Jaume Torras Elias (1943-2024) «In Memoriam»
Ricardo Robledo
Esta mañana [día 18] falleció en Barcelona Jaume Torras. El mejor profesor que he tenido. La frase la repetirá más de un lector al enterarse de su muerte. Si un profesor tiene que dar buenas clases, investigar y ayudar a la gestión, Jaume las cumplió todas eficientemente quizá por este orden. Aunque es muy difícil graduar la importancia. Respecto a la gestión, demos cuenta al menos de su implicación en el rectorado de Enric Argullol, primer rector de la UPF. Fue vicerrector de Ordenación Académica (1994-1995), Ordenación Académica y Profesorado (1995-1996), Programación y Evaluación (1996-1997) y Adjunto al Rector (1997-2001).
Había enseñado historia económica en las universidades de Valencia (profesor ayudante, 1968-1970), «un contracte que tenia de curiós que no es cobrava res, encara que podies instal·lar-te i menjar al col·legi major de la universitat, el Lluís Vives, on vaig passar dos anys dels millors de la meva vida». Allí estaba Jordi Nadal de catedrático y llamado por él se iría luego a la Autónoma de Barcelona (profesor adjunto, 1970-1980 y catedrático, 1982-1992) donde se encontró con Ramon Garrabou; poco después se incorporó Jordi Maluquer y algo más tarde Ricardo Robledo. En Zaragoza (profesor agregado, 1980-1982) y Pompeu Fabra desde 1992, en la que fue director del Institut Universitari d’Història Jaume Vicens Vives entre 2001 y 2007. Será recordado por sus alumnos como un docente de excelencia. Así lo reconoció en 2008 la distinción J. Vicens Vives a la calidad docente universitaria del Departament d’Innovació, Universitat i Empresa de la Generalitat.- y la AEHE que le otorgó en 2011 el premio Docencia «Santiago Zapata» de Historia Económica. Más tarde recibió el premio Trayectoria en 2017 de esta asociación.
Jaume Torras Elias se licenció en Historia en la Universidad de Barcelona (1966) y cursó estudios de tercer ciclo en el Institut d’Histoire Économique et Sociale de la universidad de París-Sorbona (1966-1968). «A mi el títol m’agradava perquè no era tancar-se en història econòmica», confesará años después. Pierre Vilar acababa de sustituir a Labrousse que había creado el Institut. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona (1971). Extractos de su tesis se publicaron más tarde con el título Liberalismo y rebeldía campesina, 1820-1823 (Ariel, 1976). Parco en publicar, seguía el consejo de quien mucho escribe, mucho yerra, lo que no ha impedido que siga siendo un referente para estudiar la sociedad y economía rural, las pautas de consumo y formas de comercialización de bienes manufacturados y la organización del trabajo industrial antes de la fábrica moderna. Nadie mejor que él, siguiendo a Pierre Vilar, ha explicado la especialización vitícola y su relación con el crecimiento de la economía catalana en el Setecientos. O la conquista del mercado interior de la industria dispersa… «Aguardiente y crisis rural. Sobre la coyuntura vitícola, 1793-1832» (1976), sigue siendo de obligada lectura.
