectual y una fuerza moral cuya expresión más alta está en un paso de una carta a la madre, en la que dice: «Yo no hablo nunca del aspecto negativo de mi vida, ante todo porque no quiero ser compadecido. He sido un combatiente que no ha tenido suerte en la lucha inmediata y los combatientes no pueden ni deben ser compadecidos cuando han luchado sin ser obligados a ello sino porque así lo han querido conscientemente»15.

En esas palabras y en lo que deja entrever en algunas de las cartas a Tatiana escritas desde Turi en los peores momentos de la enfermedad, cuando solicita ayuda (pero sólo y exclusivamente la ayuda que él quiere en ese momento y en la forma precisa que su voluntad le dicta), está la clave para entender el carácter de este Gramsci resistencial: volitivo, polemista, dialógico, sencillo y práctico, franco y veraz, irónico y a veces sarcástico, intelectualmente agudo, siempre capaz de «sacar jugo de un higo seco».

Ya durante la conducción desde la cárcel de Milán a la cárcel de Roma para el proceso y desde Roma a Bari, una vez concluido éste, su salud ha empeorado. En junio de 1928 se le diagnosticó una uricemia crónica. Como consecuencia de ello, ha tenido periodontitis expulsiva. Simultáneamente ha pasado por varios momentos de agotamiento nervioso. En julio sufre un herpes que le produce una inflamación muy dolorosa y pasa varios días de dolores infernales, «retorciéndome como un gusano», dice.16 En diciembre de ese mismo año, ya en Turi, tuvo un ataque de ácido úrico que le dejó medio inválido durante tres meses. En noviembre de 1930, el insomnio prolongado se le hace insoportable, duerme una media de dos horas diarias y tiene problemas de concentración.17 Desde mediados de agosto de 1932 tiene serios problemas intestinales, no atribuibles sólo a la mala alimentación, siente que las fuerzas empiezan a abandonarle, vuelve a sufrir de insomnio y cree que su capacidad de resistencia está quebrándose, que está perdiendo el control de los impulsos y de los instintos elementales del temperamento.18 En septiembre entra en una fase de exaltación nerviosa. Describe entonces su situación como «un frenesí neurasténico, una obsesión continua y espasmódica que no me deja un momento de quietud»19. En diciembre de 1932 vuelve a tener insomnio y pide consejo médico a Tatiana para tomar un somnífero. En marzo de 1933 tiene una crisis grave, desfallece, cae al suelo, no puede valerse por sus propios medios y, durante semanas, tiene que ser asistido en la celda por otros compañeros.20

Sólo entonces, después de cinco años de cárcel, ha tenido Gramsci un diagnóstico relativamente preciso de sus males, cuando el doctor Umberto Arcangeli le visita en Turi de Bari. Hasta entonces los médicos que le vieron actuaron de oficio, le recetaron lenitivos o placebos o, en algún caso, le trataron como a un enemigo político. El doctor Arcangeli le diagnostica lesiones tuberculosas en el lóbulo superior del pulmón derecho con emotisis, arterioesclerosis con hipertensión arterial e insomnio permanente, pero, sobre todo, sugiere que tiene el mal de Pott, es decir, una tuberculosis de la columna vertebral que afecta a las vértebras y que suele producir dolor espontáneo por irritación de las raíces de los nervios raquídeos y, cuando se tiene desde de la infancia, cifosis. Es posible que Gramsci haya tenido desde niño el mal descrito por el cirujano británico Percival Pott. Eso explicaría la deformación de su columna y, al no haber sido tratado el mal, la reiteración de los estados de irritabilidad desde su adolescencia.21 En tales condiciones, ante una enfermedad descubierta muy tardíamente y cuyo tratamiento requiere, para empezar, inmovilización y reposo, se comprende que el doctor Arcangeli concluyera que Gramsci no podría sobrevivir mucho tiempo en las condiciones carcelarias. A pesar de lo cual esta situación se prolongó todavía siete meses, hasta noviembre de 1933, fecha en la que, finalmente, fue trasladado a una clínica en Formia. Gramsci ya no mejorará más que esporádicamente en los años siguientes.

5. La relación sentimental de Antonio Gramsci con Julia Schucht, que ya había sido difícil en los años anteriores, se fue complicando en los años que pasó en Turi de Bari hasta hacer crisis entre 1932 y 1933. Es difícil decir qué contribuyó más a esta crisis: si la falta de noticias de ella durante meses enteros, los silencios y malentendidos sobre su verdadero estado de salud, las presiones familiares para que ella no viajara a Italia en un momento en el que obviamente el preso lo necesitaba, los equívocos de una comunicación que no llega a ser correspondencia auténtica, la inestabilidad emocional del propio Gramsci, su concepto de la relación entre sentimientos y vida política, o las obsesiones que acabaron carcomiendo al preso 7047.

Poco después de llegar a la cárcel de Turi de Bari, en 1928, Gramsci ha ratificado una decisión que seguramente tuvo una importancia decisiva en la complicación de su relación con Julia. El reglamento carcelario limitaba el número de cartas que podía escribir y decidió elegir como corresponsal principal a Tatiana, no a Julia. Era ésta una elección racional puesto que Tatiana estaba en Italia, podía visitarle y de esta forma se facilitaba una comunicación con el centro exterior del partido (en París y Moscú) a través de Piero Sraffa (que podía viajar, legalmente y con frecuencia, a Italia desde Inglaterra).22 Por aquellas fechas Tatiana tenía que haber regresado a Moscú para reunirse con su familia, pero unió su decisión a la decisión del otro: se sacrificó por Gramsci contra el deseo de sus padres.

Esta elección racional, que en condiciones de normalidad habría sido una ayuda positiva sin más, se convirtió en otra cosa, tuvo un efecto inesperado. No sólo por la anormalidad que representaba la situación de un preso en una cárcel fascista, sino también por las enfermedades que sufrían uno y otra, y por la complicación psicológica de la pareja a la que Tatiana tenía que ayudar. Tatiana se convirtió así en la Antígona de esta tragedia moderna,23 pero mediatizó la relación de Antonio y Julia al no enviar a ella las cartas de él que consideraba que podrían molestarla o deprimirla y al no comunicar a él, por razones parecidas, la gravedad de la enfermedad psíquica de ella. Con su bondad, y sin quererlo, contribuyó a disolver uno de los hilos que más había unido sentimentalmente a la pareja desde que se conocieron: la conciencia del sufrimiento que produce el peso desequilibrante del cerebro, la conciencia recíproca de la debilidad que acompaña a la fortaleza moral, esa conciencia que, en situaciones excepcionales, como era el caso, lleva a la ayuda mutua. Es sintomático, en este sentido, el que la relación sentimental entre Antonio y Julia mejorara y se equilibrara eventualmente siempre a partir del reconocimiento de la gravedad de las enfermedades mutuas, esto es, del reconocimiento de las propias debilidades a través de la debilidad del otro.24

A pesar de las quejas de Antonio Gramsci sobre los silencios de Julia Schucht, de su contención sentimental ahora obligada, de sus discrepancias sobre la educación de los hijos (él pensaba que ella y su familia eran en esto demasiado «románticos») y de su repetida observación de que se estaba produciendo un distanciamiento sentimental, comprensible dadas las circunstancias, el tono y la forma de las cartas escritas hasta la primera mitad de 1930 no hacían presagiar, ni de lejos, lo que vino después. Pero ya en mayo de ese mismo año Gramsci empieza a sentir que la razón de que Julia no le escriba es que se le estaba ocultando algo. Una semana después, en carta a Tatiana, afirmaba que el aislamiento en que él se encuentra no es sólo consecuencia de la inquina política de los adversarios, cosa esperable, sino también del abandono de los próximos, con lo que no podía contar. Dice entonces sentirse sometido a varios regímenes carcelarios y alude, por primera vez en el epistolario, a «la otra cárcel», al hecho de que le han echado fuera de la vida familiar: «Los golpes me llegan de donde menos podía esperar». Enseguida se da cuenta de que está escribiendo precisamente a la persona que más le ha ayudado desde el encarcelamiento, pero, a pesar de ello, quiere que quede claro que en este asunto, bondad aparte, no vale la sustitución de persona.