La obra de Torras sobre la manufactura, y la más reciente sobre el sector vitivinícola, completó y amplió la hipótesis de Vilar cuando, en vez de la ciudad, puso el campo en el centro del desarrollo del capitalismo en Cataluña y perfiló los sujetos que lo percibían como una amenaza a sus privilegios sociales (la clase feudal y la iglesia), los que temían perder derechos comunes o individuales (el campesinado y en general las clases populares) y, finalmente, los nuevos estratos intermedios que impulsaban cambios productivos y veían oportunidades diversas en el desmantelamiento del viejo orden. Los trabajos de Jaume Torras siguen siendo una guía para la investigación del pasado, no solamente en el ámbito histórico, sino en el teórico y, por ello mismo, también pueden ayudarnos a pensar las complejidades de los conflictos actuales (G. Jover, Investigaciones de Hª Económica, Vol. 20, Nº. 2, 2024)
Sin caer en panegírico alguno Torras fue un maestro en utilizar la caja de herramientas precisas para no confundir los problemas derivados de cambios socioeconómicos de los que eran «problemas de la profesión», es decir interpretaciones estrechamente ligadas a posiciones políticas. Así ocurrió con el debate de la transición del feudalismo al capitalismo planteado muy «por analogía a lo que uno imagina que debe ser la transición del capitalismo a otra cosa que nadie sabe exactamente lo que puede ser», manifestó en un debate con Amelang y otros historiadores en 1987. Alguno de sus trabajos lleva como título «Un esquema», otro «Especulaciones» … A este respecto me ha parecido oportuno poner al final de este In Memoriam su intervención en el Congreso Orígenes del liberalismo, celebrado en Salamanca en 2002, en la que se advierte de las limitaciones de agregados convencionales de hoy día (por ejemplo, producto interior bruto o la sustituibilidad general de trabajo urbano por trabajo rural) para sociedades en las que la producción de bienes y servicios para el mercado era minoritaria.
Conviene subrayar la trayectoria internacional del profesor Torras, que estuvo presente desde sus inicios como hemos visto y se consolidó posteriormente. Realizó estancias como investigador visitante en el Max Planck Institut für Geschichte, Göttingen (1986), el departamento de Historia Económica de la London School of Economics and Political Science, Londres (1997), el departamento de Historia de la universidad de Durham, R.U. (2000) y fue Mellon Visiting Scholar en el Western Societies Program, Cornell University, Ithaca, N.Y. (1992). Anteriormente fue traductor de la ONU en Ginebra y Nueva York. Y si dejó la Universidad temporalmente fue porque –según la entrevista de A. López Estudillo y Rosa Ros– «no encontraba el estímulo que había hallado fuera, como en la Sorbona, donde la gente iba a interesarse por lo que hacían los otros». Hubo sin duda desencanto por el mundo universitario en la toma de la decisión.
La biografía de Jaume Torras transita por senderos comunes a los de otros profesores de su entorno: trabajo en el el diccionario Larousse (Planeta), detenido por la policía, Caputxinada, creación de Recerques (Josep Fontana, Ernest Lluch, Joaquim Moles, Ramon Garrabou) … Una de las diferencias son los orígenes. Jaume, según contó en 2021, procedía de una familia barcelonesa menestral del barrio del Clot donde su abuelo había abierto un horno de pan en 1917. «A partir de los 14 años, me enseñaron a hacer pan, que es quizás el único oficio que he aprendido».
Sintetizaría las cualidades intelectuales de Jaume como las de navaja de Ockam y mente analítica. Pese a que el hombre sea indivisible, destacaría su generosidad (pero también su rigurosidad en la docencia) y la apariencia de un hombre tranquilo que no quiso darse importancia…Aunque nunca fue acomodaticio y mantuvo un aire de rebeldía.
Sus últimos libros:
Fabricantes sin fábrica. En el camino de la industrialización: los Torelló, 1691-1794 . Barcelona, Crítica, 2018.
La industria antes de la fábrica. Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2019.
Canvis i conflictes en el món rural català (segles XVIII-XIX) : onze estudis d’història econòmica i social – Girona, Associació d’Història Rural : Centre de Recerca d’Història Rural de la Universitat de Girona, 2021
La única entrevista que se conoce se publicó en Mestall. Butlletí de l’Associació d’Història Rural, núm. 50, desembre 2021. núm, 51, juny 2022
Crecimiento Económico en el primer tercio del siglo XIX
Intervención de J. Torras
«Especulaciones sobre crecimiento económico, trabajo y mercado»
La consideración del primer tercio del siglo XIX como un periodo negativo para la economía española es lugar común en gran parte de la historiografía. No es extraño. De la emancipación de las colonias continentales de América, consumada entonces, se derivaba una pérdida de mercados y de ocasiones de negocio para algunos sectores de la economía que se contaban entre los más dinámicos. Lo cual, combinándose con una coyuntura de profunda deflación y con los daños ocasionados por la guerra y con la volatilidad de la situación política, configura un escenario más bien sombrío.
Sin embargo, en cuanto se ha empezado a mirar el cuadro con la atención puesta en los detalles más que en la impresión general, han ido descubriéndose trazos francamente positivos para el arranque y asentamiento de un proceso sostenido de crecimiento económico. Como ya se ha destacado en otras intervenciones, se caracterizó todo el periodo por un proceso de cambio estructural que liberaba un enorme potencial de crecimiento en un sector agrario hasta entonces aherrojado. Lo confirman y miden ya las estimaciones más recientes y fiables.
Por otro lado, el impacto negativo que supuso la emancipación de las colonias continentales de América debe matizarse. Fue negativo, por ejemplo, para la siderurgia vasca, y aún más para los sectores del comercio andaluz ligados al tráfico colonial. Otra economía regional muy dinámica en la segunda mitad del siglo XVIII, la catalana, que había aprovechado las oportunidades que entonces abrió el libre comercio con América, no se vio tan afectada por la emancipación de aquellas colonias. Su principal artículo de exportación, vinos y aguardientes, había tenido siempre otros mercados también y la pérdida de los americanos fue pronto compensada. Para los tejidos, la salida colonial había sido menos importante que la demanda metropolitana, precisamente la que tenía mayor potencial de ampliación una vez terminada la guerra de la Independencia y después de la erosión y finalmente la abolición de las trabas institucionales que el Antiguo Régimen oponía al desarrollo agrario.
En España como en otras partes, la fabricación de tejidos de algodón era una de las producciones con mayor capacidad para transformar sus bases técnicas y organizativas y asumir el liderazgo de la innovación de procesos en el sector manufacturero. Los volúmenes de fibra que importaba la industria algodonera catalana, prácticamente equivalente a española por su concentración regional, eran ya en el tercer decenio del siglo XIX claramente mayores que antes, y estaban creciendo. La apuesta de los fabricantes por la mecanización de la hilatura, que implicaba inmovilizar más recursos en el sector, es expresiva de la confianza con que contemplaban el desarrollo futuro de la demanda (interna, por supuesto) de bienes de consumo. Dicha demanda tenía que aumentar con el crecimiento agrario y con el desplazamiento de producciones locales que no soportarían la competencia en un mercado interior cuya integración requería disposiciones legales sobre la libre circulación de unos bienes cuya producción, por otra parte, debía alcanzar determinado umbral para que fuesen soportables los costos del intercambio. Que de un modo u otro esta integración iba progresando lo muestra, entre otras cosas, la presencia de tejidos de algodón en inventarios post mortem de zonas rurales del interior de España, una presencia que ya no era meramente testimonial en ese primer tercio del siglo XIX al que se refiere el debate.
Lo que denominamos «crecimiento económico moderno», y lo que con mayor o menor precisión la historia económica alcanza a medir, expresándolo inevitablemente en términos monetarios, tiene también otra dimensión. El crecimiento económico de que se habla en historia económica no es otra cosa que la evolución a lo largo del tiempo de la capacidad de los individuos para satisfacer sus necesidades o sus caprichos mediante bienes y servicios cuya disponibilidad pueda expresarse en dinero. Esto es, que circulen por el mercado, o que puedan hacerlo. Mercancías efectivas o potenciales, en definitiva. En la España de principios del siglo XIX, la actividad humana que no se encaminaba a la producción de bienes o servicios para el mercado era enorme, y constituía un riquísimo venero de ‘crecimiento económico’ así entendido. El afloramiento de este potencial no puede explicarse sólo mediante los instrumentos que sirven para el análisis de los mercados sin correr un riesgo cierto de sobrevaloración de alguna o algunas de las variables que se manejan en dicho análisis. Ignorar esta dimensión lleva también a distorsionar las comparaciones entre periodos, por la sobrevaloración del crecimiento medido en aquéllos en que haya sido más intensa la conversión de tiempo en tiempo de trabajo para el mercado.