Al llegar a ese punto de la comunicación de sus impresiones, Gramsci ha escrito algo, entre la confesión y la declaración de principios, que ayuda a entender su concepto de la relación entre razón y sensibilidad:

A decir verdad no soy muy sentimental y no son las cuestiones sentimentales las que me atormentan. No es que yo sea insensible (ni quiero hacer pose de cínico o de blasé). Mas bien lo que ocurre es que las cuestiones sentimentales se me presentan, y las vivo, en combinación con otros elementos (ideológicos, filosóficos, políticos, etc.), en forma tal que no sabría decir hasta dónde llega el sentimiento y donde empieza cada uno de los otros elementos, ni siquiera sabría decir de cuál de todos estos elementos se trata, de tan unificados que están en un todo inescindible y en una vida única. Es posible que esto sea una fuerza, o quizá una debilidad porque lleva a analizar a los otros del mismo modo y, por tanto, a sacar conclusiones tal vez equivocadas.25

En un plano genérico, Gramsci reafirmaba así la sustancial unidad del hombre que siente con el hombre que piensa y con el hombre que lucha por un ideal, unidad que es lo que constituye la dignidad de la persona, su coherencia. Él pensaba que eso es precisamente la sustancia del ser revolucionario. Pero para el caso concreto, que es el de su propia vida en la cárcel, dependiente de los sentimientos y de las actuaciones de los otros, este paso deja todavía flotando una duda: la de si esta coherencia, que se ha mostrado tantas veces como una fuerza en las relaciones sociales mediadas por lo político, no será al mismo tiempo una debilidad en lo que concierne a las relaciones interpersonales. Así es como me parece que hay que interpretar el final de la carta.

No es casual que haya sido precisamente su amigo Piero Sraffa quien, con la agudeza del científico que aprecia sobre todo el análisis y la distinción de elementos (aunque también, todo sea dicho, gracias a la distancia y al desapasionamiento permitidos por el estar fuera de la cárcel), mejor captó el riesgo de aquella concepción unitaria de Gramsci en relación con asuntos que requerían soluciones prácticas.26 Pues una cosa es teorizar la concepción unitaria de la dignidad de la persona y otra caer en la indistinción cuando se quiere saber las verdaderas causas del aislamiento de uno. Sraffa hizo lo razonable en un caso así. Viajó a Moscú, vio a Julia en el sanatorio en que estaba internada, obtuvo un diagnóstico de su enfermedad (amnesias, depresión, pérdidas repetidas de conocimiento) y regresó con una respuesta a las dudas de Gramsci: Julia no escribía porque temía que, al leer sus cartas, Antonio descubriera su verdadero estado de salud, cosa que le perjudicaría a él mismo.27

A partir de ahí, y durante unos meses, el reconocimiento de la desgracia recíproca volvió a anudar por un tiempo aquella relación difícil. A veces, en la correspondencia de esos meses, tanto con Tatiana como con Julia, sale a relucir aquella «veracidad despiadada» que movía a Gramsci incluso cuando el interlocutor al que quiere le está dando satisfacción. He aquí un ejemplo: «Quisiera saber en qué circunstancias y en relación con qué objeto ves tú [Julia] esta identidad entre nuestros pensamientos. Pues en nuestra correspondencia falta precisamente una ‘correspondencia’ efectiva y concreta. Nunca hemos logrado entablar un ‘diálogo’. Nuestras cartas son una serie de ‘monólogos’ que no siempre discurren de acuerdo ni siquiera en sus líneas generales. Y si a esto se añade el elemento tiempo, que hace olvidar lo que se ha escrito anteriormente, la impresión de puro ‘monólogo’ se refuerza. ¿No crees?»28 .

Desgraciadamente, las cartas de Julia Schucht que se han publicado hasta ahora no son suficientes todavía para la comprensión en detalle de la otra tragedia (o de la otra cara de la tragedia). Pero con las que se han conservado y con las referencias que hace a otras su hermana Tatiana hay material de sobra para imaginársela con «fantasía concreta», como quería Gramsci, sin necesidad de caer en especulaciones fantasiosas.29 Basta con pensar un poco en dos palabras que se repiten en sus casi siempre brevísimas cartas: «cansancio» y «melancolía». No es difícil de imaginar, para quien no esté obnubilado por el politicismo o por la gris teoría sin vida, lo que significaban «cansancio» y «melancolía» para una violinista joven y culta que estaba viviendo en Rusia lo que siguió a los diez días que estremecieron al mundo, con dos hijos de un hombre con el que ha convivido apenas unos pocos meses y que, además, había de cumplir en las cárceles italianas, a muchísimos kilómetros de distancia, una condena de veinte años.30

Por lo general, las cartas que Gramsci ha enviado a Julia en 1931 y durante los primeros meses de 1932 son afectuosas, a veces rememorativas, otras tiernamente preocupadas por su salud y por la educación de los hijos, y fueron escritas siempre con la intención de ayudar a que ella pudiera superar por completo el mal momento psicológico por el que estaba pasando. En enero de 1931 pensaba Gramsci que, una vez informado convenientemente del estado de salud de Julia, las relaciones entre ellos iban a ser francas y espontáneas. En febrero reconoce su parte de culpa en el deterioro de la relación sentimental porque ha pensado que Julia era más fuerte y por un exceso de ternura no quiso romper aquella imagen: «Estoy debatiéndome entre dos sentimientos, el de una inmensa ternura por ti, cuya debilidad tendría que consolar inmediatamente con una caricia física, y el de la necesidad de hacer yo mismo un gran esfuerzo de voluntad para convencerte desde lejos de que, a pesar de todo, también tu eras fuerte y tienes que superar la crisis». En mayo considera que ellos dos se están volviendo «de un sabio que llegará a ser proverbial». En agosto, cuando sabe que Julia ha empezado un tratamiento psicoanalítico, se pone a leer a Freud y relaciona los principios del psicoanálisis con su propia insistencia en la necesidad de «desovillar» la verdadera personalidad. De noviembre a diciembre sus sentimientos son un péndulo: empieza diciendo a Julia que se han convertido en fantasmas el uno para el otro y le reprocha haber contribuido a agravar su aislamiento; luego muestra su disgusto por haber escrito de esa forma; y acaba reflexionando sobre los vínculos que les unen, que, en su opinión, no son sólo afectivos sino también de solidaridad: «El afecto es un sentimiento espontáneo que no crea obligaciones porque está fuera de la esfera de la moralidad. […] Donde podemos y debemos apoyarnos es en los vínculos de solidaridad»31.

Algunas de las noticias que iba recibiendo de Moscú, a través de Tatiana, sobre la educación de los hijos y sobre las relaciones familiares llevaron a Gramsci a la convicción de que la propia Julia era una víctima del «sistema familiar de los Schucht». En ese momento sabía ya, por Tatiana, que el obstáculo para que Julia pudiera trasladarse a Italia no era sólo su enfermedad sino también la oposición decidida del padre y de su hermana Eugenia. A pesar de todo lo cual, las sospechas de Gramsci sobre el «otro muro» que se estaban levantado en torno suyo para aislarle no han vuelto a aflorar en esos meses, que, por lo demás, fueron de muy intensa actividad intelectual en la redacción de los cuadernos.

Y tal vez las sospechas no habrían ido a más si no hubiera intervenido aquel otro elemento que él no conseguía escindir de la consideración de los propios sentimientos: el factor político-ideológico, un asunto del que, en sus condiciones de entonces, no podía tratar con Julia por carta. Este tercer factor es igualmente importante para entender el curso de los pensamientos de Gramsci en Turi de Bari. Su discrepancia respecto de la táctica de la Tercera Internacional sobre el «socialfascismo», una táctica compartida entonces por el grupo dirigente del partido comunista italiano, le llevó a entrar en conflicto con sus propios compañeros de cárcel.32 En este punto mantuvo siempre una gran reserva cuando se le pidió opinión desde el exterior, pero tuvo conocimiento de las formas de actuación que se estaban imponiendo en la Unión Soviética: «Stalin es un déspota», dice un testigo que le dijo en la cárcel. El saberse en minoría, y sin posibilidades de actuar en la práctica, determinó en él la tendencia a ovillarse e hizo crecer nuevamente en su cerebro la sospecha de que se le estaba ocultando algo más que las amnesias y las pérdidas de conocimiento de Julia.

A veces se ha querido reducir a este último factor, al factor político o político-ideológico, la tragedia de Gramsci en la cárcel. Y se comprende que así haya sido, puesto que formalmente Gramsci había ingresado en la cárcel siendo secretario general del partido comunista y, de hecho, había sido condenado por ello. Además, la forma un tanto críptica o esópica en que él mismo iba a referirse a la interrelación entre el problema sentimental y el problema político en los meses siguientes ha favorecido no pocas conjeturas y, desde luego, muchas especulaciones políticamente interesadas al respecto: sobre su ruptura «definitiva» con Togliatti, sobre su disidencia en el seno del comunismo contemporáneo, sobre las «traiciones» de sus supuestos amigos políticos (y, en los últimos tiempos, ya en el paroxismo degenerativo de la época berlusconiana, incluso sobre su conversión final al catolicismo…).

A la luz de los documentos hoy disponibles y del testimonio durante mucho tiempo más esperado, el de Piero Sraffa, se puede decir ya que toda esa especulación es inmantenible: ni hubo ruptura «definitiva» con Togliatti, ni «condena» sobreañadida, ni otra disidencia político-ideológica que no quepa en lo que cabe dentro de la manifestación del pensamiento propio en el marco de unas mismas convicciones compartidas. Las obsesiones de Gramsci y su desgracia se entienden mucho mejor a partir de la interrelación de los tres factores mencionados: enfermedad, complicación sentimental y preocupación ético-política (no sólo política en sentido restrictivo, táctico u organizativo).

6. En agosto de 1932, como casi todos los veranos, Gramsci se sintió mal. Escribe a Julia un par de cartas en las que se congratula de los progresos que ella está haciendo en la superación de la enfermedad. Pero a renglón seguido le dice que ya no puede contar gran cosa con él porque se siente precozmente envejecido, irascible, hipercrítico e insatisfecho de todo y de todos, y que está empezando a vivir una existencia animal y vegetativa.33 Enseguida comunica a Tatiana que tiene dudas de que él pueda ser el corresponsal que Julia desea, porque su capacidad de resistencia está a punto de quebrar. Gramsci cree en ese momento que ha de tomar pronto una decisión importante si no quiere volverse loco o entrar en una fase en la que no va a poder controlarse. Al autoanalizarse llega a esta conclusión: «Estoy perdiendo el control de mis impulsos y de los instintos elementales del temperamento»34.

A medida que el verano avanza, y con él los calores, la irritabilidad de Gramsci va en aumento. Escribe en forma breve y cortante a Julia, amenaza a Tatiana con interrumpir la correspondencia y se disculpa luego, pasado ya el verano, explicando que está pasando un periodo de continuas obsesiones, de «frenesí neurasténico». En ese momento se anuncia en Italia la posibilidad de una amnistía. Gramsci no se hace ilusiones porque no quiere desilusionarse luego, pero retoma su frase favorita: «pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad». Y la traduce para el caso: él aceptó la condena como una condena a muerte en la cárcel, pero eso no quiere decir que esté dispuesto a abandonarse o a dejarse llevar por la corriente como un perro muerto.

En ese contexto, el 14 de noviembre de 1932, Gramsci comunica a Tatiana, con cierta solemnidad y mucho preámbulo, algo que dice haber estado meditando durante tiempo: divorciarse de Julia. No plantea la cosa como un asunto estrictamente sentimental, como una cuestión de desamor, sino como una opción que otros varones presos han abordado antes que él. Aduce un argumento moral: un ser vivo no debe permanecer vinculado a un muerto o casi. Se propone, por tanto, «liberar a Julia» del vínculo que le une a él, y querría hacerlo, además, «por acuerdo bilateral». Pide consejo a Tatiana sobre si es mejor que esto se lo comunique ella a Julia o hacerlo él mismo directamente, aunque, por las mismas razones morales, de una cosa dice estar seguro: la iniciativa tiene que partir de él. Gramsci afirma ahí haber sopesado las consecuencias, los dolores y sufrimientos que ella y él tendrán que soportar. Cree que, a su edad, Julia todavía puede crearse una nueva vida y que, de aceptar ella la propuesta, él volvería entonces a su «concha sarda». Pero antes de llegar a este punto ha advertido a Tatiana que no debe pensar que él se ha vuelto loco o que lo que está sugiriendo es una ligereza o una irresponsabilidad. Y avanza, de manera oscura, que tiene otros argumentos que no puede exponer por carta y «que tal vez ni siquiera te comunicaría a ti de palabra»35.

La discusión con Tatiana sobre este tema en las semanas siguientes arroja mucha luz sobre el tipo de relación que Gramsci ha establecido entre sentimiento y razón. Cuando ella le objeta que su forma de sentir es inadecuada a las circunstancias, Gramsci contesta que no se trata de «sentir» en el sentido inmediato de la palabra, sino de algo pensado, meditado, razonado, o sea, de un sentir cuyas premisas no son impulsos emocionales o pasiones instintivas, sino una larga meditación hecha con toda calma y frialdad. Ante el silencio de ella, insiste en que cuenta con su ayuda para convencer a Julia de que acepte su punto de vista. Mientras tanto, no comunica su idea a Julia, pero le insinúa vagamente que le escribirá sobre el tema del «empezar» o «volver a empezar» cuando se haya puesto de acuerdo con Tatiana, la cual «le está haciendo obstruccionismo» y le deja en suspenso.36 Cuando, finalmente, Tatiana le da sus argumentos contrarios a la propuesta, Gramsci contesta con una carta furiosa, el 5 de diciembre de 1932, en la que le prohibe argumentar a contrario, exige un «sí» o un «no» y pasa a contar lo que llama «una verdad dolorosa»: que el juez instructor del proceso tenía razón cuando le advirtió de las consecuencias de la extraña carta de Ruggero Grieco.

Gramsci advierte entonces abruptamente a Tatiana de cómo queriendo hacer el bien, y escribiendo en forma aparentemente afectuosa, se puede en realidad llevar al otro a la catástrofe. Y deja abierto un interrogante: ¿fue aquello un acto criminal o una ligereza irresponsable?37

En enero de 1933 vuelve a plantear al asunto a Tatiana Schucht en términos parecidos durante varios coloquios que ésta tuvo con él en la cárcel de Turi. De palabra, y a pesar de la presencia de los funcionarios de la cárcel, Gramsci aclara la referencia críptica a sus «otros argumentos». Está buscando una forma de salir en libertad y teme que la ligereza o la irresponsabilidad de sus amigos políticos frustre el intento. Gramsci había puesto entonces ciertas esperanzas en dos tipos de gestiones: obtener la libertad condicional por la vía legal, basándose en el hecho de que era el único diputado preso, o emprender una gestión diplomática desde la embajada rusa en Roma para conseguir su liberación por la vía del intercambio de presos. Espera más de la segunda gestión, indica a Tatiana incluso los diplomáticos rusos con los que tiene que hablar y le dice estar dispuesto a cambiar de nombre y a renunciar a la ciudadanía italiana. Es en este contexto de esperanzas en el que cobra tanta fuerza la obsesión: como consecuencia del asunto Grieco en 1928, desconfía de la forma de actuar de los «amigos italianos». Para que los medios puedan adaptarse al fin, quiere que esta segunda gestión se haga en secreto y no se hable de ella a aquellos amigos. Gramsci no da nombres, pero uno de estos amigos queda incluido en el secreto y excluido de toda sospecha: Piero Sraffa.38

Pero todavía un mes después, el 27 de febrero, Gramsci insiste de nuevo sobre el tema y escribe la más tremenda de sus cartas a Tatiana Schucht y probablemente de todas las cartas de la cárcel. En ella, Gramsci empieza admitiendo que hay cosas que se le han hecho obsesivas, pero rechaza de plano que, en su caso, el elemento psíquico esté determinando lo físico o viceversa. Da otra razón: la antigua preocupación se le ha intensificado porque está llegando a la conclusión de que él mismo ya no va a poder ocuparse de la cosa «filológicamente», o sea, ir a las fuentes y llegar a una explicación plausible de los hechos. En este punto relaciona solemnemente la carta de Ruggero Grieco con la evolución de sus relaciones con Julia. Confiesa ahí que él puede haber cometido errores en esta relación, pero, por encima de esos errores, ve en el comportamiento de Julia algo que se le escapa y que no consigue identificar con precisión. La sospecha toma cuerpo: «Quien me ha condenado es un organismo mucho más amplio, del que el tribunal especial [fascista] no ha sido más que la manifestación externa y material, el que ha compilado el acto legal de la condena. Tengo que decir que entre estos «condenadores» ha estado también Julia, aunque creo, o mejor dicho, estoy firmemente persuadido de que ella ha actuado inconscientemente y de que ha habido una serie de personas menos inconscientes».39

Al llegar ahí el lector del epistolario de Gramsci se queda tan pasmado y perplejo como quedó la destinataria de la carta, Tatiana Schucht. ¿Qué decir? Seguramente lo más razonable es decir lo que dijo Piero Sraffa cuando tuvo copia de estas misivas a través de la propia Tatiana: «El estado de ánimo de Antonio es muy preocupante: su última carta es impresionante por lo absurda. Es el documento de un enfermo»40. Cierto. A pesar de la insistencia de Gramsci en que está abordando el asunto racionalmente, con espíritu práctico, y a pesar del énfasis que ha puesto en que hay que adaptar los medios al fin que se persigue (hasta el punto de herir a Tatiana cuando cree que no es capaz de hacerlo), no se entiende por qué, en el transcurso de semanas, puede haber pensado sucesivamente en romper el vínculo con Julia y retirarse a la «concha sarda», en renunciar a la nacionalidad e ir a vivir a Moscú con los suyos, en el caso de ser liberado, y en que Julia, por la que dice sentir una acentuada ternura, pudiera ser uno de sus «condenadores», aunque de forma inconsciente.

En cualquier caso, no se trataba, según parece, de una obsesión ocasional o de una forma de locura temporal. Gramsci ha dado tanta importancia a este suceso que, incluso al pasar revista a lo que había sido su vida desde la detención y el encarcelamiento, y establecer los periodos de su vida carcelaria, además de afirmar que en 1933 empezaba una fase crítica y decisiva de su existencia, retrotraía la fase anterior, no, como hubiera sido lo lógico, al momento en que tuvo lugar el proceso, o al momento en que, concluido éste, fue trasladado a la casa penal de Turi (en la que todavía se encontraba), sino precisamente al día en que recibió la carta de Ruggero Grieco, como si ésta hubiera sido algo parecido a «la mota negra» del relato famoso. Todavía en mayo de 1933 repetía que el juez instructor tuvo razón al decirle que parecía como si sus amigos estuvieran colaborando a mantenerlo lo más posible en la cárcel.41

7. ¿Por qué Gramsci mezcla a Julia (a la que sin duda sigue queriendo y de la que no tiene otro motivo racional de queja que sus prolongados silencios o la brevedad de sus cartas cuando escribe) en aquella «ligereza irresponsable» o «acto criminal» que la convierte en uno de sus «condenadores»?

La proximidad temporal de esta carta a aquella otra en la que Gramsci suscita la cuestión del divorcio ha llevado a algunos intérpretes a contestar a esta pregunta con la hipótesis de que en el debate comunista de los primeros años treinta Julia y la familia Schucht (o parte de la familia) residente en Moscú estaban (tal vez en relación con Togliatti) en el otro bando. Según esta hipótesis Gramsci se habría dado cuenta de ello, ató cabos y llegó a la conclusión correcta: la maldad consciente de alguno de los dirigentes comunistas y la inconsciente de ella. Pero esta conjetura pierde entidad cuando se advierte que, en la misma carta mencionada y sobre todo en los coloquios que tuvo con Tatiana, Gramsci ha dicho que no hablara de ese asunto más que con Piero Sraffa, y Gramsci sabía perfectamente que Tatiana y Piero Sraffa eran sus enlaces con la dirección del partido comunista en el exterior.

¿Hay alguna evidencia de que la sospecha de Gramsci fuera cierta, de que el grupo dirigente del partido comunista, y con él,
aunque inconscientemente, Julia Schucht, hayan traicionado a Gramsci, o hay que considerar, más bien, que se trató de una obsesión, de una sospecha infundada? Umberto Terracini, otro de los prisioneros comunistas que recibió igualmente, y en las mismas fechas, la carta de Grieco, ha sido muy explícito al respecto: «La sospecha de Gramsci siempre me pareció incomprensible»42. Esta ha sido también la opinión del historiador Paolo Spriano, que ha estudiado el asunto con detalle, y de Valentino Gerratana, que se basa en la documentación donada por Piero Sraffa, la persona que, por sus contactos con unos y con otros, más pudo saber a este respecto.

Queda, desde luego, «la ligereza irresponsable» de 1928 y el hecho de que en lo político, como en lo demás, Gramsci pensó siempre por su cuenta: en 1926, en 1928, en 1930 y en 1933. Pensar por cuenta propia ha sido siempre una cruz, dentro y fuera de los partidos comunistas. Una cruz aún más pesada en las cárceles. Y en la cárcel no hay Cirineos para eso. Caben pocas dudas respecto del hecho de que Gramsci tenía los Cirineos fuera. Pero su rigor moral —«hasta en la bondad hay que ser prácticos»—, su manera de entender la racionalidad en las relaciones personales —«mi modo de actuar y expresar los sentimientos debe ser racional y racionalizado»— y su carácter volitivo —«la voluntad concreta lo es todo», había escrito— le confundieron a veces.

Y queda el juicio de Piero Sraffa sobre el absurdo y la enfermedad. Que se puede ampliar. Ampliarlo en forma explicativa supone, con la distancia que da el tiempo transcurrido, distinguir con claridad entre: 1) lo que Gramsci creyó; 2) la base racional de sus obsesiones; 3) los motivos por los cuales esta base racional convierte la simple sospecha en obsesión; 4) la reconstrucción historiográfica de lo que realmente estaba ocurriendo en el otro mundo, en «el mundo grande y terrible», en el mundo externo a la cárcel; y 5) lo que el biógrafo o el historiador cree que hubiera sido más conveniente que ocurriera en aquellas circunstancias. Dejando contrafácticos a un lado, uno de los problemas que se plantean al tratar de repensar comprensivamente momentos críticos como el que Gramsci tuvo que pasar entre 1932 y 1933 es que cuesta, cuesta mucho, diferenciar entre esas operaciones, de manera que la obsesión del hombre, que en su obsesión sigue pensando y escribiendo en forma luminosa (hay que tener en cuenta que varias de las mencionadas cartas de Gramsci son formalmente excelentes), se convierte en obsesión nuestra.

Y en este punto es importante decir enseguida, para no quedarse en ella, en la obsesión, que en el momento en que Gramsci tuvo ayuda (no sólo epistolar, sino la ayuda de la presencia), y encontró en las clínicas al menos el reposo que necesitaba, aquellas obsesiones suyas fueron desapareciendo. El problema está en que lo que Gramsci llamaba «ayuda concreta» antes de que la enfermedad hiciera crisis, en marzo de 1933, dependía demasiado de su voluntad de resistencia y autosuperación moral, de una voluntad que no se correspondía con el grado de su enfermedad. Pues en esos meses (e incluso después, aunque ya con menos fuerza) ha llamado «ligereza irresponsable» y cosas peores toda tentativa de ayuda que supusiera para él pérdida de imagen moral, toda tentativa de ayuda que pudiera ser interpretada por los otros como una cesión o como una rendición. Y esto no sólo cuando los familiares le propusieron una petición de gracia o en el caso de los frustrados intentos de intercambio de prisioneros, cosa razonable y comprensible, sino también en el caso de la ayuda médica, lo que iba a ser más grave para él.

Ya esta otra hipótesis sugiere que, para entender racionalmente la evolución de Gramsci desde fuera, no hay que quedarse en lo sólo político, sino dar más importancia a los otros factores: al efecto devastador sobre el vínculo entre lo sentimental y lo político de una enfermedad grave, mal diagnosticada y peor tratada, y a las consecuencias de la evolución de esta enfermedad sobre ciertos rasgos del carácter que él consideraba permanentes.

8. Una de las cosas que más llaman la atención en las cartas que Gramsci ha escrito a los próximos, desde la cárcel de Turi de Bari, es la cantidad de veces que, al referirse a su carácter y a sus convicciones, emplea los adverbios «siempre» y «nunca». Y la contundencia con que los usa. Se ve a sí mismo como un hombre que siempre ha sido eminentemente práctico; que siempre ha sido volitivo y siempre ha puesto la voluntad concreta en primer plano; que siempre ha sido pesimista con la inteligencia y optimista con la voluntad, sabiendo que pesimismo y optimismo son simples y vulgares estados de ánimo; que siempre ha tenido una paciencia ilimitada; que siempre se ha propuesto fines discretos y alcanzables por autoconciencia de los propias limitaciones; que nunca ha sido egoísta porque ha dado en su vida al menos tanto como ha recibido; que siempre ha sabido vivir en soledad y nunca ha necesitado aportación externa de fuerzas morales para sobrevivir; que nunca habla del aspecto negativo de su vida, etcétera.

A medida que la enfermedad avanza, sin embargo, estos «siempre» y estos «nunca» aparecen entrelazados ya con rectificaciones amargas o, las más de las veces, matizados por el uso del pretérito perfecto: he sido así, pero ya no puedo ser así. En mayo de 1932 ha escrito: «Yo soy un sardo sin complicaciones psicológicas». Pero enseguida corrige: «Debería decir que he sido un sardo sin complicaciones, porque ahora ya no lo soy. Una cierta dosis de complicaciones debe haber turbado también mi psicología». El 6 de febrero de 1933 dice a Tatiana que ya no puede ser paciente. Y el 29 de mayo, consciente ya de la gravedad de la enfermedad, rectifica incluso su autodefinición favorita: «Hasta hace poco tiempo yo era, por así decirlo, pesimista con la inteligencia y optimista con la voluntad. Hoy ya no pienso así».

Este cambio es lo que más conmueve cuando se sigue la evolución de un hombre que ha hecho de la voluntad de resistencia el sentido de su vida y que al mismo tiempo está escribiendo notas interesantísimas de teoría política, de filosofía, de costumbres, de filología. Pero seguramente lo que mejor expresa el cambio psicológico que se estaba produciendo en Gramsci es la comparación entre sus anteriores metáforas (la de los marineros de Nansen, la del observador del acuario) y la parábola con que quiere describir su situación en marzo de 1933, precisamente una semana antes de la confirmación de la gravedad de su enfermedad.
Gramsci están pensando entonces en «las catástrofes del carácter». Se pregunta qué tiene que ocurrir para que personas normales, víctimas de un naufragio, acaben aceptando la idea del canibalismo y la pongan en práctica. Y se contesta a sí mismo que entre el momento en que, durante el naufragio, el canibalismo se presenta como pura hipótesis y el momento en que para algunos pasa a convertirse en una necesidad inmediata se ha producido un proceso rápido de «transformación molecular»: son y no son las mismas personas que tal vez hayamos conocido.

Canibalismo aparte —concluye— algo parecido le está ocurriendo a él: lo que siente es un «desdoblamamiento de la personalidad» por el que una parte de sí mismo observa el proceso y la otra lo sufre, con la particularidad, en su caso, de que la parte observadora, la que rige el autocontrol, se da cuenta de la precariedad de su estado y prevé que está próximo el momento en que su función desaparecerá, y con la consecuencia de que entonces la personalidad se metamorfoseará en un individuo nuevo con impulsos, iniciativas y modos de pensar distintos de los del individuo que fue.

Hasta ahí el símil. De la importancia que Gramsci ha dado a esta observación sobre el desdoblamiento de la personalidad y las catástrofes del carácter dice mucho el hecho de que ésta es una de las pocas cosas comunicadas en las cartas que aparece también en los cuadernos y, significativamente, bajo el rótulo «notas autobiográficas». Se ha aludido muchas veces a esta circunstancia desde que Valentino Gerratana llamó la atención sobre la coincidencia. Pero tal vez no se ha insistido lo suficiente en que lo más preocupante de esta lúcida parábola introspectiva, y al mismo tiempo lo más relevante para entender la relación entre la «catástrofe del carácter» y las sospechas y obsesiones antes mencionadas, es la moraleja que Gramsci quiere sacar de ella.

Uno esperaría, en tal situación, y antes de verse abocado al «canibalismo», petición de ayuda en el momento mismo del naufragio. Pero Gramsci infiere de su metáfora introspectiva esta otra conclusión, que llama práctica: «Es preciso que durante un cierto tiempo yo no escriba a nadie, ni siquiera a ti [a Tatiana] más que las desnudas y crudas noticias sobre los hechos de la existencia»43. Y cuando Tatiana intenta ayudar al náufrago, haciendo gestiones ante el tribunal especial para una reducción de la pena, el mismo náufrago objeta que ella no ha entendido el sentido de la metáfora, pues actuar de este modo es como si en la urgencia para socorrer al que se está ahogando uno se preocupara de buscarle otra profesión en la que no tuviera que pasar por el riesgo de caer al agua.44

Es el mismo tipo de reacción que había tenido cuando, en Turín, se le hizo presente «el peso desequilibrante del cerebro»: aislarse y concentrarse en el estudio. Y no es casual que cuando la enfermedad hizo crisis Gramsci haya vuelto varias veces a la comparación con situaciones (1916, 1922) que en principio cree similares para tratar de obtener fortaleza del recuerdo de su reacción en ellas. A pesar de las horas que ha dedicado a observar la evolución de su enfermedad y de las páginas que ha dedicado a transmitir sus sensaciones, le ha costado mucho tiempo admitir que esta vez, en 1933, no se trataba sólo de un problema de nervios. Incluso después de tener un diagnóstico serio y habiendo ya aceptado la necesidad de ser trasladado a una clínica, en los pocos momentos en que ha observado cierta recuperación, ha vuelto a hacerse la ilusión de que, en el deterioro físico, seguía dominando todavía la vaguedad aquella de «la anemia cerebral» que un día le diagnosticó un médico de Turín.

Pero la descripción, a veces detalladísima, de sus males, de sus dolores y de sus sufrimientos, estaba indicando otra cosa. Primero percibe su mal como algo físico que no consigue dominar y que le obliga a hacer un esfuerzo que le altera psicosomáticamente de modo increíble. Luego describe la principal de sus consecuencias psicológicas: la obsesión, o sea, el hecho de que el sufrimiento mismo hace olvidar que el noventa y nueve por ciento del mal se debe a causas de fuerza mayor, independientes de la propia voluntad o de las personas a las quiere, para acabar presentándosele siempre como si el otro uno por ciento, lo que hacen y dicen las personas queridas, fuera la causa única o mayor de sus males.45 Poco después reconoce que ha entrado en una fase catastrófica de su vida y que le parece que se está volviendo loco: tiene crisis de llanto y miedo a entrar en una fase de delirio. En este punto introduce otra rectificación importante: «No creía que lo físico pudiera apoderarse hasta este punto de las fuerzas morales». Es el principio de la «transformación molecular». Pero todavía sigue creyendo que lo mejor en su caso es el aislamiento.46

Finalmente, después de la crisis de marzo y de la visita del doctor Arcangeli, Gramsci se ha dado cuenta de que sus frecuentes insomnios, sus dolores de cabeza y su continuada irritabilidad tenían que tener otra causa que la genérica «anemia cerebral». Reconoce entonces que lo que le está pasando es distinto de lo que ha tenido que sufrir años atrás. Se siente como «electrizado»: ha tenido escalofríos, vómitos, convulsiones y alucinaciones, insuficiencia cardíaca, ataques que no puede controlar, tics en brazos y piernas. Aun así parece que Gramsci no ha dado demasiado importancia a la tuberculosis pulmonar ni al mal de Pott. Su estado psíquico le preocupa más y no acaba de establecer relación entre la arterioescleroris y lo que está ocurriendo en su cerebro, como si, efectivamente, en el desdoblamiento «canibalesco» de la personalidad, él mismo estuviera luchando para que el individuo que fue no se convierta en un individuo «nuevo» incontrolado. Describe entonces su propia «transformación molecular» con un esfuerzo analítico que tuvo que costarle nuevos sufrimientos: «Estoy en un estado de obsesión psíquica del que no logro liberarme de ningún modo. Y los esfuerzos que hago en este sentido (porque se ve que todavía no he perdido completamente el equilibrio) aumentan la obsesión hasta ponerme frenético»47. Viendo, sin embargo, que ninguna de las gestiones en curso para su liberación daban fruto, en julio de 1933 Gramsci ha acabado aceptando la idea (no sin manifestar reticencias por el costo) de que sólo podría mejorar en una clínica. Desde entonces aún ha tenido que sufrir cuatro meses más en la cárcel.

9. Desde las clínicas por las que pasó en los últimos años de su vida Gramsci ha escrito todavía bastantes cartas, de las que se han conservado medio centenar, la mayoría de ellas de 1936 y 1937. Casi todas están dirigidas a Julia Schucht y a los hijos, Delio y Giuliano. La correspondencia escrita con Tatiana se interrumpió casi por completo porque Tatiana podía verle semanalmente en la clínica de Formia y con más frecuencia aún cuando fue trasladado a la clínica Quisisana, de Roma. También le visitó varias veces, en Formia y en Roma, Piero Sraffa.

Durante la estancia en Formia la salud de Gramsci no mejoró. Tenía ya afectados el riñón, los pulmones y el vientre, aunque los exámenes radiológicos para confirmar la tuberculosis fueron negativos. Estaba debilísimo, con fiebre constante, tenía vahídos, doble visión, el vientre muy hinchado, dolores agudos en las articulaciones y seguía sin poder dormir. Una nueva visita médica aclaró que sus males psíquicos, la atonía cerebral y lo que él llamaba «crisis neurasténicas», eran efectos derivados de la afección renal y de la hipertensión. Pero el reposo, los cuidados y el ambiente de la clínica, tan distinto de la celda carcelaria, serenaron relativamente a Gramsci. Siguió con cierta intranquilidad las gestiones jurídicas para la obtención de la libertad condicional y las gestiones diplomáticas para su liberación (que se reanudaron, sin éxito, en 1934), pero sin las obsesiones del año anterior.48

En 1934 la relación con Julia se invirtió. Ahora era Julia la que escribía y Antonio quien no contestaba a sus cartas, dejando a Tatiana la comunicación de noticias. De ese año sólo se ha conservado una carta suya, dirigida a la madre. Gramsci aún no sabía que su madre había muerto el 30 de diciembre de 1932. Cuando lo supo se irritó porque le hubieran ocultado la noticia. En octubre, quedó en libertad vigilada y por primera vez pudo salir a pasear por Formia. Hasta octubre apenas pudo trabajar en los cuadernos, pero estando en Formia aún volvió a hacer planes: reordenó parte de lo que había escrito en la cárcel de Turi y añadió algunas notas, reflexiones y comentarios. Varias de estas notas ponen de manifiesto que mantuvo sus convicciones revolucionarias hasta el final.49

Ya en la clínica Quisisana, de Roma, adonde llegó el 24 de agosto de 1935, Gramsci reanudó la correspondencia con Julia. Aunque se sentía agotado y muy excitado, Gramsci volvió a repetir (para Julia y para él mismo) su palabra de siempre: resistir y tratar de adquirir fuerzas. Enseguida encontró similitudes entre su estado de ánimo y el Julia y basó en esta impresión suya la petición reiterada para que Julia hiciera el viaje a Italia y reanudar así los vínculos que les habían unido. Aunque tampoco tienen el humor de antaño ni están dictadas por las efusiones del enamoramiento, estas cartas, serenas y tiernas, se han librado ya de la inhibición que le producía la vigilancia de terceras personas y recuerdan a veces, por su tono, el epistolario de Viena: «Te he esperado siempre, querida, y tú has sido siempre uno de los elementos esenciales de mi vida, incluso cuando no te escribía porque no sabía qué escribirte ni cómo escribirte. […] Estoy poniendo en lo que te escribo toda mi ternura, aunque ésta no queda reflejada en las palabras escritas»50.

Ante las dudas de Julia sobre el viaje a Italia Gramsci ha creído que no debía imponer o condicionar su decisión y que lo mejor para eso era eliminar toda complicación morbosa y todo sentimentalismo obsesionante. Por eso planteó el reencuentro en términos de amistad: «Yo soy un amigo tuyo, esencialmente, y tengo necesidad de hablar contigo como se habla entre amigos, con franqueza y sin prejuicios». Cuando pasan los meses y Julia no se decide a viajar Gramsci se siente mal: «Porque también yo debo tomar decisiones y estoy irresuelto, a la espera de lo que tú decidas, positiva o negativamente». En esas condiciones, en junio de 1936, se atreve a comunicar a Julia los malos pensamientos que le pasaron por la cabeza en los años de cárcel. Repite la pregunta que se hizo entonces: «¿Quién me ha condenado a la cárcel, es decir, a hacer esta determinada vida de este determinado modo». Y da una respuesta que confirma la enorme distancia que existe entre hacerse la pregunta aguijoneado por la obsesión, el dolor y las constricciones de la cárcel, y hacérsela, aunque sea igualmente enfermo pero cuidado por otros y en libertad. Sugiere entonces Gramsci, sin acritud, que circunstancias que no son la causa principal del estado al que se ha llegado pueden sentirse con más fuerza que ese acto principal que condujo a la situación mala. Y corta la queja con una fórmula muy alejada de la que empleó en la terrible carta a Tatiana de 1933: «Quiero decirte, en definitiva, que tu incertidumbre determina mi incertidumbre y que tienes que ser fuerte y valiente para darme toda la ayuda posible, lo mismo que yo querría hacer por ti, aunque desgraciadamente no puedo»51.

Aquel Gramsci, muy enfermo pero libre, acariciaba entonces la idea de volver a su Cerdeña natal y cerrar así, definitivamente, todo un ciclo de su vida. Pero no quería tomar la decisión sin saber antes qué iba a hacer Julia. También esto, esta manera de actuar, permite entender mejor sus razones cuando, años atrás, se planteó «liberarla del vínculo». Lo que le dañaba psicológicamente era que su vida dependiera, de forma burocrática, no sólo y especialmente de aquella parte de la cual no podía esperar nada bueno sino, precisamente, de la parte de la que algo bueno espera. Julia Schucht no acaba de entender aquello de «acabar un ciclo de la vida» y Antonio Gramsci no acaba de encontrar la forma de decir «el sentido profundo» de lo que quiere decir. Cuando ella insinúa que puede ir a Italia, él suscita una dificultad: se siente débil, pero no quiere imponer, no quiere condicionar. Así nace el último equívoco de aquella relación sentimental.

Y del equívoco vuelve a brotar el Gramsci de los adverbios contundentes, el Gramsci que, en el diálogo afectivo, nos quiere aparentar debilidad moral y lleva las cosas a situaciones extremas. Le preocupa que, al hablar de un retiro en Cerdeña, en el que su aislamiento aumentaría, ella piense que sus sentimientos expresan algún tipo de pesimismo «histórico». Ese tipo de pesimismo sigue sin ser el suyo. Y cuando ella dice que está segura de poder hablarle «de todo», ya en polémica con esta supuesta seguridad, vuelve a ratificar su concepto de la veracidad frente a la comedia de los equívocos:

Siempre he sido de la opinión de que la verdad lleva en sí su propia medicina y, en cualquier caso, es preferible al silencio prolongado, el cual, entre otras cosas, es además ofensivo y degradante, porque quien calla acerca de algo que puede producir dolor parece estar convencido de que la otra parte no comprende que el silencio mismo tiene un significado, y no sólo eso, sino que es capaz de pensar que el silencio pueda ocultar cosas todavía más graves que las que se pretende callar. Haya, pues, verdad, claridad y sinceridad en nuestras relaciones.52

La verdad lleva en sí su propia medicina, efectivamente. Cuando Tatiana le entrega en la clínica las cartas que Julia le escribió en el año malo de 1933 Gramsci relaciona aquel ocultamiento con el silencio de los próximos sobre la muerte de la madre, se deja ir brevemente a la efusión de los sentimientos, bordea una reflexión sobre la zona de las «ocasiones perdidas», pero enseguida se declara de una «hipersensibilidad morbosa» y dice no poder escribir sobre ciertos temas. A continuación pasa a hablar de los hijos. En enero del 1937 Gramsci hizo el último intento para convencer a Julia de que viajara a Italia. Dice entonces sentirla como parte de sí mismo, pero que nada puede sustituir la impresión directa. Es su última confesión y su penúltimo adverbio, ahora atribuido a ella sobre él: «Creo que tu siempre has sabido que hay en mí una dificultad grande, muy grande, para exteriorizar los sentimientos y esto puede explicar muchas cosas ingratas». En su última carta conservada, de enero de 1937, Gramsci subrayaba todavía una palabra que ha sido esencial en su vida: quiero. Quería, con motivos de su cumpleaños, una hermosa fotografía de ella y los hijos.53

Los últimos meses de Gramsci, como toda su vida desde 1922, han estado marcados por la división del alma entre sentimiento y política, amor y revolución. La idea de que la cualidad revolucionaria no puede reducirse al mero instinto de la rebelión, sino que depende del otro querer, del vínculo afectivo y amoroso con personas realmente existentes, o sea, de los lazos sentimentales que aproximan a los miembros de las clases oprimidas y a quienes, sin pertenecer a ellas, se sienten solidarios, no fue una ocurrencia compulsivamente elaborada en los días del enamoramiento. Esa idea le acompañó hasta final. Descartado el viaje de Julia a Italia, Gramsci pidió a Tatiana y a su familia en Cerdeña que hicieran gestiones para encontrar una casa en Santu Lussurgiu, en las cercanías del pueblo en que él había nacido. Pero luego cambió de opinión. En abril, en el último coloquio que tuvo con el amigo Piero Sraffa, manifestó su deseo de ser expatriado a la Unión Soviética.54 Sraffa hizo la petición formal desde Milán el 18 de abril. Una semana después Gramsci tuvo una hemorragia cerebral y murió.

En estas cartas (y, desde luego, en numerosos testimonios de contemporáneos que le trataron dentro y fuera de la cárcel) se han basado las dos biografías más completas de Antonio Gramsci publicadas hasta la fecha: la de Giuseppe Fiori y la de Aurelio Lepre.55 Hoy son seguramente el mejor complemento para la lectura y comprensión de las cartas de la cárcel. El hermoso retrato que Fiori hizo, en los años sesenta, de la personalidad de Gramsci es, en mi opinión, tan preciso como sensible. En su biografía está ya lo esencial para captar el carácter de Gramsci y las circunstancias que modelaron este carácter.

Debe tenerse en cuenta, no obstante, que las ediciones que pueden considerarse prácticamente definitivas de la correspondencia de Gramsci se han publicado más tarde, en la década de los noventa, y que estas ediciones incorporan varias piezas relevantes para la mejor comprensión de algunos aspectos discutidos de la personalidad de Gramsci y sobre su relación con las personas a las que más quiso y con el grupo dirigente del partido comunista desde 1926 a 1937. La biografía de Lepre tiene en cuenta estas novedades e incorpora los resultados del trabajo de investigación llevado a cabo por otros autores (Paolo Spriano, Valentino Gerratana, Antonio A. Santucci y Aldo Natoli, principalmente) sobre los últimos años de la vida de Gramsci. El propio Fiori, en ensayos publicados también a comienzos de la década de los noventa, ha matizado y actualizado algunas conjeturas de su biografía tanto en lo relativo a las opiniones de Gramsci sobre la política comunista posterior a 1926 como en lo que hace a la complicada y a veces agria relación que desde la cárcel mantuvo con sus íntimos.56

En las dos últimas décadas el mundo, aquel mundo del que Gramsci decía en los años treinta que era «grande y terrible», ha cambiado mucho. Ha cambiado Italia y ha cambiado Europa. En su país y en el nuestro hoy se lee poco a Gramsci. Ojalá esta nueva edición de las cartas contribuya a llamar la atención sobre su obra. Pues hoy se puede leer a Gramsci como se lee a un clásico y las cartas que escribió desde la cárcel como un documento histórico de la tragedia del comunismo del siglo XX, como el testimonio de una resistencia que durante décadas hizo a muchos mejores, como una página del libro blanco de un ideal.

Notas

1 A. Gramsci, Lettere dal carcere, al cuidado de A. A. Santucci, Sellerio Editore, Palermo, 1996, dos volúmenes (el primero con las cartas de 1926 a 1930 y el segundo con las cartas de 1931 a 1937).

2 Carta del 18 de abril de 1927, en Lettere dal carcere, ed. cit., pág. 74.

3 Lettere dal carcere, ed. cit. págs. 80 y 117-118.

4 Lettere dal carcere, ed.cit, págs. 170 y 191.

5 Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 117-118.

6 Detalles sobre esta elección en P. Spriano, Gramsci in carcere e il partito, L´Unità, Roma, 1988; en A. Natoli, Antigona e il prigioniero, Editori Riuniti, Roma, 1990; en la Introducción de V. Gerratana a P. Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, Editori Riuniti, Roma, 1991; y en A. Lepre, Il prigioniero. Vita di Antonio Gramsci, Laterza, Bari-Roma, 1998.

7 Lettere dal carcere, ed. cit, págs. 80 y 83.

8 Lettere dal carcere, ed. cit, págs. 113, 141, 198 y 199.

9Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 42-43.

10 Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 68-69.

11 Lettere dal carcere, ed. cit.,, págs. 163-164.

12 Lettere dal carcere, ed. cit., pág. 186.

13 Está reproducida en P. Spriano, Gramsci in carcere e il partito, cit., págs. 135-137. Empieza con un párrafo afectuoso y solidario, en el que Grieco pide a Gramsci noticias sobre su estado de salud; en los párrafos siguientes, y aun a sabiendas de que puede incurrir en una infracción de las normas carcelarias, Grieco da noticia de las luchas internas en el partido comunista ruso, de sus repercusiones en los partidos comunistas europeos y comenta la situación internacional; luego anuncia a Gramsci que, con Togliatti, tiene el proyecto de publicar una selección de artículos suyos; y termina pidiéndole que le escriba al hotel Lux, en Moscú. El tono es amistoso y, en algún paso, jocoso.

14 La documentación disponible (procedente de los archivos de la URSS) sobre las gestiones secretas con el Vaticano, entre septiembre de 1927 y enero de 1928, para un intercambio de prisioneros, está en L’ultima ricerca di Paolo Spriano, L’Unità, Roma, 1988, págs. 15-21.

15 Lettere dal carcere, ed. cit, pág. 448.

16 Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 197 y 200.

17 Lettere dal carcere, ed. cit. pág. 361.

18 Lettere dal carcere, ed. cit. págs. 605 y 609.

19 Lettere dal carcere, ed. cit, pág. 625.

20 En esos días el médico de la cárcel ha calificado su mal con las mismas palabras que muchos años antes había empleado el médico que le visitó en Turín: «anemia o debilidad cerebral».

21 Gramsci se refiere a esto en una carta a Tatiana escrita el 23 de abril de 1923. Véasela en Lettere dal carcere, ed. cit, págs. 697-699.

22 V. Gerratana, «Gramsci e Sraffa», introducción a P. Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, cit., pág. XXXI y ss.

23 Eso da pie al título del libro de A. Natoli, Antigone e il prigioniero (cuyo subtítulo es «Tania Schucht lucha por la vida de Gramsci»), Editori Riuniti, Roma, 1990.

24 A. Lepre aborda con sensibilidad este asunto en el capítulo titulado «Un inestricabile groviglio di pubblico e privato», Il prigioniero, cit., págs. 131-137.

25 Lettere dal carcere, ed. cit. págs. 332-333.

26 Cf. Nuove lettere di Antonio Gramsci con altre lettere di Piero Sraffa, al cuidado de Antonio A. Santucci. Prólogo de Nicola Badaloni, Editori Riuniti, Roma, 1986, particularmente las páginas 57 a 76; y también la correspondencia de Piero Sraffa con Tatiana Schucht, editada por Valentino Gerratana.

27 T. Schucht, Lettere ai familiari, introducción de M. Paulesu Quercioli, Editori Riuniti, Roma, 1990, pág. 587; A. Lepre, Il prigioniero, cit., pág. 141 y ss. descarta el motivo político en este silencio y apunta no sólo a la enfermedad de Julia sino a las presiones familiares.

28 Lettere dal carcere, ed. cit, pág. 358.

29 T. Schucht Lettere ai familiari. Prólogo de Giuliano Gramsci. Al cuidado y con introducción de Mimma Paulesu Quercioli. Editori Riuniti, Roma, 1992; Antonio Gramsci – T. Schucht, Lettere. 1926-1935. Al cuidado de Aldo Natoli y Chiara Daniele, Einaudi, Turín, 1997.

30 A. Cambria ha puesto el acento en esta otra parte de la tragedia. Véase Amore come rivoluzione, cit., pág. 99 y ss. Sensible es también G. Fiori, «L’universo affettivo di Nino», ed. cit. págs. 129-130.

31 Cartas a Yulca, cit., págs. 156-170.

32 Gramsci criticó la táctica de la Internacional por irrealista, rechazó la idea sectaria de la fascistización de la socialdemocracia, postuló un periodo de transición a la caída del fascismo y se manifestó en favor de la Constituyente, «aunque no como un fin sino como un medio». P. Spriano dice lo esencial sobre esta discrepancia, en Gramsci in carcere e il partito, cit., pág. 47 y ss.

33 Lettere dal carcere, ed. cit, págs. 603 y 604.

34 Lettere dal carcere, ed. cit.,, págs. 605, 610 y 611.

35 Lettere dal carcere, ed. cit, págs. 636-639.

36 Lettere dal carcere, ed. cit, págs. 640 y 641. De hecho Gramsci no llegó a escribir a Julia sobre este tema, aunque la idea del divorcio todavía reaparecería, ya como de pasada, en una carta de junio de 1933, cuando su enfermedad había hecho crisis (ibid., pág. 723).

37 Lettere dal carcere, ed. cit, págs. 645-647.

38 Tatiana Schucht escribió detalladamente, el 11 de febrero de 1933, a Piero Sraffa sobre lo que Gramsci dijo en estos coloquios. Su testimonio está en P. Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, cit., pág. 226 y ss.; y en A. Natoli, Antigona e il prigioniero, cit., apéndice, pág. 250 y ss.

39 Lettere dal carcere, ed. cit., pág. 690.

40 Piero Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, cit., págs. 98 y 117.

41A. Gramsci – T. Schucht, Lettere. 1926-1935, al cuidado de A. Natoli y Ch. Daniele, Einaudi, Turín, 1997, pág. 1283; A. Lepre, Il prigioniero, cit., pág. 191.

42 U. Terracini, en Gramsci vivo, cit., págs. 118-119. G. Fiori ha reconstruido el contexto de aquella sospecha llegando a la conclusión de que Gramsci se dejó sugestionar por uno de los jueces instructores del proceso, el magistrado militar Enrico Macis, sardo como él. Cf. Gramsci, Togliatti, Stalin, Laterza, Roma, 1991, pág. 10 y ss. Gramsci tampoco fue precisamente perspicaz cuando, en septiembre de 1933, ya muy enfermo y con un diagnóstico sólido y fiable, dio cierto crédito a la insinuación del inspector médico de prisiones, Saporito, en el sentido de que sus males eran mayormente psíquicos, derivados de la impresión de haber sido abandonado por los suyos (en Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 742-743).

43 Lettere dal carcere, ed.cit, págs. 692-693.

44 Lettere dal carcere, ed. cit., pág. 727.

45 Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 680, 683 y 684.

46 A Teresina: «No tener relaciones con nadie, ser olvidado por todos y olvidar todo, y vivir como una bestia en su cueva», Lettere dal carcere, ed. cit., pág. 688.

47 Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 706-757.

48 L’ultima ricerca de Paolo Spriano, cit., págs. 26-29. De la tentativa diplomática de 1934-1935 dice V. Gerratana que «no pasó de la ineficaz rutina burocrática». (En «Gramsci e Sraffa», Introducción a P. Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, cit., pág. LIV.)

49 La información sobre la vida de Gramsci en Formia procede de: T. Schucht, Lettere ai familiari, introducción de M. Paulesu Quercioli, Editori Riuniti, Roma, 1990; A. Gramsci – T. Schucht, Lettere. 1926-1935. Al cuidado de Aldo Natoli y Chiara Daniele. Einaudi, Turín, 1997; P. Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, cit., Reconstrucción detallada en: A. Natoli, Antigone e il prigioniero, cit., pág. 171 y ss.; y A. Lepre, Il prigioniero, cit., pág. 230 y ss.

50 Lettere dal carcere, ed. cit., pág. 768.

51 Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 771.

52 Lettere dal carcere, ed. cit., pág. 783.

53 Lettere dal carcere, ed. cit., págs. 797-799.

54 P. Spriano, Gramsci in carcere e il partito, cit., pág. 83.

55 G. Fiori, Vita di Antonio Gramsci, Laterza, Roma-Bari, 1966; A. Lepre, Il prigioniero. Vita di Antonio Gramsci, Laterza, Roma-Bari, 1998. De la biografía de Fiori se han hecho varias reimpresiones en Italia y ha sido traducida a la mayoría de las lenguas europeas. La biografía de Lepre incorpora cartas, documentos y testimonios que fueron dados a conocer en las últimas décadas y que aclaran algunos puntos oscuros sobre las opiniones de Gramsci entre 1926 y 1937.

56 G. Fiori, Gramsci, Togliatti, Stalin, Laterza, Roma-Bari, 1991.

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