Tal vez un ejemplo que no tiene nada de excepcional me ayude a precisar lo que quiero decir. Según se lee en el tomo XX de sus Memorias políticas y económicas, Eugenio Larruga encontraba entonces, a fines del siglo XVIII, que los labriegos de algunos pueblos de Soria eran «desidiosos en adelantar sus conveniencias en el exercicio que tienen, que es el de la labor por lo general. Se acomodan a vivir con las producciones escasas del país, sin envidiar ni buscar en las de otros, las que les falta[n]». O sea, sin buscar la integración en un marco mayor de división del trabajo. Podrían «vivir con más comodidad, si se aplicaran más a la labor, y a sembrar semillas proporcionadas al clima». Es decir, siendo más competitivos, dedicándose más a producir para vender –y a vender para comprar.
El resultado de lo que Larruga llama «desidia» era un consumo bajísimo. Por ejemplo, prosigue el mismo autor, «no gastan sábanas en la cama algunas gentes, y muchas personas ni aún camisas (…) hacen algunos paños con las lanas del país, y las hilan en lugar de uso (sic), con una caña y un palo que le atraviesan, dando a sus extremos para que tuerza». Pero hacían otros «consumos», los hombres sobre todo (pues las mujeres eran «unas esclavas»). Siempre según Larruga, «se ve con demasiada freqüencia, en algunos pueblos, los hombres enteramente ociosos, particularmente en las estaciones del otoño, e invierno: las quales emplean únicamente en divertirse en las cocinas, y en gastar lo que han grangeado (sic) en el verano: Uno de los juegos en que malgastan el tiempo en algunos lugares es el del dardo, haciendo algunas apuestas al que mejor lo arroja».
No se trataba, desde luego, de una ociosidad innata en estos hombres, quienes eran «generalmente afables, sobrios en el beber y comer, sufridos en los trabajos, de ingenios despejados«. Lo que faltaba era «mucha educación», ya que si la tuvieran no dudarían en cambiar su comportamiento. Por ejemplo, convirtiendo tiempo «malgastado» en el juego de dardos en tiempo de trabajo, de trabajo para el mercado.
La investigación sobre crecimiento económico en el primer tercio del siglo XIX debería incluir en la lista de cuestiones pendientes la consideración de que ocurriesen entonces cambios en esta esfera. No sólo en Soria, claro. En realidad, en toda España existían vastas reservas de trabajo potencial para el mercado que, movilizadas de grado o por fuerza, o por ambos en combinación inextricable, podían dar lugar a aumentos de la producción de mercancías. A «crecimiento económico» mensurable, por lo tanto. Las sacudidas que en este periodo padeció la sociedad española ¿favorecieron el afloramiento de dicho potencial de trabajo? Permítaseme concluir con una pregunta, a la que sólo puede darse respuesta, sospecho, mediante una reflexión que deberían plantearse historiadores de variada procedencia en cuanto a su formación y equipados, por consiguiente, con cuestionarios de investigación asimismo variados.
Ricardo Robledo , Irene Castells , María Cruz Romeo, Orígenes del liberalismo, Ediciones Universidad de Salamanca, 2003, pp. 331-333
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: presentación de los libros Fabricantes sin fábrica. En el camino de la industrialización: los Torelló, 1691-1794, y La industria antes de la fábrica en la Universitat Pompeu Fabra el 10 de mayo de 2019. De izquierda a derecha, Ricardo Robledo, Jaume Torras, Jaume Casals, Josep M. Delgado y Stephen Jacobson (foto de la web de la UPF)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia